Serrat el orto
Mis amigos son unos atorrantes, se exhiben sin pudor, beben a morro, se pasan las consignas por el forro (5) y … a veces dicen boludeces. Pero bueno, son mis amigos, no son Bertrand Russell, y por eso los quiero.
Cuando era niño leí en una revista del corazón un reportaje que le hacían a Guillermo Vilas. El tipo se estaba separando de Mirta Massa y decía esta frase, que me quedó grabada, sobre todo porque pensé que en alguna futura separación yo también la podía usar: «Las cosas de ella que antes me gustaban ahora empezaron a molestarme». Me pareció genial. Yo no había visto una chica ni a una cuadra de distancia todavía, pero anoté mentalmente el haiku de Vilas.
Ahora que pasó mucho tiempo, me doy cuenta de que no sólo con mi pareja, sino también con mis amigos, no son las cosas que de ellos pueden molestarme o aburrirme lo que me vaya a separar. Al contrario… La amistad, según yo la veo, no es totalitaria. Comprobé que la ecuación de Vilas, en mi caso, no sirve. Alguien puede ser, como el Lord Jim de Conrad, «uno de los nuestros» y sin embargo haberse mandado una cagada infernal. Quien esté exento de pecados con sus amigos, no es un amigo de verdad.
Cuento esto porque tengo la desgracia de ser muy amigo de muchos críticos de rock. La mayoría de ellos, cuando les cuento mi pasión por Serrat, suelen desmayarse como solían hacerlo los personajes de Dante Quinterno, con un sonoro ¡plop! Otros redoblan la apuesta y me tratan de energúmeno musical.
Los intelectuales, inmediatamente, largan su palabra más amada: «populista». Los vanguardistas me miran como si tuviera lepra. Pero a mí me gusta Serrat. A mi mamá también le gustaba Serrat y me lo hizo escuchar infinidad de veces en su combinado inmenso mientras baldeaba el patio. Después lo he seguido escuchando en muchos momentos diferentes de mi vida, y siempre cada canción del catalán se mostró imbatible al paso del tiempo.
Es más, diría que las canciones se fueron volviendo cada vez más polisémicas, más significativas. Sin duda la idea de vanguardia o de progreso en la música es un karma más occidental. Por eso tenemos los relojes pulsera. Pero si nos liberamos de esto, simplemente nos encontramos con la pura música, que, como bien dice Kurt Vonnegut, «es la prueba de la existencia de Dios».
Joan Manuel Serrat sacó su primer disco en 1965. Y hasta 1981, cuando editó En tránsito, su último gran disco, produjo una larga cadena de obras maestras. Si tuviera que elegir uno de todos estos álbumes, elegiría Mediterráneo. El de la tapa que se parece al primero solista de David Crosby que se parece al primero solista de Ariel Minimal. Claro que sólo para boludear, para elegir uno, porque todos son notables.
Mi mamá no sabía nada del imaginismo que teorizó Ezra Pound ni del objetivismo que trabajó William Carlos Williams, cuando este decía «No ideas, salvo en las cosas». Pero precisamente Serrat, a la hora de escribir sus letras, realiza esta máxima en todo su esplendor. Vemos personajes, gente común, historias de amor y trágicas hechas canción. Nunca hace demagogia. No hay palabras de más. Parece pensar, junto con Chejov, que la felicidad no existe, lo que existe es el deseo de ir hacia ella.
Otro gran logro de Serrat —cuyo punto altísimo es el disco con canciones de poemas de Miguel Hernández— es la manera en que suele musicalizar letras de otros poetas. Nunca se le nota la presión que a veces sufren otros autores cuando tienen que hacer encajar los versos previamente escritos en la música hecha a posteriori. Como también le suele pasar a Hegel a la hora de parcelar la realidad en los cajones de su sistema. Serrat, en cambio, naturalmente drena de los versos —ya sean de Miguel Hernández, de Machado o de Goytisolo— la música que ellos tenían en potencia. Le conozco un fracaso: con Benedetti. Pero bueno, es Serrat, no Dios.
Vamos terminando. Si hay otra cosa que tiene Serrat, y de la que carecen muchos otros autores, es la posibilidad de no depender de un orden simbólico que cree un público homogéneo. La gente va a escuchar sus canciones. No va a que lo miren escuchando sus canciones. No conozco otro paraíso más grande para un cantautor.
Finalmente, después de 41 años, la semana pasada pude ver a Serrat en vivo por primera vez. También fue el regalo de un amigo. Se apagaron las luces del teatro mientras un hombre vestido de manera casual entró caminando, tomó su guitarra y cantó. En un momento, en una de sus letras, dijo: «Niño, deja ya de joder con la pelota». Me divirtió ver detrás mío a Quique Wolff tarareando justamente ese tema.
5. Es el comienzo del tema «Las malas compañías», de En tránsito.