Me gustaría ser un Alemian
Sobre Me gustaría ser un animal,
de EZEQUIEL ALEMIAN. (6)
Un espectro recorre algunas zonas de la joven poesía argentina: la retórica de John Ashbery. El prolífico poeta americano vino para encantarnos y nos dejó un virus que ahora se reproduce en miles de versos bien trabajados. ¿De qué índole es este virus? Se sabe que Ashbery produjo una lectura inquietante del surrealismo. Para decirlo de alguna manera, lo vigorizó. Y como todo gran poeta con una obra fuerte, generó también su retórica. Pero los poetas más débiles no toman de Ashbery el ejemplo de sus operaciones. Como, por ejemplo, la de cruzar cierto coloquialismo con la libertad estilística de los sueños. Prefieren, porque es más fácil, copiar el estilo, la marca de fábrica. Y así surgen poemas iguales a este que voy a «componer» ya: «Los patinadores se fueron a casa/ y el pretérito del verbo nos dijo otra cosa/ igual, el humo nos sigue hablando como antes/ ¿querés llevarte estas flores?» Cierta deriva, con un tono cool, premeditadamente sofisticado, y con una intención evidente de no «mostrar todo el juego» es el patrón más notable de este procedimiento.
Toda esta larga introducción viene a cuento porque lo primero que llama la atención en el libro de Ezequiel Alemian es que, pese a moverse dentro del campo magnético de Ashbery, a medida que la lectura avanza, se empieza a notar que es la voz del autor la que se le impone a nuestra atención. Alemian, nos damos cuenta, acaba de desactivar la retórica de Ashbery como se desactiva una bomba. Con el mismo riesgo.
Me gustaría ser un animal es un libro compuesto en su mayoría por prosas breves, gérmenes de relatos, algunos dibujos y citas de autores varios. Parece ser una muestra del laboratorio donde viene trabajando Alemian desde hace tiempo y que ya nos dio dos hermosos libros: La ruptura (poemas, Libros de Tierra Firme, 1997) e Intentaré ser breve (novela, Simurg, 2000). Claro que, tratándose de Alemian, hablar de géneros es más una convención que una verdad. La novela tiene voluntad de poema, y el poema largo de La ruptura tiende a respirar como prosa.
En Me gustaría… Alemian pone manos a la obra y ejecuta el programa que se promete en el título de su primera novela: intenta ser breve. Relatos cortos que, uno imagina, pueden ser pequeños argumentos de posibles narraciones, se cruzan con otros que, por su morfología, parecen letras de rock. Por ejemplo: «¡Viva el arte vivo!»: «James Ensor en el barrio de Once/ James Ensor en el barrio de Once/ James Ensor en el barrio de Once/ Hay calas de plástico en jarrones de China y búhos de/ madera, tabas y cueros de vaca/ James Ensor en el barrio de Once/ James Ensor en el barrio de Once (…)» Este estribillo podría formar parte de una memorable canción de los Pixies.
También Alemian toma versos míticos de la poesía como «una casa de sólida piedra» de Pound y los mezcla con pedazos de relatos que van a la deriva. O utiliza la invocación de Guevara, «¡Hasta la victoria siempre!», para darle el verso final al poema «La última oferta de un revendedor de mutaciones».
Otro rasgo inquietante del libro se da cuando el poeta le drena metafísica a la economía, tanto en el poema «Blindaje 2001» o en «Fugitivos como los años», el cual transcribo en parte porque es hermoso: «El placer está hecho de tiempo vivido./ El ahorro es enemigo del placer./ La planificación financiera acerca a los hombres a la/ muerte, reduce sus experiencias al ámbito de las especulaciones/ y separa los deseos del cuerpo cotidiano. La gente/ muere más joven que nunca. En forma de herencia, inyectan/ a los sobrevivientes la cobardía de no haber cedido./ El dinero produce soledad».
Leer a Ezequiel Alemian es una experiencia singular. De golpe parece que nos encontráramos en una de esas cabinas de entrenamiento que usan los astronautas para acostumbrarse a estar sin gravedad. Entonces las historias flotan en el aire junto a nosotros: un chico cuenta los agujeros que tiene la terraza de su padre; un hombre narra un encuentro con un tal Andrés Tacsir; un ama de casa se impone un método de supervivencia; otro personaje, uno de lectura. El mundo se convierte en un lugar extraño, amenazador y bello. Como todos los que hacen las cosas bien, aunque después lo publique, el trabajo de Alemian es invisible.
6. Siesta, Buenos Aires, 2003, 96 páginas.