Caminando por el lado salvaje
Sobre 2666, de Roberto Bolaño. (7)
Parece que la cosa fue así: La Parca le golpeó la puerta a Roberto Bolaño y este la hizo pasar y le empezó a contar historias —algo que aprendió a hacer mientras desempeñaba múltiples oficios— con la secreta ambición de que la huesuda se cansara de esperar y dejara la abducción del novelista para otro momento. Pero no fue suficiente. Y Bolaño murió de una enfermedad hepática. Su libro —ahora publicado póstumo— es 2666. Un mamotreto de más de mil cien páginas que puede servir para inflar los músculos de los brazos y también para cambiar la percepción de la realidad, si uno se anima a dejar el tiempo ordinario para embarcarse en la lectura de esta obra maestra. Obra maestra no precisamente por la perfección —de hecho, su novela más perfecta parece ser Estrella distante— sino por la valentía del escritor a la hora de contar historias y producir poesía. Porque los libros de Bolaño no sólo son «físicos» por la cantidad de páginas, sino también por la empatía que produce esa máquina de narrar que es el chileno.
Parece que Bolaño empezó teniendo en su Norte a los escritores del boom latinoamericano, de esa admiración salió la que tal vez sea su novela más famosa: Los detectives salvajes. Pero lo que en Los detectives… no despegaba del todo tal vez por cierto estereotipo de esas malas novelas de Cortázar, en 2666 se vuelve una narración alucinante. Como decía Schopenhauer: la primera —y casi la única— condición de un buen estilo es tener algo que decir. Y Bolaño lo tiene: la novela está dividida en cinco libros con dos ejes centrales que los atraviesa a todos: la misteriosa vida del narrador alemán Beno Von Archimboldi, por un lado. Y por el otro, los asesinatos de mujeres que se vienen produciendo en Ciudad Juárez, una localidad onírica y fronteriza del estado mexicano.
Se sabe que Roberto Bolaño pensaba dejar estos cinco libros para que se editaran por separado. Pero sus editores y sus herederos decidieron publicarlos en una sola edición. Y, la verdad, acertaron. Tal vez el segundo relato del libro, «La parte de Amalfitano», no se podría defender bien estando sola. En cambio dentro del magma de 2666 se deja leer porque negocia y resignifica las otras secciones.
El libro empieza con la peregrinación de tres críticos tras los pasos de Archimboldi —de quien, se dice, estaría viviendo en Santa Teresa, el nombre con el que se oculta en la novela Ciudad Juárez—. El recurso de migrar en busca de un autor mítico ya había sido usado por Bolaño en Los detectives salvajes. En esa novela, dos escritores lúmpenes iban tras los pasos de Cesárea Tinajero, una poetisa líder de un movimiento radical llamado el realismo visceral. Pero esa vez había un error: la encontraban. En 2666, en cambio, nadie encuentra a nadie. Con la inmensidad del desierto de fondo, una caterva de personajes memorables van tomando el libro de a poco, y hacen metástasis: ahí está el cronista de boxeo que termina peleándose a golpes con mafiosos mexicanos, una diputada que trata de averiguar qué hay detrás de los crímenes de mujeres, los críticos que practican tríos sexuales y, en una repetición demoledora, la descripción de los cadáveres que aparecen sin ton ni son en los baldíos de un pueblo que tiene todos los ingredientes de las películas de David Lynch.
En esa frontera mexicana, y en la basura industrial que arrojan las maquiladoras donde las mujeres que van a morir trabajan, parece estar para Bolaño, el signo de los tiempos. Basura que no puede abandonar el planeta, pájaros carroñeros volando a la espera de picar algo, detectives con nombres de famosos poetas chilenos —Juan de Dios Martínez— y una mujer que, cuando se quiebra, dice: «Estoy harta de los mexicanos que hablan y se comportan como si todo esto fuera Pedro Páramo».
El epígrafe de 2666 es de Baudelaire y reza así: «Un oasis de horror en medio de un desierto de aburrimiento». Con esta sensación en la cabeza, Bolaño armó el bolso y, antes de partir, nos dejó este libro monumental.
7. Anagrama, Barcelona, 2004.