Capítulo 17
No Tienes Ovarios…
—Chica, se acabó el velatorio…
Vero se había presentado en casa de Alana aquel domingo a las nueve de la mañana dispuesta a sacarla de la cama por las buenas o por las malas. Estaba claro que se había propuesto, bien echar la puerta abajo a base de timbrazos, bien provocar que los vecinos terminasen llamando a la policía por alboroto público. Así que a la bella durmiente no le quedó más remedio que levantarse e ir a abrirle antes de que la segunda opción se terminase convirtiendo en la primera.
—¿Dónde está el fuego? —preguntó al abrirle la puerta a su amiga
Sin esperar a que la invitara a entrar, Vero se coló en el piso y se encaminó directa al dormitorio de su anfitriona.
—¿Dónde guardas el bikini?
Alana la siguió a su cuarto como un zombi, todavía presa del sueño que tan inoportunamente le habían roto.
—¿Se puede saber qué quieres tan temprano? Debe ser como mucho las seis de la mañana…
—Sólo te has equivocado por tres horas, guapa. Son las nueve y ya va siendo hora de que muevas el culo.
—¿Para qué? Si no tengo intención de ir a ningún lado…
Vero la miró con los brazos en jarra. Días atrás le había avisado de que tenía planes para aquel domingo, pero era evidente que lo había olvidado. Aunque también era cierto que no le había ofrecido muchas explicaciones ni detalles al respecto. De haberlo hecho, se habría negado en rotundo y había preferido contar con el factor sorpresa para evitar que Alana se echara atrás.
—Ya hablamos de esto el otro día, así que olvídate de quedarte encerrada otro domingo más. Hoy te vienes conmigo.
—¿A dónde? —le preguntó sin poder evitar que se le escapara un sonoro bostezo.
—Nos vamos a la playa. Hace un día perfecto.
—¿A la playa a las siete de la mañana? ¿Acaso piensas barrer la arena? Vero, por favor, si hasta las gaviotas deben estar sobando todavía. Además, ayer me costó mucho dormirme y necesito recuperar sueño para mañana, o no daré pie con bola en el trabajo.
—Ya te he dicho que son las nueve, así que no vamos a barrer nada. Además, ¿para qué te acuestas tan tarde si te dije que íbamos a salir?
Alana apretó los dientes.
—No me acosté tarde... Tenía insomnio.
Vero sonrió.
—No te preocupes. Esta noche, dormirás —vaticinó convencida—. Te lo garantizo —puntualizó al estilo Terminator.
Como respuesta, Alana desechó sus palabras con un gesto de desdén y se dirigió de nuevo a la cama donde se dejó caer boca bajo como si fuera un saco de patatas.
—No tengo ganas de playa. Quizás otro día —alegó antes de cerrar los ojos de nuevo.
Vero se acercó a ella por detrás y tomándole de un pie que sobresalía del colchón, jaló con fuerza hasta hacerla resbalar por las sábanas.
—¡Eh, qué me vas a tirar…! —protestó abriendo los ojos de repente mientras se agarraba a la tela de algodón.
—Bah, no seas exagerada. Sólo quiero que te despiertes de una vez.
—Te has levantado hoy pesadita, ¿no? —le dijo dejando escapar una mueca de fastidio.
—Más bien, llena de energía. Santi nos está esperando, así que espabila, ponte el bikini y ropa cómoda.
Alana apoyó la frente sobre el colchón, convencida de que su inesperada visita no iba a dejarla tranquila hasta salirse con la suya.
—¿Has dejado abajo esperando a tu novio? —Con movimientos lentos, se fue desperezando poco a poco—. Está bien, jartible [1] , tú ganas. Pero dile que suba, mujer. Yo no puedo vestirme y salir pitando en cinco minutos como si tal cosa. Necesitaría al menos darme una ducha y tomarme un café bien cargado para poder quitarme la empanada que tengo encima.
—Santi no está abajo. Nos está esperando directamente en la playa donde hemos quedado todos. Así que no podemos demorar.
—¿Todos? ¿Habéis quedado con más gente acaso? Si sabes que no tengo ganas de ver a nadie…
Vero estuvo a punto de darse una bofetada por bocazas.
—¿Con quién vamos a quedar, mujer? Me refiero a que allí hemos quedado con Santi —se justificó saliendo del paso.
—Ah, vale… —Alana dio la excusa por buena. Estaba todavía demasiado dormida como para ponerse a hacer cavilaciones.
—Venga —la apuró su amiga—. Ve vistiéndote mientras caliento leche en el microondas. Tienes café soluble, ¿verdad? Es más rápido que preparar ahora una cafetera. La ducha la vas a tener que dejar para después, que vamos tarde.
A Alana no le quedó más remedio que obedecer. Y apenas quince minutos más tarde, las dos muchachas estaban subiéndose en el coche de Vero con destino al punto de encuentro.
—No entiendo qué prisas te han entrado para venir a la playa tan temprano. Hace un levante de mil demonios; nos vamos a hartar de tragar arena. Además, con este viento no va a haber Cristo que ponga una sombrilla, y yo no aguanto mucho tiempo al sol —comentó Alana nada más bajar del coche.
—¿Y quién te ha dicho que nos vamos a quedar aquí? Este sólo es el sitio donde hemos quedado —contestó Vero mientras buscaba con la mirada la silueta de su chico. Al verlo, sonrió y le hizo una señal con la mano para hacerse notar.
—Entonces, ¿para qué has hecho que me ponga el bikini?
Vero apretó los dientes. Había llegado el momento de decirle la verdad.
—Bueno, la verdad es que antes no te lo he dicho todo, y es posible que haya olvidado mencionar un pequeño detalle —comentó de pasada sin atreverse a mirarla siquiera.
—¿Qué detalle? —Preguntó frunciendo el ceño. No se fiaba ni un pelo de Vero y mucho menos después de formar tanto alboroto para salir tan temprano de casa.
—Lo cierto es que sí hemos quedado con alguien.
—¿Con quién? Vero, ya te he dicho que no me apetece estar con nadie… Contigo y con Santi pasa, pero no tengo ganas de…
—Sí, sí, ya lo sé —la interrumpió con condescendencia—. Pero esto no ha sido cosa mía, sino de él. Sabía que estabas un poquito baja de ánimo y nos ha organizado una actividad para ver si te animabas.
Aquella afirmación provocó que Alana se parase en seco y mirase la espalda de Vero que se había separado de ella un par de pasos.
—¿Y qué sabe Santi de mi estado de ánimo? No le habrás contado nada, ¿verdad? — Ya se sentía bastante avergonzada de que Vero estuviera al tanto de lo ocurrido, y por todos los Santos del Universo, rogaba que su amiga no se hubiera atrevido a contarle a su pareja el motivo de su decaimiento.
—No, no, claro que no. O al menos, no le he contado nada de tus salidas de los viernes, si te refieres a eso. —Alana suspiró aliviada—. Sólo le he dicho que habías tenido una desilusión con un chico, y como sabe cuánto me importas, ha organizado esto para que te despejes un rato.
Bueno, eso podía parecer más o menos razonable. Y una vez allí, ya no tenía caso echarse atrás. Volvió a caminar hasta ponerse a la altura de su amiga, emprendiendo de nuevo juntas la marcha.
—Está bien… No le voy a hacer ese feo a Santi después de haberse tomado la molestia. Pero al menos podrías contarme qué es lo que ha organizado. Te traes un misterio…
—No te sabría decir, la verdad… —mintió descaradamente—. Sólo me ha pedido que hoy temprano nos reuniéramos todos aquí.
Alana resopló con resignación.
—Bueno… Trataré de poner buena cara y sobrellevar el día lo mejor que pueda. Igual Santi tiene razón y es posible que me venga bien hacer algo distinto. ¿Tú sabes con quién hemos quedado?
Vero volvió a encogerse de hombros.
—Con un amigo suyo. No sé mucho más… —contestó encogiéndose de hombros.
—¿No estará Santi tratando de buscarme una pareja ni nada de eso, verdad? —Aquello ya sería lo último; el colmo de los tomates.
—No creo, mujer… Ya lo conoces. Él no se mete en esas cosas.
Alana asintió. La verdad es que el novio de su amiga era un tío muy majo que, en verdad, no gustaba meterse en la vida de nadie. Era un hombre de trato muy agradable y le parecía todo un detalle que hubiera tenido esa consideración con ella por el simple hecho de ser la mejor amiga de su chica.
—Es verdad, qué tontería acabo de decir...
—Intenta mostrarte receptiva, ¿vale?
—¿A qué?
—No sé… A lo que haya organizado para nosotras.
Alana entornó los ojos. ¿Eran imaginaciones suyas o parecía que su amiga se estaba mostrando más nerviosa, e incluso esquiva, de lo  habitual?
—Muy pocas cosas sabes tú para lo cotilla que eres… —le contestó frunciendo los labios.
A medida que se fueron acercando, vieron que efectivamente Santi estaba acompañado por otro chico, alto y moreno. Cuando se aproximaron lo suficiente, los ojos de Alana se fueron entrecerrando, cada vez más perpleja al ver a quién tenía a pocos metros de distancia.
—No puede ser…
Santi se acercó para saludarlas, besando en los labios a su novia, y en la mejilla a Alana. Sin embargo, los ojos de ésta no miraban al enfermero, sino al hombre que permanecía detrás de él.
—No puede ser… —repitió totalmente incrédula—. ¡¿Tú?!
—¿Débora?
—No puede ser —volvió a decir por tercera vez, con la estupefacción pintada en el rostro.
Santi miró a uno y después a otro.
—¿Os conocíais? —preguntó, extrañado por la reacción de Alana.
Esta se volvió hacia su amiga y la señaló con un dedo acusador.
—¡Tú lo sabías! —Exclamó enfadada—. Y no te atrevas a decirme que no…
Vero parpadeó tratando de parecer la mujer más sorprendida del mundo.
—¿Qué es lo que sabía? —preguntó de modo inocente.
—¿Cómo has dado con él? ¿Cómo has conseguido traerlo aquí?
—No sé de lo que hablas, Alana. Esto es cosa de Santi, a mí no me mires.
—¿Cómo? Pero si fuiste tú quien… —el aludido, que no entendía qué estaba pasando allí, comenzó a justificarse.
—¡Cállate! —exclamó su novia.
—¿Qué haces aquí, Débora? —preguntó Sergio también sorprendido, sin poder apartar los ojos de aquella inesperada visita.
—¿Débora? —Acotó Santi—. Me parece que te estás equivocando de chica, amigo. Ella es Alana, la amiga de la que te hablé…
¿Le había hablado a Sergio de ella? ¡Y qué demonios podría haberle dicho! Le vino a la mente el comentario de Vero sobre lo que Santi sabía de su supuesto estado anímico. Y sólo de imaginar que él pudiera estar al tanto de su desengaño amoroso, hizo que sus mejillas se pusieran como la grana. Aquello iba de mal en peor.
—¿Alana? ¿Ese es tu verdadero nombre? Vaya, como para adivinarlo… —comentó Sergio con una sonrisa ladeada y sin apartar los ojos de ella.
—¡Esto no me puede estar pasando a mí! Y tú… —se dirigió otra vez a Vero—, ya hablaremos mañana de esto. Yo, me largo.
Negando con la cabeza, dio dos pasos hacia atrás, volviéndose con la intención de marcharse lo antes posible y dejando al trío plantado. No había llegado a dar ni una docena de pasos, cuando una mano la cogió por el brazo haciendo que se detuviera en seco.
—¿Vuelves a huir de mí, Alana? — el nombre sonó con retintín
En la mirada de Sergio ya no se atisbaba la amabilidad ni la sorpresa que había creído percibir unos segundos antes. ¿Acaso seguía enfadado? ¿Con qué derecho?
—Yo no huyo de ti.
—¿Ah, no? Sé bien que cuando una situación te incomoda, te gusta solucionarlo dando media vuelta… ¿O acaso ya no recuerdas cómo fue nuestro último encuentro?
—Te recuerdo que no fui yo quien salió huyendo la última vez —le contestó elevando el mentón con orgullo.
—No, es verdad; al menos pude darme el gusto de ser yo quien saliera primero de aquella habitación. Tanta falsedad me asfixiaba. Por cierto, ¿qué tal te va con Alex? Ya me ha contado Santi que la amiga de su novia estaba sufriendo de mal de amores. ¿Acaso tu príncipe ha terminado saliéndote rana?
Sus peores temores se estaban convirtiendo en realidad a pasos agigantados.
—¡Y a ti qué te importa! —la mirada de Alana se endureció de inmediato. No estaba dispuesta a contarle nada que perteneciera a su vida privada.
—La verdad es que nada —mintió. El tal Alex había sido el causante de que ella no quisiera, no ya volver a acostarse con él, sino ni siquiera darle la más mínima oportunidad. Algo que lo hacía sentir enfadado, y profundamente celoso.
Para colmo, llevaba varios días escuchando hablar a su amigo Santi (si es que realmente podía llamarlo así) de que tenía una conocida que lo estaba pasando mal por culpa de un desengaño amoroso y que quería hacer algo para ayudarla a distraerse un rato. Y como un imbécil, ingenuo e idiota al que le gusta salvar almas que sufren por amor , empatizó de inmediato con aquella desconocida a causa de lo que él mismo estaba pasando. Así que le pareció una buena idea organizar aquella salida para los cuatro.
¿Cómo iba a imaginar que se trataría de ella? Vamos, ni en el mejor, ni tampoco en el peor de sus sueños, hubiera adivinado que la doliente acabara siendo su Catwoman…
—A ver, Débora —usó su nombre ficticio a sabiendas—, me importa realmente un pimiento si al final te saliste o no con el caprichito de tu queridísimo Alex, pero sé que Santi parecía realmente interesado en sacarte de tu supuesta depresión, así que no…
—¡Yo no tengo depresión! —lo interrumpió molesta.
—Me alegro por ti. Pero ya que el pobre se ha molestado en que quedemos los cuatro para intentar distraerte de tus grandes pesares, no te voy a permitir que le hagas el feo de dejarlo tirado sin al menos darle una explicación. Ten al menos la valentía de decirle por qué sales huyendo otra vez.
—¡Qué no estoy huyendo! —repitió casi gritando.
—¿Ah, no? ¿Cómo lo llamarías tú entonces?
Alana bufó indignada, mirándolo con los ojos entrecerrados.
—No te creas el ombligo del mundo, Sergio. Si crees que me voy por tu culpa, estás muy equivocado —aseveró con más firmeza que convicción.
—Vaya, si te acuerdas de mi nombre y todo, Alana.
—¿Qué te pasa? ¿Tienes algún problema con mi nombre acaso?
Los ojos de Sergio se entrecerraron.
—Te lo repito: me importa un bledo si eres Débora, Alana, Zorra o Gata. Sólo quiero que vuelvas ahí y les des una explicación convincente a tus amigos para justificar tu desplante. Y no por mí, que me la trae al pairo, sino por ellos.
—Y qué quieres que le diga, ¿Qué me voy porque no quiero estar cerca de ti?
—Me da igual que le digas eso, como si les cuentas que hemos follado como animales con una careta puesta, o que, simplemente, no te atreves a pasar un rato conmigo a cara descubierta.
—¿Piensas que te tengo miedo acaso? No me hagas reír…
—¿Sabes lo que pasa? Que no tienes suficientes ovarios para quedarte con nosotros...
—¡Qué no tengo ovarios…! —exclamó tirando de su brazo para soltarse. Hasta ese momento no se había percatado de que aún la tenía agarrada—. ¡Qué no tengo ovarios! A ver si tienes tú los huevos que te hacen falta para intentar aparentar que esto no es más que una excursión cualquiera; y ojo, mucho cuidadito con lo que dices delante de mis amigos, o te los arranco.
—Chicos, ¿va todo bien?
La voz de Santi impidió a Sergio contestar a aquel desafío.
—Perfecto —contestó Alana con frialdad—. Por mí nos podemos marchar cuando queráis. Y cuanto antes mejor, que el tiempo vuela. A ver qué tan buena compañía resultas ser… Zorro.
Y sin más, pasó por al lado de los dos hombres que se quedaron mirando el uno al otro sin saber qué responder.
Santi se encogió de hombros ante el cambio de actitud de su amiga y se dio la vuelta para unirse a las dos chicas que aguardaban en silencio. Mientras Sergio los observaba alejarse, una sonrisa traviesa empezó a asomar a sus labios.
Al darse cuenta de la mueca, recompuso el gesto y marchó a reunirse con el resto del grupo.