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ITALIA: LA CLASE TRABAJADORA Y LAS DOS GUERRAS

Una característica que distinguía la guerra popular con respecto a la guerra convencional era la manera en que combinaba aspiraciones sociales de equidad y emancipación con objetivos políticos, como la independencia y la democracia. Estos aspectos estaban muy marcados en Italia, donde la lucha abierta de las clases trabajadoras era más evidente que en ningún otro lugar.1 Una razón era que el fascismo se originó allí, de modo que en lugar de una resistencia surgida de golpe frente a la invasión, fue madurando a lo largo de décadas bajo un odiado sistema social que se asoció al capitalismo desde su implementación en 1922.2 Financieros y empresarios suministraron el 74 por ciento de los fondos del partido fascista,3 y a cambio Mussolini aplastó los sindicatos e impuso draconianos recortes de salarios en 1927, 1930 y 1934.4

Su régimen fue menos represivo que el de Hitler, pero aun así condenó a 17.000 adversarios políticos al exilio interior; a 60.000, a vigilancia especial y control, e impuso hasta 28.000 años de servidumbre penal entre 1926 y 1943.5 Los trabajadores constituían el 85 por ciento de los convictos.6 El líder socialista Matteotti fue asesinado, mientras que Gramsci, fundador del Partido Comunista (PCI), languideció en la cárcel, y tan sólo lo liberaron poco antes de morir. Se ha asegurado que una «infatigable tendencia a la subversión» sobrevivió en la cultura popular, pero antes de la segunda guerra mundial esto no se tradujo en una resistencia activa.7

La guerra lo cambió todo. La entrada de Italia tampoco fue suave. Spriano cuenta que el establishment barrió a un lado las dudas de Mussolini acerca de la capacidad del país para soportar un gran conflicto. Tras ser testigo del éxito de la Blitzkrieg se mostró ansioso por «llegar a tiempo de hacerse con una victoria fácil y aplastante».8 La guerra produjo notables beneficios a la clase dominante. Hacia 1942 las horas de los ingenieros habían subido a 60 por semana9 y el precio de las acciones de Fiat se había elevado un 62 por ciento. Su director se regocijaba con «las formidables conquistas japonesas en el Pacífico y la absorción de los ricos territorios de Rusia en el Eje europeo», puesto que prometían una «expansión de la producción y mercados mayores».10 Los Aliados pusieron fin a los rapaces planes de Italia, al igual que con Alemania y Japón. Sin embargo, les llevó hasta 1945 y exigió una fuerza descomunal acabar con la última nación. El régimen de Mussolini se derrumbó dos años antes. ¿Por qué era tan frágil?

Se debía, en parte, al PIB de Italia, que era una tercera parte del de Alemania. Esto hacía a su ejército más vulnerable a la derrota en un conflicto interimperialista. Incluso resulta más significativo que fue la guerra popular la que destruyó el régimen desde dentro. Entre 1938 y 1945 el coste de la vida se multiplicó por 20. Con un racionamiento tremendamente inadecuado por una parte y precios astronómicos en el mercado negro por el otro,11 no resulta sorprendente que muchos de los 150.000 obreros de Turín perdieran de 10 a 15 kilos de peso.12 Poco a poco, la separación entre la minoría de resistentes, políticamente motivados y endurecidos por la represión, y las masas comenzó a menguar.13

Esto se vio claramente cuando las huelgas se multiplicaron en el cinturón industrial del norte del país en primavera de 1943. El epicentro fue Turín, donde la floreciente producción bélica de las grandes fábricas generaba un sentimiento de poder general. Al mismo tiempo, los bombardeos aliados habían arrasado 25.000 hogares, pero el Estado no proporcionó refugios antiaéreos.14 La confianza se combinó con la desesperación para generar acciones de huelga pese a que era un paso peligroso de tomar bajo el fascismo, especialmente en tiempos de guerra.15 Una octavilla de enero de 1943 ilustra el sentimiento colectivo:

¡Por el pan y la libertad!

¡Abajo la jornada de 12 horas y la condenada guerra!

¡Exigimos que se desaloje a Mussolini del poder!

¡Luchamos por la paz y por la independencia nacional!

¡Por un aumento de paga que realmente se pague!

Acción, huelga, lucha: éstas son las únicas armas que tenemos para salvarnos

¡Huelga! ¡Huelga! ¡Huelga!16

Estas demandas caían en terreno fértil. Durante el invierno de 1942-1943 los paros aumentaron de dos a cinco al mes.17 Después, el 5 de marzo, 21.000 trabajadores de Fiat Mirafiori respondieron a la llamada de la célula comunista, compuesta por 80 hombres, y marcharon a la huelga, pese a que la señal para la acción (la sirena de la fábrica) había sido silenciada por la dirección de empresa.18 Para el 15 de marzo el movimiento abarcaba ya a 100.000 mujeres y hombres19 y para el final del mes todas las fábricas del Piamonte habían cerrado.20

Mussolini estaba sorprendido de que «la población fuera tan hostil y contraria al fascismo» y ofreció grandes concesiones.21 Se dio cuenta de que «este episodio, decididamente feo y extremadamente deplorable, nos ha hecho retroceder de repente 20 años».22 Hitler, que sólo un mes antes había perdido la batalla clave de Stalingrado, también comprendía las implicaciones. Juzgaba «impensable que tanta gente pueda hacer huelga y que nadie se atreva a intervenir (...) Estoy convencido de que en las actuales circunstancias, cualquiera que muestre la más mínima debilidad está condenado».23 Sus palabras resultaron proféticas.

La huelga de Turín fue la primera parada masiva con éxito en dos décadas, y posiblemente la más importante de toda la guerra a escala mundial. La sorpresa que supuso para el fascismo se vio aumentada por el desembarco angloamericano en Sicilia (el 10 de julio de 1943). Luego el establishment entró en pánico. Había recogido los beneficios del fascismo durante 20 años, pero ahora esa asociación era un perjuicio que estaba provocando la revolución y las iras de los Aliados, que avanzaban. A fin de obtener algo de espacio para maniobrar, el gobierno pidió a los alemanes que aceptara su retirada de la guerra a cambio de ceder sus conquistas en los Balcanes, pero los alemanes lo rechazaron.24 Aferrándose a otra salida, el gobierno decidió abandonar públicamente a Mussolini y firmar un tratado de paz secreto con los Aliados. El Gran Consejo Fascista votó por 19 a 7 deponer y arrestar al Duce.

La clase dirigente esperaba que el cambio fuese tan sólo cosmético. Pirelli, el magnate industrial, inició conversaciones con los Aliados25 sobre la base de que «la monarquía, la corona, la Iglesia, el ejército y los líderes de la economía» permanecerían en el poder.26 Pero había una ligera dificultad a la hora de presentarlo: era el propio monarca, el rey Vittorio Emanuele III, quien había hecho a Mussolini dictador en 1922. El Duce había propagado el mito de que había llegado al poder en un atrevido golpe en que 3.000 mártires habían muerto: la Marcha sobre Roma.27 Pero esto era falso. En palabras de un escritor, «sólo cuando todo hubo acabado comenzó el espectáculo ahora conocido como la Marcha sobre Roma».28 Algunos consejeros habían suplicado al rey que hiciera uso del poder de Estado para poner freno a las payasadas de Mussolini, pero el rey se había jactado públicamente de su negativa: «deseo que todos los italianos sepan que no he firmado ningún decreto de estado de sitio».29 Esta decisión le dio resultados: con Mussolini como primer ministro, Vittorio Emanuele añadiría emperador de Etiopía y rey de Albania a su lista de títulos. De modo que ahora, incluso con Mussolini formalmente depuesto, el rey insistía en que «no se puede desmantelar el fascismo de un plumazo. Se necesita modificarlo gradualmente a fin de eliminar esos aspectos que se han demostrado nocivos para el país».30 Su nuevo primer ministro era el mariscal Badoglio. Sus credenciales antifascistas no eran mucho mejores: también él había apoyado enérgicamente a Mussolini y obtenido la promoción y el título de duque de Addis-Abeba en el proceso.

Si la segunda guerra mundial hubiera sido una guerra sin ambigüedades contra el fascismo, se habría reconocido esta supuesta metamorfosis del gobierno italiano como el fraude que era. Sin embargo, las potencias aliadas recibieron al rey y a Badoglio con los brazos abiertos. No tenían reparos porque, como explica un escritor, «no había prejuicios ideológicos contra las personalidades del régimen fascista».31 Ingleses y americanos compartían el miedo del establishment italiano a la revolución, y le perdonaron gustosos sus crímenes pasados, siempre y cuando Italia abandonase la coalición imperialista rival. En efecto, los EE.UU. habían realizado aproximaciones al rey antes y después de la entrada de Italia en la segunda guerra mundial.32 La admiración de Churchill por el Duce databa de 1927 y seguía sin disminuir cuando, en 1943, despachó con desprecio «los habituales argumentos en contra de tener nada que ver con quienes habían trabajado con, o ayudado a, Mussolini».33 El rey tenía otros amigos sorprendentes. Cuando los EE.UU. expresaron sus dudas acerca de su capacidad para mantener el control, Rusia le otorgó pleno reconocimiento diplomático. Fue la primera potencia Aliada en hacerlo.34

Los manifestantes que, exultantes, celebraron la caída del Duce el 25 de julio de 1943 nada sabían de estos sórdidos juegos. Destrozando los símbolos de la dictadura, celebraban el fin del fascismo y de la guerra. Su alegría fue prematura. El gobierno ordenó a los periódicos «evitar las críticas hacia hombres y acontecimientos del régimen anterior [o hacia] la guerra». Ejercer el máximo cuidado hacia nuestros aliados alemanes. No pedir la liberación de los prisioneros políticos (...)».35 Badoglio, como gobernador militar de Italia, declaró: «es necesario actuar con la máxima energía para evitar que la actual excitación devenga un movimiento comunista o subversivo».36 Empleando un lenguaje similar al ya visto en Atenas, se dio órdenes al Ejército y a la Policía de enfrentarse a las celebraciones de júbilo «en formación de combate, abriendo fuego a distancia, pero empleando también morteros y artillería como se procedería contra tropas enemigas».37 En la región de Emilia, 11 personas murieron ametralladas en una manifestación a favor de la paz y de la expulsión de la Wehrmacht. En Bari hubo 19 víctimas.38 La clase dirigente italiana aún dudaba sobre qué bando imperialista convenía más a sus intereses, pero no guardaba duda alguna con respecto a quién era su enemigo real.

En marzo de 1943, Hitler había amonestado al gobierno italiano por su debilidad. Cinco meses después Churchill aplaudía los actos asesinos de un régimen supuestamente posfascista:

En Turín y Milán se dieron manifestaciones comunistas que se tuvieron que sofocar por las armas. Veinte años de fascismo han aniquilado a la clase media. No hay nada entre el rey, con los patriotas que a él se han unido, y que tienen el control absoluto, y el bolchevismo rampante.39

Los medios de comunicación aliados no podían sino darse cuenta de la hipocresía de tales palabras. La BBC se burlaba del «fracaso» del gobierno italiano para eliminar el fascismo,40 y la revista estadounidense Life advertía de que:

La tendencia evidente dentro del régimen fascista es deshacerse de Mussolini y de los germanófilos, pero preservar el sistema. Ésta es actualmente la idea de los grandes industriales. (...) En otras palabras, el cambio de un fascismo pro-alemán a un fascismo pro-Aliado. Los jerarcas fascistas están muy impresionados ante el éxito del giro de 180 grados de Darlan (...)».41

El pueblo se enfrentó a la represión con huelgas en demanda de paz, aumentos salariales, retirada de los fascistas y liberación de los prisioneros políticos.42 Algunos soldados se amotinaron y se negaron a disparar. La Alemania nazi observaba intranquila cómo se desplegaban los acontecimientos, y las ocho divisiones de la Wehrmacht estacionadas en el norte se prepararon para hacerse cargo. El PCI comprendió el peligro y en agosto de 1943 urgió a los italianos a «prepararse para rechazar por la fuerza cualquier intervención alemana [y] organizar la colaboración armada entre el pueblo y el ejército (...)».43 Esto iba directamente en contra del objetivo gubernamental de conservar lo que quedaba del fascismo.44

Badoglio sólo podría haber frenado la amenaza alemana incitando al pueblo, pero en lugar de hacerlo los trató «como se procedería contra tropas enemigas». Impedir la guerra popular implicaba que Badoglio sólo podía moverse de manera ineficaz entre ambos bloques imperialistas, esperando que uno de ellos cancelara al otro. Incluso tras haber sellado en secreto un tratado con los ingleses y americanos que avanzaban desde el sur, no dejó de buscar apoyo alemán desde el norte, diciendo a Ribbentrop: «si este gobierno cae, lo sustituirá uno de tintes bolcheviques». El ministro de Asuntos Exteriores nazi también temía que «el poder pueda recaer en aquellos con ideas radicales de izquierda».45

Sin un tratado de paz y atrapado en una pinza entre ejércitos imperialistas, el pueblo italiano continuó sufriendo. Llovían bombas aliadas: 220.000 milaneses perdieron sus hogares en sólo 5 días durante agosto de 1943. Entre tanto, se dejaba a los alemanes libres para atrincherarse en sus posiciones.46 Al doble trato del gobierno se le acababa el tiempo. El 8 de septiembre el general Eisenhower, cansado de la pérdida de tiempo de Badoglio, emitió la noticia de un armisticio firmado entre el gobierno italiano y los Aliados.47 Por sorprendente que resulte, incluso entonces Badoglio intentó seguir haciendo equilibrios. «Lucharemos contra cualquiera que nos ataque», aseguró, sin especificar quién podía ser.48 Otra orden militar era más clara: «bajo ninguna circunstancia se tomará la iniciativa en hostilidades contra tropas alemanas».49

Tantas dudas dejaron a las tropas italianas sin preparación para la represalia alemana. El ejército alemán atacó mientras el rey, Badoglio y los ministros de las tres fuerzas armadas huían hacia la seguridad de los Aliados. Sin más instrucciones que no luchar,50 el ejército italiano de un millón de combatientes quedó aniquilado de un día para el otro: se deportó a 615.000 soldados a campos de concentración y 30.000 murieron.51 Aunque finalmente el rey se la jugó a los Aliados, sus acciones anteriores simbolizan la traición de la clase gobernante al completo, y sellaron el destino de la monarquía en la posguerra.52

El norte de Italia se veía ahora sujeto a toda la fuerza de la política económica de guerra alemana, que consistía en «hacer recaer la responsabilidad de financiar la maquinaria bélica nazi en los ciudadanos de los países conquistados».53 Los nazis extrajeron de Italia 84.000 millones de liras, de un ingreso anual de 130.000 millones de liras.54 Emplearon a Mussolini como coartada para ello. Una atrevida acción de comandos lo liberó e instaló al frente de un régimen títere: la República de Salò. A partir de ese momento, los resistentes aplicaron un solo término para definir al enemigo: los nazifascistas.

Tras saquear el país, los nazis exigieron: a) su producción fabril; b) ninguna distracción en la lucha contra el avance de los Aliados en el sur; c) mano de obra para la maquinaria bélica alemana. La resistencia de trabajadores y campesinos del norte les privó de las tres cosas.

La diferencia entre esta guerra popular y la guerra imperialista quedó elocuentemente remarcada por Ginzburg,* del Partido de Acción, un grupo de republicanos radicales:

La declaración formal de hostilidades contra Alemania por parte del rey y de Badoglio no era sino un gesto sin significado que no hizo nada por cambiar la situación real de la época.

La verdadera guerra contra los nazis se declaró el 9 de septiembre, después de que se ordenara oficialmente a los soldados dejar las armas. El pueblo italiano se hizo con ellas y valientemente se enfrentó al blindaje de los tanques alemanes. Miles de soldados y civiles se dirigieron a las montañas antes que servir a los alemanes, y se equiparon para una guerra de guerrillas siguiendo el heroico ejemplo de los partisanos rusos y de los Balcanes. (...) La guerra italiana contra la Alemania nazi fue la guerra de un pueblo que aspiraba a la plena libertad política y social. (...) Esta guerra no se declaró con un intercambio de notas diplomáticas sino que se escribió con la sangre de héroes que sacrificaban cada día, que tuvieron un impacto en el futuro, que pesaron en la balanza de la Historia (...).55

Una partisana fue testigo del nacimiento de la guerra popular en Turín. En el mismo momento en que el rey y Badoglio buscaban protección, «los jóvenes lanzaron un ataque contra los barracones (...) y nosotros congregábamos una enorme manifestación frente a la Cámara de Trabajo, donde los obreros pedían armas y exhibían pancartas con la frase “convirtamos Turín en Stalingrado”. (...) Era el auténtico ejército de la clase trabajadora en movimiento».56

Luchar tanto contra Salò como contra la Wehrmacht otorgó a la lucha de masas un carácter dual: era una batalla por la liberación nacional y una «auténtica guerra civil»57 por la «emancipación de las clases».58 Las condiciones en Italia favorecieron este desarrollo. En Francia los nazis se habían derrumbado tan rápidamente al final que la Resistencia no tuvo necesidad de consolidar sus logros antes de la llegada de los Aliados. En contraste, a las tropas inglesas y americanas les llevó desde septiembre de 1943 hasta abril de 1945 llegar a la frontera norte de Italia. Como expresaba, triste, un diplomático británico, «el lento avance Aliado ha contribuido, sin duda, al nacimiento de un gobierno independiente en el norte».59

La guerra popular italiana, que fusionó la acción de los obreros en la industria con las acciones militares, era muchísimo más audaz que lo anteriormente visto en Austria o Alemania. Valiani, del Partido Acción, explica por qué:

Si el movimiento tomaba a los alemanes por sorpresa, se rendirían y realizarían concesiones. (...) Pero si el movimiento no se extendía y permanecía aislado en una sola ciudad, la Gestapo podría centrar su ataque, deteniendo y deportando gente a Alemania. Esto incluía a miembros de los improvisados comités con los que previamente habían negociado, así como a sospechosos políticos. Paradójicamente, el grado de atrevimiento, la extensión de las huelgas al máximo número posible de localidades, fue un movimiento de precaución.60

Milán se convirtió en el cuartel del Comité para la Liberación Nacional (CLN) y emuló a Turín poniendo en marcha una huelga clásica, esta vez bajo un régimen alemán. La exigencia era un drástico aumento de los salarios, doblar las raciones, proporcionar aceite y azúcar, el fin de los saqueos, el final del toque de queda y la exclusión de los nazis de los lugares de trabajo.61 El paro comenzó el 10 de diciembre de 1943 y en pocos días la capital lombarda se había detenido.

Mientras empresarios como Pirelli concedieron aumentos de salario de un 30 por ciento, otros proclamaron su disposición a las concesiones sólo si el comandante alemán, el general Zimmermann, los aprobaba.62 Éste ordenó el regreso al trabajo. Con los trabajadores sin ceder un ápice, las SS comenzaron a arrestarlos. De modo que se añadió una nueva exigencia a la lista: ¡la liberación de los arrestados! El general Zimmermann prometió vagas concesiones, pero los trabajadores no se dejaron impresionar: «seguiremos hasta la victoria completa. Sus amenazas no nos asustan. ¡Tan sólo concédanos lo que exigimos y regresaremos al trabajo!».63

Los acontecimientos en las fábricas Breda Funk muestran la dimensión social. Tras reunir a los 6.000 trabajadores en asamblea y prometerles la plena concesión de sus demandas, así como la liberación de los detenidos, el jefe preguntó: «¿vendréis a trabajar mañana?». La atronadora respuesta fue, aun así: «¡No!». Perplejos, los cuadros directivos sugirieron que la mano de obra escogiese representantes para reunirse con el general Zimmermann. Nadie respondió.64 Finalmente surgió una delegación, con la condición de que tan sólo hablaría con la directiva, y no con los nazis. Esta condición no se cumplió. Cuando la delegación llegó a Breda, los jefes se hicieron escurridizos, aparecieron los alemanes, cerraron todas las salidas e intentaron comenzar las negociaciones.

Finalmente, para intentar acabar con la huelga en toda la ciudad, los nazis ofrecieron aumentos de sueldo de entre el 40 y el 50 por ciento, así como mejoras en las raciones. ¡Aun así los trabajadores se negaron! Se rodearon las fábricas con carros de combate y los soldados intentaron obligar a la gente a regresar, aunque con escasos resultados.65 La huelga finalizó al cabo de una semana, pero los implicados dejaron claro que lo hacían porque así lo habían escogido ellos, no debido a la presión nazi.

La resistencia en el lugar de trabajo tan sólo era una forma de guerra popular. Los Grupos de Acción Patriótica (GAP) y los Escuadrones de Acción Patriótica (SAP), comandados por comunistas, operaban en el entorno urbano.66 Estaban comandados por experimentados antifascistas (muchos de ellos, veteranos de la guerra civil española) u ocasionalmente por soldados que habían conseguido llegar a las montañas, armados, antes de que los alemanes pudiesen capturarlos.67 Como con el maquis francés, los arrestos y la pena de muerte a los desertores por parte de los nazifascistas estimularon el reclutamiento a gran escala. El diario de un joven describe el dilema al que muchos se enfrentaban: «¿Qué voy a hacer? ¿Presentarme? ¡Nunca! (...) Así que aquí estoy, con 22 años, a la fuga y preguntándome: ¿me matarán a tiros? ¿O debería refugiarme en los bosques?». Pese a que habían tomado a su madre como rehén, escogió una vida de «robar armas, municiones, todo aquello que sirva a la causa (...)».68 Sólo en Pavía, el 50 por ciento de los llamados a filas no se presentaron.69

Numerosas fuentes dan fe de la eficacia de los partisanos. El comandante Aliado, el general Alexander, calculaba que seis de las 25 divisiones de la Wehrmacht estaban ocupadas lidiando con ellos.70 Desde el bando opuesto, Kesselring, comandante supremo de Alemania para Italia, se quejaba de que desde el inicio de la «guerra de guerrillas ilimitada», en junio de 1944, los 200.000 o 300.00071 partisanos «constituían una amenaza real para las fuerzas armadas alemanas y jugaron un papel decisivo en la campaña. Eliminar esta amenaza era de vital importancia para nosotros». Consideraba que «las luchas contra las fuerzas regulares enemigas y contra los grupos de partisanos tenían la misma importancia [de modo que] había que emplear las mejores tropas (...)».72 Las guerrillas se adjudicaron 5.449 acciones por sorpresa, 218 batallas campales, 458 locomotoras destruidas, 356 puentes volados y 5.573 operaciones de sabotaje contra líneas de comunicaciones y de suministro de energía, así como decenas de miles de soldados enemigos muertos.73

El método de combate guerrillero de la guerra popular era bastante diferente al combate imperialista. Cuando Giovanni Pesce, un partisano, fue a recoger armas del ejército real, un oficial le exigió saber su graduación. Pesce estaba escandalizado: «ni el completo derrumbe del 8 de septiembre ni la insurrección partisana habían alterado un ápice la rígida visión de este hombre de que ha de haber una jerarquía fija e inmutable». Otro partisano se quejaba de «la disparidad social entre oficiales y soldados» que halló, y que contrastaba con «nuestras formaciones, basadas en la democracia absoluta». Los guerrilleros veían «la institución de los oficiales [como] un lío incomprensible. En los Garibaldini [el grupo liderado por los comunistas] un oficial comparte pan, mesa y fogata con los demás soldados».74 La incomprensión era recíproca. El general Cadorna, enviado al norte a comandar los partisanos en nombre del rey, se vio sorprendido por su implicación política y por la «elección de oficiales por consenso de las bases» que se daba en algunas unidades.75

El dinero era otro motivo de enfrentamiento. Para el líder del GAP, Cichetti, la idea misma de percibir un salario era ofensiva: «Detestaba la idea de que se me pagara por ser un partisano. No había visto una lira durante seis meses, pero siempre había sido capaz de ir tirando sin tener que recurrir a las leyes del mercado para sobrevivir».76 Generalmente se rechazaba la paga mayor para oficiales porque «estamos en una guerra popular, librada por voluntarios motivados por un espíritu altamente patriótico».77 A diferencia de los ejércitos profesionales o de conscripción, en los que se ve con malos ojos el debate político, los partisanos eran a la vez un prototipo de estado alternativo y una milicia. En agosto de 1944 un típico acuerdo entre varios grupos partisanos declaraba:

Lejos de ser una réplica en miniatura de la vieja estructura militar, el ejército partisano es el símbolo de un movimiento independiente que debe su existencia a la voluntad del pueblo, lo que es, por sí mismo, una inequívoca afirmación política. La guerra contra los nazifascistas es tan sólo el paso preliminar de un camino hacia nuestro objetivo definitivo; la reconstrucción radical de la vida política, social y moral de nuestro país... luchamos por la democracia, por la libertad en el sentido más amplio del término, por la justica, la dignidad y el respeto que se debe a todo hombre.78

Estos principios se podían poner en práctica cuando se expulsaba a las fuerzas del Eje de zonas enteras. Aparecieron quince repúblicas partisanas79 en lugares como Carnia (150.000 habitantes), Montefiorino (50.000) y Ossola (70.000).80 Sus administraciones eran bastante diferentes a la de Salò o a la de Badoglio.81 En Varzi, por ejemplo, una asamblea masiva eligió un gobierno local purgado de fascistas mediante democracia directa. Los observadores vieron «gentes de todas las razas (...) entrando y saliendo del ayuntamiento. Había campesinos que querían permisos, que venían a recoger su parte de bienes requisados o a protestar por un abuso; burgueses, mujeres partisanas de clase trabajadora, muchas caras nuevas».82 Lo que se requisaba se pagaba en especies o con «dinero» partisano, que se podría cambiar cuando el país quedase liberado.83

Este acuerdo financiero también funcionaba en la República de Val d’Ossola,84 donde se eliminó el crimen, se fundó una «Universidad Popular» frecuentada por todas las clases, se nombró a la primera ministra de Italia y se restauraron los sindicatos.85 Se ha dicho que esta zona fue «la única parte sustancial de la Europa ocupada por Hitler en obtener su independencia y en obtener reconocimiento por parte de Suiza».86 Los partisanos esperaban que la República obtuviese una sustancial ayuda del exterior, puesto que su capital, Domodossola, estaba cerca de Milán y podía resultar una útil plataforma para lanzar la ofensiva angloamericana. Pero el representante aliado se mostró desdeñoso: «No deben ustedes pretender estar a cargo de operaciones militares, como Alexander o Eisenhower (...)».87 Otro explicaba que la existencia continuada de la República la convertía «no sólo en rival del gobierno italiano en Roma, sino también en rival del ejército italiano (...)».88 Un líder partisano lamentaba que «la indiferencia mostrada por los Aliados con respecto a los esfuerzos realizados en Domodossola provocó una oleada de hostilidad».89 Sin ayuda exterior, la República fue aplastada tras seis días de intensos combates.

En el debate acerca de la política de espera surgen nuevas pruebas de la tensión entre las guerras paralelas. Quienes se oponían a esta política defendían una inmediata guerra popular de liberación; quienes la apoyaban deseaban esperar la salvación por parte de los ejércitos imperialistas.

Battaglia ha parafraseado sus argumentaciones. Los partidarios de la política de espera decían: «es inútil atacar a los alemanes; no somos los suficientes como para hacerlo bien, y lo que es más: todo intento que realicemos tan sólo provocará represalias. Además de sufrir nosotros, la población civil sufrirá, y sufrirá de manera espantosa».

Pasa luego a exponer los errores de estas argumentaciones. «¿Cómo podía la resistencia aumentar en fuerza o extender su alcance si permanecía pasiva, completamente estática? Es más, los partidarios de la política de espera habían fallado estrepitosamente al no reconocer que por razones locales, nacionales, sentimentales y de estricto sentido común, se había vuelto absolutamente necesario luchar contra los alemanes».90

Un factor que impelía a la acción independiente era que los Aliados negaron a Italia todo derecho porque había formado parte del Eje. Así, el ministro de Asuntos Exteriores de Churchill expresó su rabia cuando los italianos sustituyeron al mariscal Badoglio: «una nación que se ha rendido incondicionalmente no tiene derecho a presentar un gobierno escogido por ella misma».91 Sencillamente, Gran Bretaña no estaba allí para liberar Italia, como admitía Radio Londres: «la liberación de la península no es, ni debe ser, el objetivo definitivo de los Aliados. Se trata tan sólo de un medio para derrotar a Alemania (...)».92

Esta actitud llevó a algunos comentaristas a bromear con que Italia estaba ahora bajo dos ocupaciones: en el sur estaban los Aliados apoyados por un rey fascista; en el norte estaban los alemanes apoyados por la República de Salò de Mussolini.93 Bajo esta perspectiva, la política de espera se limitaba bien a aceptar el nazifascismo o la dominación imperialista Aliada a través del AMGOT (Gobierno Militar Aliado del Territorio Ocupado).

La única alternativa era una lucha de liberación. Una de las formas que tomó esta lucha fueron más huelgas masivas. En primavera de 1944 medio millón de personas dejaron las herramientas en el paro más generalizado de la segunda guerra mundial. Estaba casi igualmente dirigido a convencer a los Aliados de que los bombardeos aéreos a gran escala eran innecesarios.94

Otro tema relacionado era el «terrorismo». ¿Debían los partisanos atentar individualmente contra nazis tras las líneas, incluso si ello provocaba que los alemanes asesinaran a rehenes y civiles, o debían esperar a ingleses y americanos? Un notable ejemplo de los riesgos que se corrían tras acciones terroristas se dio tras la matanza de 32 guardias de las SS en Roma. En represalia, los nazis ejecutaron a 335 rehenes italianos en las Cuevas Ardeatinas.95 Para los partidarios de la política de espera, este horrible castigo colectivo demostraba la necesidad de esperar, y, en efecto, algunos campesinos se revolvieron contra los partisanos por miedo a que sus acciones implicaran represalias.96

Los guerrilleros eran perfectamente conscientes de este problema, pero tenían una solución. Valiani, cuyo Partido de Acción estaba vinculado a los partisanos de Justicia y Libertad, explica que el terrorismo urbano intentaba evitar los castigos colectivos y, a la vez, inspirar a los jóvenes a que se unieran a la lucha.97 Mientras que, en el frente, las tropas del Eje se enfrentaban a ataques, en las ciudades «el terrorismo no se dirigía contra soldados enemigos, sino contra la maquinaria de la policía, la represión y las represalias. Se adoptó, pese a los riesgos, como un método de autodefensa».98 Las acciones con éxito demostraban que el enemigo no era invencible. Pavone ofrece un ejemplo: cuando la policía fascista comenzó una acción antiguerrillera en una zona, el GAP mató a 17 de ellos. Como consecuencia, de los 150 restantes, 100 desertaron de sus puestos, algunos de ellos, incluso, uniéndose a los partisanos.99

Las acciones públicas eran eficaces en tanto no sustituyeran, o se convirtieran en una alternativa a, acciones masivas como las huelgas. Los partisanos no se atrevieron a aislarse de la población general, de la que dependían para obtener refugio, comida y apoyo general. Un ejemplo de cómo podía funcionar este vínculo se muestra en Nuestra Lucha,* en febrero de 1944. Los alemanes querían embarcar mano de obra y maquinaria de Italia para contribuir a su esfuerzo bélico, pero la resistencia respondió: «¡Ni una máquina, ni un obrero han de ir a Alemania! Para conseguir esto, las acciones de la masa de trabajadores [tendrán el apoyo de] escuadrones de defensa armada (GAP) y formaciones partisanas, [que] sistemáticamente interrumpirán y destruirán las comunicaciones con Alemania».100

Quizás el argumento más poderoso lo dio un rehén de los nazis: «No abandonéis la lucha. No dejéis que mi situación os refrene. Si sobrevivo, sobrevivo, pero si he de morir cumpliré con mi destino. ¡Lo importante es que nunca os rindáis!».101 Cualquier duda que pueda surgir ante el empleo del terrorismo como arma en el arsenal de la guerra popular, palidece ante la barbarie del bombardeo indiscriminado tan apreciado por los Aliados.

Más allá de los méritos de este debate, la política de espera convenía a la causa del imperialismo Aliado. El 10 de noviembre de 1944, el general Alexander, comandante de las Fuerzas Aliadas en Italia, anunció que sus tropas no avanzarían ese invierno y que los partisanos debían quedarse quietos, abandonar las acciones ofensivas, regresar a sus hogares y esperar órdenes posteriores.102 Esta declaración tuvo un efecto devastador para la moral. Los guerrilleros estaban combatiendo en un clima cada vez más difícil contra enormes ejércitos nazifascistas que tenían carta blanca para atacar.

Longo, el comunista más destacado de la resistencia, interpretó la maniobra de Alexander como «un intento, por parte del mando Aliado, de eliminar el movimiento de liberación italiano».103 Se ha argumentado, a favor del general, que las defensas alemanas de la Línea Gótica eran inexpugnables y que los comandantes aliados no guardaban «consideraciones políticas; sólo pensaban en interés de los partisanos».104 Sin embargo, a Behan le parece extraño que la declaración de Alexander «no se emitió codificada, como era la norma. Peor aún, no se informó ni consultó de antemano a los líderes de la resistencia (...)».105

Sugerir, en una Italia septentrional infestada de soldados alemanes y fascistas, que los partisanos abandonasen las operaciones demostraba la falta de sensibilidad hacia las deportaciones de mano de obra hacia Alemania, los actos cotidianos de represión hacia la población, etc. La respuesta de los guerrilleros fue que «la guerra partisana no constituye, por parte del pueblo italiano ni de los patriotas que se han alzado en armas, un mero capricho, una bagatela de la que uno puede refrenarse a voluntad. Surgió de la necesidad vital de defender nuestra herencia material, moral y social; ésta es la causa suprema por la que hemos estado luchando y debemos continuar luchando día tras día. (...) La guerra ha de continuar».106 Ya sea que Alexander estuviera motivado por el disgusto de los políticos hacia la liberación popular italiana o tan sólo por consideraciones militares,107 este episodio es un ejemplo muy gráfico de las dos guerras en la práctica.

Aunque los trabajadores jugaran un papel tan prominente en Italia, ni siquiera aquí la guerra popular fue un fenómeno puramente de clase. Así, los empresarios más astutos del norte se dieron cuenta de que las amargas disputas con su mano de obra invitaban a la intervención nazi, lo que podía llevar a que se llevaran a sus trabajadores (y a sus fábricas) a Alemania.108 Para evitar esto hicieron concesiones y protegieron a «sus» empleados.109 Behan describe las «maniobras de esquiva y serpenteo» de Fiat. Incluso mientras producía tanques y partes de cohetes V2 para Alemania, mantenía vínculos con los servicios de inteligencia de EE.UU. y proporcionaba masiva financiación al CLN. El líder de la resistencia en Fiat Mirafiori comprendía que sus empleadores «no tenían escrúpulos a la hora de mirar hacia varias direcciones al mismo tiempo a fin de salvaguardar su interés principal: los beneficios».110

De igual manera, y en interés de la unidad nacional, la resistencia italiana unió a multitud de partidos que representaban una constelación de fuerzas de clase. Así, al día siguiente del armisticio del 8 de septiembre de 1943, los cinco principales partidos políticos (comunistas, socialistas, Partido de Acción, democristianos y liberales) formaron el Comitato di Liberazione Nazionale Alta Italia («Comité de Liberación Nacional del Norte de Italia», CLNAI).

Los comités locales se extendieron rápidamente. A su vez, se fundó una estructura militar centralizada, el CVL (Corpo Volontari della Libertà, «Cuerpo de Voluntarios de la Libertad) para supervisar la actividad partisana.

La relación entre la cúpula y las bases de esta guerrilla popular eran complejas, y la interacción más importante e interesante tenía lugar dentro de la esfera de influencia del PCI. Aunque las estadísticas difieren, está claro que el PCI era la fuerza dominante. Spriano sugiere que entre el 80 y el 90 por ciento de los detenidos políticos eran, en los primeros tiempos, comunistas.111 Cuando el movimiento antifascista despegó de forma masiva, la influencia del PCI persistió. Hacia octubre de 1944 quizás cinco octavas partes de los partisanos estaban en las Brigadas Garibaldi,112 controladas por los comunistas, y el 60 por ciento de los partisanos que morían tenían vínculos con formaciones comunistas.113 Incluso los rivales políticos admitían la preponderancia numérica de los comunistas: Valiani, del Partido de Acción, el segundo grupo más importante, estimaba que el 41 por ciento de los partisanos estaban en las Garibaldini, por un 29 por ciento que se encuadraban en sus grupos Justicia y Libertad.114 La afiliación al PCI, que antes de la guerra era de 6.000 personas, era de 1,8 millones hacia el final de la misma.115

Por tanto, las políticas con respecto a la clase trabajadora marcaron el tono del discurso incluso de rivales ideológicos o políticos. Así, Olivelli, líder de los partisanos católicos Llama Verde, daba por sentado que:

La era del capitalismo que produjo riquezas astronómicas y ha llevado a una miseria inenarrable se encuentra en sus estertores finales. Un régimen sin alma impulsó la extensión de una pobreza increíble, saboteó los esfuerzos productivos del pueblo y provocó deliberadamente la inhumanidad de los hombres contra los hombres; exaltó el culto al poder y la violencia, se manifestó mediante la tiranía y la opresión, y acabó ardiendo en las llamas de la guerra. De las convulsiones finales de esa época nace una nueva era, la era de las clases trabajadoras, infinitamente más justa, más fraternal, más cristiana.116

Las bases obreras del PCI animaban al partido a reflejar las necesidades de la guerra popular, pero sus líderes sentían otras presiones. Desde 1926 la represión fascista había llevado a este grupo al exilio (en Francia y Rusia). Quedó tan apartado de las bases que, según un académico, «en la mayor parte de ciudades y pueblos nadie [de las bases] había tenido ningún contacto con el aparato del partido durante años (...)».117 La máxima dirección, liderada por Palmiro Togliatti, sin embargo, se orientaba hacia el estalinismo. Togliatti intentó controlar y canalizar los aspectos espontáneos de la lucha hacia estructuras incluso más centralizadas (Los CLNs, el CLNAI y el CVL). Esto se debía, parcialmente, a exigencias de la guerra, que exigía cada vez mayor coordinación conforme aumentaba la escala de los combates. También reflejaba el programa de la cúpula del PCI. Las bases democráticas y las necesidades de centralización de la lucha armada no eran inherentemente antagónicas. Podían reforzarse mutuamente. Sin embargo, la guerra popular sí que entró en conflicto con el centralismo, porque éste respondía a la persecución, por parte de Togliatti, de objetivos de política exterior rusos.

La manifestación más dramática de esto se dio en marzo de 1944, cuando Togliatti se unió al gabinete de Badoglio. El llamado «Giro de Salerno» era algo totalmente inesperado. Dos meses antes, una conferencia del PCI en Bari había criticado duramente a Badoglio,118 y el periódico del PCI, L’Unità, había ridiculizado la idea de que el régimen del sur pudiera combatir al nazismo: «¿Cómo podría, un gobierno al que el pueblo le aterroriza, liderar una guerra popular?».119 Durante el fascismo, el PCI había sufrido de un modo terrible a manos de gente como Badoglio y el rey, y sin embargo ahora Togliatti escribía: «La clase trabajadora debe abandonar la postura de oposición y crítica que ocupó en el pasado (...)».120 No sin razón Broué ha sugerido que el Giro de Salerno representó «la introducción en Italia de un aparato estalinista procedente del exterior, intentando imponerse al verdadero partido, al partido real (...)».121

La política de Togliatti se adecuaba a las decisiones tomadas en la Conferencia de Yalta de febrero de 1945,122 en que Stalin, Churchill y Roosevelt dividieron Europa en esferas de influencia. Dado que Italia caía en la esfera de influencia angloamericana, debía sacrificarse a la resistencia a fin de cumplir con el trato que daba a Rusia predominio en el este de Europa. El Giro de Salerno cambió el papel del PCI en la resistencia. La lucha de clases debía ahora sustituirse por la «unidad nacional» con los jefes, la monarquía, los ex fascistas y todo aquel que no se encontrara abiertamente en el bando de los nazis. La edición de mayo de 1944 del periódico de la guerrilla del PCI, Il Combattente, insistía en que «todo desacuerdo acerca del régimen que queremos en nuestro país, toda legítima reforma, si no es urgente, debe relegarse a un segundo plano, dejarse de lado, esperar hasta después de la victoria».123 Qué contraste con sus propias palabras seis meses antes: «la lucha de campesinos y obreros por sus demandas inmediatas es sacrosanta, inevitable [y] debe vincularse a la lucha armada, sin la cual ambos, tarde o temprano, acabarían asfixiados».124

Algunos activistas de base percibieron el movimiento de Togliatti como «un acto de traición».125 «Causó perplejidad, especialmente entre quienes habían estado en la cárcel durante años.»126 Incluso individuos prominentes, como Amendola, admitieron: «conforme el Comité Central llevaba a cabo su actividad política en torno a la línea de acción de unidad nacional, casi todos los grupos con los que estaba en contacto (...) tendían a no comprender o a desaprobarlo».127 Scoccimarro hallaba las posiciones de Togliatti «absolutamente inoportunas, y es de desear que no se repitan».128

El Partido de Acción, tenazmente republicano, orientado mucho más a la clase media, al trabajador cualificado y más moderado que el PCI,129 se encontraba ahora a su izquierda. Al principio, Valiani pensó que las noticias acerca del Giro de Salerno eran falsas, y resaltó la alegría con que la República de Salò de Mussolini describía la acción del PCI como venderse a la monarquía.130 El Partido de Acción advirtió a Togliatti que estaba amenazando con dividir el movimiento antifascista.

Una de las consecuencias del Giro de Salerno fue el surgimiento de movimientos revolucionarios fuera del PCI que abogaban por «la lucha de clases extrapolada al plano internacional».131 Hacia junio de 1944, el grupo Stella Rossa («Estrella Roja»), que acusaba al PCI de traicionar a la clase trabajadora y unirse a la burguesía, tenía ya tantos miembros como el PCI en la ciudad industrial clave de Turín.132 Bandiera Rossa («Bandera Roja») tenía más combatientes en Roma que el PCI. Este movimiento opinaba que el PCI había perdido su derecho a autoproclamarse comunista.133

Sin embargo, Togliatti guardaba un as en la manga: su asociación con la URSS y el Ejército Rojo, que en aquel mismo momento estaba haciendo retroceder a los alemanes en el Frente Oriental. Conforme las tropas rusas se acercaban al campo de concentración de Flossenburg, un prisionero de los Garibaldini describía cómo «oía un rugido. (...) Esos cañones eran la voz de Stalin».134 Otro prisionero, pese a ser miembro del Partido de Acción, expresaba su decepción por ser liberado por soldados de EE.UU. en lugar de por el Ejército Rojo. El Giro de Salerno de Togliatti se legitimaba gracias al mito de que Rusia representaba «el socialismo realmente existente», o, como expresaba un grafiti, que la URSS «se apoyaba realmente en los pobres, en los humildes, los proletarios y trabajadores (...)».135 Antes de la pirueta de Togliatti, se describía a «los jefes» como «vampiros que se alimentan de la mano de obra, que sacan beneficios de la guerra y de la ocupación alemana (...)».136 Ahora, ostentando la autoridad soviética, la cúpula del PCI exigía a sus seguidores italianos que se unieran con «industriales, intelectuales, sacerdotes, ex fascistas (...) nadie queda excluido».137 Por tanto, a quienes alzaran el puño o vistieran símbolos como la hoz y el martillo había que tratarlos «con severidad y hacerlos trabajar en la línea del partido».138

A cambio de la financiación, la resistencia aceptaba también los «Protocolos de Roma» que subrayaban: «Conforme el enemigo se retira, todos los componentes [de los partisanos] quedarán bajo el mando directo del Comandante en Jefe [Aliado] (...) y obedecerán cualquier orden suya o del Mando Militar Aliado en su nombre, incluidas las órdenes de disolución y desarme cuando se les pida».139

Había límites en cuanto a cuán a la derecha podía escorar el PCI, porque tenía que aplacar a sus miembros, competir con grupos políticos rivales y guardar fuerzas para negociar en la era de posguerra. Los miembros del Partido Comunista con carné eran una minoría, y los partisanos no eran autómatas. Las líneas de comunicación y mando eran difusas; las estructuras jerárquicas formales rara vez correspondían a las anárquicas condiciones del combate sobre el terreno. De modo que el PCI no abandonó del todo el lenguaje radical. Describiendo la cuadratura del círculo, Togliatti seguía pidiendo una «insurrección», pero no sería «socialista ni comunista, sino de liberación nacional para destruir el fascismo».140 De igual manera, el PCI rechazaba la política de espera y «los esfuerzos Aliados para marginar a los partisanos», e impulsaba el establecimiento de CLNs en cada pueblo, barrio y fábrica.141 Esta institucionalización del movimiento era a la vez una manera de desafiar al AMGOT y al gobierno real, un modo de ejercer control desde arriba y una manera de organizar más eficazmente el combate desde abajo. Sin embargo, persistía una tensa relación entre la guerra popular y las corrientes de la guerra imperialista en el seno del movimiento de resistencia.

Para abril de 1945 la ofensiva de los Aliados parecía estar a punto, por fin, de penetrar en el norte. En aquel momento el CLNAI emitió su Directiva 16, una llamada a «la insurrección nacional». Como nota de realismo, aseguraba que «los Aliados pueden decidir, por una u otra razón, retirar su apoyo en lugar de hacer la contribución que les hemos pedido». Aun así, «las formaciones de partisanos atacarán y eliminarán los cuarteles nazifascistas, liberando ciudades, barrios y pueblos. (...) Proclamaremos una huelga general (...) la culminación de la larga campaña del pueblo por la libertad y la expresión de su determinación inquebrantable».142

Durante el mes que se tardó en completar la liberación definitiva de Italia, los dos tipos de guerra se complementaron mutuamente, con los ejércitos Aliados luchando en el frente mientras los partisanos golpeaban desde la retaguardia. Inmensas huelgas generales sacudieron las ciudades del norte industrial, dando al traste con los planes alemanes de aplicar una política de «tierra quemada» destruyendo las infraestructuras del norte. Aun así, la distinción entre ambas guerras populares no desapareció. Un buen ejemplo fue la liberación de Génova, cuya historia ha narrado Basil Davidson, oficial británico de enlace con los partisanos.

Génova era una ciudad portuaria que, junto a Milán y Turín, formaba el «triángulo industrial» que impulsaba su desarrollo económico. En abril de 1945 había más de 15.000 alemanes fuertemente armados ocupándola.143 En una maniobra similar a la de Von Choltitz en París, el general Meinhold ofreció declarar Génova ciudad abierta si los partisanos permitían a la Wehrmacht retirarse sin problemas. El 23 de abril, el CLN decidió evitar que las fuerzas de Von Choltitz pudieran luchar en ningún otro lugar, plantándoles cara inmediatamente. En ese momento los partisanos eran unos 6.000. Carecían de suministros adecuados por parte de los Aliados y la mayoría apenas iban armados.144 Sin embargo lucharon contra los nazis hasta llegar a un alto el fuego y el 25 de abril 9.000 alemanes se rindieron incondicionalmente. Dos días después, una sección de 7.000 soldados intentó romper el cerco, pero finalmente acabó rindiéndose ante una fuerza de 300 soldados de las SAP.145

El CLN había liberado Génova. En aquel justo momento apareció el Ejército de los EE.UU. encarnado en el general Almond. Al no hablar italiano, sólo podía dirigirse a la cúpula del CLN a través de Davidson.

«Dígales», me pidió el general Almond, «que mis tropas han liberado su ciudad, y son hombres libres».

Siguió un silencio, que continuó.

El general me miró con cierta sorpresa: ¿no sabía yo hablar italiano?146

Davidson, que había luchado junto a los partisanos y sabía lo que habían logrado, no se atrevía a traducir las palabras de Almond. Él mismo continúa:

Entonces intervino la Providencia. (...) Fuera de la habitación se escuchó repentinamente un ruido atronador de gritos y clamores. Nos abalanzamos sobre los ventanales hacia el balcón que daba a aquella calle con columnatas.

Al mirar hacia abajo, vimos a lo lejos, en la calle, las densas primeras columnas de una multitud de hombres avanzando, y luego vimos que se trataba de una columna, una columna de prisioneros alemanes de a docenas por fila, cientos, miles de ellos, desfilando por la calle desarmados pero escoltados por partisanos armados a ambos lados. Entonces regresamos al salón y el general Almond me calibró con la mirada y dijo: «muy bien».147

El ejemplo de Génova se repitió de muchas maneras por todo el norte de Italia. Pese a la desafortunada declaración del general Alexander y a la falta de suministros adecuados de armas a todos excepto a los partidarios de la política de espera, la resistencia había jugado un papel decisivo en la liberación.

Lo irónico es que no serían los alemanes quienes la desarmaran, sino que se haría desde dentro. La clase trabajadora había sido a menudo la punta de lanza del movimiento, pero el partido al que había sido leal aceptó un retorno a la normalidad capitalista. Al general Almond no le quedó más opción que reconocer la obra del CLN el día en que Génova fue liberada, pero inmediatamente después, un brigadier británico pidió a Davidson que tradujera nuevas palabras: «dígales, por favor, que el comité, este comité, se disuelve a partir de mañana. Todas sus funciones cesan. El AMGOT asume todas sus responsabilidades».148 Pero ingleses y americanos carecían de autoridad para respaldar sus órdenes, como explica Davidson:

Aquellos graves ligures escuchaban en silencio. (...) Ya habían contado con este resultado. Por ello habían lanzado una insurrección y la habían llevado a cabo hasta el final. Y tenían razón. Lo que este CLN había previsto, se aplicaba a otros CLN. Los oficiales del AMGOT podían tener toda la fuerza de los ejércitos Aliados a su disposición, pero se demostró que retirar a personas nombradas democráticamente de sus posiciones de responsabilidad iba mucho más allá de las posibilidades del AMGOT.149

Ingleses y americanos no podían hacerlo pero, como explica Davidson, los líderes políticos podían. Habían firmado acuerdos y «debían cumplirlos. No se eliminó a las personas nombradas democráticamente, pero tuvieron que ayudar a la eliminación de su movimiento. Se dejó de lado a los CLN hasta que se desvanecieron».150 Incluso si el imperialismo robó a la resistencia italiana la posibilidad de transformar la estructura fundamental de su sociedad, sus logros fueron innegables, y completamente diferentes a las obras de los gobernantes, tanto Aliados como del Eje. Pese a los esfuerzos del AMGOT, de los capitalistas y de los ex fascistas italianos, la guerra popular dejó una marca indeleble en la política italiana posterior, incluso si esto se vio reflejado, sobre todo, por la reforzada posición del PCI que la había traicionado.