2

YUGOSLAVIA: PODERES EN EQUILIBRIO

A primera vista Yugoslavia no parece conformarse a un patrón de guerras paralelas. En las fases finales del combate, el ejército de resistentes de Tito, con suministros británicos y ayudado por el Ejército Rojo, se enfrentó al Eje y lo derrotó. La apariencia, sin embargo, engaña. Antes de su triunfal conclusión hubo una amarga lucha armada entre los partisanos de Tito y los chetniks de Mihailović. Se trató de una lucha por el verdadero significado de la segunda guerra mundial.

Al conquistar Yugoslavia en marzo de 1941, Hitler entraba en uno de los países más atrasados y oprimidos de Europa. El 80 por ciento de su población de 16 millones de habitantes eran campesinos. La distribución de la tierra era muy desigual: apenas 7.000 terratenientes poseían tanta tierra como un tercio de toda la población. Los trabajadores del país, 1,1 millones, trabajaban más horas que nadie en Europa, mientras que 500.000 se encontraban sin trabajo. Todo esto estaba presidido por un autoritario gobierno monárquico que había prohibido el Partido Comunista Yugoslavo (PCY) ya en 1921.1 Ocho años más tarde el rey Alejandro abolió el Parlamento y se hizo con el poder absoluto. Fue asesinado y le sucedió su hijo Pedro II, quien, al ser demasiado joven para gobernar, cedió el poder a su primo, el príncipe regente Pablo. En los años previos a la segunda guerra mundial el país oscilaba peligrosamente entre los bloques de las potencias Aliadas y el Eje.2 Esto llevó a que en 1940 un oficial británico sugiriese sobornar al Estado Mayor porque «corre el rumor de que varios generales yugoslavos se han hecho construir mansiones con dinero suministrado por los alemanes. Quizás podríamos ayudarles a añadirles nuevas alas».3 Con el estallido de la segunda guerra mundial, las autoridades estaban entusiasmadas con la posibilidad de quedar en el bando ganador, aunque nadie sabía cuál de ambos sería. Finalmente, en 1941 el gabinete del príncipe Pablo apostó por el Eje, y optó por firmar el Pacto Tripartito. Otra parte del establishment, dudando del valor de esta alineación, impulsó un golpe de estado militar. Depusieron al príncipe Pablo y lo sustituyeron por el aún menor de edad rey Pedro. Masivas manifestaciones antifascistas dieron la bienvenida a este resultado, pero, signo inequívoco de su falta de convicción, el nuevo gobierno intentó ganar tiempo adhiriéndose al Pacto y, a la vez, negociando con los Aliados.4 Los representantes británicos lamentaban «las noticias sorprendentes y a la vez descorazonadoras procedentes de Belgrado. ¡El Gobierno parece haber emitido un mensaje de que su política exterior no ha cambiado!».5

En esta caótica situación Hitler demostró una decisión típicamente brutal y lanzó la «Operación Castigo» para conquistar el país.

La derrota militar fue rápida porque el régimen se negó a armar a la población o aceptar ayuda de la izquierda. En privado se admitía que el gobierno tenía menos miedo de los ocupantes que del pueblo, algo demostrado ya en el trato a la población en Belgrado.6 Djilas, un líder comunista, describía cómo, bajo una lluvia de bombas,

La policía y los nacionalistas serbios [chetniks] vagaban por las calles en camiones e intentaban establecer «el orden» en una ciudad que había pasado de 300.000 habitantes a 30.000. Disparaban a la gente, purgando a la ciudad, según ellos, de la «quinta columna» y de desertores (...). Los mismos policías que habían maltratado a estudiantes y trabajadores en años recientes se movían ahora por toda la ciudad con la insignia de los chetniks. Los comunistas teníamos que escondernos, pese a ser los más fieros defensores del país.7

Djilas añadió que cuando el gobierno del rey Pedro huyó a Londres dejó tras de sí un sentimiento de «gran amargura»: «había algo podrido en ese gobierno. Una profunda desintegración moral que supuraba del aparato estatal, de los más altos rangos militares».8

El Eje procedió entonces a desmembrar Yugoslavia. Se estableció un estado títere en Croacia/Bosnia Herzegovina bajo el feroz mando de los ustachas, las milicias de Pavelić; Eslovenia se dividió en zonas de influencia alemanas e italianas; Italia tomó Montenegro. Serbia, bajo la plena ocupación alemana, y gobernada por el régimen colaboracionista de Nedić,9 cedió territorio a Hungría, Bulgaria y Albania.

De este tumulto surgieron dos fuerzas de resistencia. Los chetniks de Serbia eran un grupo de oficiales del ejército que tomaban su nombre de las bandas que luchaban contra los turcos durante la primera guerra mundial. Estaban dirigidos por el coronel Mihailović, al que el gobierno monárquico en el exilio no tardó en nombrar ministro de la Guerra.10 Aunque aseguraba que «como soldado, la política nunca me ha interesado»,11 pronto adoptó el eslogan «Con fe en Dios, por el Rey y la Madre Patria».12 Posteriormente adoptó un programa más completo:

1. Luchar por la libertad de todo el país bajo el cetro de Su Majestad el rey Pedro II.

2. Crear una gran Yugoslavia, y en ella, una gran Serbia, étnicamente pura dentro de sus fronteras (...)

3. Limpiar el territorio del Estado de todas las minorías nacionales y elementos no nacionales.13

Como en las corrientes proimperialistas de cualquier otro lugar, la lógica del programa de los chetniks era recuperar la independencia nacional, a fin de restaurar el orden nacional de preguerra con sus contornos divisorios de etnias. Sin embargo, la derrota militar y la huida al exilio habían desacreditado a la vieja maquinaria estatal. Esto dio alas a sus oponentes domésticos y, a la vez, disminuyó la capacidad de los chetniks para suprimirlos. Como el rey Pedro, Mihailović no se atrevió a movilizar a la población local para luchar por la independencia. Sin esa opción, su única esperanza de éxito era esperar a los Aliados para que expulsaran a los invasores. Se ha etiquetado este tipo de política, que se dio en muchos países, como «de espera».

En 1941 Mihailović tenía razones para esperar ayuda británica a gran escala. Con el pacto Hitler-Stalin en vigor, Francia derrotada y los EE.UU. neutrales, Gran Bretaña se encontraba aislada e incapaz de llevar a cabo operaciones militares en el continente. De modo que Churchill creó la Dirección de Operaciones Especiales (SOE) para impulsar movimientos de resistencia que debían «incendiar Europa».14 Los informes de las actividades de Mihailović, que llegaron a Gran Bretaña en primavera de 1942, constituyeron las primeras noticias de guerra de guerrillas tras las líneas del Eje. Esto convirtió al serbio en «un héroe de la resistencia europea, y (...) un brillante ejemplo para los demás (...)».15

Churchill tenía un motivo adicional para ayudar a los chetniks. Cuando Hitler lanzó la Operación Barbarroja (la invasión de la Rusia soviética), Stalin rogó que se abriera un segundo frente en Francia, para aliviar la presión que los alemanes ejercían en el frente oriental. El primer ministro británico necesitaba una coartada para rechazarlo. Dijo a Roosevelt: «la principal tarea que tenemos ante nosotros es, en primer lugar, conquistar las costas africanas del Mediterráneo para [desde ellas] atacar el bajo vientre del Eje con suficiente fuerza y en menor tiempo posible».16 El área de los Balcanes era ese bajo vientre y también quedaba convenientemente enclavada en la ruta británica hacia la India.

Los partisanos de Tito eran un grupo de resistencia rival de los chetniks. Las visiones acerca de este grupo tienden a polarizarse de modo extremo. Por ejemplo, un historiador norteamericano ha ridiculizado recientemente su aseveración de tratarse de una «coalición de todos los partidos democráticos y progresistas» y ha sugerido que su intención era «la imposición de un régimen comunista sobre el pueblo de Yugoslavia».17 En el momento de los hechos, Jones, un mayor canadiense que se había lanzado en paracaídas sobre su campamento como oficial de enlace, expresaba un punto de vista opuesto: «era la unidad de la comunidad, simbolizada en el comité local que era la fuerza del Movimiento por el Frente de Liberación de Yugoslavia. Era democracia en su máxima expresión. La gente de cualquier comunidad libre era absolutamente libre de hacer lo que quisiera (...)».18

El movimiento partisano estaba liderado por el comunismo, de modo que es esencial un conocimiento básico del PCY. Djilas ha descrito su conversión. Comenzó con «una profunda insatisfacción con respecto a las condiciones existentes y un irrefrenable deseo de cambiar la vida...».19 «Comenzamos compartiendo rumores y extendiendo noticias exageradas acerca tanto de temas insignificantes como de importantes: el coste del vestido de bodas de la Reina, dientes de oro en la boca del perro de un ministro (...) ¿Debía gente así gobernar mi país? (...) A cada paso que uno daba se encontraba con miseria y lujo, fuerza bruta y desesperación (...).»20

El despotismo tan sólo reforzaba el sentimiento de «solidaridad, un espíritu luchador, la dedicación a los ideales del pueblo trabajador y los esfuerzos por mejorar sus vidas».21

La conferencia clandestina del PCY de 1940 demostró cuánto habían sacrificado sus 8.000 miembros. Pijade, que acababa de cumplir más de 14 años en prisión y campos de concentración, abrió la sesión. De los 101 delegados, el 80 por ciento había sido detenido alguna vez y el 40 por ciento había sido condenado a sentencias de más de dos años.22 La guerra no trajo consigo ningún descanso. Cuando Belgrado fue liberada en 1944, en una operación conjunta entre el Ejército Rojo y los partisanos, estos últimos no hallaron:

a ningún —literalmente, a ninguno— miembro del Partido. Había miles de simpatizantes, incluso grupos de comunistas no afiliados, pero se había exterminado a los miembros del partido en campos de concentración, en camiones-cámara de gas y en campos de ejecución. En el campo de ejecución de Jajinici, noche tras noche —cada noche, durante tres años y medio— cientos de rehenes y patriotas, la mayoría comunistas y simpatizantes, habían sido ejecutados (...).23

Los comunistas tenían un enfoque único hacia el espinoso tema de la etnia. Cuando Yugoslavia se formó en 1918 el monarca y el mando del ejército eran serbios, una tradición que Mihailović deseaba continuar. Sin embargo, como indicaba su nombre oficial («Triple Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos»),24 Yugoslavia contenía muchos grupos, de los que los principales eran los serbios (39 por ciento) y los croatas (24 por ciento). Una reacción al dominio serbio era asegurar la autonomía étnica, como expresaba el líder del Partido Campesino Croata: «todos los campesinos croatas están igualmente unidos contra vuestro centralismo y contra el militarismo, e igualmente a favor de una república...».25

Tito y sus partidarios rechazaban la exclusividad étnica tanto de los chetniks serbios como de los ustachas croatas. Él mismo era hijo de madre eslovena y padre croata,26 y en la región más diversa (Bosnia) el llamamiento de los partisanos era «ni serbio, ni croata, ni musulmán, sino serbios, musulmanes y croatas».27

Reforzado por un urgente deseo de distraer fuerzas del Eje del frente ruso, Tito se oponía también a la estrategia de los chetniks de esperar un desembarco británico-americano. La importancia de la URSS para los comunistas no se puede infravalorar. En palabras de Djilas:

No nos enseñaron la «verdad» bíblica de que una vida justa en este mundo prepara a un hombre para el otro. Nos enseñaron algo mucho más grande: a esperar un paraíso en este mundo... que era lo que aquellos que habían estado en la Unión Soviética y visto la «verdad» en la práctica nos dijeron. Y nos lo creímos. La tristeza y la desesperación nos rodeaban por todas partes, y cuanto más insoportable se volvía la vida, más cerca estábamos del nuevo mundo.28

Esta adulación tuvo consecuencias contradictorias. Aunque los partisanos rechazaban tanto la ocupación del Eje como un regreso a las condiciones de vida de preguerra, el PCY se tragó la línea oficial rusa de dejar de lado las demandas sociales hasta haber derrotado a los invasores y sus colaboradores.* Tito fue explícito: «era incorrecto llamar revolución antifascista a la Lucha por la Liberación Nacional».29 La lucha no se daba «en términos de clase sino en términos de Lucha por la Liberación Nacional».30 Si bien esto limitaba el papel de la guerra popular, en el sentido en que disuadía las demandas sociales y económicas, no era, sin embargo, menos cierto que tras una retórica compartida de unidad contra el invasor, los movimientos chetnik y partisano luchaban por objetivos fundamentalmente distintos.

Esto salió a la luz durante el primer encuentro entre Mihailović y Tito, cuando el líder comunista tendió la mano de la amistad. Como él mismo explicó más tarde: «Nuestra idea, deseo e intenciones era unir todas las fuerzas en la lucha contra los invasores. Mihailović era un hombre inteligente y muy ambicioso. Le ofrecí el mando supremo».31 Mihailović rechazó ostentosamente la oferta, reprendiendo a los partisanos por destruir los registros de propiedad de las tierras y apoyar el desorden.32

Se rechazó incluso la cooperación militar. Mihailović proclamó que de nada serviría montar operaciones conjuntas entre los chetniks y los partisanos. En primer lugar, una derrota del Eje parecía muy lejana.33 En segundo lugar, él sólo estaba obligado a defender a los serbios de la violencia de los ustachas, y justificaba la inacción contra los nazis haciendo referencia a la promesa de Hitler de que por cada pérdida alemana se sacrificaría a cien yugoslavos.

Podía señalar la masacre de 5.000 civiles en Kraljevi y Kragujevac en represalia por 20 víctimas alemanas.34

El que Tito se desprendiera de esos temores ha llevado a un crítico a acusarle de emplear las atrocidades nazis para sus propios fines: «las personas que escapaban de tan terribles represalias se convertían en útiles reclutas, y la ruptura de la normalidad social es una piedra angular de la revolución (...)».35 La acusación carece de base. Los comunistas estaban implicados en una lucha total contra el Eje porque cuanto más tiempo estuviese éste en el poder, más civiles inocentes morirían. El rechazo de Mihailović a actuar junto a Tito surgió porque temía que una victoria de los partisanos amenazara el orden social, algo que tenía prioridad por encima de su deseo de liberación nacional.

Se dice que Mihailović dijo: «sus principales enemigos eran los partisanos, la Ustacha, los musulmanes y los croatas (en ese orden) y que sólo cuando se hubiera deshecho de ellos volvería su atención a los alemanes e italianos».36 Las prácticas de los chetniks confirman esta política, y justifican la sospecha, expresada por Djilas en marzo de 1942, de que:

Para proteger sus privilegios, los caballeros serbios de Londres han comenzado una guerra de clases. Su táctica es destruir a su oponente más poderoso (es decir, al Partido Comunista y al movimiento partisano) colaborando momentáneamente con sus demás oponentes (...) Los partidarios del gobierno de Londres han tenido que tomar el sendero de la colaboración directa con el invasor debido a la fuerza y alcance del alzamiento nacional contra la invasión.37

Una diferencia importante entre chetniks y partisanos era el respaldo a sus movimientos. Si Mihailović miraba hacia el gobierno exiliado en Londres, las fuerzas de Tito dependían de un masivo apoyo popular. El proceso comenzó con un levantamiento general en Montenegro en julio de 1941. Djilas se encontraba presente:

Toda la población (los que tenían rifles y los que no) se levantó contra el invasor. Los hombres llegaban (jóvenes y viejos, agrupados en familias, aldeas y clanes) a los puntos de reunión de siempre y se enfrentaban a las guarniciones italianas de cada ciudad. Pobremente organizados pero entusiastas, los comunistas les cedieron el liderazgo. No todo el mundo estaba de acuerdo con que los comunistas lideraran, pero nadie era lo suficientemente fuerte como para desafiarlos. Los comunistas no tan sólo eran la única fuerza organizada, sino que eran una nueva fuerza, sin compromisos. Su propaganda acerca de la corrupción en los partidos gobernantes se había visto confirmada en la reciente guerra. Ningún otro movimiento político podría haber llevado a cabo el esfuerzo, pues todos los demás se veían confinados por límites regionales o arrastrados por un exceso de nacionalismo étnico.38

En septiembre de 1941 fracasaron posteriores intentos de salvar el abismo entre las posturas de Tito y de Mihailović. El 1 de noviembre, fuerzas chetniks atacaron los cuarteles de los partisanos en Uzice. El contraataque llegó a 1 km del cuartel general de Mihailović en Ravna Gora, el 12 de noviembre.39 Al día siguiente el representante de los chetniks se sentaba con el jefe de Inteligencia alemán para pedir ayuda para combatir el comunismo.40

Los dados se habían lanzado y pronto el campamento de Mihailović comenzó a emitir mensajes como éste:

Hemos rechazado el intento de los comunistas de penetrar en Serbia y nos disponemos a ampliar nuestras operaciones hasta exterminarlos, lo que se puede conseguir si nuestras unidades no entran en conflicto con fuerzas exteriores. Las tropas alemanas no han interferido con nosotros en esta última operación pese a que no hemos tenido ningún contacto ni acuerdo con ellas. A fin de no dificultar o poner en peligro las operaciones planeadas contra el grupo comunista, es necesario detener todas las acciones contra los alemanes, si bien la propaganda debe continuar.41

El «exterminio» de los partisanos requería armas, y los chetniks no eran muy quisquillosos con respecto a de dónde procedían. Un oficial de la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS, el equivalente americano de la SOE británica) movilizado junto a los chetniks informó de ejemplos en que la Wehrmacht les prestaba camiones llenos de armas.42 Otro agente alegaba que los chetniks estaban «luchando con los alemanes e italianos contra los partisanos».43 Las intercepciones demostraron que «los alemanes recibían informes de inteligencia de manera regular de algunas unidades chetniks con respecto a la localización y movimientos de las fuerzas partisanas» e identificaron «comandantes chetniks, en especial, en operaciones conjuntas con los alemanes contra los partisanos».44

Pese a esto, es importante no agrupar a Mihailović con figuras colaboracionistas* como el mariscal Pétain de Francia o el mismo Nedić en Yugoslavia. El líder chetnik reflejaba los intereses de un gobierno Aliado en el exilio, y se vio obligado a colaborar por la lógica de las guerras paralelas.

Los alemanes colaboraron con los chetniks contra los partisanos, pero no deseaban que el número de soldados chetniks, 60.000,45 creciese. De modo que no mucho después de la reunión con la inteligencia alemana, en 1941, Mihailović sufrió un ataque alemán casi mortal.

Lejos de volver su atención hacia los alemanes, esto reforzó su determinación de esperar a los Aliados, y ordenó a sus seguidores o bien volver a casa y esperar órdenes o bien protegerse de las fuerzas de Nedić. Los historiadores han debatido acerca de si este movimiento implicaba colaboración o autoprotección. Sus apologetas aseguran que combatir para Nedić era un «camuflaje» necesario46 y que «la mayoría de los hombres de esas unidades eran leales a Mihailović».47 Sus críticos ven una clara política en que «los chetniks y el gobierno Nedić colaboraran en la lucha contra los partisanos (...)».48 Sea cual sea la interpretación correcta, los chetniks no eran principalmente antifascistas, sino que luchaban para restablecer el antiguo orden, de acuerdo a las potencias imperialistas.

¿Y qué hay de los partisanos? Se vieron implicados en una guerra cuyo salvajismo era sorprendente incluso para la segunda guerra mundial. El recuento total de muertos en Yugoslavia pasaba de 1,7 millones de muertos, más del 11 por ciento de la población.49 En un enclave partisano que visitó, Jones halló mujeres con cicatrices emocionales por «el recuerdo de los hombres de su pueblo, reunidos en la iglesia local con la excusa de ofertas de trabajo de los oficiales italianos, y una vez allí, encerrados, mientras lanzaban latas de gasolina por las ventanas y se les prendía fuego, con ametralladoras rodeando la pira para que nadie escapase».50 La sangrienta Ustacha croata exhibió «una ferocidad que horrorizó incluso a las autoridades alemanas e italianas».51

Hacia finales de 1943 unos 300.000 partisanos dominaban a unos 200.000 alemanes y unos 160.000 soldados auxiliares.52 Pero el coste fue alto. Los partisanos perdieron 305.000 hombres y más de 400.000 resultaron heridos.53 Aun así, no se los ha de pintar como angelitos. Por ejemplo, el propio Djilas se sentía incómodo ante algunos de sus métodos, porque «las ejecuciones sumarias e imprudentes, junto al hambre y el cansancio de la guerra, contribuían a reforzar a los chetniks. Incluso más horrible e inconcebible era asesinar a parientes y arrojar sus cuerpos a barrancos (...)».54

Además, el propio Tito no estaba por encima de negociar con los ocupantes, quienes estaban siempre dispuestos a emplear tácticas para dividir y vencer. En la primavera de 1942 las conversaciones para un intercambio de prisioneros con los alemanes se convirtieron en algo más ambicioso. Los partisanos habían estado dándose a la fuga y a duras penas habían sobrevivido a una crucial batalla contra los chetniks en el río Neretva. Esperaban que la Wehrmacht aceptase un alto el fuego que les permitiría regresar a Serbia, su base de origen.

Djilas fue uno de los negociadores y describe el enfoque de Tito en estos términos: «No se pronunció una sola palabra acerca del alto el fuego entre los alemanes y nosotros, pero se daba por sentado».55 Al final no se materializó ninguna tregua y sólo se dio un intercambio de prisioneros porque «los alemanes no permitirían nuestra estabilización y expansión, y nosotros no podíamos permitirles reforzarse (...)».56

Hablando de las debilidades y fortalezas de los partisanos, Basil Davidson, un oficial de la SOE que pasó tiempo en Yugoslavia, ha argumentado:

No digo que fueran santos, ni siquiera personas extraordinarias en el curso de los acontecimientos, ni que no se hicieran cosas terribles (...) [pero] la participación en el compañerismo de la resistencia contra el mal se convirtió, en sí misma y por su propia naturaleza, en algo más que la mera unión de voluntades. Pasó a dar forma a un nuevo estado mental. Se convirtió en un compromiso mental y moral con el bien que se opone al mal.57

Pese a los nazis, a los chetniks, a los colaboracionistas y a la Ustacha, los partisanos triunfaron porque eran un genuino movimiento de liberación. Muchos testimonios dan fe de su popularidad:

La pobreza, el atraso y la devastación causados por la guerra estaban por todas partes. Pero los campesinos del lugar estaban orgullosos de recibir a su propio ejército, aunque significara privar a sus hijos de leche y trigo, y a sus ovejas de corderos. Los ancianos y las jóvenes del gobierno local y de las organizaciones (los jóvenes estaban, todos, en el ejército) trabajaban duro y de modo competente. Todo el mundo les obedecía sin coacciones, lo que mantuvo unida a la comunidad e hizo posible llevar a cabo la guerra.58

Como en el caso de todos los movimientos de resistencia que se enfrentan a la maquinaria del Estado organizado, el suministro de armas era fundamental, y esto dependía del reconocimiento por parte de los Aliados. Un obstáculo era la reputación de Mihailović como representante del gobierno legítimo en el exilio, un estatus que incluso Rusia aceptaba. Tito juzgó esto una ofensa y protestó a Moscú: «Una lucha incesante ha dejado a nuestros partisanos exhaustos (...) ya no les queda munición. El pueblo al completo maldice al gobierno yugoslavo en Londres que, a través de Draza Mihailović, colabora con el invasor. Por todas partes el pueblo pregunta por qué la Unión Soviética no envía ayuda».

El líder comunista objetó a que la BBC hablara de «lucha común» de partisanos y chetniks contra el invasor: «Eso es una mentira terrible. Por favor, hagan todo lo posible por exponer esta horrible traición y cuéntensela al mundo entero (...)».59

Gradualmente, sin embargo, los Aliados reconocieron las contribuciones relativas realizadas por cada movimiento de resistencia. En 1943, el general Donovan, que dirigía la OSS, resolvió que el historial de los partisanos resaltaba «favorablemente en contraste a la relativa falta de actividad de Mihailović y su escaso recorrido».60 Ese mismo año un oficial de enlace de la OSS informó de que el movimiento partisano era «de mucha mayor importancia militar y política que lo que se suele reconocer en el mundo exterior» y que su lucha contra las fuerzas del Eje estaba «a veces más allá de nuestra imaginación».61

Pero estas noticias eran ya viejas en Londres. En el verano de 1942 la SOE británica informaba cínicamente: «Como ya sabemos, toda actividad en Yugoslavia debería atribuirse a los partisanos. Pero de cara a la opinión pública no vemos que se haga ningún daño atribuyendo parte de esto a Mihailović».62 Durante el invierno de 1942 a 1943 aún se mantenía esta política pese a que, como el secretario de Asuntos Exteriores admitía sin ambages, Mihailović «no está combatiendo a nuestros enemigos».63 Se lo debía respaldar «para evitar la anarquía y el caos comunista tras la guerra».64 Un oficial añadía: «Creemos que este apoyo debe darse independientemente de que continúe o no rehusando tomar un rol más activo en la resistencia y en atacar a las fuerzas del Eje en Yugoslavia (...)».65

El tema central de derrotar a los nazis tan sólo desplazó al anticomunismo cuando los planes británicos para un desembarco en los Balcanes maduraron. Esto convirtió a Mihailović en una responsabilidad cada vez mayor. Se le dio una última oportunidad para probar su valía y se le pidió que organizara acciones de sabotaje contra los alemanes. El líder chetnik se puso brevemente manos a la obra pero pronto regresó a la inacción, empleando los suministros militares de los Aliados contra los partisanos en lugar de contra el Eje. Finalmente el Foreign Office* resolvió que la guerra popular era preferible a ninguna guerra: «La única manera en que podemos hacer que las cosas mejoren para nosotros es liberarnos de inmediato de nuestros compromisos en relación con Mihailović, para lo que no tenemos ninguna justificación de cara a la opinión pública británica (...)».66 El argumento quedó corroborado por un «rompedor» informe del enviado de Churchill, Fitzroy Maclean, un diputado tory.** A diferencia de los chetniks, esbozó a los partisanos como «una fuerza militar y política considerablemente mayor de lo que nos habíamos imaginado»67 y que gozaba «del total apoyo de la población civil» y dominaba «la mayor parte de Yugoslavia».68

De modo que en noviembre de 1943 los Aliados, reunidos en Teherán, finalmente anunciaron: «Se ayudará a los partisanos de Yugoslavia tanto como sea posible con suministros y materiales...».69 La decisión se veía venir desde hacía ya mucho tiempo.

A partir de ese momento los partisanos recibieron cada vez más apoyo militar de Gran Bretaña. El cambio de las suertes de ambos grupos se refleja claramente en los envíos de armas. Mihailović había sido el único receptor entre 1941 y junio de 1943, periodo en que recibió 23 toneladas.70 Entre julio y septiembre de 1943 se entregaron 103 toneladas a Mihailović y 73 a Tito.71 En 1944 sólo se le suministró a este último. Se realizó un tardío intento de salvar la situación política impulsando un acuerdo entre Tito y el rey yugoslavo, pero pese a los acuerdos formales la realeza no se restableció.

Si a los británicos les llevó su tiempo romper con Mihailović y apoyar a la resistencia activa, los EE.UU. se anduvieron con rodeos durante incluso más tiempo, y mantuvieron una misión con él hasta noviembre de 1944. Una vez más, el factor determinante no era qué movimiento luchaba más vigorosamente contra el Eje. Cuando el apoyo británico se decantó hacia los comunistas de Tito, el Departamento de Estado de los EE.UU. siguió del lado de los chetniks porque entonces «tanto los rusos como los británicos pueden tener intereses en los Balcanes que preferiríamos no apoyar».72 Añadían, posteriormente: «no aprobamos ningún plan para reforzar las fuerzas de Tito a expensas de los serbios» [es decir, los chetniks].73

Mientras que las políticas de americanos y británicos estaban influidas por una buena dosis de anticomunismo, no cabría esperar de Rusia las mismas dudas con respecto a los partisanos. Sin embargo, la historia de sus relaciones con el PC yugoslavo también confirma la tesis de las dos guerras. Stalin tenía una actitud puramente instrumental hacia los partidos comunistas extranjeros. A finales de la década de 1930 consiguió eliminar mediante purgas a los líderes del partido emigrados a Moscú y poner a votación su disolución.74 Tito, el único superviviente, halló que «durante la guerra era más fácil, porque al menos durante la guerra sabías quiénes eran tus enemigos». «Cuando iba a Moscú nunca sabía si regresaría con vida.»75

Tito, prudentemente, celebró «las victorias del Ejército Rojo» y puso a su partido tareas como «una mayor popularización de la URSS y la construcción del socialismo».76 Pero seguía habiendo un problema. Stalin no se dejaba llevar, en sus cálculos, por principios políticos generales sino por la necesidad de buenas relaciones con los Aliados, y por tanto había reconocido la administración del rey Pedro el día antes de la invasión nazi.

Por su parte, Tito se daba cuenta de que la victoria dependía de la lucha popular tanto contra la monarquía (incluido su ministro de Guerra, Mihailović) como contra los fascistas:

Nuestra lucha no sería tan tenaz ni tendría tanto éxito si los pueblos de Yugoslavia no vieran en ella no sólo la victoria sobre el fascismo sino también sobre todos aquellos que han oprimido, y aún intentan oprimir, a los pueblos de Yugoslavia (...) si no tuviera el objetivo de traer la libertad, igualdad de derechos y fraternidad a todos los pueblos de Yugoslavia.77

Para Moscú este enfoque era incómodo. En agosto de 1942 el Kremlin criticó la formación de un Comité de Liberación partisano.78 Más adelante, Dimitrov, el enlace de Tito con el Kremlin, le dio instrucciones de «no sacar a colación la cuestión de la abolición de la monarquía» ni «lanzar ningún eslogan republicano».79 Durante mucho tiempo, la emisora libre de Radio Yugoslavia, controlada por Moscú, evitó mencionar la colaboración de los chetniks con el Eje o dar publicidad a las luchas de los partisanos.80 Cuando se fundó la Primera Brigada Proletaria (compuesta de tropas móviles de choque extraídas del núcleo del ejército partisano) Rusia se quejó de que provocaría las sospechas británicas de que «el movimiento partisano toma un carácter comunista con el objetivo de una sovietización de Yugoslavia».81

Ninguna ayuda práctica mitigaba el dolor de las críticas provenientes de Moscú. Un exasperado Tito telegrafió a Dimitrov que «cientos de miles de refugiados se ven amenazados con la muerte por inanición. ¿Es realmente imposible, tras veinte meses de luchas heroicas, casi sobrehumanas, hallar alguna manera de ayudarnos?» La respuesta fue una evasiva: «En cuanto se den las condiciones haremos todo lo que sea más urgente. ¿Acaso lo duda?».82 En agosto de 1942 Tito preguntó por qué no se emitía por radio nada acerca del «traicionero papel del gobierno yugoslavo y de los sobrehumanos sufrimientos y penurias de nuestro pueblo, que lucha contra los invasores, los chetniks, la Ustacha, etc. ¿Acaso no se creen lo que les decimos diariamente?»83

El Kremlin tardó hasta la Conferencia de Teherán, cuando lo peor de la guerra en Yugoslavia ya había pasado, en ir más allá de criticar desde la barrera. Al menos los suministros llegaban y el Ejército Rojo se unió a los partisanos para liberar Belgrado. En ese momento las guerras paralelas convergieron con Gran Bretaña, EE.UU. y Rusia apoyando los esfuerzos de los partisanos en el acto final de la liberación.

El que Tito no dependiera de una sola potencia imperialista, sino que pudiera equilibrarlas a unas contra las otras, junto con el éxito de una masiva y tenaz guerra popular, demostró ser importante a la larga, y proporcionó la base para un Estado auténticamente independiente tras 1945. Yugoslavia fue capaz de mantenerse al margen de los enredos de la Guerra Fría y quedar fuera de los bloques dominados por Occidente y Rusia. En la década de 1990 este equilibrio llegó a su fin y el país fue desgajado nuevamente por las crisis y las rivalidades imperialistas internas.