La experiencia de Grecia parecería indicar que el conflicto clave en el bando aliado, durante la segunda guerra mundial, se dio entre comunistas y anticomunistas, en lugar de implicar guerras paralelas e incluso opuestas. El Alzamiento de Varsovia de 1944 constituye un útil campo de pruebas a estas argumentaciones, puesto que el principal protagonista del imperialismo aliado fue la propia Rusia.
A principios del siglo XVII Polonia era una importante potencia europea, con una población comparable a la de Francia y un territorio que rivalizaba con el de Rusia. Sin embargo, como comenta un historiador:
carecía de las ventajas de una posición geográfica periférica como la que había permitido a España o a Suecia, por ejemplo, retirarse a sus conchas duras y relativamente intactas una vez sus ambiciones de expansión fueron derrotadas. Con una localización central y que ejercía de pivote, Polonia estaba condenada a ser aniquilada como Estado en la segunda mitad del siglo XVIII (...).1
El país fue dividido no menos de tres veces (1772, 1793 y 1795) y Rusia, Prusia y Austria se repartieron los despojos. Pese a una serie de heroicas revueltas (en 1794, 1830, 1848, 1863 y 1905) la partición continuó hasta la primera guerra mundial.2
La Polonia actual no comenzó a surgir hasta la Revolución rusa de 1917, cuando Lenin comenzó a aplicar el principio de «autodeterminación»: «reconocer no tan sólo la completa igualdad de derechos de todas las naciones en general, sino también la igualdad de derechos para formar Estados independientes, es decir, el derecho de las naciones a la autodeterminación, a la secesión (...)».3 Esta política atrajo críticas desde un lugar inesperado: la revolucionaria polaca Rosa Luxemburgo adujo que perseguir la independencia nacional, con pobres y ricos uniéndose para oponerse al control extranjero, era menos progresista que el internacionalismo socialista, la unión de obreros rusos y polacos contra un enemigo capitalista común. Lenin se mostró de acuerdo con que era el objetivo último, pero aseguró que no se conseguiría si los trabajadores polacos sentían que su antiguo opresor imperialista les denegaba el derecho a la independencia.4
Tuviera la razón quien la tuviera, en términos generales, las advertencias de Rosa Luxemburgo acerca del potencial reaccionario de Polonia dieron fruto cuando se restableció el país plenamente, tras el derrumbamiento de los imperios austríaco y alemán. El mariscal Pilsudski, su primer gobernante, ayudado por el general francés Weygand (posteriormente famoso por capitular ante los nazis) atacó la Rusia soviética y capturó un área habitada por seis millones de ucranios, una tierra mucho más allá de las fronteras originales de 1772 que originalmente se reclamaban.5 Incluso aprovechó la invasión alemana de Checoslovaquia de 1939 para apropiarse de Cieszyn.6 De esta manera, en el estallido de la segunda guerra mundial, una tercera parte de los ciudadanos polacos pertenecían a minorías nacionales.7 En el frente doméstico, Pilsudski fundó Sanacja («Sanación política»), una dictadura* que le sobrevivió y que todavía gobernaba Polonia al estallar la segunda guerra mundial.
Irónicamente, aprovechar el desmembramiento de Checoslovaquia no fue sino el preludio para que la propia Polonia se convirtiera en objetivo de la agresión nazi. En ese momento Francia y Gran Bretaña decidieron apoyar la independencia polaca, mediante la guerra si fuese necesario. Stalin, sin embargo, se distanció, arguyendo que no se vería «arrastrado a la guerra por belicistas acostumbrados a que otros les saquen las castañas del fuego».8 Su reserva no tenía nada que ver con el antiimperialismo bolchevique. La contrarrevolución estalinista había borrado toda huella de eso. En realidad, Moscú estaba señalando su disposición hacia el Pacto Hitler-Stalin de agosto de 1939, un trato cuyos protocolos secretos dividían Polonia entre Alemania y Rusia.9
Sin duda, la política de apaciguamiento anglo-francesa había convencido a Moscú de que no había más alternativa que conciliarse con Berlín. Sin embargo, el Pacto fue un acto de una audacia impresionante. El nazismo y el bolchevismo eran polos opuestos. Los nazis habían asesinado a miles de comunistas alemanes. Todo esto se dejó de lado, y la Unión Soviética proporcionó a Hitler materias primas vitales a cambio de armas.10 Al oír que el pacto estaba firmado, un Hitler alborozado «comenzó a golpear las paredes con los puños, pronunciando grititos sin sentido, para finalmente aullar, exultante: “¡Tengo el mundo a mis pies!”».11
Cuando comenzó la reconquista de Polonia, los rusos dejaron que la Wehrmacht se encargara del combate, minimizando así sus propios riesgos y enmascarando su avaricia.12 Se pidió a los nazis que indicaran «lo antes posible para cuándo podían contar con la conquista de Varsovia», puesto que sería la señal para que Rusia se hiciera con su parte.13 Pero erraron los cálculos y Moscú atacó diez días antes. De manera embarazosa, el desfile conjunto soviético-nazi de la victoria en Brest-Litovsk precedió a la caída de la capital, el 27 de septiembre.14 Sin embargo, Stalin proclamó, vergonzosamente, que el Ejército Rojo sólo había intervenido «para apartar al pueblo polaco de la desafortunada guerra a la que se ha visto arrastrado por sus estúpidos líderes, y para permitirles tener una vida pacífica».15 En privado, se jactaba de que la amistad germano-rusa se había «sellado con sangre».16 Se trataba de la muerte de 216.000 polacos. En la campaña, Alemania perdió 60.000 hombres, y Rusia, 11.500.17
Una vez hubo acabado la lucha, Stalin tenía el 52 por ciento del territorio polaco, y Hitler, el 48 por ciento.18 Ambos acordaron que no tolerarían «agitaciones por parte de los polacos que afecten a los territorios de la otra parte», y que «suprimirían, en todos los territorios, todos los conatos de tal agitación (...)».19 Pese a esto se desarrolló una poderosa lucha de resistencia. Era diferente tanto de la griega como de la yugoslava porque el espacio entre el gobierno imperialista local y la resistencia antifascista era mínimo. La base de la diferencia reside en los inusuales papeles que jugaron los comunistas polacos y las élites gobernantes.
Mientras que los PC griego y yugoslavo eran fundamentales en sus guerras populares, los comunistas polacos no lo eran. En 1938 habían sido físicamente liquidados por Moscú, y el partido se disolvió formalmente en cuanto la propia Polonia se extinguió.20 Por si acaso, se fusiló a un cuarto de millón de polacos de la Unión Soviética antes de que comenzase la guerra.21 La foto cambió en 1941, cuando Hitler se hizo con la porción de Polonia de Stalin e invadió la misma Rusia. Ahora Moscú apoyaba a un PC subordinado, el Partido Polaco de los Trabajadores (Polska Partia Robotnicza, PPR) aunque realizó pocos progresos debido a su íntima asociación con una antigua potencia ocupante.22
En otros países ocupados, las élites despreciaban la guerra popular y preferían el colaboracionismo o la política de espera. Ni en el sector ruso ni en el alemán ésta era una opción cómoda para la clase dirigente. Hitler consideraba a todos los polacos «más como animales que como seres humanos».23 Cuando colonizó Polonia occidental eliminó o esclavizó a sus ocupantes. Un enfoque casi genocida implicó la «limpieza de las casas» (es decir, la deportación) de casi 90.000 personas por parte de la Wehrmacht. En algunas áreas incluso se prohibió hablar en polaco.24 A los niños se les obligaba tan sólo a escribir su nombre, saber contar hasta 500 y recitar: «es mandato divino que seamos obedientes con Alemania (...)».25
Polonia Oriental experimentó la brutalidad del mandato ruso. En este caso, a Stalin lo dominaba el deseo del control absoluto, no el fanatismo racista. Pero, como en la Polonia ocupada por los nazis, «no se hicieron distinciones políticas, y los comunistas polacos (...) trabajaron y perecieron junto a sacerdotes católicos y profesores universitarios, granjeros y obreros ferroviarios (...)».26 El incidente más famoso de la ocupación rusa fue la ejecución de varios miles de oficiales polacos en Katyn.27 Hasta 2 millones de personas (un 9 por ciento de la población) fueron deportadas a trabajos forzados.28 Muchos nunca regresaron.
Un reciente estudio comparativo de las ocupaciones alemana y rusa llegó a la conclusión de que, aunque la última fue menos violenta, «los paralelismos persistieron, especialmente en la aplicación del terror selectivo hacia colectivos».29 En efecto, las SS alemanas y la policía secreta rusa (la OGPU) coordinaron sus enfoques.30 Entre Escila y Caribdis, Polonia sufrió más de seis millones de muertos, la proporción de muertes más amplia de cualquier país durante la segunda guerra mundial. De éstos, el 90 por ciento eran civiles,31 y la mitad eran judíos. Como afirmaba una octavilla de la resistencia en 1940: «la Historia ha enseñado a la nación polaca una terrible lección. Para nosotros, ahora, el camino de la libertad pasa por las salas de tortura, la Gestapo y la OGPU».32 Los polacos podían, pues, proclamar que «la presencia de Quislings, colaboracionistas y compromiso [era] imposible».33 Una tragedia común engulló a todas las secciones de la sociedad.
Por tanto, la resistencia, en Polonia, comenzó en la institución clave de la dictadura de preguerra, la Sanacja: los militares.34 El general mayor Tokarzewki, un pilsudskista, organizó el que se convirtió en el Ejército Nacional clandestino (Armja Krakowa o AK).35 Esto influyó en su desarrollo futuro. Según un autor, «a lo largo de su existencia, [el AK estuvo] comandado y organizado, sobre todo, por miembros del ejército de preguerra, [los cuales] llevaron consigo a la resistencia ideas, actitudes, tradiciones y doctrinas y estándares profesionales que adquirieron durante su servicio en el ejército de preguerra (...)».36 En otras palabras, los mandos del AK estaban atados a una tradición de dictadura reaccionaria y de políticas imperialistas.
Aunque subraya correctamente la importancia del AK, Norman Davies va demasiado lejos al asumir que todo el movimiento antifascista queda absorbido por esta formación militar: «El mayor movimiento de resistencia europeo, que en enero de 1940 adoptó el nombre de Unión por la Lucha Armada (ZWZ) y en febrero de 1942 el de Ejército Nacional (...) era una rama de las fuerzas armadas regulares polacas (...)».37 Sus logros fueron impresionantes. 380.000 combatientes38 llevaron a cabo 25.000 actos de sabotaje en sólo tres años,39 y hacia 1945 habían matado a 150.000 alemanes.40
Sin embargo, si ésta fuera toda la historia habría habido poco espacio para una guerra popular. Pero había otros dos elementos de notable importancia. Uno era el Estado clandestino liderado por el general Sikorski, un opositor a la Sanacja.41 Sikorski explicaba: «El movimiento no ha de confinarse a la mera función de resistencia [militar], sino que ha de tomar la forma de un auténtico Estado. Se ha de crear todo el aparato del Estado y mantenerlo al coste que sea, sin importar cuán terrible sea».42
Los resultados fueron impresionantes. Aunque sus cuarteles estaban en Londres, se reprodujo todo un conjunto de instituciones gubernamentales en Polonia. El Ministerio de Educación, por ejemplo, educó a un millón de niños, y hacía funcionar universidades en Cracovia, Leópolis y Vilna. El 30 por ciento de los ingresos disponibles iba a parar a bienestar social.43 El Estado poseía un Parlamento en la sombra: la Representación Política. Un «Directorado de Resistencia Civil» funcionaba como sistema judicial que juzgaba y sentenciaba a colaboracionistas.44 También operaba una vasta prensa clandestina con numerosos titulares.45
El tercer bloque de la resistencia lo formaban los partidos Socialista, Campesino, Socialcristiano y Nacional Demócrata. Mientras que los tres primeros habían estado situados a la izquierda de la Sanacja, los nacional-demócratas eran seguidores de Dmowski. Se trataba de un antisemita de derechas que denunciaba «la amenaza del socialismo en nuestra nación, así como la proveniente del elemento judío [que] representa fuerzas internacionales que no pueden hacer nada bueno, pero sí pueden causar mucho daño».46 Es sintomático de la duradera influencia de Dmowski que, incluso tras los horrores de 1939-1945, Bor-Komorowski, comandante de la AK, recurriera al antisemitismo en sus memorias, asegurando que los judíos «sin duda habían sido un cuerpo extraño dentro de la comunidad polaca».47 En conjunto, estos partidos políticos representaban a la mayor parte de los polacos políticamente activos.
Incluso teniendo en cuenta estos elementos de la resistencia fuera del control del ejército-Sanacja, aún puede dar la impresión de que la resistencia polaca no incluye la guerra popular. Un reciente estudio histórico contrarresta esta impresión:
Cientos de organizaciones clandestinas (...) se establecieron «desde abajo», en conjunción con lazos ya existentes de familia, trabajo, amistad y vecindad. Cientos de redes conspirativas surgieron así, como expresión de una rebelión espontánea contra esta humillación, y no se las creó «desde arriba» [aunque] la proporción numérica entre ambos tipos de organización nunca quedará clara.48
Un participante directo recordaba que «cualquiera con un poco de imaginación, iniciativa y algo de ambición así como mucho coraje, podía, y a menudo lo hacía, fundar una organización propia (...)».49
Es sintomático de la compleja interacción entre elementos de guerra popular y de guerra imperialista que se haya debatido tanto acerca del equilibrio entre derecha e izquierda en la resistencia.
Una mujer judía declaró: «no me daban miedo los alemanes; los que me daban miedo eran los polacos».50 Al mismo tiempo, miembros de la resistencia ayudaban al Alzamiento del Gueto Judío de Varsovia de 1943 y cobijaban a los supervivientes.51 Se ocultó a entre 15.000 y 20.000 judíos más allá de los muros del gueto52 y la organización Zegota (para el rescate de judíos) estaba íntimamente ligada al gobierno polaco en el exilio.53 Un libro llegó a la conclusión de que «no existe ningún grupo nacional acerca del cual se den tantos informes (frecuentemente contradictorios) y juicios de valor como se dan acerca de los polacos».54
Polonia era única por tener una implicación activa en los movimientos de resistencia de las clases altas y bajas, aunque había poderosas tensiones internas en juego.55 La superposición entre guerra popular y guerra imperialista nunca fue del todo completa ni cómoda. Al igual que con la división entre partidos de derecha y de izquierda, y entre movimientos «desde arriba» y «desde abajo», los militares partidarios de Sanacja se sentaban, incómodos, junto a civiles que culpaban a ese sistema de la ignominiosa derrota polaca.56 Un ejemplo de esta tensión se vivió en un momento crítico del Alzamiento de Varsovia. El comandante supremo polaco, Sosnowski, se ausentó a fin de tramar un golpe de estado contra el jefe del Gobierno civil, Mikolajczyk. Sosnowski temía que se estuviese preparando un acuerdo con los rusos.57 Otro caso fue el énfasis, por parte de la resistencia, en el nacionalismo polaco, lo que alienaba al tercio de la población de origen no polaco que vivía dentro de las fronteras de antes de 1939.
Pese a los obstáculos para la política de espera anteriormente descritos, el AK tuvo tentaciones de probarla, y por las mismas razones que otros movimientos de resistencia «oficiales»: sobre todo, el temor a que acciones masivas pudieran desatar peligrosas fuerzas sociales, pero también miedo a represalias nazis (que fueron especialmente atroces en Polonia). Así, Bor-Komorowski basó su estrategia inicial «en la suposición de que antes o después el frente occidental alemán caería, dándonos una oportunidad favorable para una insurrección con éxito».58 En otras palabras, el éxito anglo-francés debía preceder a cualquier acción seria. Sintió que la derrota francesa de 1940 era «el final de nuestra organización, [dado que] todos nuestros planes se derrumbaban» y se decidió por «una política a largo plazo. Nuestra principal tarea sería una labor de inteligencia, prensa y acciones de propaganda».59
La política de espera, sin embargo, se demostró insostenible. Cuando los nazis comenzaron a eliminar a todos los polacos de las regiones de Lublin y Zamosc para instalar colonos alemanes, no hubo más opción que autorizar la creación de unidades partisanas. Su acción detuvo las expulsiones. Aun así, el AK resistió a acciones más drásticas.60 Finalmente, la presión de los acontecimientos le arrastró a adoptar tácticas de guerra popular.
Un factor fue la traición a la causa polaca por parte de Gran Bretaña, el país en que residía el gobierno en el exilio, y en el cual ponían sus esperanzas los partidarios de la política de espera. Aunque la defensa de la soberanía de Polonia fue la razón oficial de la entrada en guerra en 1939, Gran Bretaña estaba más ocupada en seducir a Moscú, otra gran potencia, pese al pacto Hitler-Stalin. Ya en octubre de 1939 Londres indicaba que creía que Rusia debía quedarse con el 90 por ciento de sus ilegales ganancias en Polonia.61 Cuando Rusia se pasó al bando aliado, Churchill presionó a Sikorski para que firmara un tratado con Stalin que implícitamente reconocía sus conquistas.62 Las noticias de la masacre de Katyn perjudicaron la forzada amistad, pero no causaron cambio alguno en la política británica en general.
¿Apoyaría Roosevelt a la resistencia, teniendo en cuenta el amplio electorado polaco de los EE.UU.? Se mostró incluso más solícito con Stalin que Churchill. Hasta 1944 no envió ningún tipo de ayuda. Conforme el Alzamiento de Varsovia se acercaba, los EE.UU. colocaron 10 millones de dólares (los polacos habían pedido 97) a condición de que colaboraran con el Ejército Rojo. No comenzó a enviar dinero hasta que el Alzamiento iba ya por su tercera semana.63
Un emisario del Estado clandestino, Karski, que se jugó la vida para llegar al oeste y revelar su existencia a los Aliados, comentaba amargamente su falta de simpatía: «Pronto me di cuenta de que el mundo exterior nunca comprendería. (...) Nunca entendería o estimaría el sacrificio y heroísmo implícito en el total rechazo de nuestra nación a colaborar. (...) La noción del Estado clandestino, en sí, les resultaba a menudo ininteligible».64 Esta comprensión no procedía de una falta de imaginación, sino de los intereses comunes de los Aliados imperialistas.
La actitud negativa de los Aliados debilitó el potencial para combate de la resistencia polaca. Aunque el ejército clandestino adquiría parte de su equipamiento de sus propios talleres secretos,65 en 1944 sus cientos de miles de voluntarios tan sólo disponían de 32.000 armas.66 Dado que era improbable que Rusia suministrase más armamento, el AK se volvió hacia Gran Bretaña. La excusa que se dio para rehusarse fue la distancia geográfica, aunque seguramente fueron más decisivas las conversaciones directas entre los servicios secretos ruso y británico. Así, en el periodo previo al Alzamiento de Varsovia, la cantidad de suministros recibidos por el AK fue de una décima parte de la entregada a Grecia y una decimoctava parte de la enviada a Francia, respectivamente.67
Este desdén hacia las aspiraciones polacas llevó a desacuerdos entre los exiliados en Londres, íntimamente ligados a las potencias Aliadas, y los comandantes del AK, sujetos a presiones populares en casa. Compárense los pronunciamientos gubernamentales con los realizados en Varsovia en vísperas del Alzamiento. Los primeros se encuadraban perfectamente en el campo anglo-francés: «Una Polonia libre (...) se convertirá en un eficaz puntal para los países eslavos de cultura occidental y para las pequeñas naciones situadas entre Alemania y Rusia».68 Esta frase se aleja deliberadamente de todo radicalismo.
En Varsovia se podría haber esperado del general Bor-Komorowski que se expresara en términos similares. Lo habían escogido comandante del AK por tratarse de un aristocrático oficial de caballería conocido por sus ideas de derechas.69 Además, hasta un momento bastante tardío había tratado de incorporar a la fascista NSZ a sus fuerzas, pese a que habían estado asesinando a partidarios izquierdistas del gobierno en el exilio, así como a comunistas.70 Sin embargo, Bor-Komorowski había tenido que lidiar con el hecho de que, conforme pasaba el tiempo, los éxitos del Ejército Rojo creaban un sentido de impaciencia que permitía al PPR comunista comenzara abrirse paso.71 Un historiador explica que Polonia experimentaba «un auge de sentimientos radicales (...) que compartía el deseo de todos los movimientos de resistencia europeos de un mundo más limpio tras la guerra, de igualdad social y pleno empleo».72 Un signo del estado de ánimo fue que en agosto de 1943 los Nacional Demócratas, de derechas, por increíble que parezca, se mostraron de acuerdo con una declaración que proponía «una economía planificada (...) en un Estado con el derecho a nacionalizar servicios públicos, transportes, industrias clave y banca. (...) La expropiación de todas las propiedades privadas de más de cincuenta hectáreas (...) pleno empleo, salud, educación y servicios sociales».73
El general Bor-Komorowski siguió esta tendencia. Temía un enfrentamiento entre su «grupo profesional autónomo» de oficiales de derechas y las tropas de base del AK, «gente de todas las extracciones y profesiones de la vida (...)».74 En julio de 1944 Bor advirtió a Londres contra la inacción, porque «en tal caso la iniciativa de luchar contra los alemanes puede recaer en el PPR (comunistas) y una considerable cantidad de ciudadanos mal informados puede unírseles. En tal caso el país es susceptible de moverse hacia la colaboración con los soviéticos y nadie será capaz de detenerlo».75
A fin de ponerse a la cabeza de la guerra popular, Bor-Komorowski pidió una Polonia «gobernada por los intereses de las masas trabajadoras».76 No pidió a la gente que muriera para hacer de Polonia «un eficaz puntal para los países eslavos de cultura occidental» como los exiliados. En lugar de ello pidió expropiaciones sin indemnización para las grandes posesiones rurales, un Estado del Bienestar, la nacionalización de la industria y asambleas de trabajadores.77
Como explica Ciechanowski, hacia 1944 el AK se enfrentaba a «una situación peligrosa y explosiva. Intentaba evitar que el PPR ganase terreno y mantener la lealtad de las masas aumentando sus operaciones contra los alemanes. Veían como su tarea suprema la preparación de una insurrección antialemana».78
Ahora Bor subrayaba: «la única oportunidad de ganar algo era la constante demostración de nuestra voluntad de luchar contra los alemanes hasta el final, sin ahorrarnos ningún esfuerzo, pese a todas y cada una de las adversidades».79 Con una Rusia poco amigable y las fuerzas angloamericanas demasiado lejos para un desembarco como el del Día D, la política de espera, ese refugio de los gobiernos en el exilio, había hecho estragos en Varsovia.
Al aunar una resistencia activa masiva, sin embargo, el liderazgo polaco doméstico se situó en rumbo de colisión contra el imperialismo Aliado, representado por Rusia. Esto se hizo evidente por vez primera en la Operación Burza («Tempestad»). Las unidades del AK debían surgir de la clandestinidad en cuanto el Ejército Rojo entrase en Polonia y recibir a los comandantes soviéticos con estas palabras: «Actuando bajo las órdenes del Gobierno de la República de Polonia me acerco a usted (...) con la proposición de coordinar operaciones militares contra el enemigo común, con el Ejército Rojo penetrando en territorio de la República de Polonia».80
El general Bor-Komorowski explicaba que Burza demostraría «nuestra voluntad de manifestar nuestra lucha contra los alemanes» y «nuestra voluntad de manifestar a los soviéticos la presencia de elementos representantes de la soberanía de la República».81 La relativa importancia atribuida a una guerra popular antifascista o a una restauración de la Polonia de preguerra quedaba poco clara en esta fórmula. Bor aún realizaba incómodos equilibrios entre ambas.
Burza se desató en la región de Volinia, que Borodziej ha tratado en detalle. Aquí la población era en cinco sextas partes ucrania y sólo una sexta parte polaca. Esta desafortunada zona había soportado siglos de imperialismo (principalmente zarista, luego polaco y en aquellos momentos alemán). Para ganarse la colaboración local, Berlín había explotado hábilmente la hostilidad ucrania hacia sus vecinos polacos, de los que 50.000 fueron asesinados. Antes de Burza, el papel de AK en Volinia no había sido atacar a los alemanes, sino defender a la minoría polaca mediante el contraterrorismo: como consecuencia murieron 20.000 ucranios.82 ¡Fue allí, y tras esos desastrosos acontecimientos, que el AK propuso restablecer la soberanía de la República [de Polonia]!
Una genuina guerra popular, imbuida de internacionalismo y que subrayase el interés común de la gente sencilla al oponerse a todas las clases dirigentes (o al menos un énfasis, a imagen de Tito, en una resistencia multiétnica) podría haber generado un apoyo masivo en Volinia.
El AK nunca iba a llegar tan lejos, de modo que cuando el Ejército Rojo apareció en escena barrió fácilmente a los guerrilleros a un lado.
El patrón de Volinia se repetiría por todas partes: los mandos del Ejército Rojo agradecían la ayuda del AK durante el combate contra los alemanes, pero en cuanto la batalla estaba ganada exigían que la resistencia se disolviese o se uniera a un ejército polaco títere al mando del general Berling. Se encarcelaba o ejecutaba a quienes se negaban.83 Stalin quería recuperar Polonia oriental tras la guerra, y no deseaba facciones rivales armadas. El AK no sólo era débil en términos de tecnología militar, sino que en las regiones orientales no podía apelar al nacionalismo polaco. De modo que Burza fracasó allá donde se intentó.
Varsovia era harina de otro costal. La capital poseía menos diversidad étnica, especialmente tras la eliminación de su notable comunidad judía. Sin embargo, a lo largo de la operación Burza, y en realidad hasta el mismo momento de la erupción del Alzamiento de Varsovia, nadie propuso el combate a gran escala en ella.84 Bor-Komorowski fue explícito: «he enviado órdenes para evitar que nuestras actividades de diversión se conviertan en un intento espontáneo de insurrección armada bajo condiciones desfavorables».85 Prueba de que los líderes del AK no planearon el Alzamiento con antelación fue que armamento de gran valor se envió afuera de Varsovia en las semanas precedentes.86 El 14 de julio Bor dijo: «con la actual situación de las fuerzas alemanas en Polonia y los preparativos para el Alzamiento [éste] no tiene ninguna oportunidad de triunfar. Sólo podemos confiar en que los alemanes se desmoronen y su ejército se deshaga».87
Todo un caleidoscopio de presiones, y no un solo acontecimiento, hicieron variar esta postura. Se creía que los alemanes estaban a punto de deportar a grandes cantidades de jóvenes de Varsovia, lo que habría desmantelado el AK. El Ejército Rojo se aproximaba a la ciudad y el 29 de julio los comunistas polacos emitieron una declaración: «el momento de la acción ya ha llegado». Pedía «la lucha activa y directa en las calles» para «acelerar la hora de la liberación final y que podamos salvar las vidas de nuestros hermanos».88 Al día siguiente el lenguaje era incluso más fuerte: «Varsovia tiembla hasta los cimientos por el rugido de las armas. Las tropas soviéticas avanzan con fuerza y se aproximan a Praga [el barrio, situado al otro lado del río Vístula, encarado hacia el centro de la ciudad]. Vienen a traeros la libertad. (...) Gente de la capital, ¡a las armas!».89 El coronel Monter, subordinado de Bor, hizo la misma afirmación (que se demostraría falsa) en una crucial reunión de los líderes del AK.90 Finalmente se tomó la decisión de llevar a cabo una insurrección en Varsovia, y comenzó el 1 de agosto de 1944.
Ese día el Ejército Nacional y la población civil se arrojaron a la mayor insurrección de toda la segunda guerra mundial. Los historiadores no se ponen de acuerdo acerca de su idoneidad. Davies la ve como un intento justificado de sacudirse el yugo alemán, con la expectativa razonable de que la retórica de los Aliados se convirtiese en ayuda real. Kolko sugiere que los mandos del AK y el gobierno en el exilio estaban maniobrando para conservar su poder en el sistema de potencias estatales: «El Alzamiento era en realidad contra alemanes y rusos, y por tanto, condenado al fracaso desde el principio. Fue el macabro resultado de la lógica que los polacos, tanto los de Londres como los del Ejército Nacional, intentaron emplear durante años como parte de su diplomacia de grandeur».91
Existen pruebas a favor de ambas interpretaciones. Por ejemplo, el general Bor-Komorowski creía: «La sed generalizada de venganza por los años de humillaciones y tragedias sufridas a manos de los alemanes era arrolladora, y casi imposible de detener. La ciudad entera guardaba el aliento esperando una llamada a las armas (...)».92 Pero también hizo un guiño a la «diplomacia de grandeur» cuando describió la insurrección como «el último triunfo de la baraja que tenemos en este juego, en el que la apuesta es la independencia del país».93
El ALK sólo tenía armamento para una pequeña parte de sus 40.000 hombres, y podía [¿pudo?] resistir poco más de una semana.94 Sin embargo, con el Ejército Rojo cerca y el máximo dirigente polaco en Moscú desde dos días antes, se creía que la ayuda rusa estaba en camino.95 La necesidad de ayuda externa del AK era evidente. Sólo en el primer día de combate perdió el 10 por ciento de los hombres movilizados, a un coste de cuatro combatientes por cada soldado alemán.96
Esto no apagó el entusiasmo popular por un ajuste de cuentas con los alemanes. Un testigo ocular escribía acerca de la:
alegría que sentíamos en aquella ocasión. Surgía como consecuencia del tormento de la ocupación, como resultado del dolor y la humillación sufridos durante casi cinco años. Estábamos preparados para cualquier cosa. (...) Los años de ocupación nos habían enseñado a ser indiferentes a los peligros que nos acechaban a cada paso. Pero, por encima de todo, la creencia de que el movimiento armado polaco haría que el Ejército Rojo apurase su marcha hacia Varsovia para forzar a los alemanes a abandonar la ciudad de inmediato nos daba fuerzas.97
Un oficial del AK describía el:
fervor con que los habitantes construían barricadas a prueba de tanques, organizaban comedores populares con poca antelación para alimentar a los soldados y a quienes no eran capaces de regresar a sus casas, atrapados allí donde el Alzamiento los hubiera sorprendido. El estado de ánimo en la calle recordaba el de una continua fiesta (...). Todo el mundo, a su manera y dentro de los límites de sus capacidades, tomaba parte en esta decisiva lucha.98
Tres días después del Alzamiento, Bor-Komorowski informaba de cómo hombres y mujeres corrían a alistarse en el AK, presentándose voluntarios para todo tipo de tareas, como apagar incendios, alimentar a los combatientes y fabricar bombas caseras de gasolina para compensar la falta de armamento.99 Entre muchos otros, los «soldados grises» (el movimiento scout polaco) jugó un papel predominante y pagó el precio.100
Fuesen cuales fuesen los diferentes factores tras la decisión de actuar, un oficial del AK presenció en Varsovia un aspecto crucial de la guerra popular: «la frontera entre combatientes y participantes se ha borrado».101 Un observador británico lo corrobora: «Hoy está teniendo lugar una batalla que, creo, a la nación británica le costará entender. Es una batalla que lleva a cabo la población civil, además del AK».102 De cada siete combatientes uno era mujer, y, en palabras de Bor-Komorowski, «la mayoría eran obreros, ferroviarios, artesanos, estudiantes y dependientes de fábricas, oficinas y vías férreas».103 De modo que los métodos del AK no se pueden «comparar con los de ningún ejército regular. Poseía todo el empuje y entusiasmo de un movimiento revolucionario [y] atribuimos nuestro éxito de los primeros días al impetuoso fervor de esta primera masacre. Compensaba de sobras la baja calidad de nuestro armamento».104
Esto no significa que la unión del movimiento «desde abajo» y «desde arriba», cimentada por un odio común hacia la dominación nazi, no pudiese disolverse. Un informe para el gobierno en el exilio emitido desde Varsovia indicaba que a mucha gente no le importaba tanto si el gobierno polaco se asociaba con los Aliados occidentales o con Rusia como que pudiera poner en marcha reformas sociales. El informe advertía, por tanto, que las promesas radicales no debían incumplirse.105
Todo giraba, en aquel momento, en torno a la actitud de los rusos. Con el destino de Polonia aún sin determinar por el famoso lápiz azul y el papel de los porcentajes, ¿harían causa común con los insurgentes e impulsarían la guerra popular, como con los comunistas de otros lugares, o trataría Stalin a Varsovia con la misma hostilidad con la que Churchill trató a Atenas? Para comparar a ambos hombres emplearemos la narración personal del primer ministro británico, de su La segunda guerra mundial.
El 4 de agosto Churchill informó a Stalin de la ayuda británica al AK, dado que «esto puede ser útil para su operación».106 La respuesta de Stalin al día siguiente fue que [la información polaca acerca del] Alzamiento «es muy exagerada y no inspira confianza» porque «no disponen de artillería ni de aviones ni de carros de combate».107 Exactamente ésa era la cuestión: el Alzamiento se había sincronizado con la esperada llegada del Ejército Rojo, con su artillería, aviones y carros de combate. El plazo límite de una semana que el AK había previsto como límite de su resistencia se cumplió y quedó atrás, y no había señales de avance ni ayuda rusas. De modo que los insurgentes improvisaron toda una serie de ingeniosas técnicas, y dado que se empleaban las armas de quienes caían en combate, el alto número de muertos en realidad sirvió para aumentar la proporción de tropas armadas del AK. Entre tanto, la fuerza de los sentimientos populares mantenía la moral.108
Pero también la decisión de los nazis se vio reforzada. Las órdenes de los alemanes eran ahora: «1. Se ejecutará a todos los rebeldes tras su captura. 2. Se masacrará indiscriminadamente a la parte no combatiente de la población».109 El gobernante nazi local, Hans Frank, añadió: «Varsovia ha hecho méritos para ser completamente destruida».110
El 12 de agosto Churchill intentó suavizar la postura de Stalin presentando una petición de auxilio enviada desde Varsovia:
Hemos recibido de parte vuestra sólo un pequeño envío [de suministros]. En el frente ruso-alemán silencio desde el día 3. Nos encontramos por tanto sin apoyo material ni moral, con la excepción de un corto discurso del vice primer ministro polaco (en Londres); no hemos recibido de vosotros ni siquiera un reconocimiento a nuestra acción. Soldados y habitantes miran desesperanzados a los cielos esperando ayuda de los Aliados. Sobre el humeante fondo sólo ven aviones alemanes. Están sorprendidos, se sienten profundamente deprimidos y comienzan a maldecir... Repito enfáticamente que sin apoyo inmediato, consistente en envíos de armas y municiones, bombardeo de objetivos en control del enemigo y desembarco aéreo, nuestra lucha llegará a su fin en pocos días.
Churchill suplicó: «¿No les puede proporcionar más ayuda?».111 El día 16 llegó la respuesta de Stalin: «(...) estoy convencido de que esta acción representa una aventura temeraria y terrible (...)».112
Cierto era que Rokossovsky, el comandante del Ejército Rojo en el frente polaco, se enfrentaba a una dura resistencia por parte de la Wehrmacht en aquel momento. Incluso Davies, el historiador que más simpatiza con el Alzamiento, asegura que inicialmente hubo «un decidido contraataque alemán al este del Vístula (...) [y] escasas posibilidades de que Rokossovsky hubiera podido cruzar el Vístula fácilmente por la fuerza».113 Sin embargo, el Alzamiento continuó hasta el 2 de octubre y en ese tiempo surgieron numerosas oportunidades para que los rusos proporcionaran ayuda.
Arrojar suministros desde aviones era una opción y Churchill y Roosevelt enviaron esta petición conjunta a Stalin: «Nos preocupa la opinión mundial si de hecho se abandona a los antinazis que están en Varsovia. (...) Esperamos que lance de inmediato suministros y municiones para los polacos patriotas de Varsovia o que acepte colaborar con nuestros aviones para hacerlo rápidamente».114 Los soviéticos no opusieron obstáculo alguno para que aviones británicos y americanos de suministros volaran los 1.250 km desde su base más cercana, en Italia, pero no les permitieron aterrizar ni repostar en Rusia. De igual modo, los rusos no tenían la menor intención de volar los 30 km que separaban sus posiciones de Varsovia para ayudar.115 Los Aliados occidentales montaron una serie de misiones virtualmente suicidas pero no pudieron alterar de manera radical el resultado final.116
A mediados de septiembre los rusos finalmente se avinieron a proporcionar una ayuda limitada. Churchill fue capaz de ver qué había tras esta tardía maniobra: «Querían que los polacos no comunistas quedaran totalmente destruidos pero al mismo tiempo mantener viva la idea de que iban a rescatarlos».117 Harriman, embajador de los EE.UU. en Moscú, estaba indignado por el enfoque del Kremlin: «Estos hombres se encuentran ahítos de poder y creen que podrán forzar su voluntad sobre nosotros y sobre todos los países para que aceptemos sus decisiones sin rechistar (...)».118
Tras dos meses, finalmente los insurgentes capitularon. El gobierno polaco explicó el desastroso resultado en estos términos: «No recibimos apoyo eficaz... Nos han tratado peor que a los aliados de Hitler en Rumania, Italia y Finlandia. (...) [Nuestro] alzamiento se hunde en un momento en que nuestros ejércitos ayudan a liberar Francia, Bélgica y Holanda...».119
Sin el menos sentido de la ironía, el primer ministro británico, que bombardeó Atenas para destruir la resistencia griega, se hacía eco de su argumento:
Inmortal es la nación que puede lograr un heroísmo tan universal. (...) Estas palabras son indelebles. La lucha en Varsovia había durado más de sesenta días. De los cuarenta mil hombres y mujeres del Ejército polaco clandestino murieron alrededor de quince mil. De una población de un millón de personas hubo casi doscientas mil bajas. Suprimir la revuelta le costó al ejército alemán diez mil muertos, siete mil desaparecidos y nueve mil heridos. (...) Cuando los rusos entraron en la ciudad tres meses después no encontraron casi nada más que calles destrozadas y muertos insepultos. Así liberaron Polonia, donde gobiernan actualmente.120
El trágico fin del Alzamiento de Varsovia fue consecuencia de muchos factores, incluidos errores de cálculo del AK y la inesperada fuerza de la Wehrmacht. Sin embargo, no cabe duda de que la acusación de Deutscher contra Rusia era precisa. El bloqueo de ayuda a Varsovia «extendió un escalofrío de terror por los países aliados [como] una demostración de insensibilidad [que] sorprendió incluso a los admiradores de Stalin en Occidente».121
Polonia experimentó una repetición del patrón ya visto en Grecia, pese al contexto político completamente diferente. Más allá de la posición ideológica formal de los gobiernos aliados implicados, los imperialistas se opusieron a los movimientos de resistencia cuando éstos no se avinieron a sus intereses. Esto refuerza la idea de que la segunda guerra mundial experimentó en paralelo guerras populares e imperialistas que podían hallarse en directa oposición. En Grecia, Gran Bretaña atacó a la población. En Polonia, Rusia permitió a los nazis que le hicieran el trabajo sucio. En ambos casos el resultado fue el mismo. Fue un amargo consuelo que, como expresaba una emisión polaca, «al menos los alemanes no pueden volver a tomar Varsovia. Todo lo que queda es un montón de ruinas. (...) Varsovia ya no existe».122