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LETONIA: PONIENDO LA HISTORIA PATAS ARRIBA

Aunque la segunda guerra mundial abarcó dos conflictos únicos y diferenciados, éstos no se manifestaron en todas partes. Letonia sólo experimentó la guerra imperialista, de modo que, en palabras de un historiador: «la narrativa de la “guerra justa” sencillamente no funcionó».1 Es un caso demostrativo porque, comparado con Yugoslavia, Grecia y Polonia, se revelan los prerrequisitos para una guerra popular.

Lo especial del papel de Letonia se corrobora por el atolladero en que los historiadores contemporáneos se meten cuando intentan aplicar las categorías convencionales de la segunda guerra mundial al pasado de su país. Así, una reciente antología realizada por «la Comisión de Historiadores de Letonia» asegura que el único partido que se acercó a constituir un movimiento de resistencia en el sentido de los de Europa occidental» fue el Perkonkrusts. Se trata de la palabra letona que designa Esvástica,2 y en un país donde una cuarta parte de su población pertenecía a minorías étnicas, la política de su líder, Celmins, era «en una Letonia letona sólo habrá letones [porque] el problema de las minorías no existirá (...)».3 Los miembros de Perkonkrusts buscaron ese objetivo organizando los notables batallones auxiliares de policía, así como comandos a petición de los nazis. Éstos asesinaron a 70.000 judíos letones.4 ¿No resulta extraño describir al partido Esvástica como «un movimiento de resistencia en el sentido de los de Europa occidental»?

Se presenta a Valdmanis como otro resistente. Como ministro del régimen colaboracionista de Letonia designado por los nazis, invitó públicamente a sus compatriotas a «participar en la guerra por la liberación de Europa y poner el destino del pueblo letón en manos de Adolf Hitler».5 En privado escribía: «preferiríamos recibir la independencia de Letonia de manos de Alemania que de otras potencias (...)».6 Para el biógrafo de Valdmanis, «el colaboracionismo se hizo cada vez más indistinguible de la resistencia».7 Una historia oficial coincide: «se podía ser simultáneamente un colaboracionista y un activo miembro de la resistencia».8

Un enfoque tan extravagante, incluso sobrecogedor, sólo es explicable (aunque no justificable) porque Letonia fue ocupada por Rusia de 1939 a 1941, y de 1944 a 1991. Por tanto, estos historiadores ven a quienes se oponían a Rusia como «resistentes». Y al contrario, aquellos letones que se opusieron al nazismo son calificados de «colaboracionistas, más que miembros del movimiento de resistencia».9

Los historiadores rechazan el «consenso de Núremberg», y aseguran que el enjuiciamiento a los criminales de guerra nazis constituye una «postura de los ganadores» que ignora las tropelías de los soviéticos.10

Esta argumentación a la contraria tiene repercusiones incluso hoy en día. Un historiador letón disidente advierte de que «la realidad acerca del Holocausto y de los asesinatos en masa que también tuvieron lugar en Letonia durante la segunda guerra mundial se ignora, de manera deliberada o no intencionada».11 En mayo de 2010, a petición del gobierno letón, el Tribunal Europeo se opuso a la excarcelación de Kononov, el único partisano antinazi jamás condenado como criminal de guerra. Había liderado un ataque sobre una aldea sospechosa de proteger a colaboracionistas con los nazis, en el que se mató a nueve personas, entre ellas una mujer embarazada. El Estado de Letonia argumentó que «el Tribunal debería tener en cuenta los acontecimientos políticos e históricos antes y después de la segunda guerra mundial», incluyendo la ocupación soviética.12

La confusión surge de la ausencia de una guerra popular en Letonia, ausencia cuya raíz se encuentra en la posición geográfica e histórica del país. Con una superficie de sólo 1/264 parte de la de Rusia, una séptima parte de la de Alemania, estos poderosos vecinos la oprimieron durante mucho tiempo. Los caballeros teutónicos tomaron el control del país en el siglo XIII, y aunque los germanos bálticos representaban apenas un 4 por ciento de la población a principios del siglo XX, aún dominaban económica y socialmente. Por encima de ellos había un régimen zarista autoritario que perseguía agresivamente políticas de rusificación. Incluso tras la independencia, en 1918, las minorías étnicas controlaban más de tres cuartas partes de las empresas privadas.13

En esta situación, la propia actitud hacia el imperialismo es crucial. El enfoque adoptado por el principal y mayor partido político del país, el Partido Obrero Socialdemócrata Letón (POSL) era el internacionalismo de izquierdas. El POSL tenía una política similar a la de [Rosa] Luxemburgo. Argumentaba que, en tanto existieran el imperialismo alemán o ruso, las demandas de independencia de Letonia eran poco prácticas en un país tan débil. Sólo una alianza con obreros revolucionarios que lucharan para derrocar a esas potencias imperialistas desde dentro podía tener éxito. De modo que Stucka,* líder del POSL, no quería «la guerra de nacionalidades sino la de clases».14 Esta política hizo que durante la Revolución rusa de 1905, los obreros de Riga se unieran en masivas huelgas que sacudieron al zarismo. Simultáneamente, los campesinos (el grupo social más numeroso) desafiaban el poder de los terratenientes alemanes.15

Pero el imperialismo se recuperó y durante la primera guerra mundial, Letonia se convirtió en un campo de batalla disputado por Alemania y Rusia. Sólo escapó a la masacre cuando la insurrección bolchevique de 1917 retiró a Rusia de la guerra. Durante este episodio, los fusileros letones jugaron un destacado papel como «guardia pretoriana» de los bolcheviques. Sin embargo, por el tratado BrestLitovsk de 1918 se forzó a Moscú a ceder los Estados bálticos de Estonia, Lituania y Letonia a Alemania. Mientras los bolcheviques fueron demasiado débiles para hacer nada más, este acto probablemente evitó que tuviera lugar una revolución con éxito en Letonia, con amplio apoyo popular.16

En 1918, con la influencia de la izquierda en retroceso, la iniciativa pasó a los nacionalistas letones, que tendían a pertenecer a las clases medias y alta. Temían a los trabajadores letones y a su internacionalismo, y estaban dispuestos a aliarse con cualquier potencia imperialista que les garantizase un Estado con los empleos, estatus y poder necesarios para frenar a sus rivales domésticos. Gran Bretaña era hostil tanto al comunismo como al Káiser, de modo que en octubre se convirtió en la primera nación en acordar con Letonia reconocimiento diplomático.17 Apenas unos días después de la capitulación de Alemania, los vencedores de la primera guerra mundial otorgaron independencia plena a Letonia.

Ésta comenzó el periodo de entreguerras con una democracia parlamentaria, pero tras la visita del presidente Ulmanis a la Alemania nazi en 1934, se introdujo el fascismo.18 Su primer objetivo fueron los comunistas, cuyo apoyo a un gobierno extranjero fue tildado de «antipatriótico». Finalmente se prohibieron todos los partidos políticos (incluidos el Perkonkrusts y su propia formación). Aunque Ulmanis evitó el antisemitismo virulento, se alineó claramente con el lema general del Perkonkrusts impulsando eslóganes como «Letonia para los letones»19 y «Letonia es un Estado letón».20

El pacto entre Hitler y Stalin otorgó los Estados bálticos a Rusia, y en 1940 tropas soviéticas derrocaron a Ulmanis. En una declaración digna de Orwell, el recién fundado «Gobierno Popular de Ciudadanos Libres de Letonia» declaró: «la presencia del Ejército Rojo en territorio de Letonia y la feliz bienvenida que nuestros habitantes han dispensado al Ejército Rojo son pruebas sólidas y garantía de nuestras estables relaciones y amistad fraternal con la URSS (...)».21 Unos comicios dieron por resultado un sonoro 98 por ciento de voto de confianza al «Bloque de Trabajadores del Pueblo». Sin embargo, se trataba del grupo del Partido Comunista Letón, el único partido legalizado. En aquella época el Partido tenía sólo 400 miembros, de los que apenas 50 eran étnicamente letones.22 En agosto de 1940 se admitió a Letonia en la URSS y su «comunidad de grandes tierras hermanas y socialistas y afortunadas naciones».23

Algunos letones se tragaron la retórica oficial. La excelente historia de la ciudad de Daugavpils escrita por Swain muestra cómo llegaron a creer que el dominio ruso implicaba luz verde a los soviets: consejos de trabajadores y soldados.

En las factorías Italia los soviets recortaron horas de trabajo, readmitieron a un obrero víctima del régimen fascista y aseguraron el pago de los sueldos de los días de la «revolución». En los barracones se mejoró la calidad de la comida, se purgaron los «elementos fascistas» y se promulgó igualdad de oportunidades de promoción para todas las nacionalidades, así como vacaciones.24 Sin embargo, estas ilusiones se destruyeron rápidamente. Se impuso a la Letonia rusa lo que Swain llama «un plan de cinco años en cinco meses».25 Se restauró en el poder a los antiguos directores de las fábricas y los comités del Partido reemplazaron a los soviets de amplias bases.26 El racionamiento acompañó a un alza del 300 por ciento en el precio de los alimentos. Mediante el movimiento estajanovista se instó a los trabajadores a multiplicar su productividad y la policía secreta los espió.27 Mientras el pacto Hitler-Stalin se mantuvo, se dijo a los comunistas que «su tarea ya no era formar parte del movimiento mundial contra el fascismo, sino persuadir a un populacho escéptico de los beneficios de incorporarse a la Unión Soviética (...)».28 Se incorporó rápidamente a las economías de los países del Báltico en los preparativos para la guerra de la URSS. En julio de 1940 el gobierno se apropió («nacionalizó») todas las grandes compañías y bancos.29 Siguieron cambios en la propiedad de las tierras que, aunque no llegaron a la colectivización total, hicieron sospechar a muchos campesinos que el Estado pronto se quedaría con sus tierras.30

Dado que los Estados del Báltico estaban cerca de Leningrado y contenían minorías alemanas que Hitler podía emplear para justificar una invasión,31 se tomó la decisión de deportarlos, así como a otros «elementos peligrosos». La deportación de miles de ciudadanos causó un intenso resentimiento. El proceso se llevó a cabo en cuatro oleadas,32 que culminaron entre el 13 y el 14 de junio de 1941 con el envío de 15.000 personas (entre ellas 2.400 niños menores de 10 años) a Siberia en condiciones infrahumanas.33 Fue la última gran actuación del régimen.

Los círculos oficiales letones aún hoy en día llaman al periodo de las deportaciones «el año del terror»,34 y algunos implícitamente acusan a los judíos por lo que ocurrió. Una persona escribe: «parte de la población judía, en especial miembros del movimiento socialista judío, dieron la bienvenida y colaboraron activamente con el régimen soviético».35 Teniendo en cuenta la alternativa nazi esto apenas es sorprendente. Otros apuntan a «la evidente posición de los judíos en el nuevo régimen [que] provocó que los letones identificaran a la totalidad de la comunidad judía con el odiado régimen soviético».36 Un tercero señala que «tres de las principales figuras del aparato de seguridad eran de ascendencia judía, y esto creó un estereotipo común en la Letonia ocupada (...)». Un relato más mesurado subraya que «los letones, en Letonia, sólo vieron que los que perpetraban esto eran no sólo rusos y letones, sino también judíos... ¡Nuevamente esos judíos!».37

Como suele ser habitual, el estereotipo era falso. Los judíos de Letonia estuvieron entre los que más sufrieron. Constituían el 5 por ciento de la población, pero fueron el 11 por ciento de los deportados.38 Su mayor cantidad se debía a su posición en la estructura económica, posición que se veía como un impedimento para el monopolio ruso: «los soviéticos veían a todos los pueblos conquistados como una posible amenaza que debía ser incorporada por la fuerza en el sistema comunista. Con respecto a los judíos, a los que no se otorgaba el estatus de nacionalidad en la ideología soviética, el objetivo era asimilarlos lo antes posible, deshaciendo las organizaciones comunales y religiosas judías».39

Y sin embargo, los judíos volvieron a ser las víctimas cuando, en ausencia de una alternativa viable al imperialismo, las acciones de un opresor (Rusia) empujaron a muchos en la población letona a los brazos de otro opresor (Alemania). Un libro explica que como consecuencia de las deportaciones «en un cortísimo periodo de tiempo, la percepción común de los alemanes (los “caballeros negros”)* como principales enemigos de Letonia (desarrollada a lo largo de siglos) se vio súbitamente sustituida por la percepción de que el principal enemigo de Letonia era Rusia y los comunistas. Este cambio de perspectiva definió la recepción a los alemanes cuando éstos invadieron».40

El régimen soviético de Letonia se desmoronó en 1941 bajo la masacre provocada por la Wehrmacht. Como antes, cuanto se derrocó el régimen de Ulmanis, hubo un breve periodo de transición en que ninguno de ambos imperialismos tenía todo el poder. Sin embargo, no surgió nada siquiera parecido a una resistencia contra los nazis. Aquellos que, a la izquierda, no habían sido aplastados por el régimen fascista de Ulmanis, estaban desorientados o desacreditados por la fase estalinista. En lugar de ello, se formó espontáneamente un «movimiento partisano» nacional para hostigar al Ejército Rojo en retirada, colaborar con el avance alemán y arrestar a comunistas y judíos.41 Los simpatizantes de los nazis crearon un Centro para Operaciones en Letonia para tomar el poder a escala local, pero los nuevos amos lo ignoraron.42

Los nazis encontraban colaboracionistas entusiastas en todos los Estados que ocupaban: desde Quisling, en Noruega, hasta Pétain en Francia. Sin embargo, en la franja de territorios que habían experimentado recientes deportaciones por parte de los soviéticos, como los Estados bálticos y Ucrania, este fenómeno fue especialmente intenso. Aquí, escribe Dean, el autor estadounidense, «era relativamente fácil para los nazis reclutar localmente a gente dispuesta a implantar sus terribles políticas (...)».43 Los historiadores letones realizan terribles esfuerzos para asegurar que sus conciudadanos no se hubieran dedicado al genocidio sin un estímulo exterior.

En la mayoría de casos, el «interregno» entre control ruso y control alemán duró menos de un día, y no parece haber pruebas de asesinatos masivos espontáneos de judíos en ese breve tiempo.44 Sin embargo, la velocidad de los acontecimientos es, a pesar de todo, sorprendente.

Se suele datar el Holocausto a finales de verano de 1941, y se generaliza a gran escala a partir de octubre. En Letonia, sin embargo, la Solución Final ya estaba en marcha desde el 23 de junio, dos días después de que los alemanes tomaran el poder. Para mediados de agosto una gran parte de los judíos de zonas rurales ya estaban muertos. En la región de Zemgale la proporción llegó al 100 por ciento. Esta exhaustividad sólo pudo darse gracias al conocimiento y estrecha colaboración de la población local. Como asegura Dean, en un sentido más amplio, «había un elemento de conocimiento de las víctimas por parte de quienes perpetraron las masacres [que] les otorgaba un carácter de cruel intimidad».45 Los Comandos Letones de Autodefensa (una vez más suena a Orwell) identificaban y rodeaban a las víctimas. Se habían formado 700 unidades en tan sólo unas semanas.46 Es evidente que los invasores no tuvieron ningún problema para encontrar voluntarios. Un estudio de la zona de Krustpils describe cómo funcionaban las cosas a pequeña escala:

Tanto quienes ejecutaban como quienes daban las órdenes procedían de Krustpils o zonas adyacentes. Por norma general, los alemanes no solían estar presentes en operaciones que implicaran grupos pequeños de judíos. En lugar de ello permitían a sus esbirros tener «iniciativa» y les daban «rienda suelta». En todas las regiones de Letonia los asesinos locales ayudaban a aliviar la presión psicológica de los verdugos procedentes de la «raza superior». Lamentablemente, a menudo intentaban complacer a las autoridades ocupantes haciendo más de lo que se esperaba de ellos.47

Los colaboracionistas letones se organizaban solos. Trabajando junto a los Einsatzgruppen alemanes había unidades como el Comando Arajs, de 1.600 hombres, dirigido por un antiguo miembro del Perkonkrusts.48 Fue directamente responsable de asesinar a 26.000 personas y estuvo implicado en las muertes de 34.000 más.49 Aunque factores como la codicia, el sadismo y el antisemitismo pueden haber motivado al Comando Arajs, el testimonio ante los tribunales de un voluntario resulta revelador y a la vez típico. Se unió «para luchar contra las unidades del Ejército Rojo que se hubieran quedado atrás, contra activistas soviéticos y otros partidarios del régimen soviético (...)».50

La población general no necesariamente compartía los ideales genocidas de los escuadrones de «autodefensa». Otro voluntario del Comando Arajs sugiere que aunque sus miembros «se daban cuenta de que se asesinaría a un número incontable de personas», también sabían que el grueso de la población no apoyaba los asesinatos de mujeres y niños, pese a que el antisemitismo era generalizado.51 Oficiales alemanes se quejaban de que los letones «se comportaban de manera pasiva hacia los judíos» y de que, pese a las expectativas, las tropas locales sólo habían liquidado espontáneamente a «unos cuantos miles».52 En efecto, se ha identificado a unos 400 individuos letones que, corriendo un gran riesgo personal, protegieron a judíos de la persecución.53

Las relaciones entre nazis y letones estaban determinadas por el hecho de que los Estados bálticos eran la única parte del este de Europa que se pretendía incluir en el Reich tras la «germanización» (una combinación entre asimilación del 50 por ciento que se consideraba «racialmente idóneo» con exilio o exterminio del resto).54 Por tanto, las autoridades nazis priorizaban a los letones por encima de otros europeos del Este, pero por la misma razón se oponían a su independencia. ¿Podía este bloqueo de las aspiraciones nacionales constituir la base para una guerra popular?

En Riga los alemanes establecieron una «Administración Propia» al mando del general Dankers. La mayoría de historiadores tratan estos entes como regímenes marioneta,* pero algunos historiadores letones describen la Administración Propia como una fuente de «resistencia». ¿Era ése el caso? Cuando los ocupantes pidieron que se crearan batallones de policía, el ministro Valdmanis sugirió que los letones deberían exigir concesiones por parte de los alemanes a cambio de su cooperación.55 Resulta difícil alegar que poner un precio a la colaboración, en lugar de proporcionarla gratuitamente, constituya resistencia como tal, pero en cualquier caso Dankers revocó a Valdmanis. Hacia el final de la guerra había 49 batallones, con unos 15.000 individuos, en estado operativo. En realidad, «batallón de policía» era un nombre incorrecto, dado que las tareas que asumían incluían combatir en el frente del Este, vigilar el gueto de Varsovia y transportar judíos de Treblinka al campo de exterminio.56

El cobarde enfoque por el que abogó Dankers no hizo disminuir un ápice la explotación que sufrió Letonia. Los nazis la trataron tan brutalmente como los rusos. Cuando la aldea de Audrini escondió a soldados del Ejército Rojo, se asesinó a sus 235 habitantes y se incendiaron los edificios.57 La operación Magia de Invierno, contra los partisanos, en la frontera con Rusia, implicó aplanar una franja de 40 km de tierra de nadie. Todas las mujeres y niños que no huyeron fueron deportados a campos de concentración o a Alemania, mientras que a los hombres se los deportó o se los fusiló.58 La explotación económica fue igualmente desvergonzada. Los alemanes se quedaron con propiedades expoliadas bajo la ocupación soviética como «botín de guerra».59 Posteriormente se ha calculado que Alemania le costó a Letonia 660 millones de dólares (en comparación con los 1.000 millones que costó Rusia):60 se utilizó a 265.000 letones como mano de obra en el Reich.61 Cuando se acabaron los voluntarios hubo lo que Swain llama «una caza de personas (...) Escuadrones de secuestro atrapaban a quien se encontrara más cerca y le obligaban a montarse en el camión a punta de pistola».62

La gente de la época hacía una comparación directa con la ocupación rusa. Un oficial alemán creía que las actividades de su país eran «tan brutales que los métodos empleados pueden, ciertamente, compararse con los métodos de la checa [rusa]».63 Un prisionero comunista dijo a sus carceleros: «hemos tratado mal a nuestra gente. Tan mal que sería casi un arte tratarlos peor. Vosotros los alemanes lo habéis logrado». Otro sospechaba que los nazis «no eran en absoluto alemanes, sino rusos que lucían otros uniformes».64 Todo esto debería haber dado multitud de razones para combatir contra los alemanes.

Y sin embargo es difícil encontrar oposición. En un desesperado intento de encontrarla, algunos historiadores letones aseguran haber descubierto el huidizo elemento antifascista en un ente propuesto por Himmler en mayo de 1943, la «Legión de Voluntarios Letones de la SS», una tropa de 150.000 efectivos.65 La describen como «el centro legal de resistencia contra el dominio alemán».66 ¿Por qué? En primer lugar, insisten en que no se trataba de una fuerza voluntaria porque el grueso de la Legión era de conscripción.67 Incluso si es correcto, esto no convierte a los conscriptos en resistentes. La segunda táctica es sugerir que los letones se enfrentaron a los alemanes acerca de su formación. Cuando la Administración Propia consideró por primera vez la propuesta de Himmler se renovó el debate previo acerca de «más reclutas como precio por concesiones, o concesiones como recompensa por más reclutas».68 Valdmanis quería que Alemania diera a Letonia un estatus títere mejorado, como recompensa por la aportación de 100.000 soldados,69 pero la Administración Propia realizó una propuesta más modesta: que se diera el mando al general letón Bangerskis. La propuesta fue rechazada, pero la Administración Propia cedió y aprobó la Legión. A cambio los nazis realizaron la mínima concesión posible. Se nombró a Bangerskis inspector general con rango de SSGruppenführer y teniente general de las Waffen-SS.70

Así pues, ¿qué queda de lo de «centro legal de resistencia»? Sólo esto: «desde el principio, en la Legión prevaleció un espíritu letón. Por ejemplo, las órdenes se daban en letón, los rangos, las listas y las plegarias eran los mismos que en el antiguo ejército letón.71 ¡Se supone que hemos de creer que luchar junto a los nazis era resistencia, siempre y cuando que los himnos se cantaran en letón!

Un análisis apenas un poco más creíble de la Legión es que: «aunque luchaban con un aliado no deseado, los soldados letones lucharon heroicamente contra su mayor enemigo, los comunistas».72 Un estudio sobre veteranos extranjeros de las Waffen-SS corrobora esto, al mostrar que, aunque pocos noruegos o finlandeses eran entusiastas partidarios de la «cruzada contra el bolchevismo» nazi, el 100 por ciento de los letones citaron el anticomunismo como su motivación.73

¿Adquiere siquiera un destello de plausibilidad la noción de resistencia a través del hecho de que los alemanes reprimieron a ciertos líderes letones? Es cierto que a los nazis no les gustaban quienes ponían un precio a la colaboración. Cuando Celmins se opuso a que se prohibiera su partido Perkonkrusts, lo enviaron al campo de concentración de Flossenburg. A Valdmanis lo deportaron en 1943. Pero a Celmins lo trataron como a un «preso de honor»,74 a diferencia de los 1.100 letones que fueron asesinados en el campo.75 Para Valdmanis, la deportación supuso su realojamiento en el hotel más prestigioso de Berlín.76 Es ridículo comparar a estas personas con los verdaderos resistentes de cualquier otro lugar, que se enfrentaban a la tortura y a la muerte.

Nuestro candidato final a resistencia antinazi es el Consejo Central de Letonia (CCL). Bilmanis, embajador de Letonia en los EE.UU. en la preguerra, afirmaba estar a favor de «los principios de la Carta Atlántica [y] seguía una política basada en la próxima victoria de Gran Bretaña y los Estados Unidos (...)».77 Respaldado por los cuatro partidos políticos letones más grandes de preguerra, el CCL era, según la historia oficial actual, «la mayor y más importante organización de resistencia [cuya] más importante postura era la lucha contra ambas potencias ocupantes: los nazis y los soviéticos». Lamentablemente, las pruebas acerca de esta equitativa oposición al totalitarismo son escasas. Incluso quienes afirman lo anterior admiten que el CCL no luchó contra los nazis78 porque «la acción militar tan sólo serviría para debilitar a la Alemania nazi y propiciar, por tanto, el regreso del régimen soviético».79

El programa político del CCL, firmado por 190 individuos prominentes, es muy aplaudido, pero pocos lo citan. En realidad es cualquier cosa menos una declaración de oposición al nazismo. El prólogo advierte: «El enemigo del Este se aproxima nuevamente, amenazante, a Letonia». Luego se queja de que el bloqueo nazi a las aspiraciones nacionalistas letonas está perjudicando «la completa movilización de los habitantes de Letonia en las fuerzas armadas alemanas».80 Y la declaración era una súplica dirigida, ni más ni menos, que al mismísimo SSGruppenführer letón y teniente general de las Waffen-SS, Bangerskis. Éste era el hombre al que se dirigieron los alemanes en sus momentos finales para que encabezar una administración ersatz* que actuara de tapadera de sus actos ilegales.81 Con toda probabilidad es un signo de la debilidad de la resistencia el que los nazis de la región letona de Curlandia (Kurzeme) se rindieran un día después de que lo hiciera la propia Alemania, con lo que acababa oficialmente la segunda guerra mundial en Europa.

Había otra fuerza que se arrogaba el manto de la resistencia en Letonia: los partisanos prosoviéticos. Un detallado estudio, que mostraba que tuvieron dificultades para arraigar más allá de las ciudades de Riga, Liepaja y la zona fronteriza de Latgale, sugiere que eran una herramienta de Moscú y que, por tanto, tenían muchos problemas para reclutar.82 Cuando el Comité Central en el exilio del PC letón intentó fundar bases en el país, los partisanos que ya se encontraban sobre el terreno declararon que era imposible, de modo que durante un prolongado periodo las operaciones se iniciaban en la vecina Bielorrusia.83 Finalmente la brutalidad nazi aportó reclutas, primero procedentes de la población de etnia rusa y posteriormente de capas más amplias.84 Hacia 1943 había ya más voluntarios que armas con las que equiparlos, debido a que, en palabras de un informe de los partisanos, «en Latgale todo el mundo espera el regreso del Ejército Rojo, debido a los impuestos, a los altos precios y a las exigencias de los alemanes».85 Hacia el final de la guerra, unidades como la Flecha Roja, compuesta por paracaidistas del Ejército Rojo, comunistas letones y desertores de la Legión, realizaban ofensivas en varias zonas.86 En época de Stalin se daba la cifra de 20.000 partisanos,87 pero una cifra más realista es la ofrecida por ellos mismos tras su disolución en octubre de 1944: 5.900.88

Por último queda mencionar a los más de 40.000 letones que lucharon en las filas de la División de Fusileros Letones del Ejército Rojo y otras unidades. Sin embargo, no eran más independientes, con respecto al imperialismo, que la Legión Letona de las SS. Al respecto, el choque de imperialismos y la falta de una alternativa popular dieron por resultado una guerra civil letona en que ambas partes mataban a sus compatriotas a las órdenes de un opresor extranjero.89

El régimen prosoviético que reemplazó a los nazis tras la segunda guerra mundial carecía tan a las claras de apoyo local que tuvo serias dificultades para hallar suficientes personas que hablaran la lengua local para sus oficinas. La mitad de los puestos clave del distrito de Daugavpils eran rusos, y sólo uno de cada seis era étnicamente letón.90 Y sus acciones no hicieron mucho por ganarse la popularidad. Las deportaciones comenzaron nuevamente, con 150.000 personas enviadas a Siberia en los primeros cinco meses de 1945.91

La experiencia de los civiles hace evidente la razón por la que no hubo una guerra popular. Se encontraron atrapados entre dos poderosos bloques imperialistas. El autor pudo comprobarlo en persona durante una entrevista en Riga a una mujer que tuvo un abuelo en la Legión SS y otro en el Ejército Rojo. En 1940 los soviéticos arrasaron la granja de su abuela, y en 1941 la Wehrmacht hizo lo mismo. Ambos ejércitos la saquearon, y en los últimos días de la guerra los partisanos se les unieron. Otra mujer describía la historia de su familia tras la llegada de los nazis en estos términos:

[A] mi padre lo enviaron a prisión; a mi hermano menor lo deportaron a Alemania con 18 años de edad. Tras algún tiempo lo metieron en el campo de concentración de Stutthof, en Danzig.* A mí me deportaron a Alemania para trabajar la tierra a la edad de 17 años. En 1944 los comunistas ocuparon Letonia por segunda vez. Con la confusión de la guerra no pude saber nada de mi familia. Más tarde me llegaron noticias de que habían deportado a mi padre a Rusia, a pie, con setenta y un años de edad, y que había muerto en algún lugar en la cuneta de la carretera.92

El epílogo a la segunda guerra mundial en Letonia es igualmente desolador. Sin una guerra popular como contrapeso, el imperialismo determinó totalmente el destino del pueblo. Los nacionalistas letones retiraron su lealtad a los derrotados alemanes en el último minuto, con la esperanza de contar con las simpatías de los Aliados. No hubo ninguna diferencia. Las conferencias de Teherán y Potsdam sellaron las ganancias que Stalin había obtenido con su pacto con Hitler. Esto minó a los «partisanos nacionales», de los que unos 20.000 desafiaron el control soviético tras 1944. Muchos habían sido entrenados por el contraespionaje alemán, y hacia 1953 habían matado a 3.242 soldados del Ejército Rojo, una cifra aproximadamente equivalente a la de sus propias pérdidas.93

Los letones que habían estado combatiendo junto a los alemanes constituyeron el grupo más numeroso de personal enemigo no alemán capturado.94 Cuando la Guerra Fría se abrió paso, Gran Bretaña anunció que esos veteranos de las Waffen-SS del Báltico no eran, al fin y al cabo, criminales de guerra, sino «personas desplazadas». Aceptaron el argumento del embajador letón de preguerra de que personas como Arajs «eran grandes patriotas nacionales, hombres de medios bastante modestos; antibolcheviques, por supuesto, pero a los que no se podía describir como fascistas».95 Los EE.UU. dieron empleo a Valdmanis basándose en que «nunca había participado en política y su carácter e historial eran excelentes».96

Los historiadores letones han tratado de normalizar la experiencia de su país intentando ligar una «resistencia» a su pasado. Esto no se puede hacer porque, a diferencia de la mayor parte de otros lugares, nunca hubo ningún movimiento independiente de los imperialismos de uno u otro pelaje. La consecuencia fue la aniquilación de los judíos y la devastación para los habitantes locales que quedaron con vida. Letonia es una especie de prueba en negativo del argumento de las guerras paralelas. Muestra cuán terrible pudo llegar a ser la segunda guerra mundial, y lo importante que fue, en los demás lugares, la guerra popular.

Conclusión

En esta sección hemos visto cuatro patrones de interrelación muy diferentes entre la guerra popular y la guerra imperialista. El contexto común fue que todos estos países fueron ocupados por el Eje, aunque la respuesta a ese problema varió enormemente.

A un extremo del espectro se halla Yugoslavia, donde la guerra popular fue capaz de aprovechar las fisuras internas del imperialismo para triunfar. En Grecia, el ELAS se enfrentó con éxito al imperialismo del Eje, pero el imperialismo británico le robó la victoria. La guerra popular polaca, el Alzamiento de Varsovia, carecía del armamento necesario para derrotar a los nazis si no se la ayudaba, y la potencia aliada que podría haberla ayudado la abandonó cínicamente. El caso de Letonia es quizás el más trágico, si no el mayor en escala. El peso aplastante de sucesivas invasiones imperialistas impidió que surgiera una alternativa popular. La consecuencia fue un terrorífico Holocausto en miniatura en que partes de la población local tomaron equivocadamente parte en uno de los bandos imperialistas, los nazis, en la creencia de que podrían castigar al imperialismo ruso asesinando judíos.

Los próximos ejemplos que tomaremos en cuenta son los países Aliados. Ni Gran Bretaña ni los EE.UU. soportaron una invasión por parte del Eje como Yugoslavia, Grecia o Polonia. Y, sin embargo, también allí surgió el fenómeno de las dos guerras.