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EE.UU.: RACISMO EN EL ARSENAL DE LA DEMOCRACIA

Los EE.UU. realizaron una gran contribución al resultado de la segunda guerra mundial. Perdieron la vida 405.000 estadounidenses y el país se gastó la mareante cantidad de 330.000 millones de dólares.1 Si la cifra de muertos palidece en comparación con la de la Unión Soviética, el papel de los EE.UU. como fuente de armamento fue sobresaliente. A través de la Ley de Préstamo y Arriendo suministró montañas de equipamiento militar y alimentos. La Unión Soviética obtuvo una décima parte de su maquinaria militar de los EE.UU.,2 y Gran Bretaña recibió dos veces esa cantidad.3

En algunos aspectos la postura de los EE.UU. parecía un tanto diferente a la de sus aliados. Carecía de grandes colonias4 y estaba más dispuesto a hablar el lenguaje de la guerra popular. En 1940 el presidente Roosevelt pronunció un famoso discurso asegurando que los EE.UU. eran «el gran arsenal de la democracia». Reprendió a los nazis por haber «proclamado, una y otra vez, que todas las demás razas son inferiores y están, por tanto, sujetas a sus órdenes».5 Una semana más tarde declaró que su «política nacional» lo era «sin importar los partidismos» y que implicaba «la conservación de las libertades civiles para todos».6

Sin embargo no habría que exagerar las diferencias entre los EE.UU. y sus aliados. La implicación de Washington en la segunda guerra mundial formaba parte de lo que Ambrose llama «ascenso hacia el globalismo»:*

En 1939 (...) los EE.UU. tenían un ejército de 185.000 hombres, con un presupuesto anual de menos de 500 millones de dólares. Estados Unidos no tenía alianzas militares y no había tropas estadounidenses estacionadas en el extranjero. (...) Treinta años después América tenía [un presupuesto militar de] más de 100.000 millones. Los Estados Unidos tenían alianzas militares con 48 naciones, 1,5 millones de soldados, aviadores y marineros estacionados en 119 países.7

Si antes de la segunda guerra mundial, América había seguido un camino diferente al de las potencias europeas, era uno de colonización interna más que externa, no sólo a través de la conquista del Oeste y la aniquilación de los nativos americanos, sino a través de la explotación de esclavos africanos embarcados hacia su continente. Por tanto, a la cuestión de si el esfuerzo bélico de los EE.UU. tomó un carácter imperialista o popular, la prueba fundamental era el tema doméstico de la raza, que ha sido denominado «la obsesión americana».8

Los japoneses

Éste surgió en primer lugar en relación con los japoneses. Aunque el ataque a Pearl Harbor en diciembre de 1941 era creación de Tokio, las autoridades federales se volvieron contra los japoneses residentes en Estados Unidos. La Orden Ejecutiva 9066 de Roosevelt (marzo de 1942) internaba a «todas las personas de origen japonés» en la Zona del Mando de Defensa Occidental (California, Oregón, Washington y Arizona).9 Esto afectó a 120.000 personas de las que 70.000 eran estadounidenses.10

Se había explotado a los asiáticos en el litoral de la Costa Oeste desde mediados del siglo XIX, y se potenciaba el racismo tanto para mantener bajos sus salarios como para dividir a los trabajadores, blancos y no blancos, entre ellos. Los japoneses eran un objetivo habitual. En su campaña hacia la presidencia de 1912, Woodrow Wilson declaró que los japoneses «no podían mezclarse con la raza blanca», y unos años después el gobernador de California insistía en el «principio de conservación de la raza». En un famoso caso en los tribunales a un hombre se le negó la naturalización simplemente porque era «claramente de una raza que no es caucásica»11 y hacia 1924 el precedente se había solidificado hasta convertirse en ley nacional. A fin de mantener la «preponderancia racial», desde ese momento sólo las «personas libres blancas» podían optar.12

El arquitecto de la Orden Ejecutiva 9066, el comandante de la Zona del Mando de Defensa Occidental DeWitt, aclaró que su motivación era genética:

La raza japonesa es una raza enemiga y aunque muchos japoneses de segunda y tercera generación, nacidos en Estados Unidos, en posesión de la ciudadanía de los Estados Unidos, estén «americanizados», las afinidades raciales permanecen sin diluir. Decir lo contrario es como esperar que hijos nacidos de padres blancos en suelo japonés corten toda afinidad racial y se conviertan en leales súbditos japoneses.13

Los administradores de la Orden Ejecutiva 9066 pensaban que era una reacción exagerada, pero aceptaban la opinión de que «los rasgos normales caucásicos de tales individuos permiten al americano medio reconocer a individuos particulares mediante la distinción de características faciales menores [pero] el ojo occidental no está capacitado para distinguir a un residente japonés de otro». Esto hacía que «una vigilancia eficaz de los movimientos de particulares japoneses sospechosos de lealtad sea virtualmente imposible».14

Una justificación pública para la Orden Ejecutiva 9066 era una necesidad militar. DeWitt aseguraba en voz alta que los japoneses de EE.UU. emitían datos sensibles de inteligencia estadounidense, aunque sabía que era mentira,15 y el director del FBI, el famoso reaccionario [J. Edgar] Hoover, estaba al tanto de que esa aseveración era pura ficción.16 Para sortear la falta de pruebas se avanzó una sorprendente evidencia, digna de Donald Rumsfeld: «el propio hecho de que no haya habido ningún sabotaje hasta la fecha es una indicación perturbadora y que corrobora que se realizará tal acción».17 Aunque las autoridades sugerían que el internamiento era popular, encuestas realizadas en secreto en las áreas afectadas indicaban que sólo un 14 por ciento estaba a favor de esta estrategia.18 La gente sabía ver a través de los engaños destinados a extender el miedo por parte de políticos y prensa.

La Orden Ejecutiva 9066 se implementó recurriendo a métodos similares a la «arianización» de los nazis. Se hacinó a los japoneses en antiguos establos y porquerizas antes de transferirlos a «centros de realojamiento» a largo plazo como el sombrío campo de Minidoka, Idaho.19 El término «campo de concentración» se había abandonado con discreción. Llevando poco más que lo que podían cargar, perdieron casas y propiedades por valor de 400 millones de dólares.20 Un motín en un campo fue controlado por soldados que mataron a dos personas e hirieron a muchas más. Cuando un médico reveló que a los manifestantes se les había disparado por la espalda fue despedido.21

El internamiento encontró críticas en lugares inesperados. El director de la Autoridad de Realojamiento de Guerra se sentía avergonzado por la política que debía poner en práctica. Creía que «daba credibilidad a los argumentos del enemigo de que libramos una guerra racial; que esta nación predica la democracia y practica la discriminación racial».22 Las víctimas de la Orden Ejecutiva 9066 también señalaban la hipocresía de la posición del gobierno: «aunque tenemos la piel amarilla, también somos americanos. [De modo que] ¿cómo podemos decirles a nuestros compañeros en las fuerzas armadas que luchamos por la perpetuación de la democracia, especialmente cuando nuestros padres, madres y familias están en campos de concentración, pese a no habérseles acusado de ningún crimen?».23

La diferente manera en que los EE.UU. libraron su guerra en Europa y en Asia también demuestra la influencia de la raza. Un veterano recordaba cómo su sargento de instrucción declaraba: «No vais a Europa, vais al Pacífico. No dudéis en pelear sucio con los japos».24* Un corresponsal de guerra recuerda: «disparábamos a los prisioneros a sangre fría, arrasábamos hospitales, ametrallamos botes salvavidas (...) ejecutábamos a los enemigos heridos».25 A veces el único propósito era extraerles los dientes de oro.26 Cuando el mismo veterano preguntó por unos disparos que había oído, le respondieron: «sólo una vieja amarilla. Quería que acabáramos con su sufrimiento para unirse con sus ancestros, supongo. De modo que le di el gusto».27

Cuando el Mando Británico de Bombarderos pidió a la Octava Fuerza Aérea de los EE.UU. su participación en la Operación Thunderclap, cuyo objetivo era matar a unos 275.000 berlineses, el general estadounidense Cabell protestó asegurando que «ese tipo de planes para matar bebés [constituirían] una mancha en la historia de las Fuerzas Armadas y de los EE.UU.».28 Esto no evitó que los EE.UU. tomaran parte en el bombardeo de Dresde, pero las razones fueron estratégicas. Al igual que los británicos, los altos mandos estadounidenses estaban al tanto de que sus fuerzas armadas «son las fichas azules con las que nos acercaremos a la mesa de tratados de posguerra» y que era importante asegurarse «el conocimiento, por parte de los rusos, de su potencia».29

En la guerra con Japón las connotaciones raciales eran más evidentes. Los «planes para matar bebés» eran la política estadounidense rutinaria en el teatro asiático, y se denunciaba a quienes decían que eran «antiamericanos» porque, como sugería el Weekly Intelligence Review en tonos que recordaban a Stanley Baldwin,* «nuestra intención es buscar y matar al enemigo allá donde se encuentre, sea él o ella, en el máximo número posible, en el menor tiempo posible. Para nosotros NO HAY CIVILES EN JAPÓN».30

Un ejemplo de lo que esto significó en la práctica fue el bombardeo de Tokio, el 10 de marzo de 1945. Mató a 100.000 personas. El general de las fuerzas aéreas Curtis LeMay lo llamó «el desastre más grande jamás infligido a un enemigo en la historia militar. (...) Hubo más víctimas que en ninguna otra acción militar en la historia mundial».31 David Lilienthal, miembro de la Comisión Estadounidense de Energía Atómica, resumió cómo se desarrolló la guerra contra Japón:

Entonces incendiamos Tokio, no sólo objetivos militares, sino que arrasamos el lugar, de forma indiscriminada. La bomba atómica sólo es la última palabra en esa dirección. Todas las limitaciones éticas de la guerra han desaparecido, no porque los medios de destrucción sean más crueles o dolorosos o terribles en su efecto sobre los combatientes, sino porque no hay combatientes individuales. Las vallas han desaparecido. Y fuimos nosotros, los civilizados, los que hemos llevado la conducta vergonzosa hasta las últimas consecuencias.32

Se trata de un juicio válido acerca de Hiroshima y Nagasaki. Aunque los EE.UU. sabían que Japón estaba pidiendo la paz,33 el secretario de Estado (Stimson) quería utilizar la bomba atómica y «el objetivo más deseable sería una planta de guerra vital, que emplee a grandes cantidades de trabajadores y esté bien rodeada por las casas de los trabajadores». Un historiador añade: «desprovisto de eufemismos, eso significaba matar en masa a trabajadores y a sus familias, que residían en esas casas».34

Harry Truman, el sucesor de Roosevelt, se dio cuenta de que la bomba atómica era «mucho peor que los gases o la guerra biológica, porque afecta a la población civil y la mata al por mayor».35 Las bombas atómicas mataron a 200.000 personas a corto plazo, y aniquilaron a los propios servicios médicos que podrían haber ayudado a las víctimas civiles. En Hiroshima:

De ciento cincuenta doctores en la ciudad, sesenta y cinco ya estaban muertos y los demás estaban heridos. De 1.780 enfermeras, 1.654 estaban muertas o demasiado malheridas para trabajar. En el hospital más grande, el de la Cruz Roja, sólo seis de 30 doctores estaban en condiciones de trabajar, y sólo diez enfermeras de más de doscientas.36

Y los efectos de la bomba en la gente desafían, virtualmente, cualquier descripción:

Su visión era casi insoportable. Sus caras y manos estaban quemadas e hinchadas; y grandes láminas de piel se habían desprendido de sus tejidos y caían colgando como los harapos de un espantapájaros. (...) ¡Y no tenían cara! Sus ojos, narices y bocas se habían quemado, y parecía como si sus orejas se hubieran fundido.37

Los judíos

Acabar con el Holocausto es quizás el argumento más poderoso para que la segunda guerra mundial sea una «guerra buena». Así pues, ¿cuál fue la actitud de los Aliados hacia la apremiante situación de los judíos? Cuando Hitler se anexionó Austria en 1938, Londres impuso restricciones en el visado para dificultar la huida de los judíos.38 Para el estallido de la guerra, sólo 70.000 de las 600.000 solicitudes de asilo se habían concedido.39 Tras 1939 la puerta se cerró completamente, pues se señalaba a todo aquel que procediera de territorio del Eje como enemigo extranjero. El secretario de Asuntos Exteriores británico vetó el rescate de 70.000 judíos rumanos (rescate plenamente pagado por la comunidad judía estadounidense) porque «si hacemos esto, todos los judíos del mundo querrán hacer ofertas similares con los judíos de Polonia y Alemania. Hitler bien puede ocuparnos (...)».40

«Asombrosa, una postura asombrosa», exclamaba un funcionario estadounidense,41 y esto demuestra que los EE.UU. tuvieron un enfoque mejor. En enero de 1944 se constituyó un Comité de Refugiados de Guerra que salvó hasta 250.000 vidas de judíos.42 Sin embargo, antes de dejarnos llevar por el entusiasmo es importante señalar que el gobierno proporcionó sólo un 9 por ciento del dinero. El resto provino de fuentes privadas.43 Además, como Wyman aclara en su excelente libro The Abandonment of the Jews («El abandono de los judíos»), 1944 era ya demasiado tarde, y el camino hacia la fundación del Comité había sido especialmente penoso. Ya en 1941 las autoridades estadounidenses sabían del exterminio que estaba llevándose a cabo en Europa. En efecto, en julio de 1942 una asamblea de 20.000 personas se reunía en Nueva York para protestar contra el Holocausto, y recibía mensajes de simpatía tanto de Roosevelt como de Churchill.44

Aun así, Roosevelt designó a Breckinridge Long, a quien Eleanor Roosevelt describió como «un fascista»,45 para supervisar las reglas de inmigración. Su política era «posponer, posponer y posponer la concesión de visados» y así «demorar y detener de manera efectiva [la inmigración] durante un periodo temporal de duración indefinida (...)».46 Para contribuir a ello, el formulario de solicitud de visado en los EE. UU. tenía 122 cm de largo y:

Tenía que rellenar por ambos lados uno de los patrocinadores del refugiado (o una agencia de ayuda al refugiado), jurarse so pena de perjurio y entregar seis copias. Exigía información detallada no sólo acerca del refugiado sino también de los dos patrocinadores estadounidenses que debían testificar que no suponía ninguna amenaza para los Estados Unidos. Cada uno de los patrocinadores debía elaborar una lista de sus residencias y empleadores en los últimos dos años y proporcionar referencias de carácter de dos ciudadanos estadounidenses de buena reputación cuyas actividades pasadas pudieran comprobarse con facilidad.47

Luego se introdujo una cruel trampa legal:* en los países de Europa controlados por el Eje no había cónsules que emitieran visados, pero a quienes escapaban de esos países hacia otros como España o Portugal se los estimaba «no en grave peligro» y por lo tanto se les denegaban los visados.

Acciones como ésta llevaron a un importante miembro judío socialista del Consejo Nacional Polaco a suicidarse. Explicó así su decisión:

La responsabilidad del crimen de asesinar a la población judía de Polonia por completo recae en primer lugar sobre los perpetradores, pero (...) por la contemplación pasiva del asesinato de millones de personas indefensas y del maltrato a los niños, mujeres y ancianos, [los Estados aliados] se han convertido en cómplices de los criminales. (...) Ya que no he sido capaz de hacer nada en vida, quizás mediante mi muerte contribuiré a deshacer esta indiferencia.48

El significado del bienvenido establecimiento del Comité de Refugiados de Guerra hacia el final de la guerra palidece ante la negativa, por parte de los EE.UU., a impedir que el campo de Auschwitz siguiera operando.

A principios de 1944, dos huidos del campo, Vrba y Wetzler, proporcionaron información detallada del mismo. Wyman demuestra que se podrían haber salvado hasta 437.000 vidas si se hubieran bombardeado las vías férreas y los crematorios de Auschwitz,49 pero el Departamento de Guerra declaró que esto era «impracticable».50 Entre julio y octubre de 1944 «un total de 2.700 bombarderos volaron a lo largo o a escasa distancia de ambas vías férreas de camino a objetivos en la región Blechammer-Auschwitz,51 y en varias ocasiones el campo de concentración tembló debido a los ataques a instalaciones cercanas.

El veredicto de Wyman ha sido ampliamente discutido.52 El argumento en contra, que los aliados occidentales no deseaban verse distraídos de su objetivo principal de derrotar a Alemania, se desploma en comparación con los costosos esfuerzos por evacuar niños españoles durante la guerra civil o para entregar suministros al Alzamiento de Varsovia. Parecería que sólo se llevaron a cabo «acciones humanitarias» cuando era políticamente conveniente. Un convencido partidario de Roosevelt defiende a su héroe enfatizando la «sincera creencia» del presidente «en poner todos los recursos de América y su propia influencia en ganar la guerra».53 La pregunta es: ¿qué guerra estaba intentando ganar?

La guerra popular no se centraba en obtener ventajas políticas, sino en la decencia común y en la protección de la vida humana. Las argumentaciones de que no se podía hacer nada para salvar judíos, o de que se trataba de una distracción, se demuestran falsos con el caso de Dinamarca. Aunque bajo dominación alemana, sólo 474 de sus 7.000 judíos cayeron en manos de los nazis,54 porque grandes cantidades de ciudadanos los ocultaron cuando comenzaron las detenciones.55 Después la resistencia organizó una flotilla de pequeños barcos para sacarlos a escondidas a través del Oresund* hacia la neutral Suecia.56 En Bulgaria, notables partes de la sociedad «se unieron con la singular determinación de proteger a los judíos de Bulgaria de la mayoría fascista proHitler en el parlamento». Como consecuencia, «los vagones de ganado (...) permanecieron vacíos. Los judíos búlgaros lucharon junto a sus compatriotas no judíos en un poderoso movimiento partisano».57

El rescate de judíos no era algo absurdo. Como señala un participante, muchos historiadores «cometen un error [cuando] intentan desconectar el rescate de judíos del resto de la resistencia. Era un todo».58 Muchos que escapaban regresaban posteriormente para luchar.59 Se estima que 1,5 millones de hombres y mujeres judíos se implicaron en combates contra el Eje; las fuerzas armadas de EE.UU. y de Rusia albergaban a medio millón cada una».60 En Europa oriental había organizaciones clandestinas en siete grandes guetos y en 45 guetos menores. Se dieron alzamientos en cinco campos de concentración y en 18 campos de trabajos forzados.61 Contra todo pronóstico hubo rebeliones armadas en los campos de exterminio de Auschwitz, Treblinka y Sobibor.

Incluso la resistencia judía poseía un doble aspecto. En muchos casos, organizaciones judías establecidas intentaron limitar los efectos del nazismo mediante la colaboración. Tzur demuestra que, como las otras, la población judía estaba dividida: «[la resistencia] sólo podía surgir a partir de una ideología activa que presentara a quienes la seguían en oposición a las circunstancias existentes y que creyeran en la posibilidad de cambiar la ecología cultural y política. Por tanto, los resistentes solían tener un pasado de pertenencia a grupos contra el establishment».62 Un ejemplo opuesto se dio en el gueto de Vilna, en «uno de los capítulos más trágicos de los anales del Holocausto».63 El jefe de la organización judía traicionó al líder del grupo de resistencia armada del gueto y lo entregó a la Gestapo, justo después de que 33.500 de sus 57.000 habitantes hubieran sido enterrados en fosas cercanas.64

«Doble victoria»: los americanos negros y la guerra

En los EE.UU. la población negra era consciente de la existencia de las dos guerras y así lo expresó. Cuando Roosevelt anunció que estaba defendiendo «la libertad y la democracia», los afroamericanos, que componían una octava parte de su población, no podían sino saber que en 12 estados del Sur sólo el 2 por ciento de los negros con edad legal podía votar, o que los ingresos medios de los negros eran sólo el 40 por ciento de los de los blancos.65 Puede que recordaran la respuesta del presidente a las docenas de linchamientos en 1933. Cuando el líder de la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color (NAACP) le pidió que respaldara un proyecto de ley contra los linchamientos, respondió que demócratas racistas sureños «ocupan lugares estratégicos en la mayoría de comités del Congreso y el Senado», y que por tanto «sencillamente no puedo asumir ese riesgo».66 Su futuro sucesor, Truman, dijo en 1940: «quiero dejar claro que no abogo por la igualdad social para los negros.* Los propios negros lo saben bien (...)».67

Las grietas en el edificio del racismo comenzaron a aparecer cuando las fuerzas armadas estadounidenses pasaron de unos cuantos centenares de miles de soldados a más de 14 millones. En 1940 la Selective Service and Training Act («Ley de servicio y entrenamiento militar selectivos») abrió las fuerzas a «cualquier persona, sin distinción de raza o color» y prometió que «no habrá discriminación (...)».68 Sin embargo, los cuerpos siguieron estando profundamente segregados. En palabras de Roosevelt, «la política del Departamento de Guerra es no mezclar personal alistado blanco y de color en la misma organización regimental».69 Es de suponer que la «no discriminación» sólo se aplicaba dentro de las secciones separadas de blancos y negros, no entre ellas.

La justificación que dio el secretario de Defensa fue que los negros eran «básicamente agrícolas».70 Por tanto, «las unidades de negros han (...) sido incapaces de dominar las técnicas de las armas modernas».71 En la Marina los negros sólo podían aspirar a ser pinches o cocineros porque, según el secretario de Marina, «sería una pérdida de esfuerzo y de tiempo [entrenar a aquellos que] por causa de su raza y color no podrían llegar a las calificaciones más altas». El almirante Nimitz advertía de que la integración era «el modo soviético, no el americano».72 En el ejército, se restringía al 95 por ciento de los negros a tareas de servicios,73 porque, como expresó el general Marshall, la integración habría supuesto «el establecimiento de problemas de vejación racial [que] no puede permitirse que compliquen la tremenda tarea del Departamento de Guerra y, por tanto, pongan en riesgo la disciplina y la moral».74 Como la moral de los racistas era prioritaria, los blancos podían dar órdenes a los negros, pero los negros nunca podían dar órdenes a los blancos. De modo que en 1940 sólo había dos oficiales negros en el Ejército.75

La segregación se aplicaba incluso a las donaciones de sangre. Quienes se oponían decían que esto era «abjurar de los principios por los cuales se libra esta guerra» y la llamaban «política digna de Hitler».76 Pero había muchos más ultrajes. Ésta era la experiencia de un soldado negro: «vi prisioneros alemanes libres de moverse por el campo, a diferencia de los soldados negros, cuyos movimientos estaban restringidos. Los alemanes entraban tranquilamente en todos los condenados lugares, como cualquier americano blanco. Nosotros vestíamos el mismo uniforme, pero se nos excluía».77 En las ciudades, los prisioneros de guerra alemanes se sentaban en la parte delantera de los autobuses, mientras que se relegaba a los negros a los traseros.78 Llegó a la conclusión de que los EE.UU. empleaban «dos ejércitos, uno negro y otro blanco».79 Cuando surgieron propuestas para refugios antiaéreos segregados en Washington DC, un diario comentó irónicamente: «¿no sería digno de Hitler obligar a los blancos americanos “a un destino mucho peor que la muerte”... a meterse en un refugio de negros?».80

Algunos negros radicales respondieron a esta situación rehusando directamente participar en la guerra:

¿Por qué debería verter mi sangre por la América de Roosevelt (...) por todo ese Sur a lo Jim Crow* que odia a los negros, por los trabajos sucios y mal pagados por los que los negros han de luchar, por los escasos dólares como alivio, por los insultos, la discriminación, la brutalidad policial y la pobreza perpetua a que se condena a los negros incluso en el más liberal Norte?81

Respondiendo al argumento de «salvar la democracia», un periódico negro escribió: «no podemos salvar LO QUE NO EXISTE».82 Para una significativa minoría, la segunda guerra mundial fue una «guerra de blancos».83 El 38 por ciento de la población negra creía que era más importante «hacer que la democracia funcione en casa» que derrotar a alemanes o japoneses.84 Un epitafio apócrifo resumía la amargura que se sentía: «aquí yace un hombre negro, muerto luchando contra un hombre amarillo, para proteger al hombre blanco».85

Para la mayoría, sin embargo, la segunda guerra mundial personificó dos guerras separadas. El Pittsburgh Courier, el semanario negro de mayor tirada, lo explicitó con su popular campaña de la «Doble V»: «La “Doble V” significa victoria contra los enemigos del exterior y victoria contra las fuerzas que, en casa, desean negar a los negros la plena participación en todas las fases de la vida nacional. Por tanto, el negro combate en dos frentes».

Había, sin embargo, diferencias y contradicciones en la campaña. Un artículo del Courier aseguraba que «la Doble V es un eslogan victorioso adoptado por la América Negra como expresión de su tradicional patriotismo hacia los ideales (...) expresados por el presidente Roosevelt (...)».86 Sin embargo, otros artículos denunciaban que bajo su presidencia «los linchamientos, las leyes “Jim Crow”, la discriminación laboral y en la enseñanza y la denegación del sufragio» continuaban. Con un «ejército y una marina anclados en el prejuicio. (...) [N]uestro país aún insiste en resultar vulnerable a los propagandistas del Eje y a sus métodos sucios y eficaces. (...) Si no podemos ejercer la democracia en casa, ¿cómo podemos llevar la antorcha con eficacia a quienes necesitan nuestra ayuda y que, a su vez, han de ayudarnos?».87 Un soldado negro lo escribió de manera aún más sucinta: era una cuestión de «linchamiento contra moral».88*

El choque entre las dos guerras surgió en varias áreas de la sociedad. Por una parte, la América corporativa se benefició como nunca antes. Hubo un creciente aumento en las industrias de defensa, que vieron sus ingresos elevarse un 250 por ciento y los precios un 45 por ciento por encima de los niveles de preguerra. Sin embargo, los salarios se estancaron en un 15 por ciento por encima de la media de 1941.89 La discriminación en los empleos de defensa hacia los afroamericanos era escalonada. Pese a la escasez de mano de obra, en 1941 más de la mitad de los nuevos empleos en defensa estaban restringidos para los negros, mientras que el 90 por ciento de los que hallaron empleo lo hicieron en servicios mal pagados o trabajos sin cualificación. Para los blancos, la cifra era de sólo el 5 por ciento.90

En enero de ese año, A. Philip Randolph, el líder socialista del sindicato Hermandad de Camareros de Coches-Cama, declaró que los negros «conseguirán sus derechos en los empleos de Defensa Nacional y en las Fuerzas Armadas de nuestro país».91 Su «Movimiento Marcha sobre Washington» (MOWM) ha sido descrito como «la primera manifestación a gran escala de los afroamericanos dirigida contra los funcionarios federales»;92 «uno de los [movimientos negros] más prometedores de la historia de América» y «la primera gran organización negra en que los sindicalistas jugaron un papel de liderazgo».93

El propio Randolph argumentaba: «todo el sistema de Defensa Nacional huele y apesta a prejuicio racial, odio y discriminación (...)». Se habían hecho promesas, pero «todo se acaba ahí. No se hace realmente nada para acabar con la discriminación. (...)» De modo que los blancos no debían suplicar educadamente, sino actuar: «el poder y la presión no residen en unos pocos, en la intelligentsia, residen en, y fluyen con, las masas. (...) Hacia Washington. (...) Que salgan en enjambres de cada aldea y ciudad. (...) Que vengan en automóviles, autobuses, trenes y a pie. Que vengan aunque el viento sople...».94 Pronto las predicciones originales de 10.000 manifestantes crecieron hasta los 100.000.

Como respuesta Roosevelt acusó a los organizadores de ayudar al Eje:

La amenaza actual a la seguridad nacional no es sólo un asunto de armas y ejércitos. (...) El método es sencillo. Primero hay una diseminación de discordia. Un grupo, no muy extenso, un grupo que puede ser seccional, racial o político, al que se le impulsa a explotar sus prejuicios a través de falsos eslóganes y llamadas viscerales. (...) Como consecuencia de estas técnicas, los programas de armamento pueden verse seriamente demorados. La unidad del propósito nacional puede verse perjudicada (...).95

Sin embargo, Roosevelt cambió de opinión. Fundó un Comité de Prácticas Justas en la Contratación (FEPC) para «investigar las quejas» de discriminación y «resolver agravios», y la marcha se canceló. Se aplaudió al FEPC como «el esfuerzo más importante en la historia de este país para eliminar la discriminación en el empleo»,96 pero los presagios eran preocupantes. Mark Ethridge, designado director del Comité, halló que no había poder, «ni siquiera en todos los mecanizados ejércitos de la Tierra, Aliados y Eje, capaces de obligar a los sureños a abandonar el principio de segregación social (...)».97 Un desilusionado Randolph se dio cuenta de que el FEPC se enfrentaba a una situación «de la misma cuerda que el nazismo de Hitler, el fascismo de Mussolini o el militarismo de Hirohito».98 En cuanto la amenaza de la marcha desapareció, Roosevelt emasculó al FEPC y Ethridge, disgustado, dimitió.

El choque entre la guerra popular y la guerra imperialista en los EE.UU. también podía tomar forma de balas, cuchillos y piedras. Hubo un gran aumento de empleo a no blancos, no tanto gracias al FEPC como por pura necesidad. Por ejemplo, en 1941 no había americanos de origen mexicano en los astilleros de Los Ángeles. Tres años más tarde había 17.000.99 A escala nacional, durante el mismo periodo un millón de personas se mudaron de casa.100 En San Francisco, la población negra creció a un ritmo 20 veces mayor que la de los blancos.101 Todo esto generó tensiones con el alojamiento, y esta tensión causó 242 batallas raciales en 47 ciudades sólo durante 1943.102

El episodio más dramático se dio en la ciudad de Detroit, famosa por su ingeniería. Hacia mediados de la guerra, negros y blancos del Sur llegaban a un ritmo de 1.400 por semana.103 Los blancos se amotinaron cuando se aprobó un proyecto de viviendas para negros llamado Sojourner Truth, como la heroína de la guerra de Secesión y ex esclava.* La policía local se abstuvo de participar porque, como comentó su jefe, «mis hombres están naturalmente de acuerdo con la multitud blanca».104 En consecuencia, 33 de los 38 hospitalizados fueron negros. Sin embargo, de los 104 arrestados, 101 fueron negros.105 Esto no fue sino el preludio a un choque aún mayor en 1943. Hubo intentos de superar las divisiones y en abril 10.000 trabajadores, blancos y negros, se manifestaron juntos contra la discriminación.106 Lamentablemente el racismo no es tan fácil de superar. Dos meses después, una pelea entre jóvenes blancos y negros se extendió a tres cuartas partes de la ciudad. Una vez más, el Estado no se convirtió en parte neutral en el conflicto; 34 personas murieron, 25 de ellas negras. El 85 por ciento de los 1.500 arrestados fueron de raza negra, y la policía mató a tiros a 17 negros.107

¿Cabe argumentar que estas divisiones respondían más a una fractura social en las masas que a una división entre un gobierno imperialista y la mayoría del pueblo? Es cierto que el racismo infectaba a la clase trabajadora blanca. Hubo numerosas huelgas para excluir a los negros de puestos de trabajo, por ejemplo.108 Sin embargo, incluso esas huelgas mostraban una cierta diferenciación social. Había una clara distinción entre la Federación Estadounidense del Trabajo (AFL), cuyos orígenes se encontraban en la élite artesana más privilegiada de los trabajadores, y el Congreso de Organizaciones Industriales (CIO) de base mucho más amplia. Mientras que varios sindicatos de la AFL prohibían la afiliación a los negros de manera oficial, el CIO les daba la bienvenida109 y creó 85 comités antidiscriminación para oponerse activamente al racismo.110 En 1943 un delegado, en la convención de Michigan del CIO, señaló perfectamente los orígenes del problema: «dividir a la gente corriente para gobernarla ha sido la clave económica de quienes detentan el control sobre el destino económico de América».111

La podredumbre se extendía desde arriba. Las actitudes expresadas por los políticos, hombres de negocios y jefes de las fuerzas armadas hallaban un eco en la sociedad civil. En el tema del alojamiento, por ejemplo, la Asociación Nacional de Agentes Inmobiliarios colocaba a los negros en el grupo de los destiladores clandestinos, madames de burdel y gánsteres, y recomendaba a su agentes de la propiedad que evitaran vender a los afroamericanos «sin importar los motivos ni el carácter del eventual comprador, si el trato podía instigar cualquier forma de deterioro...».112 Randolph resumía la manera en que la administración alimentaba el conflicto étnico: «la segregación oficial del negro por parte del gobierno federal en sus fuerzas armadas, los departamentos del gobierno y las industrias de defensa es una de las causas principales de la ola de disturbios raciales que arrasa el país».113 En determinadas ocasiones el gobierno podía sofocar los motines por intereses de producción de guerra, pero esto no deshacía la manera en que su política generaba las condiciones para que se dieran esos conflictos.

La escala y localización del enfrentamiento de Detroit, y los del de Harlem, Nueva York, que le siguió,114 demuestran el continuado racismo del Estado, pero también que los negros estaban deseosos de contraatacar. Estos acontecimientos habían tenido lugar en el Norte. Pero la «otra guerra» también explotó en el Sur. Contra un fondo de incremento de linchamientos115 llegó la resistencia de soldados negros. Se trataba predominantemente de soldados transferidos de ciudades del norte, y no estaban acostumbrados, ni iban a aceptar, a Jim Crow. Hubo un total de más de 200 enfrentamientos entre soldados negros y las autoridades civiles y militares, de los que dos terceras partes se dieron en el Sur.116 Siguió a la propagación de grupos comunitarios negros como la NAACP117 (que en los años sesenta pasó a considerarse moderada en comparación con el movimiento Black Power, pero que a menudo representó el papel de liderazgo en la agitación política durante la segunda guerra mundial).

Además había autoorganización. En Fort Bragg, el campo militar más grande del país, se formó un Consejo del Soldado Negro118 tras una pelea en la que murieron un soldado de color y un policía militar blanco.119 Un detallado estudio de una «insurrección» de soldados negros en Camp Stewart, Georgia, demuestra cómo nacía una nueva militancia.120 En esta carta al jefe de la NAACP se describen las condiciones [en que se vivía] en Camp Stewart: «Por favor, por el amor de Dios, ayúdenos. Estos oficiales del viejo Sur nos tienen encerrados en cuarentena como esclavos, baje y véalo. (...) Realmente odian a la gente de color. Por favor, apele al Depto. de Guerra acerca del trato que se nos da, de inmediato. No somos esclavos».121

Numerosas cartas procedentes de este campo de entrenamiento hacen referencia a aislamiento físico, condiciones sanitarias «inenarrables», oficiales blancos pateando a soldados negros y falta de cuidados médicos. Se aseguraba que «al menos 3 hombres mueren cada mes como consecuencia de motines raciales (...) [y] al menos 2 hombres mueren cada mes a causa de sobreesfuerzo».122

Tras informes de violencia por parte de soldados blancos contra una mujer negra, una columna de cien negros en «formación militar», armados con rifles, bayonetas y porras formó y llamó a otros a que se les unieran.123 Entonces la Policía Militar comenzó a disparar y el campo «quedó engullido por el tumulto de la batalla».124 Finalmente, tras dispararse unas 6.000 balas de munición de calibre .30, un policía militar yacía muerto.125 La batalla en Camp Stewart fue sólo un ejemplo de una masa de conflictos raciales tanto en los EE.UU. como en el extranjero.

El resultado de la segunda guerra mundial tuvo, para los EE.UU., un doble filo. El Estado surgió de ella como superpotencia. Si no fue posible hablar de una victoria para el pueblo en casa, al menos el frente para la justicia y la democracia había avanzado. A partir de 1943 se permitió al personal militar blanco y negro emplear las mismas instalaciones de recreo, aunque en horas separadas.126 En 1944 se asignaron pelotones de soldados negros a compañías blancas,127 y en 1948 las fuerzas armadas pasaron a ser oficialmente integradas.128 Pese a todos los obstáculos, la guerra popular había desatado fuerzas imparables. Liderada por figuras como Martin Luther King, la campaña por la igualdad de los negros pronto volvería a prender, y no pasó mucho tiempo hasta que nuevas fuerzas, aglutinadas en torno a Malcolm X y los Panteras Negras, tomaran las armas para hacerla avanzar aún más.