Durante el gobierno de Hitler, tres millones de alemanes se convirtieron en prisioneros políticos, y muchas decenas de miles murieron. Como dijo un escritor, «estas cifras revelan el potencial de una resistencia popular en la sociedad alemana... y lo que ocurrió con ella».1
Algunas figuras del establishment, que compartían clase social y postura política con los gobiernos aliados, tomaron la ruta de la resistencia, pero durante la crisis de Checoslovaquia de 1938 se revelaría el tipo de problemas a que se enfrentaron. Temiendo que el Führer iniciara una guerra global imposible de ganar, influyentes conspiradores conservadores, entre ellos el comandante en jefe del Ejército, planearon arrestarlo. Confiaban en que no habría «ninguna posibilidad de contratiempos» en tanto Gran Bretaña y Francia tuvieran la voluntad de plantar cara a Hitler.2 Informaron debidamente a ambos países acerca de la conspiración.
Sin embargo, ninguno de ellos estaba con ánimo de deponer al canciller alemán. Sir Nevile Henderson, embajador de Gran Bretaña en Berlín, escribió que Hitler había «obtenido logros gigantescos en la reorganización militar, industrial y moral de Alemania».3 Trataba las objeciones checas a la agresión por parte de Hitler como «de base moral incierta»,4 porque los nazis estaban tan sólo «consumando, tras largo tiempo, la unidad de la Gran Alemania».5 Por encima de todo, Henderson quería una Alemania fuerte para hacer retroceder el comunismo: «El principal objetivo de Moscú era embrollar a Alemania y a las potencias occidentales en una ruina común para surgir como el tertius gaudens [el tercero ganador] del conflicto entre ellas».6 De modo que se ignoraron las súplicas de los complotados y se sacrificó Checoslovaquia.
Una vez comenzó la guerra, los Aliados adoptaron la política opuesta: rendición incondicional. Esto era igualmente fatal para la resistencia conservadora. Todo intento por su parte de animar a quienes preferían la paz con Alemania se encontraría con, en palabras de Churchill, «silencio absoluto».7 Esta postura paralizó a la oposición conservadora porque sin un acuerdo previo con Occidente, derrocar a Hitler podría resultar en una toma del poder soviética, algo que temían aún más que al nazismo.
Las tácticas aliadas minaban también la oposición entre los alemanes de a pie. En lugar de unirse al pueblo alemán en un esfuerzo común contra el nazismo, Gran Bretaña y los EE.UU. le propinaban lluvias de fuego acompañadas por octavillas que rezaban: «Nuestras bombas caen sobre vuestras casas y sobre vosotros. (...) No podéis detenernos, y lo sabéis. No os queda esperanza alguna».8 El Ejército Rojo reforzaba ese mismo mensaje. Se inflamaba un intenso odio hacia los civiles alemanes en los soldados rusos que libraban la «Gran Guerra Patriótica». Llegaban informes a Stalin de que «todas las mujeres alemanas de Prusia oriental que quedaron rezagadas fueron violadas por soldados del Ejército Rojo».9 La amarga elección para una mujer alemana se expresaba en este chiste: «Mejor un ruski en el vientre que un yanqui [bombardeándote] en la cabeza».10 En suma, los métodos de los Aliados produjeron una irritada cooperación con el régimen de Hitler. Así consiguió éste evitar la revolución que sobrevino al káiser en 1918. Sin embargo, hubo resistencia contra el nazismo, tanto en forma de guerra imperialista como de guerra popular.
La resistencia alemana
La mayoría de historias escritas otorgan el lugar de honor a los conservadores. Gördeler, alcalde de Leipzig y comisario de Precios del Reich, lideraba un grupo de miembros de la élite que aspiraba a sustituir a Hitler, con él mismo como canciller. Los partidarios de Gördeler disfrutaron de la mejor oportunidad para asesinar al Führer porque se mezclaban con los jerarcas nazis. La bomba de Stauffenberg del 20 de julio de 1944 estuvo a pocas pulgadas de tener éxito. Lamentablemente Hitler sobrevivió, la Operación Valquiria fracasó y los conspiradores pagaron con sus vidas.
Su rechazo al nazismo no se basaba en una oposición al imperialismo alemán, sino a un desacuerdo con respecto a la mejor manera de mantenerlo. Al igual que el embajador Henderson, Hassell (el ministro de Asuntos Exteriores «en la sombra» de Gördeler) abogaba por «una Alemania saludable y vigorosa como factor indispensable (...) frente a la Rusia bolchevique».11 El propio Gördeler quería mantener Austria y parte de Checoslovaquia en poder de Alemania tras la guerra.12
La rendición de los Aliados en Múnich podría haber obstaculizado su complot de 1938, pero el pacto Hitler-Stalin, que creían que proporcionaba demasiada influencia a Moscú, los impulsó a una nueva conspiración.13 Sin embargo, el inicio de la segunda guerra mundial comenzó a demorar toda acción contra el pacto, puesto que parecía que la Wehrmacht conseguía éxitos. Actuaron en verano de 1944 porque, como explica Mommsen, «los generales de la oposición, con escasas excepciones, sólo se decidieron a la acción incondicional cuando el peligro bolchevique amenazó con convertirse en una realidad militar».14
En el frente doméstico la resistencia conservadora prefería un gobierno autoritario o una monarquía a la democracia.15 Creían conveniente «mantener, en el nuevo Estado reconstruido, gran parte de lo realizado por el nacionalsocialismo».16
En efecto, Mommsen cree que «los generales que lideraban la oposición en el ejército estaban también profundamente implicados en los crímenes de guerra del Tercer Reich».17 Gördeler rechazaba «el parlamentarismo excesivamente democrático y carente de control»,18 y llegó a la conclusión de que una cámara electa sólo debería tener funciones consultivas, sin derechos legislativos independientes.
Tan sólo el minúsculo círculo de Kreisau, entre cuyos miembros se incluían aristócratas, líderes sindicales y socialistas, iba más allá de políticas tan reaccionarias, pero era sólo un grupo de debate. Cuando, durante la represión por la conspiración de 1944, los apresaron, su figura clave, Von Moltke, protestaba: «sólo pensábamos. (...) Estamos fuera de toda acción práctica; nos cuelgan porque pensábamos juntos».19
Si la oposición conservadora se puso en marcha por el miedo a la derrota y una preocupación por salvar al imperialismo alemán del desastre al que Hitler lo llevaba, la oposición de los obreros se basaba en un rechazo fundamental a la dictadura nazi, a la guerra y al racismo. Las juventudes comunistas advertían de que a los obreros jóvenes «se los entrena para ser carne de cañón» y de que para evitar la guerra era necesario «llevar a la ruina al fascismo».20 El Partido pedía «solidaridad en forma de simpatía y ayuda para nuestros camaradas judíos»,21 mientras que los socialistas pedían «derrocar a todos los partidarios del despotismo y a todas las organizaciones violentas que se oponen a la libertad (...)».22 En tanto que gran parte de los miembros de la oposición conservadora habían sido nazis pero se habían separado a causa de la mejor política para el capitalismo alemán, la clase trabajadora se resistió al empuje de Hitler desde el principio. La composición social del Partido Nacionalsocialista lo demuestra. En relación a la población total, la clase trabajadora estaba poco representada, con casi la mitad; la clase media-baja era un tercio; mientras que la élite estaba representada en proporción cuatro veces mayor que la de la sociedad en general.23
Antes de que Hitler accediera a la Cancillería el Partido Comunista (KPD) se enfrentaba valientemente a los nazis en las calles. Tan sólo en Prusia, entre junio y julio de 1932, 82 personas murieron en enfrentamientos políticos, la mayoría de ellas nazis (38) o comunistas (30).24 Lamentablemente, la insistencia por parte de Moscú de que los socialistas alemanes (SPD) eran «fascistas sociales» peores que los nazis produjo desastrosas divisiones en la clase trabajadora.25 Éstas se completaban con la falsa creencia, por parte del SPD, de que la constitución democrática de la Alemania de Weimar restringiría a Hitler («nuestros enemigos perecerán mediante nuestra legalidad»).26 Estas locuras debilitaron fatalmente a la izquierda y posibilitaron que la élite, centrada en el presidente Hindenburg, nombrara canciller a Hitler.
Incluso tras la subida al poder de Hitler, y con ola de represión tras ola de represión, la oposición por parte de la clase trabajadora persistió. Aunque los medios de comunicación controlados por el gobierno de Goebbels consiguieron divulgar con éxito mentiras concernientes a temas de los que la población no tenía conocimiento directo, los nazis obtuvieron malos resultados en las elecciones, patrocinadas por el gobierno, de enlaces sindicales, porque los votantes conocían personalmente a los candidatos. El partido único prohibió otras plataformas, pero la suma de votos negativos y abstenciones, sumados, comprendía tres cuartas partes del resultado final.27 No se volvieron a realizar elecciones.
Los trabajadores probaron varios métodos para plantar cara a la carnicería nazi. Al carecer de acceso directo al círculo de Hitler, la resistencia de los obreros no podía orquestar fácilmente complots para asesinarlo, aunque varios heroicos individuos lo intentaron. El SPD esperaba capear el temporal manteniéndose pasivo. Aunque extremadamente temeraria, hay que reconocer al KPD su llamada a «una cadena completa de resistencia masiva y lucha de masas (...)».28 En junio de 1935 sólo del KPD de Berlín distribuyó 62.000 copias de sus escritos. El diario ilegal del SPD tenía una circulación nacional de 250.000 ejemplares.29 A veces se podía hacer más. Pese a los peligros, se dieron también huelgas y sabotajes ocasionales en la producción militar.30 Incluso en los campos de concentración, la izquierda organizó luchas para la supervivencia física y moral. En el campo berlinés de Sachsenhausen, un grupo de comunistas, socialistas y prisioneros sin partido organizaron la distribución equitativa de comida y ropas, educación política, trabajo cultural para la edificación moral e incluso una manifestación de desafío.31
Hacia 1939 la resistencia popular masiva había sido aplastada. Esto no implicó una aceptación del nacionalsocialismo por parte de la clase trabajadora. Un informe sacado de contrabando y publicado por los socialistas estimaba que «el noventa por ciento de los trabajadores son, sin duda alguna, definitivamente antinazis, [pero no hay] ninguna actitud activa contra las condiciones dominantes».32 Pequeños grupos compuestos por activistas de procedencia diversa, como la Orquesta Roja (una red de espionaje para Rusia), la Rosa Blanca (estudiantes) y los Piratas Edelweiss (compuestos por jóvenes) iban brotando a la luz tan sólo para ser eliminados. La «otra guerra» había quedado reducida a escaramuzas ocasionales. Sin embargo, como ha argumentado Peukert:
Teniendo en cuenta el doble trauma de 1933 (la derrota sin lucha y la división, inducida mediante el terror, entre los activistas y la comunidad proletaria, políticamente pasiva, la mera cantidad de oposición política, la dedicación y sacrificio de quienes se implicaron en ella y la tenaz determinación con que persistieron en sus operaciones secretas, pese a las derrotas a manos de la Gestapo, son ciertamente logros remarcables. Constituyen un hito inmenso, histórico, con escasa relación con el impacto total de la resistencia proletaria al Tercer Reich.33
Una comparación en tamaño entre la resistencia conservadora y la resistencia popular resulta reveladora. La primera contaba con unos 200 activistas (aunque en la represión que siguió al complot de julio de 1944 el régimen ejecutó a unos 5.000 oponentes).34 Hacia el final de la segunda guerra mundial, sólo del KPD se había encarcelado a unos 300.000 miembros, y al menos se había matado a 20.000.35
Como Peukert sugiere arriba, no se puede decir que la resistencia masiva fuera decisiva, pero fue significativa. La guerra que acabó por destruir al nazismo en parte se libró porque buscaba «solucionar sus antagonismos sociales mediante una expansión territorial dinámica. De modo que Alemania, inevitablemente, fue arrastrada a la guerra con las otras potencias».36 De igual manera, como ha demostrado Aly, al temer una repetición de la revolución con que acabó la primera guerra mundial, los nazis evitaron una confrontación con los obreros alemanes a causa de una bajada de su calidad de vida, y esto redujo significativamente la efectividad de la maquinaria bélica alemana.37 Churchill y Roosevelt pidieron a su nación niveles de sacrificio que Hitler no se atrevió a demandar.
Tras la guerra
El Día de la Victoria en Europa fue el 8 de mayo de 1945 y el golpe fatal lo asestó el imperialismo aliado. Pero el motivo no era liberar a la población alemana. Un portavoz de los EE.UU. explicó: «nuestro propósito al ocupar Alemania no es liberarla, sino tratarla como un Estado enemigo derrotado».38 Rusia se mostró de acuerdo y llevó a cabo la violenta «limpieza étnica» de 11 millones de alemanes en Europa del Este.39 Es más, Stalin no veía razón alguna para poner trabas si «un soldado que ha cruzado miles de kilómetros a través de sangre y fuego y muerte se divierte con una mujer o toma alguna bagatela».40 Aunque famoso por sus violaciones masivas, el Ejército Rojo no fue el único ejército ocupante que hizo esto.41
Más que en el bienestar de la población alemana, mucha de la cual había sido víctima del nazismo, los vencedores estaban interesados en decidir quién tendría la mayor porción del botín. Morgenthau, secretario del Tesoro de los EE.UU., quería desindustrializar Alemania y dividirla en varios pequeños estados,42 pero el Departamento de Estado, que recordaba cómo la primera guerra mundial acabó en una ola de revoluciones por Europa, lo consideró tan sólo un «irreflexivo acto de venganza» que abriría las puertas al comunismo y las cerraría a los planes americanos de reconstrucción.43
Churchill se mostró de acuerdo en que «infligir humillaciones a Alemania [podría permitir que] los rusos penetraran en un corto espacio de tiempo, si quisieran, hasta las aguas del mar del Norte y del Atlántico».44 Por esta razón se permitió al general Dönitz, el sucesor designado por Hitler, continuar al frente del gobierno y dar órdenes. Churchill incluso retuvo aviones de la Luftwaffe y una fuerza de unos 700.000 hombres como seguro en caso de que «fuerzas rusas decidan avanzar más allá de lo acordado».45 Tan sólo la extraña alianza entre las protestas de los rusos y del Daily Mail pusieron fin a este ultraje, y Dönitz fue finalmente arrestado dos semanas después del Día-VE.* 46
El tratamiento de los esbirros de Hitler también se adaptó a consideraciones imperialistas. En Alemania Occidental, los EE.UU. querían llevar ante la justicia a los nazis sin destruir la estructura social alemana, para que Rusia no pudiera aprovecharse del desorden.47 Esto no era fácil porque, pese a la creencia popular, el nazismo no era un contagio del exterior, la consecuencia de un líder carismático o de locura colectiva. Aunque el Partido Nazi comenzó como un grupo de chalados contrarrevolucionarios marginales, casi desde el comienzo obtuvo el apoyo de figuras importantes, como el comandante de la primera guerra mundial Ludendorff. Cuando la posición de los partidos tradicionales de clase media quedó destruida, primero por la hiperinflación de 1923 y después por el Crac de Wall Street de 1929, millones de personas votaron por los nazis. Con la economía en una espiral descendente, el establishment se dio cuenta de que, por muy desagradables que pudieran resultar personajes pendencieros como Hitler, la alternativa era la descomposición social y la guerra civil. De modo que respaldaron su designación como canciller en 1933. Hitler les demostró su agradecimiento un año después en la «Noche de los Cuchillos Largos», durante la que masacró a todos sus seguidores suficientemente incautos como para creer que el nazismo era una alternativa radical al capitalismo.*
Para la segunda guerra mundial, los líderes nazis estaban ya plenamente integrados en la estructura social y su élite. Esto representaba un problema para los Aliados. Cortar de raíz gran parte de las cúpulas sociales en su sector podía desatar fuerzas radicales desde abajo, y debilitar la autoridad. En Alemania Oriental los rusos no tenían estos problemas y emplearon un enfoque diferente. Arrancarían el nazismo de cuajo, no para otorgar el control a los alemanes corrientes, sino para dárselo a Moscú.
Pese a sus enfoques diferentes, las autoridades militares aliadas de ambos sectores eran, por tanto, hostiles a los movimientos espontáneos masivos de comités antifascistas («antifas») que surgieron conforme el Tercer Reich se desintegraba. Estos comités representaban la guerra popular contra el fascismo, largamente reprimida. Uno de sus primeros objetivos era impedir la «Orden Nerón» de Hitler, la autodestrucción suicida de infraestructuras de Alemania. En Leipzig, octavillas del antifa urgían a los soldados a desertar, mientras que en Stuttgart desafiaban a los oficiales a favor de la guerra. Este tipo de acciones era todavía peligroso. En Dachau, las SS rechazaron al comité cuando éste asaltó el ayuntamiento. Lo mismo ocurrió en un ataque a los cuarteles de la policía en Düsseldorf. Pero en sitios como Mulheim y Solingen, los antifas se encontraban en el poder cuando llegaron los soldados aliados, de modo que éstos pudieron entrar sin resistencia.48
La escala del movimiento era impresionante, con más de 120 comités fundados en toda la nación. El antifa de Leipzig aseguraba tener más de 150.000 miembros.49 Muchas de estas organizaciones rompieron con las enquistadas barreras de clase para incluir a trabajadores forzados extranjeros y establecieron la unidad de la clase trabajadora en partidos políticos y sindicatos. Sus funciones abarcaban desde la creación de democracia local a la restauración de servicios básicos como el suministro de alimentos.50 Un informe oficial de los EE.UU. demuestra que los Aliados tenían una idea muy clara de lo que significaban los antifas:
Denunciar a los nazis, trabajar para evitar un movimiento ilegal nazi clandestino, desnazificación de las autoridades civiles y la industria privada, mejorar el alojamiento y suministrar comida: éstas son las cuestiones principales que preocupan a las recién creadas organizaciones (...).51
El que tantos comités adoptaran nombres y políticas similares plantea la pregunta de si había una organización central en funcionamiento.52
Los comunistas eran prominentes en casi todos los antifas,53 pese a la oposición de Moscú.54 Walter Ulbricht, líder del KPD, criticaba la «creación espontánea de burós del KPD, comités populares y comités de la Alemania Libre»,55 pero no podía hacer nada, dado que el aparato central del KPD no tenía ningún enlace de comunicación con los militantes de base.56 Una vez estas comunicaciones se restauraron, pudo informar: «hemos clausurado estos [antifas] y dicho a los camaradas que toda actividad ha de canalizarse a través del aparato estatal».57
Los Aliados occidentales estaban también desconcertados ante la autoproclamada «lucha sin cuartel contra todos los restos del partido de Hitler en el aparato estatal, autoridades locales y vida pública»58 de los antifas. Las autoridades estadounidenses expulsaron al comité de Leipzig de sus funciones, ordenaron la retirada de todas las octavillas y después lo prohibieron. Cualquier uso posterior del nombre «Comité Nacional de la Alemania Libre» sería duramente castigado.59 El gobierno militar puso fin a las actividades de los comités que purgaban a los nazis en los puestos de trabajo y luego los abolieron.60 Los nazis de Brunswick, que habían sido arrestados por el antifa, fueron puestos en libertad por el mando aliado.61 Cuando el antifa de Frankfurt dio alojamiento a personas sin hogar por causa de los bombardeos en apartamentos de nazis huidos, las autoridades los desahuciaron.62 Un soldado describía su experiencia de las guerras paralelas en Alemania:
El crimen de todo esto es que nosotros tomamos una pequeña ciudad, arrestamos al alcalde y otros peces gordos y colocamos a los antifascistas a cargo de la ciudad. Regresamos a la ciudad tres días después y los americanos habían liberado a los funcionarios y los habían puesto nuevamente en el poder. Y habían expulsado a este otro tipo. Y esto ocurría invariablemente.63
Es importante darse cuenta de que el Gobierno Militar Aliado no se oponía a los antifas por simpatía hacia el nazismo. Pero había un enemigo más grande, como explicaba un industrial alemán: «Sinceramente, estamos a la espera de una revolución. (...) No sin razón el Gobierno Militar ha impuesto toques de queda y prohibido las reuniones. Ha evitado una amenaza creciente proveniente de esa dirección».64 Se castigaría a los partidarios de Hitler como imperialistas rivales, más que por su papel en la sociedad alemana. No habría guerra popular contra el nazismo en la Alemania conquistada.
De modo que la desnazificación se realizaría según criterios imperialistas, en lugar de realizarla el pueblo. En la Alemania Oriental controlada por los soviéticos se investigaron medio millón de casos (un 3 por ciento de la población).65 Moscú se dio prisa para sustituir al antiguo establishment alemán por sus propios hombres fuertes, y por tanto el proceso fue exhaustivo. Entre 1945 y 1965 más de 16.000 personas fueron juzgadas, casi 13.000 fueron declaradas culpables y 118 fueron sentenciadas a muerte.66
En la zona occidental también hubo detenciones masivas, con 100.000 nazis internados sólo en el sector estadounidense.67 Sin embargo, con el principio de la Guerra Fría, Gran Bretaña, Francia y los EE.UU. se centraron en el nuevo enemigo y perdonaron al antiguo. De repente se echó el freno al proceso de desnazificación. Eso significó que:
Casi todos los casos, incluso los de criminales mayores, [se] degradaron a la categoría de obediencia, lo que, a su vez, hacía al acusado susceptible de recibir una amnistía. Esto significaba que incluso la mayoría de los que habían pertenecido a grupos catalogados como organizaciones criminales (SS, Gestapo, etcétera) por el Tribunal de Núremberg fueron exonerados (...).68
El impacto de esto a escala local se vio claramente cuando testigos Sinti (gitanos conocidos por su término alemán, Zigeuner, «zíngaros») describieron los crímenes de un brutal guardia nazi llamado Himmelheber en un tribunal alemán.
Pese a la muerte de cientos de miles de Sinti y de gitanos durante el Holocausto, Himmelheber fue puesto en libertad tras su apelación, porque «es bien sabido que los testimonios de los Zigeuner no son de fiar». Las actitudes racistas continuaron y en 1951 un mando policial aún describía a los Sinti y gitanos como «genéticamente criminales y personas antisociales».69
En la zona británica se exoneró al 90 por ciento de encausados nazis.70 En Alemania Occidental, con una población tres veces mayor que la de la Alemania Oriental, tan sólo se juzgó a 12.500, se condenó a 5.000 y sólo se ejecutó a nueve.71 Tanta indulgencia contrastaba con los tribunales militares nazis, que habían ejecutado a 26.000 personas, pero no se llevó siquiera a juicio a ningún juez ni fiscal de la época.72 En palabras de un historiador:
Pronto los tribunales parecieron lavanderías: uno entraba vistiendo una camisa marrón* y salía con una camisa blanca almidonada. Finalmente la desnazificación se había convertido no en la limpieza de nazis de la economía, administración y sociedad alemanas, sino en la limpieza y rehabilitación de los individuos.73
De acuerdo a las necesidades políticas de las potencias imperialistas, se castigó a los «peces pequeños» mientras que los principales culpables, que pertenecían a las élites, escaparon.74 Así, en Alemania Occidental, gigantescas empresas como IG Farben (productora del gas empleado en Auschwitz) y la mayoría de bancos salieron virtualmente indemnes de los procedimientos de descartelización,** que a partir de 1947 redujeron su intensidad.75
Antes y durante la segunda guerra mundial los alemanes corrientes sufrieron la perversa represión del nazismo. Posteriormente los Aliados impusieron el castigo colectivo en forma de bombardeos por zonas y del perdón a violaciones masivas. Cuando finalmente llegó la oportunidad de distinguir entre quienes habían formado parte del Tercer Reich y quienes habían sido sus víctimas, los Aliados no demostraron el menor interés. La represión de la Gestapo había dejado escaso espacio para el surgimiento de una guerra popular. En consecuencia, cuando en 1945 se vio un esperado final para la abominación nazi, en ambos lados de la Alemania dividida la resistencia popular que finalmente surgió en forma del movimiento antifa tuvo pocas opciones ante la suma de los pesos de los conquistadores aliados.