De todos los tesoros de Japón, el Genji Monogatari es, con mucho, el más precioso.
ICHIJO KANEYOSHI, Comentarios7
Fusión mágica de lo cortesano y el arte, La novela de Genji opera una maravillosa síntesis de visión mítica y neurosis analítica, en lo que esta última tiene de más moderno. (…) La mejor síntesis imaginable entre etiqueta e inspiración poética se encuentra en los poemas que sus héroes van «creando» a lo largo de la obra: son, por lo general, epigramas líricos consagrados a paisajes que reúnen una imagen, un suspiro y un punto de conexión lógica, en un equilibrio único de cliché e invención, de esquema repetitivo y pálpito individual. (…) La novela de Genji es una auténtica novela, en la cual la experiencia de la totalidad y de la universalidad nos es servida a través del mundo ínfimo de lo microscópico y lo ultraespecializado, evitando los horizontes cósmicos y la historia pretendidamente universal, que, en realidad, sólo sirven para hincharse como la rana de la fábula. (…)
El perfume de lo infinito y de la eternidad emana siempre de la limitación de las culturas de boudoir: la descripción, con gran lujo de detalles, de una sola flor oculta, de una sola casta efímera o de un solo sentimiento unilateral puede dar la impresión de que el autor conoce la totalidad de la flora, de la historia o de la vida psíquica. (…) Nunca el triunfo de la convención sobre lo individual ha resultado tan romántico ni tan decisivo como en este libro: la repetición incansable y la variación discreta de los mismos clichés producen un efecto narcotizante más potente que el opio. Lo sensacional nace de la monotonía, no de la diversidad. Si la experiencia de la belleza es inseparable de la fiebre, la represión, la morbidez y la locura, es precisamente en este absurdo de la etiqueta y en esta eternidad del cliché donde se nos aparecen en su forma más pura. (…)
El universo del Genji, este cosmos narcisista tan bien delimitado de cinco o seis siglos de antigüedad, es decadente. Manifiestamente decadente: y tanto el protagonista como la narradora, lejos de ocultarlo, lo proclaman sin parar. No hay vida sin decadencia. (…) El libro de Genji se sostiene sobre una noble «putrefacción», a la vez aristocrática y panteística… Tanto su totalidad como cada uno de sus elementos ilustran la fuerza de esa decadencia pandémica, creadora del universo, de los dioses y de sus obras: jardín, Buda, amor, política, sintaxis, esquemas del karma, todo en él aparece impregnado de decadencia, de manera que todos sus valores son a la vez otoñales y heráldicos. (…)
Según Murasaki, no existe alternativa a pudrirse con elegancia. Y amar es obtener la salud mediante el suicidio… (…) En este paraíso de relativismo amoroso, el doble, la mujer «parecida», tiene un papel importante; la que fue gran amor muere, pero aparece otra mujer, fantasmal y silenciosa, que se le asemeja, y el juego vuelve a empezar… Genji se me aparece con la belleza de un arco iris infernal, y, en su mundo, la mujer perfecta no existe.
MIKLÓS SZENTKUTHY, Europa Minor8