Tokonatsu
Un día de verano muy caluroso Genji se estaba refrescando en el pabellón de los Pescadores de su palacio. Estaban con él Yugiri y numerosos amigos, por lo general cortesanos de rangos intermedios, que se entretenían asando truchas del Katsura y carpas pescadas en el lago del parque para preparar el almuerzo. No faltaban algunos hijos de To no Chujo. Genji se alegró mucho de verlos porque empezaba a aburrirse. Hizo traer vino y agua helada y se sirvió una sopa fría junto con otros manjares. Aunque soplaba una brisa agradable, el aire era pesado y el sol parecía desplazarse con mayor lentitud de la habitual por el cielo sin nubes. El canto insistente de las cigarras resultaba casi opresivo.
—No recuerdo un día parecido a éste —dijo Genji—. Casi da lo mismo estar fuera de palacio que dentro. Perdonadme si no me esfuerzo en divertiros, pero creo que ni siquiera la música ayudará con un tiempo como éste, y, a pesar de todo, no me gusta pasar un día entero sin hacer nada. Ya sé que os espera mucho trabajo en vuestros despachos y que aquí, por lo menos, podéis relajaros y ponerme al corriente de las últimas habladurías. Ya empiezo a estar viejo404 y al margen de todo, y he de apoyarme en vosotros para mantenerme informado y alejar los bostezos.
Lo que el canciller les pedía parecía una gran responsabilidad. Muchos se habían ido a las galerías para estar más frescos. Entonces Genji se dirigió a Kobai, uno de los hijos de To no Chujo, y le dijo:
—¿Dónde he oído decir que tu padre ha encontrado una hija perdida y se la ha llevado a su casa para que viva con él? ¿Es cierta la historia?
—Sí, pero no resulta especialmente interesante —contestó el joven—. No sé por qué extraños vericuetos una mujer de la provincia de Omi se enteró de cierto sueño que tuvo mi padre la primavera pasada y le faltó tiempo para proclamar que tenía una revelación muy importante que hacerle. Siguiendo instrucciones del ministro, mi hermano Kashiwagi fue a ver a la muchacha y le preguntó qué pruebas podía presentar para acreditar que era hija de nuestro padre, según aseguraba. Eso es todo lo que sé del asunto, y me temo que aquí no hay nadie que sepa una palabra más que yo. Por otra parte, ¿a quién puede interesar esa historia salvo a los directamente afectados?
De manera que era verdad, pensó Genji, y se preguntó si To no Chujo pensaba que aquella muchacha hallada en Omi era la hija de Yugao o el fruto de algún otro amor secreto.
—Me sorprende que, siendo ya tantos en la familia —dijo a Kobai—, vaya el señor ministro del centro buscando más hijos por ahí. ¿A qué codiciar más pollitos cuando se tiene el gallinero lleno? Yo, en cambio, tengo tan pocos que me encantaría saber que existe alguno perdido por el mundo. Tal vez deba atribuirse a mi humilde estado que nadie acuda a verme con reclamaciones de paternidad. Al menos hasta la fecha… ¡Claro que tu padre fue un auténtico caso! —Aquí Genji sonrió maliciosamente—. Hay que ver la de veces que removió las aguas cuando era joven,405 y cuando el charco está lleno de barro, puede salir cualquier cosa…
Yugiri, que había oído toda la historia, sonreía también. En cambio los hijos de To no Chujo parecían profundamente molestos.
—¿Qué te parece, jovencito? —dijo Genji a Yugiri—. Creo que obrarías bien buscándote una de esas «flores perdidas» del señor ministro en vez de seguir porfiando por obtener lo que se te quiere negar a toda costa.406 ¡En una guirnalda tan larga no puede faltar un clavelito para ti!
Aparentemente Genji y To no Chujo habían sido siempre los mejores amigos del mundo, pero siempre había habido diferencias y rencillas entre ambos. Genji desaprobaba la forma en que el otro había tratado a Yugiri, y se moría de ganas de que Kobai llevara a su casa noticias que incomodaran a su padre. Estaba seguro de que, si llegaba a enterarse de quién era Tamakazura, la recibiría en su casa con todos los honores, porque el ministro era un hombre de carácter fuerte y juicio rápido, y tenía muy clara la diferencia entre la gente «como es debido» y la «impresentable». Cuando alguien satisfacía sus exigencias, se volcaba en él y lo ayudaba en todo lo imaginable. Si llegaba a enterarse de todo lo que había pasado, condenaría rotundamente el proceder de Genji, pero no rechazaría jamás a su propia hija, sino que la acogería en su casa con las mayores ceremonias.
Una brisita fresca les anunció que se acercaba el crepúsculo, pero los jóvenes no tenían ganas de marcharse.
—Está bien. Divirtámonos todos un poco, aunque ya tengo una edad que no me hace bien recibido entre gente como vosotros… —dijo Genji, y se puso en marcha en dirección al pabellón del noreste que ocupaba Tamakazura.
Lo siguieron los demás. Iban vestidos de un modo tan parecido que, a la luz del atardecer, resultaba casi imposible distinguir a uno de otro. Genji se acercó a la muchacha y le dijo en voz baja para que no lo oyeran:
—¿Por qué no te acercas un poco a la galería? Me acompañan Kobai y algunos de sus hermanos. Se mueren de ganas de conocerte… y nuestro impasible Yugiri permanece de brazos cruzados. Incluso en las familias más sencillas la llegada súbita de una dama joven despierta todo tipo de especulaciones entre los visitantes habituales de la casa, y, aunque existe una enorme curiosidad por verla, está claro que todos han tomado previamente la decisión de enamorarse de ella. ¡Por desgracia incluso antes de tu llegada mi casa era ya famosa por la belleza de sus damas! No hay visitante que llegue a nuestras puertas sin su equipaje de mano de discursitos, flores y obsequios para «mis» beldades… Pero las que te han precedido están ya todas colocadas —y algunas muy arriba,407 por cierto—, de modo que, siendo tú la única disponible por ahora, he traído a tu pabellón unos cuantos jóvenes para que los conozcas y decidas si son inteligentes o no… Espero que no me decepciones.
En aquella parte del jardín, Genji había evitado disponer bancales complicados de flores, pero había un enorme parterre de claveles silvestres junto a un seto de plantas altas chinas y japonesas que se recortaban en el cielo a la luz del crepúsculo. Los jóvenes tenían muchas ganas de meterse en el parterre y empezar a cortar claveles.
—Son muchachos muy bien educados… —siguió diciendo Genji—, aunque cada cual tenga sus peculiaridades. No hay ninguno que me desagrade, aunque seguramente Kashiwagi es el más serio de todos. A veces me llego a sentir un tanto incómodo en su presencia. ¿Te ha escrito alguna carta? No debes mostrarte arisca con él.
Yugiri destacaba entre todos por su hermosura. Señalándolo discretamente, Genji prosiguió:
—No entiendo por qué razón desagrada a mi amigo el ministro. ¿En tan alto concepto tiene su nombre y su estirpe408 que llega hasta el extremo de despreciarnos a nosotros, pobres miembros de la familia imperial?
—Antes no se trataba de ese modo a los príncipes «de la sangre» —apuntó Tamakazura, y citó la vieja canción Ven a mi casa, príncipe mío, y toma a mi hija por esposa…
—No pido que lo invite a sus banquetes, sino sólo que lo deje entrar en su casa. Está estropeando una relación limpia e inocente, y eso no me gusta. ¿Le parece poca cosa mi hijo? Que me deje hacer y ya verá…
Aquella historia preocupaba mucho a Tamakazura, que no cesaba de preguntarse cuándo se le permitiría conocer a su padre. De algún modo, Genji le estaba haciendo pagar la actitud de To no Chujo para con su hijo Yugiri. Como era luna nueva, hubo que traer linternas.
—No tan cerca, por favor —dijo Genji a los criados—. Y poned unas cuantas antorchas en el jardín.
A continuación tomó un koto japonés que estaba en la estancia, lo probó y, hallándolo bien afinado, desgranó unas cuantas notas. Tenía un sonido espléndido.
—Si me has defraudado en algo —siguió diciendo a Tamakazura—, ha sido por tu falta de interés por la música. ¿Me permites que te recomiende el koto japonés, por ejemplo? Resulta un instrumento excepcionalmente brillante y muy a la moda, sobre todo si se toca sin buscar excesivas filigranas y dejando que los grillos lo acompañen con sus vocecitas estridentes en una noche de luna de otoño. Por alguna razón no queda a veces del todo bien en un concierto formal, pero combina magníficamente con determinados instrumentos. Algunos lo critican y tildan de instrumento casero, prefiriendo el koto chino, pero míralo atentamente y comprueba qué bien ensambladas están sus piezas. Es el instrumento más adecuado para las damas que no se vuelven locas por todo lo exótico. Te lo recomiendo encarecidamente si quieres empezar a tomar lecciones de música. La técnica básica es sencilla, pero a partir de aquí la dama creativa puede dar rienda suelta a su fantasía y hacer música muy bella. Y si quieres combinarlo con otros instrumentos, la cosa se complica… El mejor intérprete de koto japonés de la corte es, sin lugar a dudas, tu propio padre. Basta que toque un par de compases de la melodía más superficial para que el resultado supere en empaque y elegancia el sonido de todos los kotos de importación conocidos.
Tamakazura se había familiarizado ya con el instrumento, pero quería oír más.
—¿Piensas que sería posible organizar aquí un concierto y pedirle que participe en él? —preguntó a Genji, ansiosa—. Es el instrumento que toca la gente del pueblo (pude comprobarlo durante mis años en provincias) y nunca le concedí excesiva importancia. Pero seguro que tienes razón. Todo depende de las manos que lo toquen.
—También lo llaman el koto oriental —dijo Genji—, y ello nos hace pensar en la frontera este del país, de donde se cree que procede. Pero cuando hay concierto en el palacio imperial el primer instrumento que solicita el soberano es precisamente el koto japonés. Se ha dicho que es el abuelo de todos los demás instrumentos, y repito que no hay intérprete más diestro que el ministro. Se le puede escuchar de vez en cuando, pero hay que decir que es muy tímido cuando se le pide que toque. Todos los grandes músicos suelen serlo. Espero sinceramente que tengas pronto ocasión de escucharlo.
Genji tocó unos cuantos acordes y escalas, y las notas sonaban mucho más ricas y limpias que todo lo que Tamakazura había oído hasta entonces. ¿Era posible que su padre fuese todavía mejor? En aquel momento deseó más que nunca conocerlo, y poder admirar su maestría.
—Las olas del río Nuki son suaves como una almohada de juncos… —cantó el príncipe suavemente, y sonrió con intención al llegar al pasaje que dice—: Oh, dama separada de los tuyos…
Una vez que hubo concluido su interpretación con un acorde delicadísimo, dijo a la muchacha:
—Ahora te toca a ti. En cuestiones de arte la modestia no es virtud. Sé de algunas damas que no cantan jamás Ardo en deseos por él en público, pero las demás canciones del repertorio se pueden interpretar sin sonrojarse.
Tamakazura había tomado algunas lecciones de koto en Kiushu de una anciana que aseguraba, sin dar más detalles, que había nacido en la capital y llevaba sangre imperial en las venas. Pero esas credenciales no le inspiraban demasiada confianza, y rehusó tocar.
—No, déjame escucharte un poco más y luego trataré de imitarte —le dijo, y se sentó a su lado: he aquí cómo el koto hizo que se le acercara cuando tantos medios ideados por Genji habían fallado—. ¿Cómo es que no siempre suena así de bien?
—Tal vez depende de dónde sopla el viento —respondió Genji, riendo.
La muchacha, inclinada sobre el instrumento y a la luz de una linterna cercana, estaba preciosa.
—No siempre te he encontrado tan dispuesta a escucharme —prosiguió el príncipe, apartando el instrumento de sí.
Las azafatas de la dama estaban entrando y saliendo de la estancia sin parar y, ya fuera por esta o por otra causa, Genji siguió comportándose con la máxima corrección.
—No veo señales de los caballeros que me han acompañado hasta aquí —dijo al fin—. Me temo que se han hartado de contemplar una a una todas las flores de tu parterre… excepto la que más les interesaba, y se han ido alicaídos y contrariados. Pero ya toca que muestre este jardín a mi buen amigo el ministro. La vida es incierta y mañana todos podemos estar muertos. ¡Cuántos años han pasado desde que me contó por primera vez que tu madre había huido de él y se te había llevado! Recuerdo que fue en el palacio imperial durante una tarde de lluvia. Te llamábamos «el clavel silvestre»…409
E improvisó este poema:
—Si llega a ver sus delicados colores,
que el tiempo no ha cambiado,
¿cómo podrá dejar de acercarse
al seto de los claveles silvestres?
»Eso lo habría complicado todo. Por ello te he mantenido como una crisálida dentro de su capullo. Me temo que te has sentido un poco secuestrada.
Tamakazura se secó una lágrima y recitó a su vez:
—¿Quién ha de interesarse
por un clavel silvestre,
que ha crecido en un seto
tan rústico y mísero?
—Si no se digna venir…410 —susurró Genji, temiendo perder el control sobre sí mismo.
Convencido de que tarde o temprano acabaría sucediendo, Genji procuró visitarla con menos frecuencia y se puso a escribirle cartas, que llegaban al pabellón de la dama a montones. ¿Por qué razón, se preguntaba, se había implicado tanto en un asunto que no le concernía? Sabía que dar rienda suelta a sus sentimientos suponía ganarse una muy merecida fama de frívolo en la corte y causar un gran daño a la muchacha. También estaba seguro de que, por más que se sintiera atraído por la joven, nunca sería la rival de Murasaki. ¿Qué vida esperaba a Tamakazura entre sus mujeres «de segunda»? Aunque él fuera el hombre más importante del país, una concubina era sólo una concubina. Se sentiría mucho mejor como esposa principal de un consejero imperial. ¿Por qué no cederla, pues, a Hotaru o a Higekuro? De proponérselo, confiaba que acabaría por resignarse a una solución de este tipo. No se sentiría feliz, pero sería lo mejor para ella. Pero en cuanto la veía, todos sus buenos propósitos se iban al traste.
El koto japonés era ahora la excusa de sus visitas. Al principio Tamakazura se sentía un poco incómoda en su papel de alumna de su «tutor», pero, al comprobar que el canciller no se aprovechaba de su papel para otros fines, empezó a aceptar sus visitas como algo normal y correcto. Aunque cuando él estaba a su lado, se mostraba algo tiesa y evitaba cualquier actitud que pudiera oler a coquetería, lo cierto es que gustaba cada vez más a su «maestro». Algo había que hacer.
¿Por qué no buscarle un marido pero mantenerla en su palacio y seguir visitándola clandestinamente? Tamakazura sabía muy poco de hombres, y sus atenciones la molestaban, pero, en cuanto estuviera un poco mejor informada en cuestiones de sexo gracias a su esposo, él se abriría camino desafiando a los guardias más cuidadosos y haría de ella su amante por la fuerza si era preciso. Genji reconocía, sin embargo, que este plan, aunque seguramente posible, distaba mucho de ser honorable… El pobre canciller ardía en deseos y se debatía entre contradicciones.
To no Chujo se sentía muy decepcionado por la hija que acababa de encontrar. Y no le faltaban razones: su familia y la servidumbre tenían una pésima opinión de ella considerándola poco menos que una retrasada mental. Kobai le explicó que Genji se había interesado por la muchacha.
—Me he traído a casa una hija que he permitido que creciera en las montañas. No me sorprende que Genji haya preguntado por ella. Ya sabes que el canciller es muy dado a criticar a todo el mundo, pero a mi familia le reserva una especial inquina.
—Genji tiene una dama nueva en su palacio de la Sexta Avenida —prosiguió Kobai—, y todos piensan que es una beldad casi perfecta. Parece que el príncipe Hotaru está muy interesado y no es imposible que al fin la haga suya.
—¡Naturalmente! Estoy seguro de que todos están interesadísimos en la joven —dijo To no Chujo, dando rienda suelta a su indignación—, pero sólo porque es hija del canciller. Así va el mundo. Dudo mucho que tenga unos méritos tan excepcionales… En caso contrario, ya la habría encontrado mucho antes. «El resplandeciente Genji», el hombre irreprochable, demasiado perfecto para una época degenerada como la nuestra… He aquí lo que la gente opina de él. Es una lástima que su favorita, una auténtica joya, no le haya dado descendencia. Seguro que lo lleva muy mal. Se dice que tiene planes muy ambiciosos respecto de la niñita que se trajo de Akashi, aunque la madre es poco menos que impresentable. Veremos qué ocurre… En cuanto a esa nueva adquisición, un espíritu suspicaz se preguntaría seguramente si de verdad es hija suya. A pesar de sus muchas virtudes públicas, el canciller tiene sus cosillas, y a lo mejor se trata de una farsa para meter a una nueva concubina en su hogar sin pelearse con Murasaki. Me pregunto qué planes le tiene reservados y qué papel le corresponde en ellos al príncipe Hotaru. Siempre han sido dos hermanos muy unidos, y seguramente se entenderían muy bien como padre e hijo…
To no Chujo seguía furioso por culpa de Kumoi no Kari. Hubiese querido convertirla en la sensación de la corte, la belleza más deseada de su tiempo, pero al enamorarse de un cortesano de rango menor como Yugiri, estaba echando a perder sus grandiosos proyectos. Tampoco el temperamento frío e imperturbable del muchacho contribuía a hacer progresar la situación. Quizás si Genji se dignaba intervenir y le suplicaba unas cuantas veces, él acabaría prestando su consentimiento graciosamente.
El ministro se presentó en los aposentos de Kumoi sin hacerse anunciar. La muchacha, pequeña y bonita, estaba haciendo la siesta en un rincón fresco de la estancia porque hacía mucho calor. Su piel brillaba bajo una túnica de gasa casi transparente. Aún conservaba un abanico en una mano y tenía la cabeza reclinada en el otro brazo. La cabellera que adornaba su cabeza no pecaba de excesivamente larga ni tampoco de demasiado espesa, y la llevaba cuidadosamente peinada. Sus sirvientas dormían también detrás de biombos y mamparas y no se despertaron. Cuando él la golpeó levemente con su abanico, la muchacha se despertó sobresaltada y se lo quedó mirando con los ojos muy abiertos. Su expresión de inocencia y el arrebol que tiñó sus mejillas encantaron al padre.
—De modo que te encuentro durmiendo a pierna suelta cuando me he hartado de repetirte que para ser una dama sin tacha hay que estar continuamente alerta —le dijo en tono de reproche—. Nadie parece despierto en estos aposentos esta mañana. ¡Debería darte vergüenza! Os estáis abandonando mucho y los peligros acechan a las mujeres por todas partes… Tampoco pretendo que te pases la vida yendo de un lado para otro como un mono enjaulado o sentada y con los brazos cruzados recitando los encantamientos de Fudo, pero fíjate sólo en cómo se comporta la joven que Genji prepara para futura emperatriz…411
»Parece que se toma muchas molestias para que deslumbre en la corte. Se ha embarcado en un programa educativo que podría calificarse de amplio y liberal, y procura que aprenda un poco de todo sin especializarse en nada concreto… El palacio imperial no quiere «expertas» ni «eruditas», según el canciller. Sin embargo, todos tenemos nuestras preferencias y estoy seguro de que, tarde o temprano, la muchacha también mostrará las suyas. Estoy deseando presenciar su llegada a la corte… Tú, en cambio, no me has puesto las cosas nada fáciles. Procura al menos que la gente no se ría de nosotros. He recibido informes detallados sobre unos cuantos jóvenes de la corte que parecen interesados, pero aún eres demasiado joven para aceptar el cortejo de ninguno. No hagas caso, pues, de sus cartas, de sus serenatas ni de sus lágrimas y deja este asunto en mis manos.
Mientras la sermoneaba sin piedad, se admiraba de la hermosura de su hija. Kumoi no Kari sentía mucho darle tantos quebraderos de cabeza y no sabía cómo pedirle perdón. Ni siquiera se atrevía a mirarlo a los ojos. Su abuela, la princesa Omiya, se quejaba de que Kumoi no iba a visitarla, pero la razón de que no lo hiciera había que buscarla en los reproches que la joven recibía a diario de su padre.
To no Chujo se alegró muchísimo al descubrir una hija «perdida» en la provincia de Omi, pero su alegría duró poco. Aquel «tesoro recuperado» se convirtió en pocos días en una auténtica pesadilla. ¿Qué hacer? Porque, si después de haber hecho tanto para traerla a la ciudad y acogerla en su casa, ahora, atendiendo a las críticas y burlas de los que convivían con ella, la devolvía a su pueblo, se sentiría mal consigo mismo y se juzgaría caprichoso y excéntrico. Pero permitir que la muchacha apareciera en sociedad, si era cierto lo que le habían contado de ella personas de su confianza, resultaba poco menos que impensable. Y mantenerla encerrada en sus aposentos para que la gente se hiciera la ilusión de que se trataba de una belleza excepcional que el día menos pensado los deslumbraría a todos, era prepararse para hacer un ridículo monumental. No le pareció mala solución ponerla en contacto con su hermana Kokiden, la esposa del emperador, que estaba pasando una temporada fuera de la corte en casa de su padre. Luego Kokiden podía llevársela a palacio como una dama de compañía más, aunque con sus extravagancias hiciera reír a más de uno. Y tampoco era tan fea como para que se la pudiese considerar un monstruo.
—Te la voy a regalar —dijo a Kokiden—. Y si te parece necia de remate, diles a las azafatas de más edad que se encarguen de educarla y procuren que las jóvenes no se burlen demasiado de ella. Reconozco que a veces parece un poco especial…
—Estoy segura de que no es tan desastrosa como pareces dar a entender —respondió ella—. Kashiwagi se excedió en alabanzas, y la realidad ha resultado bastante más modesta. ¿No crees, padre, que el hecho de sentirse el centro de la atención de tanta gente no confunde a la pobre muchacha?
Aunque no resultó «el asombro de la corte» que su padre hubiera deseado, Kokiden era elegante y discreta y no había nada que criticar en sus maneras agradables y naturales. Era como un capullo de flor de ciruelo que se abre al apuntar el día. Su padre admiraba mucho el talento que demostraba en decir ciertas cosas sin llegarlas a decir. Sus silencios expresivos, por decirlo de algún modo.
—Kashiwagi es joven e inocente —replicó el ministro—, y detuvo sus investigaciones antes de enterarse de toda la verdad.
Realmente no se mostraba en absoluto entusiasmado con su hija «nueva», a la que todos llamaban «Omi» por la provincia en que había sido hallada. Pensó en ir a echarle un vistazo, pues sus aposentos no estaban lejos, y la encontró con las persianas levantadas y jugando al sugoroku412 con otra muchacha famosa en la corte por lo bien que bailaba las danzas Gosechi. La joven se apretaba la cabeza con ambas manos como si estuviera suplicando a todos los dioses y recitaba plegarias a una velocidad de vértigo.
—Dadle un doble, dadle un doble —repetía sin cesar la jugadora con voz chillona—. Dadle un doble, dadle un doble.
To no Chujo se horrorizó y, ordenando a los que lo acompañaban que guardasen silencio, se ocultó detrás de una puerta desde donde podía contemplar perfectamente la escena.
—¡Quiero un desquite! ¡Quiero un desquite! —se puso a gritar la joven danzarina que jugaba con su hija, una joven probablemente no mucho más lista que su contrincante.
Y mientras chillaba, agitaba con ademán frenético el cubilete de los dados. Ninguna de las dos parecía tener mucho en la cabeza. Omi era de corta estatura, facciones agradables y con una cabellera más que aceptable. Absolutamente correcta a primera vista, de no haber sido por dos defectos que la estropeaban mucho: una frente demasiado estrecha y un discurso torrencial que no se acababa nunca. Aunque no era una belleza, resultaba imposible poner en duda quién era su padre. To no Chujo se había reconocido con un escalofrío en aquel rostro que tanto se parecía al que le devolvía el espejo todas las mañanas.
—¿Qué tal te encuentras aquí? —preguntó a la muchacha—. ¿Te sientes como en casa? ¿Te tratan bien? Estoy muy ocupado y no puedo venir a visitarte todas las veces que querría.
—Me basta con estar aquí. No tengo quejas, ninguna queja —la joven seguía hablando (o chillando) con la misma velocidad que hacía un momento—. He pasado años deseando sólo ver tu cara. De todos modos, no me molestaría poder verte un poco más…
—Lo siento —dijo él—. Debo confesar que andaba un poco desasistido últimamente y siempre deseé tener a alguien como tú cerca para que me ayudase en mis asuntos, pero es imposible. Si se tratara de una criada corriente y moliente, no plantearía problema alguno porque se mezclaría con las demás y nadie se fijaría en ella. Pero cuando se trata de una muchacha que se llama así o asá y es hija de tal o de cual, la situación resulta profundamente embarazosa para padres y hermanos. ¡Y da la casualidad de que tú eres la hija de todo un señor ministro del centro!
Omi no entendió casi nada del discurso de su progenitor.
—¡De ningún modo! —replicó—. A mí no me importa lo más mínimo mezclarme con las demás criadas y que nadie se fije en mí. Es más: si me metieras entre damas de verdad, no sabría dónde mirar. Prefiero que me mandes vaciar orinales. Lo hago muy bien.
El ministro soltó una carcajada.
—¡No será necesario! Pero si de verdad quieres demostrarme tu sentido del deber, obedéceme en esto al menos: procura que las palabras salgan de tu boca más despacio, sin «pisarse los talones» las unas a las otras, con un silencio mínimo entre ellas… Y con menos estrépito, si es posible. También te entenderé y, si consigues espaciar un poco el ritmo de tu discurso y moderar su volumen, me alargarás la vida…
—Es que tengo una lengua muy veloz —se justificó la joven—. Mi madre me viene regañando por ello desde que era una niña. Un día me contó que al darme a luz tenía al lado un bonzo del templo de Myohoji que rezaba sutras sin parar, y que me contagié para toda la vida de la velocidad con que los recitaba. De todos modos prometo hacer todo lo que pueda para corregirme…
Pronunció su voto con tanta solemnidad —se hubiese dicho que estaba dispuesta a sacrificar su más preciado tesoro al deber y al amor de una hija— que su padre se emocionó.
—No te hizo ningún favor el bonzo de marras asistiendo a tu parto —dijo el ministro, sonriendo—. Seguramente tenía muchos pecados de que acusarse. El Sutra del Loto enseña que la mudez y la tartamudez sirven para castigar a los que en una vida anterior han sido blasfemos…
Le daba un poco de miedo la idea de que su hija se instalara en la corte, y empezaba a preguntarse si acertaba confiándola a Kokiden. La culpa de todo era de Kashiwagi, que la había traído a su casa antes de comprobar no sólo quién era sino también cómo era. La gente se estaba riendo ya, y no había manera de remediarlo.
—Tu hermana está pasando unos días con nosotros —le dijo—. Fíjate en ella y procura aprender de sus maneras. Sólo mezclándose con gente de clase consiguen progresar los que carecen de ella… Piensa en lo que te estoy diciendo cuando estés con Kokiden… Seguro que puede enseñarte muchas cosas.
—¡Estaré encantada! No soñaba con otra cosa desde que era niña: ser una más de tus hijas y que ellas me aceptasen como una compañera —dijo Omi, palmoteando de alegría—. Quiero estar con Kokiden de noche y de día, durante meses y años… Eso es todo lo que pido, todo a lo que aspiro… Dile que me haga sentir como una compañera y que me ordene lo que quiera. Omi obedecerá sin rechistar. Le llevaré agua, si es preciso. Sé transportar jarras encima de la cabeza y cortar leña…
El discurso de la joven se había vuelto casi vertiginoso, hasta el extremo de que resultaba prácticamente ininteligible.
—No creo que te pida precisamente eso —dijo el ministro—. En cambio, te pedirá que te olvides de una vez por todas del bonzo de los sutras y configures tu discurso siguiendo otros modelos…
La ironía resbalaba por el cerebro de la muchacha, que ignoraba completamente el lugar que ocupaba en el país el hombre que se dignaba dirigirle la palabra. To no Chujo era, además de su padre, el ministro del centro, pero Omi desconocía incluso el significado de la palabra «ministro» y le hablaba con la mayor confianza.
—¿Cuándo me la presentarás?
—Quizás valdría la pena esperar a un día propicio… O tal vez no. Ve a visitarla cuando te apetezca, hoy mismo sin esperar a mañana, si quieres.
Omi estaba muy orgullosa del padre que acababa de encontrar: bastaba darse un paseo por su casa para topar con un sinfín de personas de cuarto y de quinto rango. Intuía que era un hombre importante, aunque no sabía exactamente cuánto.
—¡Y pensar que yo soy su hijita! ¡La hija de un padre importante! —comentó a su amiga, la bailarina de Gosechi—. ¿Por qué hube de crecer y criarme en Omi?
—Quizás demasiado importante —le contestó la otra—. ¿No hubieras preferido tener un padre menos extraordinario, pero que se hubiera ocupado más de ti?
—¡Aguafiestas! —gritó Omi, poniéndose colorada de ira—. Siempre poniendo pegas a todo… Pero no se te ocurra volver a hacerlo, porque estoy a punto de convertirme en una dama, y entonces sólo podrás dirigirme la palabra cuando te lo permita. Tengo un gran futuro por delante…
De todos modos, resultaba imposible enfadarse con ella: su solemne vulgaridad y su honesta indignación eran encantadoras. El único problema era su manera de expresarse, porque había crecido entre gente del pueblo y nadie le había enseñado a hablar con elegancia. La observación más vulgar, expresada en un lenguaje claro y preciso, puede resultar profundamente distinguida. Incluso un poema improvisado, que en sí mismo no es gran cosa, puede causar la impresión de que tiene mucho más sentido y valor de los que realmente tiene si se recita con musicalidad, y haciéndolo preceder y concluyéndolo con un pequeño suspiro. En cambio, un torrente de observaciones encadenadas produce invariablemente el efecto contrario. El énfasis exagerado que Omi ponía en todo lo que decía hacía parecer ridículas todas sus frases, pero lo había mamado del pecho de su nodriza y no tenía ningún reparo en servirse de él. Este defecto la hacía parecer más tonta de lo que era, porque podía confeccionar poemas de treinta y una sílabas, aunque el principio de cualquiera de sus «obras» se confundía con el final de otra.
—Padre dice que puedo ir a ver a mi hermana —dijo a su compañera de juego—, y eso es lo que voy a hacer. No quiero decepcionarle por nada del mundo. Iré ahora mismo… O tal vez esperaré hasta el anochecer… Soy la favorita de mi padre, pero eso no servirá de mucho si no consigo ganarme su amistad… Su amistad y la de todos los demás, claro está…
Cuando estuvo sola, se puso a redactar una carta para su hermana:
Aunque estoy junto a ti y (como suele decirse) apenas nos separa un seto de juncos, no he tenido el placer de pisar tu sombra, porque albergaba muy serios temores de que hallaría un gran letrero de «prohibida la entrada» colgado de tu puerta. Pero, aunque detesto mencionarlo porque todavía no hemos sido presentadas, ambas estamos teñidas (como dice el poeta) con la púrpura del marjal de Musashi. Si te parezco demasiado osada, dímelo y, por favor, no lo tomes a mal.
Puso luego una línea de puntos, subrayó algunas palabras y añadió un post scriptum que decía:
Estoy considerando la posibilidad de visitarte esta tarde a última hora. Y perdona esas feas manchas de tinta que (como suele decirse) no limpiaría toda el agua del río Minase.
No satisfecha con lo escrito, garabateó en el margen el siguiente poema:
Como una caña joven, no del mar de Hitachi,
sino del cabo de Ikaga,
deseo ardientemente verte
en la bahía de Tago.
Y mi deseo no es menos ancho que la corriente del río Okawa…413
Escribió su carta en una sola hoja de papel verde y con una caligrafía llena de curvas y florilegios que parecía haberse generado espontáneamente. Las líneas estaban torcidas, como a punto de caerse del papel que las soportaba. Y, sin embargo, la autora se sentía tan orgullosa de su obra (la próxima vez, se dijo, elegiría una hoja de papel más grande) que no se decidía a separarse de ella. Finalmente, la dobló mientras suspiraba profundamente, la ató a un capullo de clavel silvestre y se la dio a su mensajero favorito, un guapo muchacho de origen campesino que había empezado limpiando sus aposentos. El mocito llevaba poco tiempo a su servicio, pero ya se había ganado su corazón.
—Es para ella —dijo el chico a las azafatas de Kokiden.
—Acaba de llegar una carta del ala norte —proclamó la mujer que se hizo cargo de la misiva, reconoció la letra y la abrió sin pensarlo dos veces.
Otra azafata llamada Chunagon se encargó de llevarla a su señora y se puso a observar con curiosidad cómo la hija del ministro recibía el mensaje y se disponía a leerlo.
—Vista desde lejos parece una carta muy a la última moda —dijo la azafata a su señora.
—No entiendo ni una palabra… —comentó Kokiden, devolviendo la carta a la otra—. A decir verdad, la cursiva siempre se me ha resistido… Pero su autora me despreciará mucho si no le contesto en un tono igualmente sofisticado. Preparadme un borrador, por favor.
Las azafatas jóvenes se morían de risa.
—No ha sido fácil —dijo Chunagon al entregarle el borrador solicitado— ponerse a la altura de su tono poético. Y no queríamos insultarla con algo de segunda mano…
Habían fingido que la carta era obra de su señora.
Parece francamente cruel que no tenga el placer de tu compañía cuando estamos tan cerca la una de la otra.
Así como en Hitachi,
en el mar de Suruga junto a la bahía de Suma,
se alzan las olas, no hagas esperar
al pino de Hakosaki.414
—No, por favor —exclamó Kokiden—. ¡Todo el mundo me culpará de haber compuesto eso!
—Nadie va a pensarlo, señora…
De manera que metieron la carta en un sobre y la enviaron.
—¡Qué poema más hermoso! —gritó Omi—. ¡Qué poema más hermosísimo! Y dice que me está esperando…
A continuación se puso a perfumar generosamente sus ropas, exponiéndolas al humo de un incienso que parecía mezclado con miel, se embadurnó las mejillas de rojo y se cepilló el cabello casi con furia. Aunque cueste creerlo, el resultado fue encantador. En cuanto a la entrevista, resultó tan extravagante como cabía esperar.