De una de tres causas los ensueños
se causan, o los sueños, que este nombre
les dan los que del bien hablar son dueños;
primera, de las cosas de que el hombre
trata más de ordinario; la segunda
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quiere la medicina que se nombre
del humor que en nosotros más abunda;
toca en revelaciones la tercera,
que en nuestro bien más que las dos redunda.[438]
Dormí, y soñé, y el sueño la primera[439]
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causa le dio principio suficiente
a mezclar el ahíto y la dentera.[440]
Sueña el enfermo, a quien la fiebre ardiente
abrasa las entrañas, que en la boca
tiene de las que ha visto alguna fuente,
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y el labio al fugitivo cristal toca,
y el dormido consuelo imaginado
crece el deseo, y no la sed apoca.
Pelea el valentísimo soldado
dormido casi al modo que despierto
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se mostró en el combate fiero armado.
Acude el tierno amante a su concierto,
y en la imaginación, dormido, llega,
sin padecer borrasca, a dulce puerto.
El corazón el avariento entrega
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en la mitad del sueño a su tesoro,
que el alma en todo tiempo no le niega.
Yo, que siempre guardé el común decoro
en las cosas dormidas y despiertas,
pues no soy troglodita ni soy moro,[441]
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de par en par del alma abrí las puertas,
y dejé entrar al sueño por los ojos
con premisas de gloria y gusto ciertas.[442]
Gocé durmiendo cuatro mil despojos
(que los conté sin que faltase alguno)
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de gustos que acudieron a manojos;
el tiempo, la ocasión, el oportuno
lugar correspondían al efecto,
juntos y por sí solo cada uno.
Dos horas dormí y más a lo discreto,[443]
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sin que imaginaciones ni vapores
el celebro tuviesen inquïeto;
la suelta fantasía entre mil flores
me puso de un pradillo, que exhalaba
de Pancaya y Sabea los olores; [444]
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el agradable sitio se llevaba
tras sí la vista, que, durmiendo, viva
mucho más que despierta se mostraba.
Palpable vi..., mas no sé si lo escriba,
que a las cosas que tienen de imposibles
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siempre mi pluma se ha mostrado esquiva;[445]
las que tienen vislumbre de posibles,
de dulces, de süaves y de ciertas,
explican mis borrones apacibles.
Nunca a disparidad abre las puertas[446]
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mi corto ingenio, y hállalas contino
de par en par la consonancia abiertas.[447]
¿Cómo pueda agradar un desatino,
si no es que de propósito se hace,
mostrándole el donaire su camino?
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Que entonces la mentira satisface
cuando verdad parece y está escrita
con gracia, que al discreto y simple aplace.
Digo, volviendo al cuento, que infinita
gente vi discurrir por aquel llano,
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con algazara placentera y grita;[448]
con hábito decente y cortesano
algunos, a quien dio la hipocresía
vestido pobre, pero limpio y sano;
otros, de la color que tiene el día
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cuando la luz primera se aparece
entre las trenzas de la Aurora fría.
La varïada primavera ofrece
de sus varias colores la abundancia,
con que a la vista el gusto alegre crece;
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la prodigalidad, la exorbitancia
campean juntas por el verde prado
con galas que descubren su ignorancia.
En un trono, del suelo levantado,
do el arte a la materia se adelanta,
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puesto que de oro y de marfil labrado,
una doncella vi, desde la planta
del pie hasta la cabeza así adornada,
que el verla admira y el oírla encanta.
Estaba en él con majestad sentada,
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giganta al parecer en la estatura,
pero, aunque grande, bien proporcionada;
parecía mayor su hermosura
mirada desde lejos, y no tanto
si de cerca se ve su compostura.
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Lleno de admiración, colmo de espanto,[449]
puse en ella los ojos, y vi en ella
lo que en mis versos desmayados canto.
Yo no sabré afirmar si era doncella,[450]
aunque he dicho que sí, que en estos casos
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la vista más aguda se atropella:
son, por la mayor parte, siempre escasos
de razón los jüicios maliciosos
en juzgar rotos los enteros vasos.
Altaneros sus ojos y amorosos
100
se mostraban con cierta mansedumbre,
que los hacía en todo estremo hermosos;
ora fuese artificio, ora costumbre,
los rayos de su luz tal vez crecían,
y tal vez daban encogida lumbre.
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Dos ninfas a sus lados asistían,
de tan gentil donaire y apariencia,
que, miradas, las almas suspendían;
de la del alto trono en la presencia
desplegaban sus labios en razones
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ricas en suavidad, pobres en ciencia;
levantaban al cielo sus blasones,
que estaban, por ser pocos o ninguno,[451]
escritos del olvido en los borrones;
al dulce murmurar, al oportuno
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razonar de las dos, la del asiento
que en belleza jamás le igualó alguno,
luego se puso en pie, y en un momento,
me pareció que dio con la cabeza
más allá de las nubes, y no miento;
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y no perdió por esto su belleza;
antes, mientras más grande, se mostraba
igual su perfección a su grandeza;
los brazos de tal modo dilataba,
que de do nace a donde muere el día
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los opuestos estremos alcanzaba;
la enfermedad llamada hidropesía
así le hincha el vientre, que parece
que todo el mar caber en él podía;[452]
al modo de estas partes, así crece
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toda su compostura; y no por esto,
cual dije, su hermosura desfallece.
Yo, atónito, esperaba ver el resto
de tan grande prodigio, y diera un dedo
por saber la verdad segura y presto.
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Uno, y no sabré quién, bien claro y quedo
al oído me habló, y me dijo: «Espera,
que yo decirte lo que quieres puedo.
Esta que ves, que crece de manera
que apenas tiene ya lugar do quepa,
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y aspira en la grandeza a ser primera;
esta que por las nubes sube y trepa
hasta llegar al cerco de la luna
(puesto que el modo de subir no sepa),
es la que, confïada en su fortuna,
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piensa tener de la inconstante rueda
el eje quedo y sin mudanza alguna.
Esta que no halla mal que le suceda,
ni le teme, atrevida y arrogante,
pródiga siempre, venturosa y leda,[453]
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es la que con disignio extravagante
dio en crecer poco a poco hasta ponerse,
cual ves, en estatura de gigante.
No deja de crecer por no atreverse
a emprender las hazañas más notables,
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adonde puedan sus estremos verse.
¿No has oído decir los memorables
arcos, anfiteatros, templos, baños,
termas, pórticos, muros admirables,
que, a pesar y despecho de los años,
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aún duran sus reliquias y entereza,
haciendo al tiempo y a la muerte engaños?».
«Yo», respondí por mí, «ninguna pieza
de esas que has dicho dejo de tenella
clavada y remachada en la cabeza:
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tengo el sepulcro de la viuda bella
y el Coloso de Rodas allí junto,
y la lanterna que sirvió de estrella.[454]
Pero vengamos de quién es al punto
esta, que lo deseo». «Harase luego»,
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me respondió la voz en bajo punto.
Y prosiguió diciendo: «A no estar ciego,
hubieras visto ya quién es la dama;
pero, en fin, tienes el ingenio lego.[455]
Esta que hasta los cielos se encarama,
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preñada, sin saber cómo, del viento,
es hija del Deseo y de la Fama.
Esta fue la ocasión y el instrumento,
el todo y parte de que el mundo viese
no siete maravillas, sino ciento.
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Corto número es ciento; aunque dijese
cien mil y más millones, no imagines
que en la cuenta del número excediese.
Esta condujo a memorables fines
edificios que asientan en la tierra
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y tocan de las nubes los confines.
Esta tal vez ha levantado guerra
donde la paz süave reposaba,
que en límites estrechos no se encierra.
Cuando Mucio en las llamas abrasaba[456]
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el atrevido fuerte brazo y fiero,
esta el incendio horrible resfrïaba;[457]
esta arrojó al romano caballero
en el abismo de la ardiente cueva,
de limpio armado y de luciente acero;[458]
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esta tal vez con maravilla nueva,
de su ambiciosa condición llevada,
mil imposibles atrevida prueba.
Desde la ardiente Libia hasta la helada
Citia, lleva la fama su memoria,
200
en grandïosas obras dilatada.
En fin, ella es la altiva Vanagloria,
que en aquellas hazañas se entremete
que llevan de los siglos la vitoria.
Ella misma a sí misma se promete
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triunfos y gustos, sin tener asida
a la calva Ocasión por el copete.[459]
Su natural sustento, su bebida,
es aire, y así crece en un instante
tanto, que no hay medida a su medida.
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Aquellas dos del plácido semblante
que tiene a sus dos lados, son aquellas
que sirven a su máquina de Atlante.
Su delicada voz, sus luces bellas,
su humildad aparente, y las lozanas
215
razones, que el amor se cifra en ellas,
las hacen más divinas que no humanas,
y son (con paz escucha y con paciencia)
la Adulación y la Mentira, hermanas.
Estas están contino en su presencia,
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palabras ministrándola al oído[460]
que tienen de prudentes apariencia.
Y ella, cual ciega del mejor sentido,
no ve que entre las flores de aquel gusto
el áspid ponzoñoso está escondido.[461]
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Y así, arrojada con deseo injusto,
en cristalino vaso prueba y bebe
el veneno mortal, sin ningún susto.
Quien más presume de advertido, pruebe[462]
a dejarse adular, verá cuán presto
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pasa su gloria como el viento leve».
Esto escuché, y en escuchando aquesto,
dio un estampido tal la Gloria vana,
que dio a mi sueño fin dulce y molesto.
Y en esto descubriose la mañana,
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vertiendo perlas y esparciendo flores,
lozana en vista y en virtud lozana:
los dulces pequeñuelos ruiseñores,
con cantos no aprendidos, le decían,[463]
enamorados de ella, mil amores;
240
los silgueros el canto repetían,
y las diestras calandrias entonaban
la música que todos componían.
Unos del escuadrón priesa se daban
porque no los hallase el dios del día
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en los forzosos actos en que estaban.
Y luego se asomó su señoría,
con una cara de tudesco roja,
por los balcones de la Aurora fría,
en parte gorda, en parte flaca y floja,
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como quien teme el esperado trance
donde verse vencido se le antoja.
En propio toledano y buen romance
les dio los buenos días cortésmente,[464]
y luego se aprestó al forzoso lance;
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y encima de un peñasco puesto enfrente
del escuadrón, con voz sonora y grave
esta oración les hizo de repente:
«¡Oh espíritus felices, donde cabe[465]
la gala del decir, la sutileza
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de la ciencia más docta que se sabe;
donde en su propia natural belleza
asiste la hermosa Poesía[466]
entera de los pies a la cabeza!
No consintáis, por vida vuestra y mía
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(mirad con qué llaneza Apolo os habla),
que triunfe esta canalla que porfía.
Esta canalla, digo, que se endiabla,
que, por darles calor su muchedumbre,[467]
ya su rüina, o ya la nuestra entabla.
270
Vosotros, de mis ojos gloria y lumbre,
faroles do mi luz de asiento mora,
ya por naturaleza o por costumbre,
¿habéis de consentir que esta embaidora,[468]
hipócrita gentalla se me atreva,
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de tantas necedades inventora?
Haced famosa y memorable prueba
de vuestro gran valor en este hecho,
que a su castigo y vuestra gloria os lleva.
De justa indignación armad el pecho,
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acometed intrépidos la turba,
ociosa, vagamunda y sin provecho.
No se os dé nada, no se os dé una burba
(moneda berberisca, vil y baja)[469]
de aquesta gente que la paz nos turba.
285
El son de más de una templada caja,
y el del pífaro triste, y la trompeta,[470]
que la cólera sube y flema abaja,
así os incite con virtud secreta,
que despierte los ánimos dormidos
290
en la fación que tanto nos aprieta.
Ya retumba, ya llega a mis oídos
del escuadrón contrario el rumor grande,
formado de confusos alaridos;
ya es menester, sin que os lo ruegue o mande,
295
que cada cual, como guerrero experto,
sin que por su capricho se desmande,
la orden guarde y militar concierto,
y acuda a su deber como valiente
hasta quedar o vencedor o muerto».
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En esto, por la parte de poniente
pareció el escuadrón casi infinito
de la bárbara, ciega y pobre gente.
Alzan los nuestros al momento un grito
alegre, y no medroso; y gritan: «¡Arma!».
305
«¡Arma!» resuena todo aquel distrito;
y, aunque mueran, correr quieren al arma.