VIAJE DEL PARNASO
CAPÍTULO SEXTO

 

De una de tres causas los ensueños

se causan, o los sueños, que este nombre

les dan los que del bien hablar son dueños;

primera, de las cosas de que el hombre

trata más de ordinario; la segunda

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quiere la medicina que se nombre

del humor que en nosotros más abunda;

toca en revelaciones la tercera,

que en nuestro bien más que las dos redunda.[438]

Dormí, y soñé, y el sueño la primera[439]

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causa le dio principio suficiente

a mezclar el ahíto y la dentera.[440]

Sueña el enfermo, a quien la fiebre ardiente

abrasa las entrañas, que en la boca

tiene de las que ha visto alguna fuente,

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y el labio al fugitivo cristal toca,

y el dormido consuelo imaginado

crece el deseo, y no la sed apoca.

Pelea el valentísimo soldado

dormido casi al modo que despierto

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se mostró en el combate fiero armado.

Acude el tierno amante a su concierto,

y en la imaginación, dormido, llega,

sin padecer borrasca, a dulce puerto.

El corazón el avariento entrega

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en la mitad del sueño a su tesoro,

que el alma en todo tiempo no le niega.

Yo, que siempre guardé el común decoro

en las cosas dormidas y despiertas,

pues no soy troglodita ni soy moro,[441]

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de par en par del alma abrí las puertas,

y dejé entrar al sueño por los ojos

con premisas de gloria y gusto ciertas.[442]

Gocé durmiendo cuatro mil despojos

(que los conté sin que faltase alguno)

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de gustos que acudieron a manojos;

el tiempo, la ocasión, el oportuno

lugar correspondían al efecto,

juntos y por sí solo cada uno.

Dos horas dormí y más a lo discreto,[443]

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sin que imaginaciones ni vapores

el celebro tuviesen inquïeto;

la suelta fantasía entre mil flores

me puso de un pradillo, que exhalaba

de Pancaya y Sabea los olores; [444]

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el agradable sitio se llevaba

tras sí la vista, que, durmiendo, viva

mucho más que despierta se mostraba.

Palpable vi..., mas no sé si lo escriba,

que a las cosas que tienen de imposibles

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siempre mi pluma se ha mostrado esquiva;[445]

las que tienen vislumbre de posibles,

de dulces, de süaves y de ciertas,

explican mis borrones apacibles.

Nunca a disparidad abre las puertas[446]

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mi corto ingenio, y hállalas contino

de par en par la consonancia abiertas.[447]

¿Cómo pueda agradar un desatino,

si no es que de propósito se hace,

mostrándole el donaire su camino?

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Que entonces la mentira satisface

cuando verdad parece y está escrita

con gracia, que al discreto y simple aplace.

Digo, volviendo al cuento, que infinita

gente vi discurrir por aquel llano,

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con algazara placentera y grita;[448]

con hábito decente y cortesano

algunos, a quien dio la hipocresía

vestido pobre, pero limpio y sano;

otros, de la color que tiene el día

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cuando la luz primera se aparece

entre las trenzas de la Aurora fría.

La varïada primavera ofrece

de sus varias colores la abundancia,

con que a la vista el gusto alegre crece;

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la prodigalidad, la exorbitancia

campean juntas por el verde prado

con galas que descubren su ignorancia.

En un trono, del suelo levantado,

do el arte a la materia se adelanta,

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puesto que de oro y de marfil labrado,

una doncella vi, desde la planta

del pie hasta la cabeza así adornada,

que el verla admira y el oírla encanta.

Estaba en él con majestad sentada,

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giganta al parecer en la estatura,

pero, aunque grande, bien proporcionada;

parecía mayor su hermosura

mirada desde lejos, y no tanto

si de cerca se ve su compostura.

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Lleno de admiración, colmo de espanto,[449]

puse en ella los ojos, y vi en ella

lo que en mis versos desmayados canto.

Yo no sabré afirmar si era doncella,[450]

aunque he dicho que sí, que en estos casos

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la vista más aguda se atropella:

son, por la mayor parte, siempre escasos

de razón los jüicios maliciosos

en juzgar rotos los enteros vasos.

Altaneros sus ojos y amorosos

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se mostraban con cierta mansedumbre,

que los hacía en todo estremo hermosos;

ora fuese artificio, ora costumbre,

los rayos de su luz tal vez crecían,

y tal vez daban encogida lumbre.

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Dos ninfas a sus lados asistían,

de tan gentil donaire y apariencia,

que, miradas, las almas suspendían;

de la del alto trono en la presencia

desplegaban sus labios en razones

110

ricas en suavidad, pobres en ciencia;

levantaban al cielo sus blasones,

que estaban, por ser pocos o ninguno,[451]

escritos del olvido en los borrones;

al dulce murmurar, al oportuno

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razonar de las dos, la del asiento

que en belleza jamás le igualó alguno,

luego se puso en pie, y en un momento,

me pareció que dio con la cabeza

más allá de las nubes, y no miento;

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y no perdió por esto su belleza;

antes, mientras más grande, se mostraba

igual su perfección a su grandeza;

los brazos de tal modo dilataba,

que de do nace a donde muere el día

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los opuestos estremos alcanzaba;

la enfermedad llamada hidropesía

así le hincha el vientre, que parece

que todo el mar caber en él podía;[452]

al modo de estas partes, así crece

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toda su compostura; y no por esto,

cual dije, su hermosura desfallece.

Yo, atónito, esperaba ver el resto

de tan grande prodigio, y diera un dedo

por saber la verdad segura y presto.

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Uno, y no sabré quién, bien claro y quedo

al oído me habló, y me dijo: «Espera,

que yo decirte lo que quieres puedo.

Esta que ves, que crece de manera

que apenas tiene ya lugar do quepa,

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y aspira en la grandeza a ser primera;

esta que por las nubes sube y trepa

hasta llegar al cerco de la luna

(puesto que el modo de subir no sepa),

es la que, confïada en su fortuna,

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piensa tener de la inconstante rueda

el eje quedo y sin mudanza alguna.

Esta que no halla mal que le suceda,

ni le teme, atrevida y arrogante,

pródiga siempre, venturosa y leda,[453]

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es la que con disignio extravagante

dio en crecer poco a poco hasta ponerse,

cual ves, en estatura de gigante.

No deja de crecer por no atreverse

a emprender las hazañas más notables,

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adonde puedan sus estremos verse.

¿No has oído decir los memorables

arcos, anfiteatros, templos, baños,

termas, pórticos, muros admirables,

que, a pesar y despecho de los años,

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aún duran sus reliquias y entereza,

haciendo al tiempo y a la muerte engaños?».

«Yo», respondí por mí, «ninguna pieza

de esas que has dicho dejo de tenella

clavada y remachada en la cabeza:

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tengo el sepulcro de la viuda bella

y el Coloso de Rodas allí junto,

y la lanterna que sirvió de estrella.[454]

Pero vengamos de quién es al punto

esta, que lo deseo». «Harase luego»,

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me respondió la voz en bajo punto.

Y prosiguió diciendo: «A no estar ciego,

hubieras visto ya quién es la dama;

pero, en fin, tienes el ingenio lego.[455]

Esta que hasta los cielos se encarama,

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preñada, sin saber cómo, del viento,

es hija del Deseo y de la Fama.

Esta fue la ocasión y el instrumento,

el todo y parte de que el mundo viese

no siete maravillas, sino ciento.

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Corto número es ciento; aunque dijese

cien mil y más millones, no imagines

que en la cuenta del número excediese.

Esta condujo a memorables fines

edificios que asientan en la tierra

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y tocan de las nubes los confines.

Esta tal vez ha levantado guerra

donde la paz süave reposaba,

que en límites estrechos no se encierra.

Cuando Mucio en las llamas abrasaba[456]

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el atrevido fuerte brazo y fiero,

esta el incendio horrible resfrïaba;[457]

esta arrojó al romano caballero

en el abismo de la ardiente cueva,

de limpio armado y de luciente acero;[458]

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esta tal vez con maravilla nueva,

de su ambiciosa condición llevada,

mil imposibles atrevida prueba.

Desde la ardiente Libia hasta la helada

Citia, lleva la fama su memoria,

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en grandïosas obras dilatada.

En fin, ella es la altiva Vanagloria,

que en aquellas hazañas se entremete

que llevan de los siglos la vitoria.

Ella misma a sí misma se promete

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triunfos y gustos, sin tener asida

a la calva Ocasión por el copete.[459]

Su natural sustento, su bebida,

es aire, y así crece en un instante

tanto, que no hay medida a su medida.

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Aquellas dos del plácido semblante

que tiene a sus dos lados, son aquellas

que sirven a su máquina de Atlante.

Su delicada voz, sus luces bellas,

su humildad aparente, y las lozanas

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razones, que el amor se cifra en ellas,

las hacen más divinas que no humanas,

y son (con paz escucha y con paciencia)

la Adulación y la Mentira, hermanas.

Estas están contino en su presencia,

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palabras ministrándola al oído[460]

que tienen de prudentes apariencia.

Y ella, cual ciega del mejor sentido,

no ve que entre las flores de aquel gusto

el áspid ponzoñoso está escondido.[461]

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Y así, arrojada con deseo injusto,

en cristalino vaso prueba y bebe

el veneno mortal, sin ningún susto.

Quien más presume de advertido, pruebe[462]

a dejarse adular, verá cuán presto

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pasa su gloria como el viento leve».

Esto escuché, y en escuchando aquesto,

dio un estampido tal la Gloria vana,

que dio a mi sueño fin dulce y molesto.

Y en esto descubriose la mañana,

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vertiendo perlas y esparciendo flores,

lozana en vista y en virtud lozana:

los dulces pequeñuelos ruiseñores,

con cantos no aprendidos, le decían,[463]

enamorados de ella, mil amores;

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los silgueros el canto repetían,

y las diestras calandrias entonaban

la música que todos componían.

Unos del escuadrón priesa se daban

porque no los hallase el dios del día

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en los forzosos actos en que estaban.

Y luego se asomó su señoría,

con una cara de tudesco roja,

por los balcones de la Aurora fría,

en parte gorda, en parte flaca y floja,

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como quien teme el esperado trance

donde verse vencido se le antoja.

En propio toledano y buen romance

les dio los buenos días cortésmente,[464]

y luego se aprestó al forzoso lance;

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y encima de un peñasco puesto enfrente

del escuadrón, con voz sonora y grave

esta oración les hizo de repente:

«¡Oh espíritus felices, donde cabe[465]

la gala del decir, la sutileza

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de la ciencia más docta que se sabe;

donde en su propia natural belleza

asiste la hermosa Poesía[466]

entera de los pies a la cabeza!

No consintáis, por vida vuestra y mía

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(mirad con qué llaneza Apolo os habla),

que triunfe esta canalla que porfía.

Esta canalla, digo, que se endiabla,

que, por darles calor su muchedumbre,[467]

ya su rüina, o ya la nuestra entabla.

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Vosotros, de mis ojos gloria y lumbre,

faroles do mi luz de asiento mora,

ya por naturaleza o por costumbre,

¿habéis de consentir que esta embaidora,[468]

hipócrita gentalla se me atreva,

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de tantas necedades inventora?

Haced famosa y memorable prueba

de vuestro gran valor en este hecho,

que a su castigo y vuestra gloria os lleva.

De justa indignación armad el pecho,

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acometed intrépidos la turba,

ociosa, vagamunda y sin provecho.

No se os dé nada, no se os dé una burba

(moneda berberisca, vil y baja)[469]

de aquesta gente que la paz nos turba.

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El son de más de una templada caja,

y el del pífaro triste, y la trompeta,[470]

que la cólera sube y flema abaja,

así os incite con virtud secreta,

que despierte los ánimos dormidos

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en la fación que tanto nos aprieta.

Ya retumba, ya llega a mis oídos

del escuadrón contrario el rumor grande,

formado de confusos alaridos;

ya es menester, sin que os lo ruegue o mande,

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que cada cual, como guerrero experto,

sin que por su capricho se desmande,

la orden guarde y militar concierto,

y acuda a su deber como valiente

hasta quedar o vencedor o muerto».

300

En esto, por la parte de poniente

pareció el escuadrón casi infinito

de la bárbara, ciega y pobre gente.

Alzan los nuestros al momento un grito

alegre, y no medroso; y gritan: «¡Arma!».

305

«¡Arma!» resuena todo aquel distrito;

y, aunque mueran, correr quieren al arma.