Tú, belígera musa, tú, que tienes
la voz de bronce y de metal la lengua,
cuando a cantar del fiero Marte vienes;
tú, por quien se aniquila siempre y mengua
el gran género humano; tú, que puedes
5
sacar mi pluma de ignorancia y mengua;
tú, mano rota y larga de mercedes,
digo en hacellas, una aquí te pido,[471]
que no hará que menos rica quedes.
La soberbia y maldad, el atrevido
10
intento de una gente malmirada,[472]
ya se descubre con mortal rüido.
Dame una voz al caso acomodada,
una sutil y bien cortada pluma,
no de afición ni de pasión llevada,
15
para que pueda referir en suma,
con purísimo y nuevo sentimiento,
con verdad clara y entereza suma,
el contrapuesto y desigual intento
de uno y otro escuadrón, que, ardiendo en ira,
20
sus banderas descoge al vago viento.[473]
El del bando católico, que mira
al falso y grande al pie del monte puesto,
que de subir al alta cumbre aspira;
con paso largo y ademán compuesto,
25
todo el monte coronan, y se ponen
a la furia, que en loca ha echado el resto;
las ventajas tantean, y disponen
los ánimos valientes al asalto,
en quien su gloria y su venganza ponen.[474]
30
De rabia lleno y de paciencia falto,
Apolo su bellísimo estandarte
mandó al momento levantar en alto;
arbolole un marqués, que el proprio Marte[475]
su brïosa presencia representa
35
naturalmente, sin industria y arte;[476]
poeta celebérrimo y de cuenta,
por quien y en quien Apolo soberano
su gloria y gusto y su valor aumenta.
Era la insinia un cisne hermoso y cano,
40
tan al vivo pintado, que dijeras
la voz despide alegre al aire vano;
siguen al estandarte sus banderas,
de gallardos alféreces llevadas,
honrosas por no estar todas enteras.
45
Las cajas a lo bélico templadas
al mílite más tardo vuelven presto,
de voces de metal acompañadas.
Jerónimo de Mora llegó en esto,[477]
pintor excelentísimo y poeta:
50
Apeles y Virgilio en un supuesto;
y con la autoridad de una jineta[478]
(que de ser capitán le daba nombre)
al caso acude y a la turba aprieta.
Y, porque más se turbe y más se asombre,
55
el enemigo desigual y fiero,
llegó el gran Biedma, de inmortal renombre;[479]
y con él Gaspar de Ávila, primero[480]
secuaz de Apolo, a cuyo verso y pluma
Iciar puede envidiar, temer Sincero.[481]
60
Llegó Juan de Meztanza, cifra y suma[482]
de tanta erudición, donaire y gala,
que no hay muerte ni edad que la consuma.
Apolo le arrancó de Guatimala,
y le trujo en su ayuda para ofensa
65
de la canalla en todo estremo mala.
Hacer milagros en el trance piensa
Cepeda, y acompáñale Mejía,[483]
poetas dignos de alabanza inmensa.
Clarísimo esplendor de Andalucía
70
y de la Mancha, el sin igual Galindo[484]
llegó con majestad y bizarría.
De la alta cumbre del famoso Pindo[485]
bajaron tres bizarros lusitanos,
a quien mis alabanzas todas rindo,
75
con prestos pies y con valientes manos,
con Fernando Correa de la Cerda,[486]
pisó Rodríguez Lobo monte y llanos;[487]
y porque Febo su razón no pierda,
el grande don Antonio de Ataíde[488]
80
llegó con furia alborotada y cuerda.
Las fuerzas del contrario ajusta y mide
con las suyas Apolo, y determina
dar la batalla, y la batalla pide.
El ronco son de más de una bocina,
85
instrumento de caza y de la guerra,
de Febo a los oídos se avecina;
tiembla debajo de los pies la tierra
de infinitos poetas oprimida,
que dan asalto a la sagrada sierra.
90
El fiero general de la atrevida
gente, que trae un cuervo en su estandarte,
es Arbolánchez, muso por la vida.[489]
Puestos estaban en la baja parte
y en la cima del monte, frente a frente,
95
los campos, de quien tiembla el mismo Marte,
cuando una al parecer discreta gente
del católico bando al enemigo
se pasó, como en número de veinte.[490]
Yo con los ojos su carrera sigo,
100
y, viendo el paradero de su intento,
con voz turbada al sacro Apolo digo:
«¿Qué prodigio es aqueste? ¿Qué portento?
O, por mejor decir: ¿Qué mal agüero,
que así me corta el brío y el aliento?
105
Aquel transfuga que partió primero,[491]
no solo por poeta le tenía,
pero también por bravo churrullero;[492]
aquel ligero que tras él corría,
en mil corrillos en Madrid le he visto
110
tiernamente hablar en la poesía;
aquel tercero que partió tan listo,
por satírico, necio y por pesado
sé que de todos fue siempre malquisto.
No puedo imaginar cómo ha llevado
115
Mercurio estos poetas en su lista».
«Yo fui», respondió Apolo, «el engañado;
que de su ingenio la primera vista
indicios descubrió que serian buenos[493]
para facilitar esta conquista».
120
«Señor», repliqué yo, «creí que ajenos
eran de las deidades los engaños;
digo, engañarse en poco más ni menos;
la prudencia, que nace de los años
y tiene por maestra la esperiencia,
125
es la deidad que advierte de estos daños».
Apolo respondió: «Por mi conciencia,
que no te entiendo», algo turbado y triste
por ver de aquellos veinte la insolencia.
Tú, sardo militar, Lofraso, fuiste[494]
130
uno de aquellos bárbaros corrientes
que del contrario el número creciste.
Mas no por esta mengua los valientes
del escuadrón católico temieron,
poetas madrigados y excelentes;[495]
135
antes, tanto coraje concibieron
contra los fugitivos corredores,
que riza en ellos y matanza hicieron.[496]
¡Oh falsos y malditos trovadores,
que pasáis plaza de poetas sabios,
140
siendo la hez de los que son peores:
entre la lengua, paladar y labios
anda contino vuestra poesía,
haciendo a la virtud cien mil agravios!
Poetas de atrevida hipocresía,
145
esperad, que de vuestro acabamiento
ya se ha llegado el temeroso día.
De las confusas voces el concento[497]
confuso por el aire resonaba,
de espesas nubes condensando el viento.
150
Por la falda del monte gateaba
una tropa poética, aspirando
a la cumbre, que bien guardada estaba;
hacían hincapié de cuando en cuando,
y con hondas de estallo y con ballestas[498]
155
iban libros enteros disparando;
no del plomo encendido las funestas
balas pudieran ser dañosas tanto,
ni al disparar pudieran ser más prestas.
Un libro mucho más duro que un canto
160
a Jusepe de Vargas dio en las sienes,[499]
causándole terror, grima y espanto.
Gritó, y dijo a un soneto: «Tú, que vienes
de satírica pluma disparado,
¿por qué el infame curso no detienes?».
165
Y, cual perro con piedras irritado,
que deja al que las tira y va tras ellas,
cual si fueran la causa del pecado,
entre los dedos de sus manos bellas
hizo pedazos al soneto altivo,
170
que amenazaba al sol y a las estrellas.
Y díjole Cilenio: «¡Oh rayo vivo[500]
donde la justa indignación se muestra
en un grado y valor superlativo,
la espada toma en la temida diestra,
175
y arrójate valiente y temerario
por esta parte, que el peligro adiestra!».
En esto, del tamaño de un breviario
volando un libro por el aire vino,
de prosa y verso, que arrojó el contrario;
180
de verso y prosa el puro desatino
nos dio a entender que de Arbolanches eran
las Habidas, pesadas de contino.[501]
Unas Rimas llegaron que pudieran
desbaratar el escuadrón cristiano
185
si acaso vez segunda se imprimieran.
Diole a Mercurio en la derecha mano
una sátira antigua licenciosa,[502]
de estilo agudo, pero no muy sano.
De una intricada y mal compuesta prosa,
190
de un asumpto sin jugo y sin donaire,
cuatro novelas disparó Pedrosa.[503]
Silbando recio y desgarrando el aire,
otro libro llegó de Rimas solas,
hechas al parecer como al desgaire.
195
Violas Apolo, y dijo, cuando violas:
«Dios perdone a su autor, y a mí me guarde
de algunas Rimas sueltas españolas».
Llegó el Pastor de Iberia, aunque algo tarde,[504]
y derribó catorce de los nuestros
200
haciendo de su ingenio y fuerza alarde;
pero dos valerosos, dos maestros,
dos lumbreras de Apolo, dos soldados,
únicos en hablar y en obrar diestros,
del monte puestos en opuestos lados,
205
tanto apretaron a la turbamulta,[505]
que volvieron atrás los encumbrados.
Es Gregorio de Angulo el que sepulta[506]
la canalla, y con él Pedro de Soto,[507]
de prodigioso ingenio y vena culta.
210
Doctor aquel, estotro único y docto
licenciado, de Apolo ambos secuaces,
con raras obras y ánimo devoto.
Las dos contrarias indignadas haces
ya miden las espadas, ya se cierran,[508]
215
duras en su tesón y pertinaces;
con los dientes se muerden, y se aferran
con las garras, las fieras imitando,
que toda pïedad de sí destierran.
Haldeando venía y trasudando[509]
220
el autor de La Pícara Justina,[510]
capellán lego del contrario bando;
y cual si fuera de una culebrina,[511]
disparó de sus manos su librazo,
que fue de nuestro campo la rüina.
225
Al buen Tomás Gracián mancó de un brazo,[512]
a Medinilla derribó una muela[513]
y le llevó de un muslo un gran pedazo.
Una despierta nuestra centinela
gritó: «¡Todos abajen la cabeza,
230
que dispara el contrario otra novela!».
Dos pelearon una larga pieza,
y el uno al otro con instancia loca,
de un envión, con arte y con destreza,[514]
seis seguidillas le encajó en la boca,
235
con que le hizo vomitar el alma,
que salió libre de su estrecha roca.
De la furia el ardor, del sol la calma
tenía en duda de una y otra parte
la vencedora y pretendida palma.
240
Del cuervo, en esto, el lóbrego estandarte
cede al del cisne, porque vino al suelo,
pasado el corazón de parte a parte;
su alférez, que era un andaluz mozuelo,
trovador repentista, que subía
245
con la soberbia más allá del cielo;[515]
helósele la sangre que tenía;
muriose, cuando vio que muerto estaba,
la turba, pertinaz en su porfía.
Puesto que ausente el gran Lupercio estaba,[516]
250
con un solo soneto suyo hizo
lo que de su grandeza se esperaba:
descuadernó, desencajó, deshizo
del opuesto escuadrón catorce hileras,
dos crïollos mató, hirió un mestizo.
255
De sus sabrosas burlas y sus veras
el magno cordobés un cartapacio[517]
disparó, y aterró cuatro banderas.
Daba ya indicios de cansado y lacio
el brío de la bárbara canalla,
260
peleando más flojo y más despacio;
mas renovose la fatal batalla,
mezclándose los unos con los otros;
ni vale arnés, ni presta dura malla.
Cinco melifluos sobre cinco potros
265
llegaron, y embistieron por un lado,
y lleváronse cinco de nosotros;
cada cual como moro atavïado,
con más letras y cifras que una carta
de príncipe enemigo y recatado.
270
De romances moriscos una sarta,
cual si fuera de balas enramadas,[518]
llega con furia y con malicia harta;
y, a no estar dos escuadras avisadas
de las nuestras, del recio tiro y presto
275
era fuerza quedar desbaratadas.
Quiso Apolo, indignado, echar el resto
de su poder y de su fuerza sola,
y dar al enemigo fin molesto,
y una sacra canción, donde acrisola[519]
280
su ingenio, gala, estilo y bizarría
Bartolomé Leonardo de Argensola,
cual si fuera un petarte, Apolo envía[520]
adonde está el tesón más apretado,
más dura y más furiosa la porfía.
285
Cuando me paro a contemplar mi estado,[521]
comienza la canción que Apolo pone
en el lugar más noble y levantado.
Todo lo mira, todo lo dispone
con ojos de Argos; manda, quita y veda,
290
y del contrario a todo ardid se opone.
Tan mezclados están, que no hay quien pueda
discernir cuál es malo o cuál es bueno,
cuál es garcilasista o timoneda.[522]
Pero un mancebo, de ignorancia ajeno,
295
grande escudriñador de toda historia,
rayo en la pluma y en la voz un trueno,
llegó, tan rica el alma de memoria,
de sana voluntad y entendimiento,
que fue de Febo y de las Musas gloria;
300
con este acelerose el vencimiento,
porque supo decir: «Este merece
gloria, pero aquel no, sino tormento».
Y, como ya con distinción parece
el justo y el injusto combatiente,[523]
305
el gusto al peso de la pena crece.[524]
Tú, Pedro Mantüano el excelente,[525]
fuiste quien distinguió de la confusa
máquina el que es cobarde del valiente.
Julián de Almendárez no rehúsa,[526]
310
puesto que llegó tarde, en dar socorro
al rubio Delio con su ilustre musa.[527]
Por las rucias que peino, que me corro[528]
de ver que las comedias endiabladas
por divinas se pongan en el corro;
315
y, a pesar de las limpias y atildadas
del cómico mejor de nuestra Hesperia,[529]
quieren ser conocidas y pagadas.
Mas no ganaron mucho en esta feria,
porque es discreto el vulgo de la Corte,
320
aunque le toca la común miseria.
De llano no le deis, dadle de corte,[530]
estancias polifemas, al poeta[531]
que no os tuviere por su guía y norte.
Inimitables sois, y a la discreta
325
gala que descubrís en lo escondido,
toda elegancia puede estar sujeta.
Con estas municiones el partido
nuestro se mejoró de tal manera,
que el contrario se tuvo por vencido.
330
Cayó su presunción soberbia y fiera,
derrúmbanse del monte abajo cuantos
presumieron subir por la ladera.
La voz prolija de sus roncos cantos
el mal suceso con rigor la vuelve
335
en interrotos y funestos llantos.[532]
Tal hubo, que cayendo se resuelve
de asirse de una zarza o cabrahígo,[533]
y en llanto, a lo de Ovidio, se disuelve.[534]
Cuatro se arracimaron a un quejigo[535]
340
como enjambre de abejas desmandada,
y le estimaron por el lauro amigo.
Otra cuadrilla, virgen por la espada,[536]
y adúltera de lengua, dio la cura
a sus pies, de su vida almidonada.
345
Bartolomé llamado de Segura[537]
el toque casi fue del vencimiento:
tal es su ingenio y tal es su cordura.
Resonó en esto por el vago viento
la voz de la vitoria, repetida
350
del número escogido en claro acento.
La miserable, la fatal caída,
de las Musas del limpio Tagarete[538]
fue largos siglos con dolor plañida;
a la parte del llanto, ¡ay me!, se mete[539]
355
Zapardïel, famoso por su pesca,[540]
sin que un pequeño instante se quïete.[541]
La voz de la vitoria se refresca;
«¡vitoria!» suena aquí y allí, vitoria
adquirida por nuestra soldadesca,
360
que canta alegre la alcanzada gloria.