DEL VIAJE DEL PARNASO
CAPÍTULO SÉTIMO

 

Tú, belígera musa, tú, que tienes

la voz de bronce y de metal la lengua,

cuando a cantar del fiero Marte vienes;

tú, por quien se aniquila siempre y mengua

el gran género humano; tú, que puedes

5

sacar mi pluma de ignorancia y mengua;

tú, mano rota y larga de mercedes,

digo en hacellas, una aquí te pido,[471]

que no hará que menos rica quedes.

La soberbia y maldad, el atrevido

10

intento de una gente malmirada,[472]

ya se descubre con mortal rüido.

Dame una voz al caso acomodada,

una sutil y bien cortada pluma,

no de afición ni de pasión llevada,

15

para que pueda referir en suma,

con purísimo y nuevo sentimiento,

con verdad clara y entereza suma,

el contrapuesto y desigual intento

de uno y otro escuadrón, que, ardiendo en ira,

20

sus banderas descoge al vago viento.[473]

El del bando católico, que mira

al falso y grande al pie del monte puesto,

que de subir al alta cumbre aspira;

con paso largo y ademán compuesto,

25

todo el monte coronan, y se ponen

a la furia, que en loca ha echado el resto;

las ventajas tantean, y disponen

los ánimos valientes al asalto,

en quien su gloria y su venganza ponen.[474]

30

De rabia lleno y de paciencia falto,

Apolo su bellísimo estandarte

mandó al momento levantar en alto;

arbolole un marqués, que el proprio Marte[475]

su brïosa presencia representa

35

naturalmente, sin industria y arte;[476]

poeta celebérrimo y de cuenta,

por quien y en quien Apolo soberano

su gloria y gusto y su valor aumenta.

Era la insinia un cisne hermoso y cano,

40

tan al vivo pintado, que dijeras

la voz despide alegre al aire vano;

siguen al estandarte sus banderas,

de gallardos alféreces llevadas,

honrosas por no estar todas enteras.

45

Las cajas a lo bélico templadas

al mílite más tardo vuelven presto,

de voces de metal acompañadas.

Jerónimo de Mora llegó en esto,[477]

pintor excelentísimo y poeta:

50

Apeles y Virgilio en un supuesto;

y con la autoridad de una jineta[478]

(que de ser capitán le daba nombre)

al caso acude y a la turba aprieta.

Y, porque más se turbe y más se asombre,

55

el enemigo desigual y fiero,

llegó el gran Biedma, de inmortal renombre;[479]

y con él Gaspar de Ávila, primero[480]

secuaz de Apolo, a cuyo verso y pluma

Iciar puede envidiar, temer Sincero.[481]

60

Llegó Juan de Meztanza, cifra y suma[482]

de tanta erudición, donaire y gala,

que no hay muerte ni edad que la consuma.

Apolo le arrancó de Guatimala,

y le trujo en su ayuda para ofensa

65

de la canalla en todo estremo mala.

Hacer milagros en el trance piensa

Cepeda, y acompáñale Mejía,[483]

poetas dignos de alabanza inmensa.

Clarísimo esplendor de Andalucía

70

y de la Mancha, el sin igual Galindo[484]

llegó con majestad y bizarría.

De la alta cumbre del famoso Pindo[485]

bajaron tres bizarros lusitanos,

a quien mis alabanzas todas rindo,

75

con prestos pies y con valientes manos,

con Fernando Correa de la Cerda,[486]

pisó Rodríguez Lobo monte y llanos;[487]

y porque Febo su razón no pierda,

el grande don Antonio de Ataíde[488]

80

llegó con furia alborotada y cuerda.

Las fuerzas del contrario ajusta y mide

con las suyas Apolo, y determina

dar la batalla, y la batalla pide.

El ronco son de más de una bocina,

85

instrumento de caza y de la guerra,

de Febo a los oídos se avecina;

tiembla debajo de los pies la tierra

de infinitos poetas oprimida,

que dan asalto a la sagrada sierra.

90

El fiero general de la atrevida

gente, que trae un cuervo en su estandarte,

es Arbolánchez, muso por la vida.[489]

Puestos estaban en la baja parte

y en la cima del monte, frente a frente,

95

los campos, de quien tiembla el mismo Marte,

cuando una al parecer discreta gente

del católico bando al enemigo

se pasó, como en número de veinte.[490]

Yo con los ojos su carrera sigo,

100

y, viendo el paradero de su intento,

con voz turbada al sacro Apolo digo:

«¿Qué prodigio es aqueste? ¿Qué portento?

O, por mejor decir: ¿Qué mal agüero,

que así me corta el brío y el aliento?

105

Aquel transfuga que partió primero,[491]

no solo por poeta le tenía,

pero también por bravo churrullero;[492]

aquel ligero que tras él corría,

en mil corrillos en Madrid le he visto

110

tiernamente hablar en la poesía;

aquel tercero que partió tan listo,

por satírico, necio y por pesado

sé que de todos fue siempre malquisto.

No puedo imaginar cómo ha llevado

115

Mercurio estos poetas en su lista».

«Yo fui», respondió Apolo, «el engañado;

que de su ingenio la primera vista

indicios descubrió que serian buenos[493]

para facilitar esta conquista».

120

«Señor», repliqué yo, «creí que ajenos

eran de las deidades los engaños;

digo, engañarse en poco más ni menos;

la prudencia, que nace de los años

y tiene por maestra la esperiencia,

125

es la deidad que advierte de estos daños».

Apolo respondió: «Por mi conciencia,

que no te entiendo», algo turbado y triste

por ver de aquellos veinte la insolencia.

Tú, sardo militar, Lofraso, fuiste[494]

130

uno de aquellos bárbaros corrientes

que del contrario el número creciste.

Mas no por esta mengua los valientes

del escuadrón católico temieron,

poetas madrigados y excelentes;[495]

135

antes, tanto coraje concibieron

contra los fugitivos corredores,

que riza en ellos y matanza hicieron.[496]

¡Oh falsos y malditos trovadores,

que pasáis plaza de poetas sabios,

140

siendo la hez de los que son peores:

entre la lengua, paladar y labios

anda contino vuestra poesía,

haciendo a la virtud cien mil agravios!

Poetas de atrevida hipocresía,

145

esperad, que de vuestro acabamiento

ya se ha llegado el temeroso día.

De las confusas voces el concento[497]

confuso por el aire resonaba,

de espesas nubes condensando el viento.

150

Por la falda del monte gateaba

una tropa poética, aspirando

a la cumbre, que bien guardada estaba;

hacían hincapié de cuando en cuando,

y con hondas de estallo y con ballestas[498]

155

iban libros enteros disparando;

no del plomo encendido las funestas

balas pudieran ser dañosas tanto,

ni al disparar pudieran ser más prestas.

Un libro mucho más duro que un canto

160

a Jusepe de Vargas dio en las sienes,[499]

causándole terror, grima y espanto.

Gritó, y dijo a un soneto: «Tú, que vienes

de satírica pluma disparado,

¿por qué el infame curso no detienes?».

165

Y, cual perro con piedras irritado,

que deja al que las tira y va tras ellas,

cual si fueran la causa del pecado,

entre los dedos de sus manos bellas

hizo pedazos al soneto altivo,

170

que amenazaba al sol y a las estrellas.

Y díjole Cilenio: «¡Oh rayo vivo[500]

donde la justa indignación se muestra

en un grado y valor superlativo,

la espada toma en la temida diestra,

175

y arrójate valiente y temerario

por esta parte, que el peligro adiestra!».

En esto, del tamaño de un breviario

volando un libro por el aire vino,

de prosa y verso, que arrojó el contrario;

180

de verso y prosa el puro desatino

nos dio a entender que de Arbolanches eran

las Habidas, pesadas de contino.[501]

Unas Rimas llegaron que pudieran

desbaratar el escuadrón cristiano

185

si acaso vez segunda se imprimieran.

Diole a Mercurio en la derecha mano

una sátira antigua licenciosa,[502]

de estilo agudo, pero no muy sano.

De una intricada y mal compuesta prosa,

190

de un asumpto sin jugo y sin donaire,

cuatro novelas disparó Pedrosa.[503]

Silbando recio y desgarrando el aire,

otro libro llegó de Rimas solas,

hechas al parecer como al desgaire.

195

Violas Apolo, y dijo, cuando violas:

«Dios perdone a su autor, y a mí me guarde

de algunas Rimas sueltas españolas».

Llegó el Pastor de Iberia, aunque algo tarde,[504]

y derribó catorce de los nuestros

200

haciendo de su ingenio y fuerza alarde;

pero dos valerosos, dos maestros,

dos lumbreras de Apolo, dos soldados,

únicos en hablar y en obrar diestros,

del monte puestos en opuestos lados,

205

tanto apretaron a la turbamulta,[505]

que volvieron atrás los encumbrados.

Es Gregorio de Angulo el que sepulta[506]

la canalla, y con él Pedro de Soto,[507]

de prodigioso ingenio y vena culta.

210

Doctor aquel, estotro único y docto

licenciado, de Apolo ambos secuaces,

con raras obras y ánimo devoto.

Las dos contrarias indignadas haces

ya miden las espadas, ya se cierran,[508]

215

duras en su tesón y pertinaces;

con los dientes se muerden, y se aferran

con las garras, las fieras imitando,

que toda pïedad de sí destierran.

Haldeando venía y trasudando[509]

220

el autor de La Pícara Justina,[510]

capellán lego del contrario bando;

y cual si fuera de una culebrina,[511]

disparó de sus manos su librazo,

que fue de nuestro campo la rüina.

225

Al buen Tomás Gracián mancó de un brazo,[512]

a Medinilla derribó una muela[513]

y le llevó de un muslo un gran pedazo.

Una despierta nuestra centinela

gritó: «¡Todos abajen la cabeza,

230

que dispara el contrario otra novela!».

Dos pelearon una larga pieza,

y el uno al otro con instancia loca,

de un envión, con arte y con destreza,[514]

seis seguidillas le encajó en la boca,

235

con que le hizo vomitar el alma,

que salió libre de su estrecha roca.

De la furia el ardor, del sol la calma

tenía en duda de una y otra parte

la vencedora y pretendida palma.

240

Del cuervo, en esto, el lóbrego estandarte

cede al del cisne, porque vino al suelo,

pasado el corazón de parte a parte;

su alférez, que era un andaluz mozuelo,

trovador repentista, que subía

245

con la soberbia más allá del cielo;[515]

helósele la sangre que tenía;

muriose, cuando vio que muerto estaba,

la turba, pertinaz en su porfía.

Puesto que ausente el gran Lupercio estaba,[516]

250

con un solo soneto suyo hizo

lo que de su grandeza se esperaba:

descuadernó, desencajó, deshizo

del opuesto escuadrón catorce hileras,

dos crïollos mató, hirió un mestizo.

255

De sus sabrosas burlas y sus veras

el magno cordobés un cartapacio[517]

disparó, y aterró cuatro banderas.

Daba ya indicios de cansado y lacio

el brío de la bárbara canalla,

260

peleando más flojo y más despacio;

mas renovose la fatal batalla,

mezclándose los unos con los otros;

ni vale arnés, ni presta dura malla.

Cinco melifluos sobre cinco potros

265

llegaron, y embistieron por un lado,

y lleváronse cinco de nosotros;

cada cual como moro atavïado,

con más letras y cifras que una carta

de príncipe enemigo y recatado.

270

De romances moriscos una sarta,

cual si fuera de balas enramadas,[518]

llega con furia y con malicia harta;

y, a no estar dos escuadras avisadas

de las nuestras, del recio tiro y presto

275

era fuerza quedar desbaratadas.

Quiso Apolo, indignado, echar el resto

de su poder y de su fuerza sola,

y dar al enemigo fin molesto,

y una sacra canción, donde acrisola[519]

280

su ingenio, gala, estilo y bizarría

Bartolomé Leonardo de Argensola,

cual si fuera un petarte, Apolo envía[520]

adonde está el tesón más apretado,

más dura y más furiosa la porfía.

285

Cuando me paro a contemplar mi estado,[521]

comienza la canción que Apolo pone

en el lugar más noble y levantado.

Todo lo mira, todo lo dispone

con ojos de Argos; manda, quita y veda,

290

y del contrario a todo ardid se opone.

Tan mezclados están, que no hay quien pueda

discernir cuál es malo o cuál es bueno,

cuál es garcilasista o timoneda.[522]

Pero un mancebo, de ignorancia ajeno,

295

grande escudriñador de toda historia,

rayo en la pluma y en la voz un trueno,

llegó, tan rica el alma de memoria,

de sana voluntad y entendimiento,

que fue de Febo y de las Musas gloria;

300

con este acelerose el vencimiento,

porque supo decir: «Este merece

gloria, pero aquel no, sino tormento».

Y, como ya con distinción parece

el justo y el injusto combatiente,[523]

305

el gusto al peso de la pena crece.[524]

Tú, Pedro Mantüano el excelente,[525]

fuiste quien distinguió de la confusa

máquina el que es cobarde del valiente.

Julián de Almendárez no rehúsa,[526]

310

puesto que llegó tarde, en dar socorro

al rubio Delio con su ilustre musa.[527]

Por las rucias que peino, que me corro[528]

de ver que las comedias endiabladas

por divinas se pongan en el corro;

315

y, a pesar de las limpias y atildadas

del cómico mejor de nuestra Hesperia,[529]

quieren ser conocidas y pagadas.

Mas no ganaron mucho en esta feria,

porque es discreto el vulgo de la Corte,

320

aunque le toca la común miseria.

De llano no le deis, dadle de corte,[530]

estancias polifemas, al poeta[531]

que no os tuviere por su guía y norte.

Inimitables sois, y a la discreta

325

gala que descubrís en lo escondido,

toda elegancia puede estar sujeta.

Con estas municiones el partido

nuestro se mejoró de tal manera,

que el contrario se tuvo por vencido.

330

Cayó su presunción soberbia y fiera,

derrúmbanse del monte abajo cuantos

presumieron subir por la ladera.

La voz prolija de sus roncos cantos

el mal suceso con rigor la vuelve

335

en interrotos y funestos llantos.[532]

Tal hubo, que cayendo se resuelve

de asirse de una zarza o cabrahígo,[533]

y en llanto, a lo de Ovidio, se disuelve.[534]

Cuatro se arracimaron a un quejigo[535]

340

como enjambre de abejas desmandada,

y le estimaron por el lauro amigo.

Otra cuadrilla, virgen por la espada,[536]

y adúltera de lengua, dio la cura

a sus pies, de su vida almidonada.

345

Bartolomé llamado de Segura[537]

el toque casi fue del vencimiento:

tal es su ingenio y tal es su cordura.

Resonó en esto por el vago viento

la voz de la vitoria, repetida

350

del número escogido en claro acento.

La miserable, la fatal caída,

de las Musas del limpio Tagarete[538]

fue largos siglos con dolor plañida;

a la parte del llanto, ¡ay me!, se mete[539]

355

Zapardïel, famoso por su pesca,[540]

sin que un pequeño instante se quïete.[541]

La voz de la vitoria se refresca;

«¡vitoria!» suena aquí y allí, vitoria

adquirida por nuestra soldadesca,

360

que canta alegre la alcanzada gloria.