DEL VIAJE DEL PARNASO
CAPÍTULO OCTAVO

 

Al caer de la máquina excesiva

del escuadrón poético arrogante

que en su no vista muchedumbre estriba,

un poeta, mancebo y estudiante,

dijo: «Caí, paciencia; que algún día

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será la nuestra, mi valor mediante.

De nuevo afilaré la espada mía,

digo mi pluma, y cortaré de suerte

que dé nueva excelencia a la porfía;

que ofrece la comedia, si se advierte,

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largo campo al ingenio, donde pueda

librar su nombre del olvido y muerte.

Fue de esto ejemplo Juan de Timoneda,

que, con solo imprimir, se hizo eterno,

las comedias del gran Lope de Rueda.[542]

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Cinco vuelcos daré en el propio infierno

por hacer recitar una que tengo

nombrada El gran bastardo de Salerno».[543]

¡Guarda, Apolo, que baja (guarte, Rengo)[544]

el golpe de la mano más gallarda

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que ha visto el tiempo en su discurso luengo!

En esto, el claro son de una bastarda[545]

alas pone en los pies de la vencida

gente del mundo perezosa y tarda;

con la esperanza del vencer perdida,

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no hay quien no atienda con ligero paso,

si no a la honra, a conservar la vida.

Desde las altas cumbres de Parnaso,

de un salto uno se puso en Guadarrama,

nuevo, no visto y verdadero caso;

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y al mismo paso la parlera Fama

cundió del vencimiento la alta nueva,

desde el claro Caístro hasta Jarama.[546]

Lloró la gran vitoria el turbio Esgueva,[547]

Pisuerga la rio, riola Tajo,

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que en vez de arena granos de oro lleva.

Del cansancio, del polvo y del trabajo

las rubicundas hebras de Timbreo,[548]

del color se pararon de oro bajo;

pero, viendo cumplido su deseo,

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al son de la guitarra mercuriesca

hizo de la gallarda un gran paseo,[549]

y de Castalia en la corriente fresca

el rostro se lavó, y quedó luciente

como de acero la segur turquesca.[550]

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Puliose luego, y adornó su frente

de majestad mezclada con dulzura,

indicios claros del placer que siente.

Las reinas de la humana hermosura

salieron de do estaban retiradas

50

mientras duraba la contienda dura;

del árbol siempre verde coronadas,[551]

y en medio la divina Poesía,

todas de nuevas galas adornadas.

Melpómene, Tersícore y Talía,

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Polimnia, Urania, Erato, Euterpe y Clío,[552]

y Calíope, hermosa en demasía,[553]

muestran ufanas su destreza y brío,

tejiendo una entricada y nueva danza

al dulce son de un instrumento mío.

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Mío, no dije bien; mentí a la ausanza

de aquel que dice propios los ajenos[554]

versos que son más dignos de alabanza.

Los anchos prados y los campos llenos

están de las escuadras vencedoras

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(que siempre van a más y nunca a menos),

esperando de ver de sus mejoras

el colmo con los premios merecidos

por el sudor y aprieto de seis horas,

piensan ser los llamados escogidos,

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todos a premios de grandeza aspiran,

tiénense en más de lo que son tenidos;

ni a calidades ni a riquezas miran:

a su ingenio se atiene cada uno,

y si hay cuatro que acierten, mil deliran.

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Mas Febo, que no quiere que ninguno

quede quejoso de él, mandó a la Aurora

que vaya y coja in tempore oportuno,[555]

de las faldas floríferas de Flora

cuatro tabaques de purpúreas rosas[556]

80

y seis de perlas de las que ella llora;

y de las nueve por estremo hermosas

las coronas pidió, y al darlas ellas

en nada se mostraron perezosas.

Tres, a mi parecer, de las más bellas

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a Parténope sé que se enviaron,[557]

y fue Mercurio el que partió con ellas;

tres sujetos las otras coronaron,

allí en el mesmo monte peregrinos,

con que su patria y nombre eternizaron;

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tres cupieron a España, y tres divinos[558]

poetas se adornaron la cabeza,

de tanta gloria justamente dignos.

La Envidia, monstruo de naturaleza,[559]

maldita y carcomida, ardiendo en saña,

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a murmurar del sacro don empieza.

Dijo: «¿Será posible que en España

haya nueve poetas laureados?

Alta es de Apolo, pero simple hazaña».

Los demás de la turba, defraudados

100

del esperado premio, repetían

los himnos de la Envidia mal cantados;

todos por laureados se tenían

en su imaginación, antes del trance,

y al cielo quejas de su agravio envían.

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Pero ciertos poetas de romance,

del generoso premio hacer esperan,

a despecho de Febo, presto alcance;

otros, aunque latinos, desesperan

de tocar del laurel solo una hoja,

110

aunque del caso en la demanda mueran.

Véngase menos el que más se enoja,

y alguno se tocó sienes y frente,

que de estar coronado se le antoja.

Pero todo deseo impertinente

115

Apolo resfrió, premiando a cuantos

poetas tuvo el escuadrón valiente;

de rosas, de jazmines y amarantos

Flora le presentó cinco cestones,

y la Aurora, de perlas, otros tantos;

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estos fueron, lector dulce, los dones

que Delio repartió con larga mano

entre los poetísimos varones,

quedando alegre cada cual y ufano

con un puño de perlas y una rosa,

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estimando el premio sobrehumano.[560]

Y porque fuese más maravillosa

la fiesta y regocijo que se hacía

por la vitoria insigne y prodigiosa,

la buena, la importante Poesía

130

mandó traer la bestia cuya pata

abrió la fuente de Castalia fría;

cubierta de finísima escarlata,

un lacayo la trujo en un instante,

tascando un freno de bruñida plata.

Envidiarle pudiera Rocinante

135

al gran Pegaso de presencia brava,

y aun Brilladoro, el del señor de Anglante.[561]

Con no sé cuántas alas adornaba

manos y pies, indicio manifiesto

140

que en ligereza al viento aventajaba;

y, por mostrar cuán ágil y cuán presto

era, se alzó del suelo cuatro picas,[562]

con un denuedo y ademán compuesto.

Tú, que me escuchas, si el oído aplicas

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al dulce cuento de este gran Vïaje,

cosas nuevas oirás de gusto ricas.

Era del bel trotón todo el herraje[563]

de durísima plata diamantina,

que no recibe del pisar ultraje;

150

de la color que llaman columbina[564]

de raso en una funda trae la cola,

que, suelta, con el suelo se avecina;

del color del carmín o de amapola

eran sus clines, y su cola gruesa,

155

ellas solas al mundo, y ella sola.

Tal vez anda despacio, y tal apriesa,

vuela tal vez, y tal hace corvetas,[565]

tal quiere relinchar, y luego cesa.

Nueva felicidad de los poetas:

160

uno sus escrementos recogía

en dos de cuero grandes barjuletas.[566]

Pregunté para qué lo tal hacía.[567]

Respondiome Cilenio a lo bellaco,

con no sé qué vislumbres de ironía:[568]

165

«Esto que se recoge es el tabaco,

que a los váguidos sirve de cabeza

de algún poeta de celebro flaco;

Urania de tal modo lo adereza,[569]

que, puesto a las narices del doliente,

170

cobra salud y vuelve a su entereza».

Un poco entonces arrugué la frente,

ascos haciendo del remedio estraño,

tan de los ordinarios diferente.

«Recibes», dijo Apolo, «amigo, engaño»

175

(leyome el pensamiento). «Este remedio

de los váguidos cura y sana el daño.

No come este rocín lo que en asedio

duro y penoso comen los soldados,

que están entre la muerte y hambre en medio;

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son de este tal los piensos regalados

ámbar y almizcle entre algodones puesto,

y bebe del rocío de los prados;

tal vez le damos de almidón un cesto,

tal de algarrobas, con que el vientre llena,

185

y no se estriñe ni se va por esto».[570]

«Sea», le respondí, «muy norabuena;

tieso estoy de celebro por ahora,

váguido alguno no me causa pena».[571]

La nuestra, en esto, universal señora,

190

digo la Poesía verdadera,

que con Timbreo y con las Musas mora,

en vestido sucinto, a la ligera,

el monte discurrió y abrazó a todos,

hermosa sobremodo y placentera.

195

«¡Oh sangre vencedora de los godos!»,

dijo, «de aquí adelante ser tratada

con más süaves y discretos modos

espero ser, y siempre respectada[572]

del ignorante vulgo, que no alcanza

200

que, puesto que soy pobre, soy honrada.

Las riquezas os dejo en esperanza,

pero no en posesión, premio seguro

que al reino aspira de la inmensa holganza.

Por la belleza de este monte os juro

205

que quisiera al más mínimo entregalle

un privilegio de cien mil de juro.

Mas no produce minas este valle;

aguas sí, salutíferas y buenas,

y monas que de cisnes tienen talle.

210

Volved a ver, ¡oh amigos!, las arenas

del aurífero Tajo en paz segura

y en dulces horas de pesar ajenas.

Que esta inaudita hazaña os asegura

eterno nombre en tanto que dé Febo

215

al mundo aliento y luz serena y pura».

¡Oh maravilla nueva, oh caso nuevo,

digno de admiración que cause espanto,

cuya estrañeza me admiró de nuevo!

Morfeo, el dios del sueño, por encanto

220

allí se apareció, cuya corona

era de ramos de beleño santo.[573]

Flojísimo de brío y de persona,

de la Pereza torpe acompañado,

que no le deja a vísperas ni a nona;

225

traía al Silencio a su derecho lado,

el Descuido al siniestro, y el vestido

era de blanda lana fabricado.

De las aguas que llaman del olvido

traía un gran caldero, y de un hisopo

230

venía como aposta prevenido.

Asía a los poetas por el hopo,[574]

y, aunque el caso los rostros les volvía

en color encendida de piropo,

él nos bañaba con el agua fría,

235

causándonos un sueño de tal suerte,

que dormimos un día y otro día.

Tal es la fuerza del licor, tan fuerte

es de las aguas la virtud, que pueden

competir con los fueros de la muerte.

240

Hace el ingenio alguna vez que queden

las verdades sin crédito ninguno,

por ver que a toda contingencia exceden.

Al despertar del sueño así importuno,

ni vi monte ni monta, dios ni diosa,

245

ni de tanto poeta vide alguno.[575]

Por cierto, estraña y nunca vista cosa:

despabilé la vista, y pareciome

verme en medio de una ciudad famosa.

Admiración y grima el caso diome;

250

torné a mirar, porque el temor o engaño

no de mi buen discurso el paso tome.

Y díjeme a mí mismo: «No me engaño;

esta ciudad es Nápoles la ilustre,

que yo pisé sus rúas más de un año;

255

de Italia gloria, y aun del mundo lustre,

pues de cuantas ciudades él encierra,

ninguna puede haber que así le ilustre:

apacible en la paz, dura en la guerra,

madre de la abundancia y la nobleza,

260

de elíseos campos y agradable sierra.

Si váguidos no tengo de cabeza,

paréceme que está mudada, en parte,

de sitio, aunque en aumento de belleza.

¿Qué teatro es aquel, donde reparte

265

con él cuanto contiene de hermosura

la gala, la grandeza, industria y arte?

Sin duda, el sueño en mis pálpebras dura,[576]

porque este es edificio imaginado,

que excede a toda humana compostura».

270

Llegose en esto a mí disimulado

un mi amigo, llamado Promontorio,

mancebo en días, pero gran soldado.

Creció la admiración viendo notorio

y palpable que en Nápoles estaba,

275

espanto a los pasados acesorio.

Mi amigo tiernamente me abrazaba,

y, con tenerme entre sus brazos, dijo

que del estar yo allí mucho dudaba;

llamome padre, y yo llamele hijo;[577]

280

quedó con esto la verdad en punto,

que aquí puede llamarse punto fijo.

Díjome Promontorio: «Yo barrunto,

padre, que algún gran caso a vuestras canas

las trae tan lejos, ya semidifunto».

285

«En mis horas más frescas y tempranas

esta tierra habité, hijo», le dije,

«con fuerzas más brïosas y lozanas.

Pero la Voluntad, que a todos rige,

digo el querer del cielo, me ha traído

290

a parte que me alegra más que aflige».

Dijera más, sino que un gran rüido

de pífaros, clarines y tambores

me azoró el alma y alegró el oído;

volví la vista al son, vi los mayores

295

aparatos de fiesta que vio Roma

en sus felices tiempos y mejores.

Dijo mi amigo: «Aquel que ves que asoma

por aquella montaña contrahecha,

cuyo brío al de Marte oprime y doma,

300

es un alto sujeto que deshecha

tiene a la Envidia en rabia, porque pisa

de la virtud la senda más derecha;

de gravedad y condición tan lisa,

que suspende y alegra a un mesmo instante,

305

y con su aviso al mismo aviso avisa.

Mas quiero, antes que pases adelante

en ver lo que verás, si estás atento,

darte del caso relación bastante.

Será don Juan de Tasis de mi cuento

310

principio, por que sea memorable,

y lleguen mis palabras a mi intento.

Este varón, en liberal notable,

que una mediana villa le hace conde,

siendo rey en sus obras admirable;[578]

315

este, que sus haberes nunca esconde,

pues siempre las reparte o las derrama,[579]

ya sepa adónde, o ya no sepa adónde;

este, a quien tiene tan en fil la fama[580]

puesta la alteza de su nombre claro,

320

que liberal y pródigo le llama,

quiso, pródigo aquí y allí no avaro,

primer mantenedor ser de un torneo

que a fiestas sobrehumanas le comparo.

Responden sus grandezas al deseo

325

que tiene de mostrarse alegre, viendo

de España y Francia el regio himineo;[581]

y este que escuchas, duro, alegre estruendo,

es señal que el torneo se comienza,

que admira por lo rico y estupendo.

330

Arquímedes el grande se avergüenza[582]

de ver que este teatro milagroso

su ingenio apoque y a sus trazas venza.

Digo, pues, que el mancebo generoso

que allí deciende, de encarnado y plata,

335

sobre todo mortal curso brïoso,

es el conde de Lemos, que dilata[583]

su fama con sus obras por el mundo,

y que lleguen al cielo en tierra trata;

y, aunque sale el primero, es el segundo

340

mantenedor, y en buena cortesía

esta ventaja califico y fundo.

El duque de Nocera, luz y guía[584]

del arte militar, es el tercero

mantenedor de este festivo día.

345

El cuarto, que pudiera ser primero,

es de Santelmo el fuerte castellano,

que al mesmo Marte en el valor prefiero.[585]

El quinto es otro Eneas el troyano,

Arrociolo, que gana en ser valiente[586]

350

al que fue verdadero, por la mano».

El gran concurso y número de gente

estorbó que adelante prosiguiese

la comenzada relación prudente;

por esto le pedí que me pusiese

355

adonde sin ningún impedimento

el gran progreso de las fiestas viese;

porque luego me vino al pensamiento

de ponerlas en verso numeroso,

favorecido del febeo aliento.

360

Hízolo así, y yo vi lo que no oso

pensar, no que decir, que aquí se acorta

la lengua y el ingenio más curioso.

Que se pase en silencio es lo que importa,

y que la admiración supla esta falta,

365

el mesmo grandïoso caso exhorta,

puesto que después supe que con alta

magnífica elegancia y milagrosa,

donde ni sobra punto ni le falta,

el curioso don Juan de Oquina en prosa[587]

370

la puso y dio a la estampa para gloria

de nuestra edad, por esto venturosa.

Ni en fabulosa o verdadera historia

se halla que otras fiestas hayan sido

ni puedan ser más dignas de memoria.

375

Desde allí, y no sé cómo, fui traído

adonde vi al gran duque de Pastrana[588]

mil parabienes dar de bienvenido,

y que la fama, en la verdad ufana,

contaba que agradó con su presencia

380

y con su cortesía sobrehumana;

que fue nuevo Alejandro en la excelencia

del dar, que satisfizo a todo cuanto[589]

puede mostrar real magnificencia.

Colmo de admiración, lleno de espanto,

385

entré en Madrid en traje de romero,

que es granjería el parecer ser santo;

y desde lejos me quitó el sombrero[590]

el famoso Acevedo, y dijo: «A Dio,[591]

voi siate il ben venuto, cavaliero.

390

So parlar zenoese, e tusco anch’io».[592]

Y respondí: «La vostra signoria

sia la ben trovata, patron mio».

Topé a Luis Vélez, lustre y alegría[593]

y discreción del trato cortesano,

395

y abracele en la calle a mediodía.

El pecho, el alma, el corazón, la mano

di a Pedro de Morales, y un abrazo,[594]

y alegre recebí a Justiniano.[595]

Al volver de una esquina sentí un brazo

400

que el cuello me ceñía, miré cúyo,[596]

y más que gusto me causó embarazo,

por ser uno de aquellos (no rehúyo

decirlo) que al contrario se pasaron,

llevados del cobarde intento suyo;

405

otros dos al del Layo se llegaron,[597]

y con la risa falsa del conejo

y con muchas zalemas me hablaron.[598]

Yo, socarrón; yo, poetón ya viejo,

volviles a lo tierno las saludes,

410

sin mostrar mal talante o sobrecejo.

No dudes, ¡oh lector caro!, no dudes,

sino que suele el disimulo a veces[599]

servir de aumento a las demás virtudes;

dínoslo tú, David, que, aunque pareces

415

loco en poder de Aquís, de tu cordura,

fingiendo el loco, la grandeza ofreces.[600]

Dejelos, esperando coyuntura

y ocasión más secreta para dalles

vejamen de su miedo o su locura.

420

Si encontraba poetas por las calles,

me ponía a pensar si eran de aquellos

hüidos, y pasaba sin hablalles.

Poníanseme yertos los cabellos

de temor no encontrase algún poeta,

425

de tantos que no pude conocellos,

que, con puñal buido o con secreta[601]

almarada me hiciese un abujero[602]

que fuese al corazón por vía recta,

aunque no es este el premio que yo espero

430

de la fama que a tantos he adquerido

con alma grata y corazón sincero.

Un cierto mancebito cuellierguido,[603]

en profesión poeta, y en el traje

a mil leguas por godo conocido,

435

lleno de presunción y de coraje

me dijo: «Bien sé yo, señor Cervantes,

que puedo ser poeta, aunque soy paje.

Cargastes de poetas ignorantes,

y dejástesme a mí, que ver deseo

440

del Parnaso las fuentes elegantes;

que caducáis sin duda alguna creo.

¿Creo? No digo bien; mejor diría

que toco esta verdad y que la veo».

Otro, que, al parecer, de argentería,

445

de nácar, de cristal, de perlas y oro

sus infinitos versos componía,

me dijo, bravo cual corrido toro:

«No sé yo para qué nadie me puso

en lista con tan bárbaro decoro».

450

«Así el discreto Apolo lo dispuso»,

a los dos respondí, «y en este hecho,

de ignorancia o malicia no me acuso».

Fuime con esto, y, lleno de despecho,

busqué mi antigua y lóbrega posada,

455

y arrojeme molido sobre el lecho;

que cansa, cuando es larga, una jornada.