[I][1]

 

Serenísima Reina, en quien se halla

lo que Dios pudo dar a un ser humano;

amparo universal del ser cristiano,

de quien la santa fama nunca calla;

arma feliz, de cuya fina malla

5

se viste el gran Felipe soberano,

ínclito rey del ancho suelo hispano,

a quien fortuna y mundo se avasalla.

¿Cuál ingenio podría aventurarse

a pregonar el bien que estás mostrando,

10

si ya en divino viese convertirse?

Que, en ser mortal, habrá de acobardarse,

y así le va mejor sentir callando

aquello que es difícil de decirse.

 

 

[II][2]

 

Aquí el valor de la española tierra;

aquí la flor de la francesa gente;

aquí quien concordó lo diferente,

de oliva coronando aquella guerra;[3]

aquí, en pequeño espacio, veis se encierra

5

nuestro claro lucero de occidente,

aquí yace enterrada la excelente

causa que nuestro bien todo destierra.

¡Mirad quién es el mundo y su pujanza,

y cómo, de la más alegre vida,

10

la muerte lleva siempre la victoria!

También mirad la bienaventuranza

que goza nuestra reina esclarescida

en el eterno reino de la gloria.

 

 

[III][4]

 

Cuando dejaba la guerra

libre nuestro hispano suelo,

con un repentino vuelo,

la mejor flor de la tierra

fue trasplantada en el cielo.

5

Y, al cortarla de su rama,

el mortífero accidente

fue tan oculto a la gente,

como el que no ve la llama

hasta que quemar se siente.

10

 

 

[IV][5]

 

Cuando un estado dichoso

esperaba nuestra suerte,

bien como ladrón famoso,

vino la invencible muerte,[6]

a robar nuestro reposo.

5

Y metió tanto la mano

aqueste fiero tirano,

por orden del alto cielo,

que nos llevó de este suelo

el valor del ser humano.

10

 

¡Cuán amarga es tu memoria,

oh dura y terrible faz!

Pero, en aquesta victoria,

si llevaste nuestra paz,

fue para dalle más gloria.

15

Y aunque el dolor nos desvela,

una cosa nos consuela:

ver que al reino soberano

ha dado un vuelo temprano

nuestra muy cara Isabela.

20

 

Una alma tan limpia y bella,

tan enemiga de engaños,[7]

¿qué pudo merecer ella,

para que, en tan tiernos años,

dejase el mundo de vella?

25

Dirás, muerte, en quien se encierra

la causa de nuestra guerra,

para nuestro desconsuelo,

que, cosas que son del cielo,

no las merece la tierra.

30

 

Tanto de punto subiste

en el amor que mostraste,

que, ya que al cielo te fuiste,

en la tierra nos dejaste

las prendas que más quesiste.

35

¡Oh Isabela Eugenia Clara,

Catalina, a todos cara,

claros luceros los dos![8]

¡No quiera y permita Dios

se os muestre fortuna avara!

40

 

 

[V][9]

 

¿A quién irá mi doloroso canto,

o en cúya oreja sonará su acento,

que no deshaga el corazón en llanto?

A ti, gran Cardenal, yo le presento,

pues vemos te ha cabido tanta parte

5

del hado secutivo vïolento.[10]

Aquí verás que el bien no tiene parte:

todo es dolor, tristeza y desconsuelo

lo que en mi triste canto se reparte.

¡Quién dijera, señor, que un solo vuelo

10

de una ánima beata al alta cumbre[11]

pusiera en confusion al bajo suelo!

Mas ¡ay! que yaze muerta nuestra lumbre;

el alma goza de perpetua gloria,

y el cuerpo de terrena pesadumbre.

15

No se pase, señor, de tu memoria

cómo en un punto la invincible muerte

lleva de nuestras vidas la victoria.

Al tiempo que esperaba nuestra suerte

poderse mejorar, la santa mano

20

mostró por nuestro mal su furia fuerte.

Entristeció a la tierra su verano,

secó su paraíso fresco y tierno,

el ornato anubló del ser cristiano.

Volvió la primavera en frío invierno,

25

trocó en pesar su gusto y alegría,

tornó de arriba abajo su gobierno.

Pasose ya aquel ser que ser solía

a nuestra oscuridad claro lucero,

sosiego del antigua tiranía.

30

A más andar el término postrero

llegó, que dividió con furia insana

del alma sancta el corazón sincero.

Cuando ya nos venía la temprana

dulce fruta del árbol deseado,

35

vino sobre él la frígida mañana.

¿Quién detuvo el poder de Marte airado,

que no pasase más el alto monte,

con prisiones de nieve aherrojado?[12]

No pisará ya más nuestro horizonte,

40

que a los Campos Elíseos es llevada,[13]

sin ver la oscura barca de Caronte.[14]

A ti, fïel pastor de la manada

Seguntina, es justo y te conviene[15]

aligerarnos carga tan pesada.

45

Mira el dolor que el gran Filipo tiene.

Allí tu discreción muestre el alteza

que en tu divino ingenio se contiene.

Bien sé que le dirás que, a la bajeza

de nuestra humanidad, es cosa cierta

50

no tener solo un punto de firmeza.

Y que si yace su esperanza muerta,

y el dolor vida y alma le lastima,

que, a do la cierra, Dios abre otra puerta.

Mas ¿qué consuelo habrá, señor, que oprima

55

algún tanto sus lágrimas cansadas,

si una prenda perdió de tanta estima?

Y más si considera las amadas

prendas que le dejó en la dulce vida,

y con su amarga muerte lastimadas.

60

Alma bella, del cielo merecida,

¡mira cuál queda el miserable suelo,

sin la luz de tu vista esclarecida!

Verás que en árbol verde no hace vuelo

el ave más alegre, antes ofrece

65

en su amoroso canto triste duelo.

Contino en grave llanto se anochece

el triste día que te imaginamos

con aquella virtud que no perece.

Mas de este imaginar nos consolamos,

70

en ver que merecieron tus deseos

que goces ya del bien que deseamos.

Acá nos quedarán por tus trofeos,

tu cristiandad, valor, y gracia estraña,

de alma sancta, sanctísimos arreos.[16]

75

De hoy más, la sola y afligida España,

cuando más sus clamores levantare

al sumo hacedor, y alta compaña,

cuando más por salud le importunare

al término postrero que perezca,

80

y en el último trance se hallare,

solo podrá pedirle que le ofrezca

otra paz, otro amparo, otra ventura,

que en obras y virtudes le parezca.

El vano confïar y la hermosura

85

¿de qué nos sirve, si en pequeño instante

damos en manos de la sepultura?

Aquel firme esperar, santo, y constante,

que concede a la fe su cierto asiento,

y a la querida hermana ir adelante,

90

adonde mora Dios, en su aposento

nos puede dar lugar dulce y sabroso,

libre de tempestad y humano viento.

Aquí, señor, el último reposo

no puede perturbarse, ni la vida

95

temer más otro trance doloroso.

Aquí con nuevo ser es conducida,[17]

entre las almas del inmenso coro,

nuestra Isabela, reina esclarecida.

Con tal sinceridad guardó el decoro

100

do al precepto divino más se aspira,

que merece gozar de tal tesoro.

¡Ay muerte! ¿Contra quién, tu amarga ira

quesiste ejecutar para templarme

con profundo dolor mi triste lira?

105

Si no os cansáis, señor, ya de escucharme,

anudaré de nuevo el roto hilo,[18]

que la ocasión es tal, que ha de esforzarme.

Lágrimas pediré al corriente Nilo;

un nuevo corazón, al alto cielo;

110

y a las más tristes Musas, triste estilo.

Diré que al duro mal, al grave duelo

que a España en brazos de la muerte tiene,

no quiso Dios dejarle sin consuelo.

Dejole al gran Filipo, que sostiene,

115

cual firme basa, al alto firmamento,

el bien o desventura que le viene.

De aquesto vos lleváis el vencimiento,

pues deja en vuestros hombros él la carga

del cielo y de la tierra, y pensamiento.

120

La vida, que en la vuestra ansí se encarga,

muy bien puede vivir leda y segura,[19]

pues de tanto cuidado se descarga.

Gozando como goza tal ventura

el gran señor del ancho suelo hispano,

125

su mal es menos, y nuestra desventura.[20]

Si el ánimo real, si el soberano

tesoro le robó en un solo día

la muerte airada con esquiva mano,

regalos son que el sumo Dios envía

130

a aquel que ya le tiene aparejado

sublime asiento en la alta hierarquía.

Quien goza quïetud siempre en su estado,

y el efecto le acude a la esperanza,

y a lo que quiere nada le es trocado,

135

arguyese que poca confïanza

se puede tener de él, que goce y vea

con claros ojos bienaventuranza.

Cuando más favorable el mundo sea,

cuando nos ría el bien todo delante

140

y venga al corazón lo que desea,

tiénese de esperar que en un instante

dará con ello la fortuna en tierra,

que no fue ni será jamás constante.

Y aquel que no ha gustado de la guerra,

145

a do se aflige el cuerpo y la memoria,

parece Dios del cielo le destierra;[21]

porque no se coronan en la gloria,

si no es los capitanes valerosos,

que llevan de sí mesmos la victoria.

150

Los amargos sospiros dolorosos,

las lágrimas sin cuento que ha vertido,

¿quién nos puede en su vista hacer dichosos?[22]

El perder a su hijo tan querido,

aquel mirarse y verse cual se halla

155

de todo su placer desposeído,

¿qué se puede decir, sino batalla

adonde le hemos visto siempre armado

con la paciencia, que es muy fina malla?

Del alto cielo ha sido consolado

160

con concederle acá vuestra persona,

que mira por su honra y por su estado.

De aquí saldrá a gozar de una corona

más rica, más preciosa, y muy más clara

que la que ciñe al hijo de Latona.[23]

165

Con él vuestra virtud, al mundo rara,

se tiene de estender de gente en gente,

sin poderlo estorbar fortuna avara.

Resonará el valor tan excelente[24]

que os ciñe, cubre, ampara y os rodea,

170

de donde sale el sol hasta occidente.

Y allá en el alto alcázar do se pasea[25]

en mil contentos nuestra reina amada,

si puede desear, solo desea[26]

que sea por mil siglos levantada

175

una grandeza, pues que se engrandece

el valor de su prenda deseada.

Que en vuestro poderío se parece

del católico rey la suma alteza,

que desde un polo al otro resplandece.[27]

180

De hoy más deje del llanto la fiereza

el afligida España, levantando

con verde lauro hornada la cabeza.

Que, mientra fuere el cielo mejorando

del soberano rey la larga vida,

185

no es bien que se consuma lamentando.

Y, en tanto que arribare a la subida

de la inmortalidad vuestra alma pura,

no se entregue al dolor tan de corrida,

y más que el grave rostro de hermosura,

190

por cuya ausencia vive sin consuelo,

goza de Dios en la celeste altura.

¡Oh trueco glorïoso, oh santo celo,

pues con gozar la tierra has merecido

tender tus pasos por el alto cielo![28]

195

Con esto cese el canto dolorido[29]

magnánimo señor, que, por mal diestro,

queda tan temeroso, y tan corrido,

cuanto yo quedo, gran señor, por vuestro.

 

 

[VI][30]

 

¡Oh cuán claras señales habéis dado,

alto Bartolomeo de Rufino,

que de Parnaso y Ménalo el camino[31]

habéis dichosamente paseado!

Del siempre verde lauro coronado

5

seréis, si yo no soy mal adivino,

si ya vuestra fortuna y cruel destino

os saca de tan triste y bajo estado.

Pues, libre de cadenas vuestra mano,

reposando el ingenio, al alta cumbre

10

os podéis levantar seguramente,

oscureciendo al gran Livio romano,[32]

dando de vuestras obras tanta lumbre,

que bien merezca el lauro vuestra frente.

 

 

[VII][33]

 

Si ansí como de nuestro mal se canta

en esta verdadera, clara historia,

se oyera de cristianos la victoria,

¿cuál fuera el fruto de esta rica planta?

Ansí cual es, al cielo se levanta,

5

y es digna de inmortal, larga memoria,

pues, libre de algún vicio y baja escoria,

al alto ingenio admira, al bajo espanta.

Verdad, orden, estilo claro y llano,

cual a perfecto historiador conviene,

10

en esta breve suma está cifrado.

¡Felice ingenio! ¡Venturosa mano

que, entre pesados hierros apretado,[34]

tal arte y tal virtud en sí contiene!

 

 

[VIII][35]

 

Si el bajo son de la zampoña mía,

señor, a vuestro oído no ha llegado

en tiempo que sonar mejor debía,

no ha sido por la falta de cuidado,

sino por sobra del que me ha traído

5

por estraños caminos desviado.

También, por no adquirirme de atrevido

el nombre odioso, la cansada mano

ha encubierto las faltas del sentido.

Mas ya que el valor vuestro sobrehumano,

10

de quien tiene noticia todo el suelo,

la graciosa altivez, el trato llano,

aniquilan el miedo y el recelo

que ha tenido hasta aquí mi humilde pluma

de no quereros descubrir su vuelo,

15

de vuestra alta bondad y virtud suma

diré lo menos, que lo más no siento

quien de cerrarlo en verso se presuma.

Aquel que os mira en el subido asiento

do el humano favor puede encumbrarse,

20

y que no cesa el favorable viento,

y él se ve entre las ondas anegarse

del mar de la privanza, do procura,

o por fas o por nefás, levantarse,

¿quién duda que no dice «La ventura

25

ha dado en levantar este mancebo,

hasta ponerle en la más alta altura:

ayer le vimos inexperto y nuevo

en las cosas que agora mide y trata

tan bien, que tengo envidia y las apruebo»?

30

De esta manera se congoja y mata

el envidioso, que la gloria ajena

le destruye, marchita y desbarata.

Pero aquel que, con mente más serena,

contempla vuestro trato y vida honrosa,

35

y el alma dentro, de virtudes llena,

no la inconstante rueda presurosa

de la falsa fortuna, suerte o hado,

signo, ventura, estrella ni otra cosa

dice que es causa que en el buen estado

40

que agora poseéis os haya puesto,

con esperanza de más alto grado;

mas solo el modo del vivir honesto,

la virtud escogida, que se muestra

en vuestras obras y apacible gesto,

45

esta dice, señor, que os da su diestra

y os tiene asido con sus fuertes lazos,

y a más y a más subir siempre os adiestra.

¡Oh santos, oh agradables dulces brazos

de la santa virtud, alma y divina,[36]

50

y santo quien recibe sus abrazos!

Quien con tal guía como vos camina,

¿de qué se admira el ciego vulgo bajo,

si a la silla más alta se avecina?

Y puesto que no hay cosa sin trabajo,

55

quien va sin la virtud, va por rodeo,

y el que la lleva, va por el atajo.

Si no me engaña la experiencia, creo

que se ve mucha gente fatigada

de un solo pensamiento y un deseo.

60

Pretenden más de dos llave dorada;

muchos, un mesmo cargo, y quién aspira

a la fidelidad de una embajada.

Cada cual por sí mesmo al blanco tira

do asestan otros mil, y solo es uno

65

cuya saeta dio do fue la mira.

Y este quizá que a nadie fue importuno,

ni a la soberbia puerta del privado

se halló, después de vísperas, ayuno,

ni dio, ni tuvo a quien pedir prestado:

70

solo con la virtud se entretenía,

y en Dios y en ella estaba confïado.

Vos sois, señor, por quien decir podría,

y lo digo y diré sin estar mudo,

que sola la virtud fue vuestra guía,

75

y que ella sola fue bastante y pudo

levantaros al bien do estáis agora,

privado humilde, de ambición desnudo.

¡Dichosa y felicísima la hora

donde tuvo el real conocimiento

80

noticia del valor que anida y mora

en vuestro reposado entendimiento,

cuya fidelidad, cuyo secreto,

es de vuestras virtudes el cimiento!

Por la senda y camino más perfeto

85

van vuestros pies, que es la que el medio tiene,

y la que alaba el seso más discreto.

Quien por ella camina vemos viene

a aquel dulce, süave paradero,

que la felicidad en sí contiene.

90

Yo, que el camino más bajo y grosero

he caminado en fría noche escura,

he dado en manos del atolladero,

y en la esquiva prisión, amarga y dura,

adonde agora quedo, estoy llorando

95

mi corta, infelicísima ventura,

con quejas tierra y cielo importunando,

con suspiros el aire escureciendo,

con lágrimas el mar acrecentando.

Vida es esta, señor, do estoy muriendo,

100

entre bárbara gente descreída,

la mal lograda juventud perdiendo.[37]

No fue la causa aquí de mi venida,

andar vagando por el mundo acaso,

con la vergüenza y la razón perdida.

105

Diez años ha que tiendo y mudo el paso[38]

en servicio del gran Filipo nuestro,

ya con descanso, ya cansado y laso;[39]

y, en el dichoso día que, siniestro

tanto fue el hado a la enemiga armada,

110

cuanto a la nuestra favorable y diestro,

de temor y de esfuerzo acompañada,

presente estuvo mi persona al hecho,

más de esperanza que de hierro armada.[40]

Vi el formado escuadrón roto y deshecho,

115

y de bárbara gente y de cristiana

rojo en mil partes de Neptuno el lecho;

la muerte airada, con su furia insana,

aquí y allí con priesa discurriendo,

mostrándose a quién tarda, a quién temprana;

120

el son confuso, el espantable estruendo,

los gestos de los tristes miserables

que entre el fuego y el agua iban muriendo;

los profundos sospiros lamentables

que los heridos pechos despedían,

125

maldiciendo sus hados detestables.

Helóseles la sangre que tenían,

cuando, en el son de la trompeta nuestra,

su daño y nuestra gloria conocían.

Con alta voz, de vencedora muestra,

130

rompiendo el aire claro, el son mostraba

ser vencedora la cristiana diestra.

A esta dulce sazón, yo, triste, estaba

con la una mano de la espada asida,

y sangre de la otra derramaba.

135

El pecho mío, de profunda herida

sentía llagado, y la siniestra mano

estaba por mil partes ya rompida.[41]

Pero el contento fue tan soberano

que a mi alma llegó, viendo vencido

140

el crudo pueblo infiel por el cristiano,

que no echaba de ver si estaba herido,

aunque era tan mortal mi sentimiento,

que a veces me quitó todo el sentido.

Y en mi propia cabeza el escarmiento

145

no me pudo estorbar que, el segundo año,

no me pusiese a discreción del viento;[42]

y al bárbaro, medroso, pueblo estraño,

vi recogido, triste, amedrentado,

y con causa temiendo de su daño;

150

y al reino tan antiguo y celebrado,

a do la hermosa Dido fue rendida

al querer del troyano desterrado,[43]

también, vertiendo sangre aún la herida

mayor, con otras dos, quise hallarme,

155

por ver ir la morisma de vencida.

¡Dios sabe si quisiera allí quedarme

con los que allí quedaron esforzados,

y perderme con ellos, o ganarme![44]

Pero mis cortos, implacables hados,

160

en tan honrosa empresa no quisieron

que acabase la vida y los cuidados,

y, al fin, por los cabellos me trujeron

a ser vencido por la valentía

de aquellos que después no la tuvieron.

165

En la galera Sol, que escurescía

mi ventura su luz, a pesar mío,

fue la pérdida de otros y la mía.[45]

Valor mostramos al principio y brío;

pero después, con la esperiencia amarga,

170

conocimos ser todo desvarío.

Sentí de ajeno yugo la gran carga,

y en las manos sacrílegas malditas

dos años ha que mi dolor se alarga.[46]

Bien sé que mis maldades infinitas,

175

y la poca atrición que en mí se encierra,

me tiene entre estos falsos ismaelitas.[47]

Cuando llegué vencido, y vi la tierra,[48]

tan nombrada en el mundo, que en su seno

tantos piratas cubre, acoge y cierra,

180

no pude al llanto detener el freno,

que, a mi despecho, sin saber lo que era,

me vi el marchito rostro de agua lleno.

Ofreciose a mis ojos la ribera

y el monte donde el grande Carlos tuvo

185

levantada en el aire su bandera,

y el mar que tanto esfuerzo no sostuvo,

pues, movido de envidia de su gloria,

airado entonces más que nunca estuvo.[49]

Estas cosas volviendo en mi memoria,

190

las lágrimas trujeron a los ojos,

movidas de desgracia tan notoria.

Pero si el alto cielo en darme enojos

no está con mi ventura conjurado,

y aquí no lleva muerte mis despojos,

195

cuando me vea en más alegre estado,

si vuestra intercesión, señor, me ayuda

a verme ante Filipo arrodillado,

mi lengua balbuciente y cuasi muda

pienso mover en la real presencia,

200

de adulación y de mentir desnuda,[50]

diciendo: «Alto señor, cuya potencia

sujetas trae mil bárbaras naciones

al desabrido yugo de obediencia:

a quien los negros indios, con sus dones,

205

reconocen honesto vasallaje,

trayendo el oro acá de sus rincones:

despierte en tu real pecho el gran coraje,

la gran soberbia con que una bicoca[51]

aspira de contino a hacerte ultraje.

210

La gente es mucha, mas su fuerza es poca,

desnuda, mal armada, que no tiene

en su defensa fuerte, muro o roca.

Cada uno mira si tu armada viene,

para dar a sus pies el cargo y cura

215

de conservar la vida que sostiene.

Del amarga prisión, triste y escura,

adonde mueren veinte mil cristianos,

tienes la llave de su cerradura.

Todos, cual yo, de allá puestas las manos,

220

las rodillas por tierra, sollozando,

cercados de tormentos inhumanos,

valeroso señor, te están rogando

vuelvas los ojos de misericordia

a los suyos, que están siempre llorando;

225

y, pues te deja agora la discordia

que hasta aquí te ha oprimido y fatigado,

y gozas de pacífica concordia,[52]

haz, ¡oh buen rey! que sea por ti acabado

lo que con tanta audacia y valor tanto

230

fue por tu amado padre comenzado.

Solo el pensar que vas, pondrá un espanto

en la enemiga gente, que adevino

ya desde aquí su pérdida y quebranto».

¿Quién duda que el real pecho begnino[53]

235

no se muestre, escuchando la tristeza

en que están estos míseros contino?

Bien parece que muestro la flaqueza

de mi tan torpe ingenio, que pretende

hablar tan bajo ante tan alta alteza;

240

pero el justo deseo la defiende.

Mas a todo silencio poner quiero,

que temo que mi pluma ya os ofende,

y al trabajo me llaman donde muero.

 

 

[IX][54]

 

Si el lazo, el fuego, el dardo, el puro hielo[55]

que os tiene, abrasa, hiere y pone fría[56]

vuestra alma, trae su origen desde el cielo,

ya que os aprieta, enciende, mata, enfría,

¿qué nudo, llama, llaga, nieve o celo,[57]

5

ciñe, arde, traspasa o hiela hoy día,[58]

con tan alta ocasión como aquí muestro,

un tierno pecho, Antonio, como el vuestro?

El cielo, que el ingenio vuestro mira,

en cosas que son de él quiso emplearos,

10

y, según lo que hacéis, vemos que aspira

por Celia, al cielo empíreo levantaros;

ponéis en tal objeto vuestra mira,[59]

que dais materia al mundo de envidiaros:

¡dichoso el desdichado a quien se tiene[60]

15

envidias de las ansias que sostiene![61]

En los conceptos que la pluma vuestra

de la alma en el papel ha trasladado,

nos dais, no solo indicio, pero muestra[62]

de que estáis en el cielo sepultado,

20

y allí os tiene de amor la fuerte destra[63]

vivo en la muerte, a vida reservado,

que no puede morir quien no es del suelo,

teniendo el alma en Celia, que es un cielo.[64]

Solo me admira el ver que aquel divino

25

cielo de Celia encierre un vivo infierno,[65]

y que la fuerza de su fuerza y sino

os tenga en pena y llanto sempiterno.

Al cielo encamináis vuestro camino;

mas, según vuestra suerte, yo dicierno[66]

30

que al cielo sube el alma y se apresura,[67]

y en el suelo se queda la ventura.

Si con benino y favorable aspecto[68]

a alguno mira el cielo acá en la tierra,

obra ascondidamente un bien perfeto,[69]

35

en el que cualquier mal de sí destierra;

mas si los ojos pone en el objeto[70]

airados, le consume en llanto y guerra,

ansí como a vos hace vuestro cielo:

ya os da guerra, ya paz, y fuego y hielo.[71]

40

No se ve el cielo en claridad serena[72]

de tantas luces claro y alumbrado,

cuantas con rica habéis y fértil vena

el vuestro de virtudes adornado;

ni hay tantos granos de menuda arena[73]

45

en el desierto líbico apartado,

cuantos loores creo que merece[74]

el cielo que os abaja y engrandece.

En Scitia ardéis, sentís en Libia frío,

contraria operación y nunca vista;[75]

50

flaqueza al bien mostráis, al daño brío;

más que un lince miráis, sin tener vista;

mostráis con discreción un desvarío,[76]

que el alma prende, a la razón conquista,[77]

y esta contrariedad nace de aquella

55

que es vuestro cielo, vuestro sol y estrella.[78]

Si fuera un caos, una materia unida

sin forma vuestro cielo, no espantara

de que del alma vuestra entristecida[79]

las continuas querellas no escuchara;

60

pero, estando ya en partes esparcida,

que un todo forman de virtud tan rara,[80]

es maravilla tenga los oídos

sordos a vuestros tristes alaridos.

Si es lícito rogar por el amigo

65

que en estado se halla peligroso,

yo, como vuestro, desde aquí me obligo

de no mostrarme en esto perezoso;[81]

mas, si me he de oponer a lo que digo,

y conducirlo a término dichoso,

70

no me deis la ventura, que es muy poca,

mas las palabras sí de vuestra boca.

Diré: «Celia gentil, en cuya mano

está la muerte y vida y pena y gloria

de un mísero captivo que, temprano

75

ni aun tarde, no saldrás de su memoria:

vuelve el hermoso rostro, blando, humano,[82]

a mirar de quien llevas la victoria;

verás el cuerpo en dura cárcel triste

del alma que primero tú rendiste.[83]

80

Y pues un pecho en la virtud constante

se mueve en casos de honra y muestra airado,

muévale al tuyo el ver que de delante

te han un firme amador arrebatado;[84]

y, si quiere pasar más adelante

85

y hacer un hecho heroico y estremado,

rescata allá su alma con querella,[85]

que el cuerpo, que está acá, se irá tras ella.

El cuerpo acá y el alma allá captiva

tiene el mísero amante que padece

90

por ti, Celia hermosa, en quien se aviva

la luz que al cielo alumbra y esclarece;

mira que el ser ingrata, cruda, esquiva,[86]

mal con tanta beldad se compadece:

muéstrate agradecida y amorosa

95

al que te tiene por su cielo y diosa».

 

 

[X][87]

 

Ya que del ciego dios habéis cantado

el bien y el mal, la dulce fuerza y arte,

en la primera y la segunda parte,

do está de amor el todo señalado,

ahora, con aliento descansado

5

y con nueva virtud, que en vos reparte

el cielo, nos cantáis del duro Marte

las fieras armas y el valor sobrado.

Nuevos ricos mineros se descubren

de vuestro ingenio en la famosa mina,

10

que al más alto deseo satisfacen,

y, con dar menos de lo más que encubren,

a este menos lo que es más se inclina

del bien que Apolo y que Minerva hacen.

 

 

[XI][88]

 

¡Oh venturosa, levantada pluma,

que en la empresa más alta te ocupaste

que el mundo pudo dar, y al fin mostraste

al recibo y al gasto igual la suma!

Calle de hoy más el escritor de Numa,[89]

5

que nadie llegará donde llegaste,

pues en tan raros versos celebraste

tan raro capitán, virtud tan suma.[90]

¡Dichoso el celebrado y quien celebra,

y no menos dichoso todo el suelo,

10

que de tanto bien goza en esta historia,

en quien invidia o tiempo no harán quiebra,

antes hará, con justo celo, el cielo

eterna más que el tiempo su memoria!

 

 

[XII][91]

 

Hoy el famoso Padilla,

con las muestras de su celo,

causa contento en el cielo

y en la tierra maravilla;

porque, llevado del cebo

5

de amor, temor y consejo,

se despoja el hombre viejo,

para vestirse de nuevo.[92]

Cual prudente sierpe ha sido,

pues, con nuevo corazón,

10

en la piedra de Simón[93]

se deja el viejo vestido.

Y esta mudanza que hace

lleva tan cierto compás,

que en ella asiste lo más

15

de cuanto a Dios satisface.

Con las obras y la fe

hoy para el cielo se embarca

en mejor jarciada barca[94]

que la que libró a Noé.

20

Y para hacer tal pasaje

ha muchos años que ha hecho,

con sano y cristiano pecho,

cristiano matalotaje.

Y no teme el mal tempero,[95]

25

ni anegarse en el profundo,

porque en el mar de este mundo

es plático marinero.[96]

Y ansí, mirando el aguja

divina, cual se requiere,

30

si el demonio a orza diere,[97]

él dará al instante a puja.[98]

Y llevando este concierto

con las ondas de este mar,

a la fin vendrá a parar

35

a seguro y dulce puerto,

donde, sin áncoras, ya

estará la nave en calma,

con la eternidad del alma,

que nunca se acabará.

40

En una verdad me fundo,

y mi ingenio aquí no yerra,

que en siendo sal de la tierra,

habéis de ser luz del mundo.

Luz de gracia rodeada,

45

que alumbre nuestro horizonte,

y sobre el Carmelo monte

fuerte ciudad levantada.[99]

Para alcanzar el trofeo

de estas santas profecías,

50

tendréis el carro de Elías

con el manto de Eliseo,[100]

y, ardiendo en amor divino,

donde nuestro bien se fragua,

apartando el manto al agua,

55

por el fuego haréis camino;

porque el voto de humildad

promete segura alteza,

y castidad y pobreza,

bienes de divinidad.

60

Y ansí los cielos serenos

verán, cuando acabarás,[101]

un cortesano allá más,

y en la tierra un sabio menos.

 

 

[XIII][102]

 

Cual vemos que renueva

el águila real la vieja y parda

pluma, y, con otra nueva,

la detenida y tarda

pereza arroja, y con subido vuelo

5

rompe las nubes y se llega al cielo,

tal, famoso Padilla,

has sacudido tus humanas plumas,

porque con maravilla

intentes y presumas

10

llegar con nuevo vuelo al alto asiento

donde aspiran las alas de tu intento.

Del sol el rayo ardiente,

alza del duro rostro de la tierra,

con virtud excelente,

15

la humidad que en sí encierra,

la cual después, en lluvia convertida,

alegra al suelo, y da a los hombres vida.

Y, de esta mesma suerte,

el sol divino te regala y toca,

20

y en tal humor convierte,

que con tu pluma apoca

la sequedad de la ignorancia nuestra,

y a ciencia santa y santa vida adiestra.

¡Qué santo trueco y cambio,

25

por las humanas, las divinas musas!

¡Qué interés y recambio!

¡Qué nuevos modos usas

de adquirir en el suelo una memoria

que dé fama a tu nombre, al alma gloria!

30

 

Que, pues es tu Parnaso

el monte del Calvario, y son tus fuentes

de Aganipe y Pegaso[103]

las sagradas corrientes

de las benditas llagas del Cordero,

35

eterno nombre de tu nombre espero.

 

 

[XIV][104]

 

Muestra su ingenio el que es pintor curioso,

cuando pinta al desnudo una figura,

donde la traza, el arte y compostura,

ningún velo la cubra artificioso.

Vos, seráfico padre, y vos, hermoso

5

retrato de Jesús, sois la pintura,

al desnudo pintada, en tal hechura,

que Dios nos muestra ser pintor famoso.

Las sombras, de ser mártir descubristes;

los lejos, en que estáis allá en el cielo[105]

10

en soberana silla colocado.

Las colores, las llagas que tuvistes[106]

tanto las suben, que se admira el suelo,

y el pintor en la obra se ha pagado.

 

 

[XV][107]

 

El casto ardor de una amorosa llama

un sabio pecho a su rigor sujeto,

un desdén sacudido, y un afecto

blando, que al alma en dulce fuego inflama;

el bien y el mal a que convida y llama

5

de amor la fuerza y poderoso efecto,

eternamente, en son claro y perfecto,

con estas rimas cantará la fama,

llevando el nombre único y famoso

vuestro, felice López Maldonado,

10

del moreno etiope al cita blanco,[108]

y hará que en balde del laurel honroso

espere alguno verse coronado,

si no os imita y tiene por su blanco.

 

 

[XVI][109]

 

Bien donado sale al mundo

este libro, do se encierra

la paz de amor y la guerra,

y aquel fruto sin segundo

de la castellana tierra;

5

que, aunque le da Maldonado,

va tan rico y bien donado

de ciencia y de discreción,

que me afirmo en la razón

de decir que es bien donado.

10

El sentimiento amoroso

del pecho más encendido

en fuego de amor, y herido

de su dardo ponzoñoso,

y en la red suya cogido;

15

el temor y la esperanza,

con que el bien y el mal se alcanza

en las empresas de amor,

aquí muestra su valor

su buena o su mala andanza.

20

Sin flores, sin praderías,

y sin los faunos silvanos,

sin hierbas, sin aguas frías,

sin ninfas, sin dioses vanos,[110]

y sin apacibles llanos,

25

en agradables conceptos,

profundos, altos, discretos,

con verdad llana y distinta,

aquí el sabio autor nos pinta[111]

del ciego dios los efetos.

30

Con declararnos la mengua

y el bien de su ardiente llama,

ha dado a su nombre fama

y enriquecido su lengua,

que ya la mejor se llama,

35

y hanos mostrado que es solo

favorecido de Apolo

con dones tan infinitos,

que su fama en sus escritos

irá de este al otro polo.

40

 

 

[XVII][112]

 

Cual vemos del rosado y rico oriente

la blanca y dura piedra señalarse,

y en todo, aunque pequeña, aventajarse

a la mayor del Cáucaso eminente,

tal este, humilde al parecer, presente

5

puede y debe mirarse y admirarse,

no por la cantidad, mas por mostrarse

ser en su calidad tan excelente.

El que navega por el golfo insano

del mar de pretensiones verá al punto

10

del cortesano laberintio el hilo.

¡Felice ingenio y venturosa mano,

que el deleite y provecho puso junto

en juego alegre, en dulce y claro estilo!

 

 

[XVIII][113]

 

De la Virgen sin par, santa y bendita,

(digo de sus loores), justamente,

haces el rico, sin igual presente,

a la sin par cristiana Margarita.

Dándole, quedas rico, y queda escrita

5

tu fama en hojas de metal luciente,

que, a despecho y pesar del diligente

tiempo, será en sus fines infinita.

Felice en el sujeto que escogiste,

dichoso en la ocasión que te dio el cielo

10

de dar a virgen el virgíneo canto.

Venturoso también porque heciste

que den las musas del hispano suelo

admiración al griego, al tusco espanto.[114]

 

 

[XIX][115]

 

Tú, que con nuevo y sin igual decoro,

tantos remedios para un mal ordenas,

bien puedes esperar de estas arenas

del sacro Tajo las que son de oro;

y el lauro que se debe al que un tesoro

5

halla de ciencia, con tan ricas venas

de raro advertimiento y salud llenas,

contento y risa del enfermo lloro.

Que, por tu industria, una deshecha piedra,

mil mármoles, mil bronzes a tu fama

10

dará, sin invidiosas competencias.

Darate el cielo palma, el suelo hiedra,

pues que el uno y el otro ya te llama

espíritu de Apolo en ambas ciencias.

 

 

[XX][116]

 

Bate, fama veloz, las prestas alas;

rompe del norte las cerradas nieblas;

aligera los pies, llega y destruye

el confuso rumor de nuevas malas,

y con tu luz desparce las tinieblas

5

del crédito español, que de ti huye;

esta preñez concluye

en un parto dichoso que nos muestre

un fin alegre de la ilustre empresa,

cuyo fin nos suspende, alivia y pesa,

10

ya en contienda naval, ya en la terrestre,

hasta que, con tus ojos y tus lenguas

diciendo ajenas menguas,

de los hijos de España el valor cantes,

con que admires al cielo, al suelo espantes.

15

Di con firme verdad, firme y sigura:

«¿Hizo el que pudo la victoria vuestra?

¿Sentenciado ha su causa el Padre eterno?

¿Bañada queda en roja sangre y pura

la católica espada y fuerte diestra?

20

En fin ¿de aquel que asiste a su gobierno

poblado ha el hondo infierno

de nuevas almas, y de cuerpos lleno[117]

el mar, que a los despojos y banderas

de las naciones pertinaces, fieras,

25

apenas dio lugar su inmenso seno,

del pirata mayor del Occidente

ya inclinada la frente,

y puesto al cuello altivo y indomable

del vencimiento el yugo miserable?».

30

Di (que al fin lo dirás): «Allí volaron

por el aire los cuerpos, impelidos

de las fogosas máquinas de guerra;

aquí las aguas su color cambiaron,

y la sangre de pechos atrevidos

35

humedecieron la contraria tierra;

cómo huye o si afierra

este y aquel navío; en cuántos modos

se aparecen las sombras de la muerte;

cómo juega fortuna con la suerte,

40

no mostrándose igual ni firme a todos,

hasta que, por mil varios embarazos,

los españoles brazos

rompiendo por el aire, tierra y fuego,

declararon por suyo el mortal juego».

45

Píntanos ya un diluvio con razones,

causado de un conflicto temeroso

y que le pinta la contraria parte;

mil cuerpos sobreaguados y en montones

confusos otros naden, codiciosos

50

de entretener la vida en cualquier parte;

al descuido y con arte

pinta rotas entenas, jarcias rotas,

quillas sentidas, tablas desclavadas,

y de impaciencia y de rigor armadas

55

las dos, y no en valor, iguales flotas.

Exprime los gemidos excesivos

de aquellos semivivos

que, ardiendo, al agua fría se arrojaban,

y, en la muerte del fuego, muerte hallaban.[118]

60

Después de esto dirás: «En espaciosas

concertadas hileras va marchando

nuestro cristiano ejército invencible,

las cruzadas banderas victoriosas

al aire con donaire tremolando,

65

haciendo vista fiera y apacible.

Forma aquel son horrible[119]

que el cóncavo metal despide y forma,

y aquel del atambor que engendra y cría

en el cobarde pecho valentía,

70

y el temor natural trueca y reforma;

haz los reflejos y vislumbres bellas

que, cual claras estrellas,

en las lucidas armas el sol hace,

cuando mirar este escuadrón le place».

75

Esto dicho, revuelve presurosa,

y, en los oídos de los dos prudentes

famosos generales, luego envía[120]

una voz que les diga la gloriosa

estirpe de sus claros ascendientes,

80

cifra de más que humana valentía;

al que las naves guía,

muéstrale sobre un muro un caballero,

más que de hierro, de valor armado,

y, entre la turba mora, un niño atado

85

cual entre hambrientos lobos un cordero,

y al segundo Abraham que dé la daga

con que el bárbaro haga

el sacrificio horrendo que en el suelo

le dio fama y inmortal gloria en el cielo.[121]

90

Dirás al otro, que en sus venas tiene

la sangre de Austria, que con esto solo

le dirás cien mil hechos señalados

que, en cuanto el ancho mar cerca y contiene,

y en lo que mira el uno y otro polo,

95

fueron por sus mayores acabados.

Estos ansí informados,

entra en el escuadrón de nuestra gente,

y allá verás, mirando a todas partes,

mil Cides, mil Roldanes y mil Martes,

100

valiente aquel, aqueste más valiente;

a estos solos les dirás que miren,

para que luego aspiren

a concluir la más dudosa hazaña:

«¡Hijos, mirad que es vuestra madre España!».

105

La cual, desde que al viento y mar os distes,[122]

cual viuda llora vuestra ausencia larga,

contrita, humilde, tierna, mansa y justa,

los ojos bajos, húmidos y tristes,

cubierto el cuerpo de una tosca sarga,

110

que de sus galas poco o nada gusta,

hasta ver en la injusta

cerviz inglesa puesto el suave yugo,

y sus puertas abrir, de horror cargadas,

con las romanas llaves dedicadas

115

abrir el cielo como al cielo plugo.

Justa es la empresa, y vuestro brazo fuerte;

aun de la misma muerte

quitara la vitoria de la mano,

cuanto más del vicioso luterano.

120

Muéstrales, si es posible, un verdadero

retrato del católico monarca,

y verán de David la voz y el pecho,

las rodillas por el suelo, y un cordero[123]

mirando, a quien encierra y guarda un arca

125

mejor que aquella quisiera haber hecho;[124]

puestos de trecho a trecho,

doce descalzos ángeles mortales,

en quien tanta virtud el cielo encierra,

que, con humilde voz, desde la tierra

130

pasan del mismo cielo los umbrales.

Con tal cordero, tal monarca, y luego

de tales doce el ruego,

diles que está siguro el triunfo y gloria,

y que ya España canta la victoria.

135

Canción, si vas despacio do te envío,

en todo el cielo fío

que has de cambiar por nuevas de alegría

el nombre de canción y profecía.[125]

 

 

[XXI][126]

 

Madre de los valientes de la guerra,

archivo de católicos soldados,

crisol donde el amor de Dios se apura,

tierra donde se ve que el cielo entierra

los que han de ser al cielo trasladados

5

por defensores de la fe más pura:

no te parezca acaso desventura,

¡oh España, madre nuestra!,

ver que tus hijos vuelven a tu seno,

dejando el mar de sus desgracias lleno,

10

pues no los vuelve la contraria diestra;[127]

vuélvelos la borrasca icontrastable

del viento, mar, y el cielo, que consiente

que se alce un poco la enemiga frente,

odiosa al cielo, al suelo detestable,

15

porque entonces es cierta la caída,

cuando es soberbia y vana la subida.

Abre tus brazos, y recoge en ellos

los que vuelven confusos, no rendidos,

pues no se escusa lo que el cielo ordena,

20

ni puede en ningún tiempo los cabellos

tener alguno con la mano asidos

de la calva ocasión en suerte buena,[128]

ni es de acero o diamante la cadena

con que se enlaza y tiene

25

el buen suceso en los marciales casos,

y los más fuertes bríos quedan lasos

del que a los brazos con el viento viene;

y esta vuelta que ves desordenada,

sin duda entiendo que ha de ser la vuelta

30

del toro, para dar mortal revuelta

a la gente con cuerpos desalmada;

que el cielo, aunque se tarda, no es amigo

de dejar las maldades sin castigo.

A tu león, pisado le han la cola;

35

las vedijas sacude; ya revuelve

a la justa venganza de su ofensa,

no solo suya, que, si fuera sola,

quizá la perdonara; solo vuelve

por la de Dios, y en restaurarla piensa;[129]

40

único es su valor, su fuerza inmensa,

claro su entendimiento,

indignado con causa, y tal, que a un pecho[130]

cristiano, aunque de mármol fuese hecho,

moviera a justo y vengativo intento,

45

y más que el gallo, el tusco, el moro, mira,

con vista aguda y ánimos perplejos,

cuales son los comienzos y los dejos,

y donde pone este león la mira,

porque entonces su suerte está lozana,

50

en cuanto tiene este león cuartana.

¡Ea, pues!, ¡oh Felipe, señor nuestro,

segundo en nombre y hombre sin segundo,

coluna de la fe segura y fuerte!

Vuelve en suceso más felice y diestro

55

este designio que fabrica el mundo,

que piensa manso y sin coraje verte,

como si no bastasen a moverte

tus puertos salteados

en las remotas Indias apartadas,

60

y en tus casas tus naves abrasadas,

y en la ajena los templos profanados;

tus mares llenos de piratas fieros;

por ellos tus armadas encogidas,

y en ellos mil haciendas y mil vidas

65

sujetos a mil bárbaros aceros,

cosas que cada cual por sí es posible

a hacer que se intente aun lo imposible.

Pide, toma, señor; que todo aquello

que tus vasallos tienen se te ofrece

70

con liberal y valerosa mano,

a trueco que al inglés pérfido cuello

pongas al justo yugo que merece

su injusto pecho y proceder insano.

No solo el oro que se adora en vano,

75

sino sus hijos caros

te darán, cual el suyo dio don Diego,

que, en propria sangre y en ajeno fuego,

acrisoló los hechos siempre raros

de la casa de Córdoba, que ha dado

80

catorce mayorazgos a las lanzas

moriscas, y, con firmes confïanzas,[131]

sus obras y su nombre han dilatado[132]

por la espaciosa redondez del suelo,[133]

que, al que así muere, vive y gana el cielo[134]

85

En tanto que los brazos levantares,[135]

gran capitán de Dios, espera, espera[136]

ver vencedor tu pueblo, y no vencido;

pero si, de cansado, los bajares,

los suyos alzara la gente fiera,

90

que, para el mal, el malo es atrevido,

y en tu perseverancia está incluido

un felice suceso

de la empresa justísima que tomas,

y no con ella un solo reino domas,

95

que a muchos pones de temor el peso;

aseguras los tuyos, fortaleces

lo que la buena fama de ti canta,

que eres un justo horror que al malo espanta,

y mano que a los justos favoreces;

100

alza los brazos, pues, Moisés cristiano,

y pondralos por tierra el luterano.

Vosotros, que, llevados de un deseo

justo y honroso, al mar os entregastes,

y el ocio blando y el regalo huistes,

105

puesto que os imagino ahora y veo

entre el viento y el mar que contrastastes

y los mortales daños que sufristes

dentre Scila y Caribdis, no tan tristes

salís, que no se vea

110

en vuestro bravo, varonil semblante,

que romperéis por montes de diamante,[137]

hasta igualar la desigual pelea;

que los bríos y brazos españoles,

quilatan su valor, su fuerza y brío,[138]

115

con la hambre, la sed, calor y frío,[139]

cual se quilata el oro en los crisoles,[140]

y, apurados así, son cual la planta,[141]

que al cielo con la carga se levanta.

El diestro esgrimidor, cuando le toca

120

quien sabe menos que él, se enciende en ira

y con facilidad se desagravia;

y, en la orilla del mar, la fuerte roca,

mientras su furia a deshacerla aspira,

muy poco, o nada, su rigor la agravia;

125

y es común opinión de gente sabia

que, cuanto más ofende

el malo al bueno, tanto más aumenta

el temor del alcance de la cuenta,

que siempre es malo del que mal espende.

130

Triunfe el pirata, pues, agora, y haga

júbilo y fiestas, porque el mar y el viento[142]

han respondido al justo de su intento,

sin acordarse si el que debe, paga,

que, al sumar de la cuenta, en el remate,

se hará un alcance que le alcance y mate.

135

¡Oh España, oh Rey, o milites famosos!,

ofrece, manda, obedeced, que el cielo

en fin ha de ayudar al justo celo,

puesto que los principios sean dudosos,

140

y en la justa ocasión y en la porfía,

encierra la vitoria su alegría.

 

 

[XXII][143]

 

Yaze donde el sol se pone,

entre dos tajadas peñas,

una entrada de un abismo,

quiero decir, una cueva

profunda, lóbrega, escura,

5

aquí mojada, allí seca,

propio albergue de la noche,

del horror y las tinieblas.

Por la boca sale un aire

que al alma encendida hiela,

10

y un fuego, de cuando en cuando,

que el pecho de hielo quema.

Óyese dentro un rüido

como crujir de cadenas,

y unos ayes luengos, tristes,

15

envueltos en tristes quejas.

Por las funestas paredes,

por los resquicios y quiebras,

mil víboras se descubren

y ponzoñosas culebras.

20

A la entrada tiene puestos,[144]

en una amarilla piedra,

huesos de muerto, encajados

en modo que forman letras,

las cuales, vistas del fuego

25

que arroja de sí la cueva,

dicen: «Esta es la morada

de los celos y sospechas».

Y un pastor contaba a Lauso[145]

esta maravilla cierta

30

de la cueva, fuego y hielo,

aullidos, sierpes y piedra;

el cual oyendo, le dijo:

«Pastor, para que te crea

no has menester juramentos,

35

ni hacer la vista experiencia.

Un vivo traslado es ese

de lo que mi pecho encierra,

el cual, como en cueva escura,

no tiene luz, ni la espera.

40

Seco le tienen desdenes,

bañado en lágrimas tiernas,

aire, fuego, y los suspiros

le abrasan contino y hielan.

Los lamentables aullidos,

45

son mis continuas querellas,

víboras mis pensamientos,

que en mis entrañas se ceban.

La piedra escrita, amarilla,

es mi sin igual firmeza,

50

que mis huesos en la muerte

mostrarán que son de piedra.

Los celos son los que habitan

en esta morada estrecha,

que engendraron los descuidos

55

de mi querida Silena».

En pronunciando este nombre,

cayó como muerto en tierra,

que, de memorias de celos,

aquestos fines se esperan.

60

 

 

[XXIII][146]

 

El Cielo a la Iglesia ofrece

hoy una piedra tan fina,

que en la Corona Divina

del mismo Dios resplandece.

Tras los dones primitivos

5

que, en el fervor de su celo,

ofreció la Iglesia al Cielo,

a sus edificios vivos

dio nuevas piedras el suelo.

Estos dones agradece

10

a su esposa, y la ennoblece,

pues, de parte del Esposo,

un Jacinto, el más precioso,

el Cielo a la Iglesia ofrece;

porque el hombre, de su gracia

15

tantas veces se retira,

y el Jacinto, al que le mira,

es tan grande su eficacia,

que le sosiega la ira.[147]

Su misma piedad lo inclina

20

a darlo por medicina,

que, en su jüizio profundo,

ve que ha menester el mundo

hoy una piedra tan fina.

Obró tanto esta virtud,

25

viviendo Jacinto en él,

que, a los vivos rayos de él,

en una y otra salud

se restituyó por él.

Crezca gloriosa la mina

30

que de su luz jacintina

tiene el cielo y tierra llenos,

pues no mereció estar menos

que en la Corona Divina.

Allá luce ante los ojos

35

del mismo autor de su gloria,

y acá en gloriosa memoria

de los triunfos y despojos

que sacó de la vitoria.

Pues si otra luz desfallece

40

cuando el Sol la suya ofrece,

¿qué tan viva y rutilante

será aquesta, si delante

del mismo Dios resplandece?

 

 

[XXIV][148]

 

No ha menester el que tus hechos canta,

¡oh gran Marqués! , el artificio humano,

que a la más sutil pluma y docta mano

ellos le ofrecen al que al orbe espanta.

Y este que sobre el cielo se levanta,

5

llevado de tu nombre soberano,

a par del griego y escritor toscano,

sus sienes ciñe con la verde planta.

Y fue muy justa prevención del cielo,

que a un tiempo ejercitases tú la espada

10

y él su prudente y verdadera pluma,

porque, rompiendo de la invidia el velo,

tu fama, en sus escritos dilatada,

ni olvido, o tiempo, o muerte la consuma.

 

 

[XXV][149]

 

Vimos en julio otra semana santa,

atestada de ciertas cofradías[150]

que los soldados llaman compañías,

de quien el vulgo, y no el inglés, se espanta.

Hubo de plumas muchedumbre tanta,[151]

5

que, en menos de catorce o quince días,

volaron sus pigmeos y Golías,[152]

y cayó su edificio por la planta.

Bramó el Becerro y púsolos en sarta,[153]

tronó la tierra, escureciose el cielo,

10

amenazando una total rüina,[154]

y al cabo, en Cádiz, con mesura harta,

ido ya el Conde, sin ningún recelo,

triunfando entró el gran duque de Medina.

 

 

[XXVI][155]

 

El que subió por sendas nunca usadas,

del sacro monte a la más alta cumbre:

el que a una Luz se hizo todo lumbre

y lágrimas en dulce voz cantadas:

el que, con culta vena, las sagradas

5

de Helicón y Pirene en muchedumbre[156]

(libre de toda humana pesadumbre)

bebió, y dejó en divinas transformadas:

aquel a quien invidia tuvo Apolo,

porque, a par de su Luz, tiende su fama

10

de donde nace a donde muere el día:

el agradable al cielo, al suelo solo,

vuelto en ceniza de su ardiente llama,

yace debajo de esta losa fría.

 

 

[XXVII][157]

 

«¡Voto a Dios, que me espanta esta grandeza,

y que diera un doblón por escribilla!

Porque ¿a quién no suspende y maravilla

esta máquina insigne, esta braveza?

¡Por Jesucristo vivo! ¡Cada pieza

5

vale más de un millón, y que es mancilla

que esto no dure un siglo! ¡Oh gran Sevilla,[158]

Roma triunfante en ánimo y riqueza!

¡Apostaré que el ánima del muerto,

por gozar de este sitio, hoy ha dejado

10

el cielo, donde vive eternamente!»

Esto oyó un valentón y dijo: «Es cierto[159]

lo que dice vuasé, mi so soldado,

y el que dijere lo contrario, miente».

Y luego encontinente,[160]

15

caló el chapeo, requirió la espada,[161]

miró al soslayo, fuese, y no hubo nada.

 

 

[XXVIII][162]

 

Ya que se ha llegado el día,

gran Rey, de tus alabanzas,

de la humilde musa mía

escucha, entre las que alcanzas,

las llorosas que te envía;

5

que, puesto que ya caminas

pisando las perlas finas

de las aulas soberanas,

tal vez palabras humanas

oyen orejas divinas.

10

¿Por dónde comenzaré

a exagerar tus blasones,

después que te llamaré

padre de las religiones

y defensor de la Fe?

15

Sin duda habré de llamarte

nuevo y pacífico Marte,

pues en sosiego venciste

lo más de cuanto quisiste,

y es mucha la menor parte.

20

Tembló el cita en el Oriente,

el bárbaro al Mediodía,

el luterano al Poniente,

y, en la tierra siempre fría,

temió la indómita gente.

25

Arauco vio tus banderas

vencedoras, y las fieras

ondas del sangriento Aqueo[163]

te dieron como en trofeo

las otomanas banderas.

30

Las virtudes en su punto

en tu pecho se hallaron,

y el poder y el saber junto,

y jamás no te dejaron,

aun casi el cuerpo difunto.

35

Y lo que más tu valor

sube al extremo mayor,[164]

es que fuiste, cual se advierte,

bueno en vida, bueno en muerte,

y bueno en tu sucesor.

40

Esta memoria nos dejas,

que es la que el bueno codicia,

que, amigables y sin quejas,

misericordia y justicia

corrieron en ti parejas,

45

como la llana humildad

al par de la majestad,

tan sin discrepar un tilde,

que fuiste el rey más humilde

y de mayor gravedad.

50

Quedar las arcas vacías,[165]

donde se encerraba el oro

que dicen que recogías,

nos muestra que tu tesoro

en el cielo lo escondías.

55

Desde ahora, en los serenos

Elíseos Campos amenos,

para siempre gozarás,

sin poder desear más

ni contentarte con menos.

60

 

 

[XXIX][166]

 

Yaze, en la parte que es mejor de España,

una apacible y siempre verde Vega,

a quien Apolo su favor no niega,

pues con las aguas de Helicón la baña.[167]

Júpiter, labrador por grande hazaña,

5

su ciencia toda en cultivar la entrega.

Cilenio, alegre, en ella se sosiega.[168]

Minerva, eternamente la acompaña.

Las Musas su Parnaso en ella han hecho;

Venus, honesta, en ella aumenta y cría

10

la santa multitud de los amores.

Y así, con gusto y general provecho,

nuevos frutos ofrece cada día

de ángeles, de armas, santos y pastores.

 

 

[XXX][169]

 

En la memoria vive de las gentes,

varón famoso, siglos infinitos,

premio que le merecen tus escritos,

por graves, puros, castos y excelentes.

Las ansias en honesta llama ardientes,

5

los Etnas, los Estigios, los Cocitos[170]

que en ellos suavemente van descritos,

mira si es bien, ¡oh fama!, que los cuentes,

y aun que los lleves en ligero vuelo

por cuanto ciñe el mar y el sol rodea,

10

en láminas de bronce los esculpas;

que así el suelo sabrá que sabe el cielo,

que el renombre inmortal que se desea,

tal vez le alcanzan amorosas culpas.

 

 

[XXXI][171]

 

Tal secretario formáis,

Gabriel, en vuestros escritos,

que por siglos infinitos

en él os eternizáis.

De la ignorancia sacáis

5

la pluma, y, en presto vuelo,

de lo más bajo del suelo,

al cielo la levantáis.

 

Desde hoy más, la discreción

quedará puesta en su punto,

10

y el hablar y escribir junto,

en su mayor perfeción,

que en esta nueva ocasión

nos muestre en breve distancia

Demóstenes su elegancia

15

y su estilo Cicerón.

 

España os está obligada,

y con ella el mundo todo,

por la sutileza y modo

de pluma tan bien cortada.

20

La adulación, defraudada

queda, y la lisonja en ella;

la mentira se atropella,

y es la verdad levantada.

 

Vuestro libro nos informa

25

que solo vos habéis dado

a la materia de Estado

hermosa y cristiana forma.

Con la razón se conforma

de tal suerte, que en él veo

30

que, contentando al deseo,

al que es más libre reforma.

 

 

[XXXII][172]

 

Jamás en el jardín de Falerina,

ni en la Parnasa, excesible cuesta,[173]

se vio Rosel ni rosa cual es esta,

por quien gimió la maga Dragontina.[174]

Atrás deja la flor que se recrina

5

en la del Tronto archiducal floresta,[175]

dejando olor por vía manifiesta,

que a la región del cielo la avecina.

Crece ¡oh muy felice planta!, crece,

y ocupen tus pimpollos todo el orbe,

10

retumbando, crujiendo y espantando.

El Betis calle, pues el Po enmudece,

y la muerte, que a todo humano sorbe,

sola esta rosa vaya eternizando.

 

 

[XXXIII][176]

 

Virgen fecunda, madre venturosa,

cuyos hijos, crïados a tus pechos,

sobre sus fuerzas la virtud alzando,

pisan ahora los dorados techos

de la dulce región maravillosa,

5

que está la gloria de su Dios mostrando:

tú, que ganaste obrando

un nombre en todo el mundo,

y un grado sin segundo,

ahora estés ante tu Dios prostrada,

10

en rogar por tus hijos ocupada,

o en cosas dignas de tu intento santo,

¡oye mi voz cansada,

y esfuerza, oh madre, el desmayado canto!

Luego que de la cuna y las mantillas

15

sacó Dios tu niñez, diste señales

que Dios para ser suya te guardaba,

mostrando los impulsos celestiales

en ti, con ordinarias maravillas,

que a tu edad tu deseo aventajaba;

20

y si se descuidaba

de lo que hacer debía,

tal vez luego volvía

mejorado, mostrando codicioso,

que el haber parecido perezoso,

25

era un volver atrás para dar salto,

con curso más brïoso,

desde la tierra al cielo, que es más alto.

Creciste, y fue creciendo en ti la gana

de obrar en proporción de los favores

30

con que te regaló la mano eterna,

tales que al parecer se alzó a mayores

contigo alegre Dios, en la mañana

de tu florida edad, humilde y tierna.

Y así tu ser gobierna,

35

que poco a poco subes

sobre las densas nubes

de la suerte mortal, y así levantas

tu cuerpo al cielo, sin fijar las plantas,

que ligero tras sí el alma le lleva

40

a las regiones santas,

con nueva suspensión, con virtud nueva.

Allí su humildad te muestra santa;

acullá se desposa Dios contigo;

aquí misterios altos te revela.

45

Tierno amante se muestra, dulce amigo,

y, siendo tu maestro, te levanta

al cielo que señala por tu escuela.

Parece se desvela

en hacerte mercedes;

50

rompe rejas y redes

para buscarte el Mágico divino,

tan tu llegado siempre y tan contino,

que, si algún afligido a Dios buscara,

acortando camino,

55

en tu pecho o en tu celda le hallara.

Aunque naciste en Ávila, se puede

decir que en Alba fue donde naciste,

pues allí nace, donde muere el justo.

Desde Alba, ¡oh madre!, al cielo te partiste,

60

alba pura, hermosa, a quien sucede

el claro día del inmenso gusto.

Que le gozes es justo,

en éxtasis divinos,

por todos los caminos

65

por donde Dios llevar a un alma sabe,

para darle de sí cuanto ella cabe,[177]

y aun la ensancha, dilata y engrandece

y, con amor süave,

a sí y de sí la junta y enriqueze.

70

Como las circunstancias convenibles

que acreditan los éxtasis, que suelen

indicios ser de santidad notoria,

en los tuyos se hallaron, nos impelen

a creer la verdad de los visibles,

75

que nos describe tu discreta historia;

y el quedar con vitoria,

honroso triunfo y palma

del infierno, y tu alma

más humilde, más sabia y obediente

80

al fin de tus arrobos, fue evidente[178]

señal que todos fueron admirables,

y sobrehumanamente

nuevos, continuos, sacros, inefables.

Ahora, pues, que al cielo te retiras,

85

menospreciando la mortal riqueza

en la inmortalidad que siempre dura,

y el visorrey de Dios nos da certeza

que sin enigma y sin espejo miras

de Dios la incomparable hermosura,

90

colma nuestra ventura,

oye, devota y pía,

los balidos que envía

el rebaño infinito que crïaste,

cuando del suelo al cielo el vuelo alzaste,

95

que no porque dejaste nuestra vida

la caridad dejaste,

que en los cielos está más estendida.

Canción, de ser humilde has de preciarte,

cuando quieras al cielo levantarte,

100

que tiene la humildad naturaleza

de ser el todo y parte

de alzar al cielo la mortal bajeza.

 

 

[XXXIV][179]

 

De Turia el cisne más famoso hoy canta,

y no para acabar la dulce vida,

que, en sus divinas obras escondida,

a los tiempos y edades se adelanta.

Queda por él canonizada y santa

5

Teruel; vivos Marcilla y su homicida;[180]

su pluma, por heroica conocida,

en quien se admira el cielo, el suelo espanta.

Su dotrina, su voz, su estilo raro,

que por tuyos, ¡oh Apolo!, reconoces,

10

según el vuelo de sus bellas alas,

grabadas por la Fama en mármol pario

y en láminas de bronce, harán que goces

siglos de eternidad, Yagüe de Salas.

 

 

 

[XXXV][181]

 

En vuestra sin igual, dulce armonía,

hermosísima Alfonsa, nos reserva

la nueva, la sin par sacra Minerva

cuanto de bueno y santo el cielo cría.

Llega el felice punto, llega el día

5

en que, si os oye la infernal caterva,

huye gimiendo al centro y, de la acerva

región, suspiros a la tierra envía.

En fin, vos convertís el suelo en cielo,

con la voz celestial, con la hermosura,

10

que os hacen parecer ángel divino.

Y así conviene que tal vez el velo

alcéis, y descubráis esa luz pura

que nos pone del cielo en el camino.