Eran los remos de la real galera
de esdrújulos, y de ellos compelida[214]
se deslizaba por el mar ligera.
Hasta el tope la vela iba tendida,
hecha de muy delgados pensamientos,
5
de varios lizos por amor tejida.[215]
Soplaban dulces y amorosos vientos,
todos en popa, y todos se mostraban
al gran vïaje solamente atentos.
Las sirenas en torno navegaban,
10
dando empellones al bajel lozano,
con cuya ayuda en vuelo le llevaban.
Semejaban las aguas del mar cano
colchas encarrujadas, y hacían[216]
azules visos por el verde llano.
15
Todos los del bajel se entretenían:
unos glosando pies dificultosos,
otros cantaban, otros componían;
otros, de los tenidos por curiosos,
referían sonetos, muchos hechos
20
a diferentes casos amorosos;
otros, alfeñicados y deshechos
en puro azúcar, con la voz süave,
de su melifluidad muy satisfechos,
en tono blando, sosegado y grave,
25
églogas pastorales recitaban,
en quien la gala y la agudeza cabe;
otros de sus señoras celebraban,
en dulces versos, de la amada boca
los escrementos que por ella echaban.
30
Tal hubo a quien amor así le toca,
que alabó los riñones de su dama
con gusto grande y no elegancia poca.
Uno cantó que la amorosa llama
en mitad de las aguas le encendía,
35
y como toro agarrochado brama.[217]
De esta manera andaba la Poesía
de en uno en otro, haciendo que hablase
este latín, aquel algarabía.[218]
En esto, sesga la galera, vase
40
rompiendo el mar con tanta ligereza,
que el viento aun no consiente que la pase;[219]
y, en esto, descubriose la grandeza
de la escombrada playa de Valencia,[220]
por arte hermosa y por naturaleza.
45
Hizo luego de sí grata presencia
el gran don Luis Ferrer, marcado el pecho
de honor y el alma de divina ciencia;[221]
desembarcose el dios, y fue derecho
a darle cuatro mil y más abrazos,
50
de su vista y su ayuda satisfecho.
Volvió la vista, y reiteró los lazos
en don Guillén de Castro, que venía
deseoso de verse en tales brazos.[222]
Cristóbal de Virués se le seguía,[223]
55
con Pedro de Aguilar, junta famosa[224]
de las que Turia en sus riberas cría.
No le pudo llegar más valerosa
escuadra al gran Mercurio, ni él pudiera
desearla mejor ni más honrosa.
60
Luego se descubrió por la ribera
un tropel de gallardos valencianos,
que a ver venían la sin par galera;
todos con instrumentos en las manos
de estilos y librillos de memoria,[225]
65
por bizarría y por ingenio ufanos,
codiciosos de hallarse en la vitoria,
que ya tenían por segura y cierta,
de las heces del mundo y de la escoria.
Pero Mercurio les cerró la puerta,
70
digo, no consintió que se embarcasen,
y el porqué no lo dijo, aunque se acierta.
Y fue, porque temió que no se alzasen,
siendo tantos y tales, con Parnaso,
y nuevo imperio y mando en él fundasen.
75
En esto, viose con brïoso paso
venir al magno Andrés Rey de Artieda,[226]
no por la edad descaecido o laso;[227]
hicieron todos espaciosa rueda,
y, cogiéndole en medio, le embarcaron,
80
más rico de valor que de moneda.
Al momento las áncoras alzaron,
y las velas, ligadas a la entena,
los grumetes apriesa desataron.
De nuevo por el aire claro suena
85
el son de los clarines, y de nuevo
vuelve a su oficio cada cual sirena.
Miró el bajel por entre nubes Febo,
y dijo en voz que pudo ser oída:
«Aquí mi gusto y mi esperanza llevo».
90
De remos y sirenas impelida,
la galera se deja atrás el viento,
con milagrosa y próspera corrida.
Leíase en los rostros el contento
que llevaban los sabios pasajeros,
95
durable por no ser nada violento.
Unos por el calor iban en cueros;
otros, por no tener godescas galas,[228]
en traje se vistieron de romeros.[229]
Hendía en tanto las neptúneas salas
100
la galera, del modo como hiende
la grulla el aire con tendidas alas.
En fin, llegamos donde el mar se estiende
y ensancha y forma el golfo de Narbona,
que de ningunos vientos se defiende.
105
Del gran Mercurio la cabal persona,
sobre seis resmas de papel sentada,
iba con cetro y con real corona;
cuando una nube, al parecer preñada,
parió cuatro poetas en crujía,
110
o los llovió (razón más concertada).
Fue el uno aquel de quien Apolo fía
su honra: Juan Luis de Casanate,[230]
poeta insigne de mayor cuantía;
el mismo Apolo de su ingenio trate,
115
él le alabe, él le premie y recompense,
que el alabarle yo seria dislate.[231]
Al segundo llovido, el uticense
Catón no le igualó, ni tiene Febo[232]
que tanto por él mire ni en él piense;
120
del contador Gaspar de Barrionuevo,[233]
mal podrá el corto flaco ingenio mío
loar el suyo así como yo debo.
Llenó del gran bajel el gran vacío
el gran Francisco de Rioja, al punto[234]
125
que saltó de la nube en el navío.
A Cristóbal de Mesa vi allí junto[235]
a los pies de Mercurio, dando fama
a Apolo, siendo de él propio trasunto.
A la gavia un grumete se encarama,
130
y dijo a voces: «La ciudad se muestra
que Génova, del dios Jano, se llama».[236]
«Déjese la ciudad a la siniestra
mano», dijo Mercurio; «el bajel vaya,
y siga su derrota por la diestra».
135
Hacer al Tíber vimos blanca raya
dentro del mar, habiendo ya pasado
la ancha, romana y peligrosa playa.[237]
De lejos viose el aire condensado
del humo que el Estrómbalo vomita,[238]
140
de azufre y llamas y de horror formado.
Huyen la isla infame, y solicita[239]
el süave poniente así el vïaje,
que lo acorta, lo allana y facilita.
Vímonos en un punto en el paraje
145
do la nutriz de Eneas pïadoso
hizo el forzoso y último pasaje.[240]
Vimos desde allí a poco el más famoso
monte que encierra en sí nuestro hemisfero,[241]
más gallardo a la vista y más hermoso;
150
las cenizas de Títiro y Sincero
están en él, y puede ser por esto
nombrado entre los montes por primero.[242]
Luego se descubrió donde echó el resto
de su poder Naturaleza, amiga
155
de formar de otros muchos un compuesto.
Viose la pesadumbre sin fatiga
de la bella Parténope, sentada
a la orilla del mar, que sus pies liga,
de castillos y torres coronada,
160
por fuerte y por hermosa en igual grado
tenida, conocida y estimada.[243]
Mandome el del alígero calzado
que me aprestase y fuese luego a tierra
a dar a los Lupercios un recado,[244]
165
en que les diese cuenta de la guerra
temida, y que a venir les persuadiese
al duro y fiero asalto, al ¡cierra, cierra![245]
«Señor», le respondí, «si acaso hubiese
otro que la embajada les llevase,
170
que más grato a los dos hermanos fuese
que yo no soy, sé bien que negociase
mejor». Dijo Mercurio: «No te entiendo,
y has de ir antes que el tiempo más se pase».
«Que no me han de escuchar estoy temiendo»,
175
le repliqué; «y así, el ir yo no importa,[246]
puesto que en todo obedecer pretendo.
Que no sé quién me dice y quién me exhorta
que tienen para mí, a lo que imagino,
la voluntad, como la vista, corta.
180
Que si esto así no fuera, este camino
con tan pobre recámara no hiciera,
ni diera en un tan hondo desatino.
Pues si alguna promesa se cumpliera
de aquellas muchas que al partir me hicieron,
185
lléveme Dios si entrara en tu galera.
Mucho esperé, si mucho prometieron,
mas podía ser que ocupaciones nuevas[247]
les obligue a olvidar lo que dijeron.[248]
Muchos, señor, en la galera llevas
190
que te podrán sacar el pie del lodo:
parte, y escusa de hacer más pruebas».
«Ninguno», dijo, «me hable de ese modo,
que si me desembarco y los embisto,
voto a Dios, que me traiga al Conde y todo.
195
Con estos dos famosos me enemisto,
que, habiendo levantado a la Poesía
al buen punto en que está, como se ha visto,
quieren con perezosa tiranía
alzarse, como dicen, a su mano[249]
200
con la ciencia que a ser divinos guía.
¡Por el solio de Apolo soberano[250]
juro...! Y no digo más». Y, ardiendo en ira,
se echó a las barbas una y otra mano,
y prosiguió diciendo: «El dotor Mira,
205
apostaré, si no lo manda el Conde,
que también en sus puntos se retira.[251]
Señor galán, parezca: ¿a qué se asconde?
Pues a fe, por llevarle, si él no gusta,
que ni le busque, aseche ni le ronde.
210
¿Es esta empresa acaso tan injusta
que se esquiven de hallar en ella cuantos
tienen conciencia limitada y justa?
¿Carece el cielo de poetas santos,
puesto que brote a cada paso el suelo
215
poetas, que lo son tantos y tantos?
¿No se oyen sacros himnos en el cielo?
¿La arpa de David allá no suena,
causando nuevo acidental consuelo?
¡Fuera melindres! ¡Ícese la entena,[252]
220
que llegue al tope!». Y luego obedecido
fue de la chusma, sobre buenas buena.
Poco tiempo pasó, cuando un rüido
se oyó, que los oídos atronaba:
era de perros áspero ladrido.
225
Mercurio se turbó, la gente estaba
suspensa al triste son, y en cada pecho
el corazón más válido temblaba.
En esto descubriose el corto estrecho
que Escila y que Caribdis espantosas
230
tan temeroso con su furia han hecho.[253]
«Estas olas que veis presuntüosas[254]
en visitar las nubes de contino,
y aun de tocar el cielo codiciosas,
venciolas el prudente peregrino
235
amante de Calipso, al tiempo cuando
hizo», dijo Mercurio, «este camino.[255]
Su prudencia nosotros imitando,
echaremos al mar en qué se ocupen,
en tanto que el bajel pasa volando,
240
que en tanto que ellas tasquen, roan, chupen[256]
el mísero que al mar ha de entregarse,
seguro estoy que el paso desocupen.
Miren si puede en la galera hallarse
algún poeta desdichado, acaso,
245
que a las fieras gargantas pueda darse».[257]
Buscáronle y hallaron a Lofraso,
poeta militar, sardo, que estaba
desmayado a un rincón, marchito y laso;
que a sus Diez libros de Fortuna andaba
250
añadiendo otros diez, y el tiempo escoge
que más desocupado se mostraba.[258]
Gritó la chusma toda: «¡Al mar se arroje;
vaya Lofraso al mar sin resistencia!».
«Por Dios», dijo Mercurio, «que me enoje.
255
¿Cómo, y no será cargo de conciencia,
y grande, echar al mar tanta poesía,
puesto que aquí nos hunda su inclemencia?
Viva Lofraso, en tanto que dé al día
Apolo luz, y en tanto que los hombres
260
tengan discreta alegre fantasía.
Tócante a ti, ¡oh Lofraso!, los renombres
y epítetos de agudo y de sincero,
y gusto que mi cómitre te nombres».[259]
Esto dijo Mercurio al caballero,
265
el cual en la crujía en pie se puso
con un rebenque despiadado y fiero.[260]
Creo que de sus versos le compuso,
y no sé cómo fue, que, en un momento
(o ya el cielo, o Lofraso lo dispuso),
270
salimos del estrecho a salvamento,
sin arrojar al mar poeta alguno:
¡tanto del sardo fue el merecimiento!
Mas luego otro peligro, otro importuno
temor amenazó, si no gritara
275
Mercurio cual jamás gritó ninguno,
diciendo al timonero: «¡A orza, para,[261]
amáinese de golpe!». Y todo a un punto
se hizo, y el peligro se repara.
«Estos montes que veis, que están tan junto,
280
son los que Acroceraunos son llamados,
de infame nombre, como yo barrunto».[262]
Asieron de los remos los honrados,
los tiernos, los melifluos, los godescos,
y los de a cantimplora acostumbrados;[263]
285
los fríos los asieron y los frescos;
asiéronlos también los calurosos,
y los de calzas largas y greguescos;[264]
del sopraestante daño temerosos,[265]
todos a una la galera empujan
290
con flacos y con brazos poderosos.
Debajo del bajel se somurmujan[266]
las sirenas, que de él no se apartaron,
y a sí mismas en fuerzas sobrepujan;[267]
y en un pequeño espacio le llevaron[268]
295
a vista de Corfú, y a mano diestra
la isla inexpugnable se dejaron;[269]
y, dando la galera a la siniestra,
discurría de Grecia las riberas,
adonde el cielo su hermosura muestra.
300
Mostrábanse las olas lisonjeras,
impeliendo el bajel süavemente,
como burlando con alegres veras.
Y luego, al parecer por el Oriente
rayando el rubio sol nuestro horizonte
305
con rayas rojas, hebras de su frente,
gritó un grumete y dijo: «El monte, el monte;
el monte se descubre donde tiene
su buen rocín el gran Belorofonte».[270]
Por el monte se arroja, y a pie viene
310
Apolo a recebirnos. «Yo lo creo»,
dijo Lofraso, «y llega a la Hipocrene.[271]
Yo desde aquí columbro, miro y veo
que se andan solazando entre unas matas
las Musas con dulcísimo recreo:
315
unas antiguas son, otras novatas,
y todas con ligero paso y tardo
andan las cinco en pie, las cuatro a gatas».
«Si tú tal ves», dijo Mercurio, «¡oh sardo
poeta!, que me corten las orejas,
320
o me tengan los hombres por bastardo.
Dime: ¿por qué algún tanto no te alejas
de la ignorancia, pobretón, y adviertes
lo que cantan tus rimas en tus quejas?
¿Por qué con tus mentiras nos diviertes[272]
325
de recebir a Apolo cual se debe,
por haber mejorado vuestras suertes?».
En esto, mucho más que el viento leve,
bajó el lucido Apolo a la marina,
a pie, porque en su carro no se atreve.
330
Quitó los rayos de la faz divina,[273]
mostrose en calzas y en jubón vistoso,[274]
porque dar gusto a todos determina.
Seguíale detrás un numeroso
escuadrón de doncellas bailadoras,
335
aunque pequeñas, de ademán brïoso.
Supe poco después que estas señoras,
sanas las más, las menos malparadas,
las del tiempo y del sol eran las Horas:[275]
las medio rotas eran las menguadas;[276]
340
las sanas, las felices, y con esto
eran todas en todo apresuradas.
Apolo luego con alegre gesto
abrazó a los soldados que esperaba
para la alta ocasión que se ha propuesto;
345
y no de un mismo modo acariciaba
a todos, porque alguna diferencia
hacía con los que él más se alegraba;
que a los de señoría y excelencia
nuevos abrazos dio, razones dijo,
350
en que guardó decoro y preeminencia.
Entre ellos abrazó a don Juan de Arguijo,[277]
que no sé en qué, o cómo, o cuándo hizo
tan áspero vïaje y tan prolijo;
con él a su deseo satisfizo
355
Apolo, y confirmó su pensamiento:
mandó, vedó, quitó, hizo y deshizo.
Hecho, pues, el sin par recebimiento,
do se halló don Luis de Barahona,[278]
llevado allí por su merecimiento,
360
del siempre verde lauro una corona
le ofrece Apolo en su intención, y un vaso
del agua de Castalia y de Helicona;[279]
y luego vuelve el majestoso paso,[280]
y el escuadrón pensado y de repente[281]
365
le sigue por las faldas del Parnaso.
Llegose, en fin, a la Castalia fuente,
y, en viéndola, infinitos se arrojaron,
sedientos, al cristal de su corriente:
unos no solamente se hartaron,
370
sino que pies y manos y otras cosas
algo más indecentes se lavaron;
otros, más advertidos, las sabrosas
aguas gustaron poco a poco, dando
espacio al gusto, a pausas melindrosas.
375
El bríndez y el caraos se puso en bando,[282]
porque los más de bruces, y no a sorbos,
el süave licor fueron gustando;
de ambas manos hacían vasos corvos
otros, y algunos de la boca al agua
380
temían de hallar cien mil estorbos.
Poco a poco la fuente se desagua,
y pasa en los estómagos bebientes,
y aún no se apaga de su sed la fragua.
Mas díjoles Apolo: «Otras dos fuentes
385
aún quedan, Aganipe e Hipocrene,
ambas sabrosas, ambas excelentes;
cada cual de licor dulce y perene,
todas de calidad aumentativa
del alto ingenio que a gustarlas viene».
390
Beben, y suben por el monte arriba,
por entre palmas y entre cedros altos
y entre árboles pacíficos de oliva;
de gusto llenos y de angustia faltos,
siguiendo a Apolo el escuadrón camina,
395
unos a pedicoj, otros a saltos.[283]
Al pie sentado de una antigua encina,
vi a Alonso de Ledesma, componiendo
una canción angélica y divina;[284]
conocile, y a él me fui corriendo
400
con los brazos abiertos como amigo,
pero no se movió con el estruendo.
«¿No ves», me dijo Apolo, «que consigo
no está Ledesma agora? ¿No ves claro
que está fuera de sí y está conmigo?»
405
A la sombra de un mirto, al verde amparo,
Jerónimo de Castro sesteaba,
varón de ingenio peregrino y raro;
un motete imagino que cantaba
con voz süave; yo quedé admirado
410
de verle allí, porque en Madrid quedaba.[285]
Apolo me entendió y dijo: «Un soldado
como este no era bien que se quedara
entre el ocio y el sueño sepultado.[286]
Yo le truje, y sé cómo, que a mi rara
415
potencia no la impide otra ninguna,
ni inconviniente alguno la repara».
En esto, se llegaba la oportuna
hora, a mi parecer, de dar sustento
al estómago pobre, y más si ayuna.
420
Pero no le pasó por pensamiento
a Delio, que el ejército conduce,[287]
satisfacer al mísero hambriento.
Primero a un jardín rico nos reduce,
donde el poder de la Naturaleza
425
y el de la industria más campea y luce.[288]
Tuvieron los Hespérides belleza
menor; no le igualaron los Pensiles
en sitio, en hermosura y en grandeza;
en su comparación, se muestran viles
430
los de Alcinoo, en cuyas alabanzas[289]
se han ocupado ingenios bien sotiles.[290]
No sujeto del tiempo a las mudanzas,
que todo el año primavera ofrece
frutos en posesión, no en esperanzas,
435
Naturaleza y arte allí parece
andar en competencia, y está en duda
cuál vence de las dos, cuál más merece.
Muéstrase balbuciente y casi muda,
si le alaba, la lengua más experta,
440
de adulación y de mentir desnuda.[291]
Junto con ser jardín, era una huerta,
un soto, un bosque, un prado, un valle ameno,
que en todos estos títulos concierta,
de tanta gracia y hermosura lleno,
445
que una parte del cielo parecía
el todo del bellísimo terreno.
Alto en el sitio alegre Apolo hacía,
y allí mandó que todos se sentasen
a tres horas después de mediodía;
450
y, porque los asientos señalasen
el ingenio y valor de cada uno,
y unos con otros no se embarazasen,
a despecho y pesar del importuno
ambicioso deseo, les dio asiento
455
en el sitio y lugar más oportuno.
Llegaban los laureles casi a ciento,
a cuya sombra y troncos se sentaron
algunos de aquel número contento;
otros los de las palmas ocuparon;
460
de los mirtos y hiedras y los robles
también varios poetas albergaron.
Puesto que humildes, eran de los nobles
los asientos cual tronos levantados,
porque tú, ¡oh Envidia!, aquí tu rabia dobles.[292]
465
En fin, primero fueron ocupados
los troncos de aquel ancho circüito,
para honrar a poetas dedicados,
antes que yo en el número infinito
hallase asiento; y así en pie quedeme,
despechado, colérico y marchito.
470
Dije entre mí: «¿Es posible que se estreme
en perseguirme la Fortuna airada,
que ofende a muchos y a ninguno teme?».
Y, volviéndome a Apolo, con turbada
475
lengua le dije lo que oirá el que gusta
saber, pues la tercera es acabada,
la cuarta parte de esta empresa justa.