DEL VIAJE DEL PARNASO
CAPÍTULO TERCERO

 

Eran los remos de la real galera

de esdrújulos, y de ellos compelida[214]

se deslizaba por el mar ligera.

Hasta el tope la vela iba tendida,

hecha de muy delgados pensamientos,

5

de varios lizos por amor tejida.[215]

Soplaban dulces y amorosos vientos,

todos en popa, y todos se mostraban

al gran vïaje solamente atentos.

Las sirenas en torno navegaban,

10

dando empellones al bajel lozano,

con cuya ayuda en vuelo le llevaban.

Semejaban las aguas del mar cano

colchas encarrujadas, y hacían[216]

azules visos por el verde llano.

15

Todos los del bajel se entretenían:

unos glosando pies dificultosos,

otros cantaban, otros componían;

otros, de los tenidos por curiosos,

referían sonetos, muchos hechos

20

a diferentes casos amorosos;

otros, alfeñicados y deshechos

en puro azúcar, con la voz süave,

de su melifluidad muy satisfechos,

en tono blando, sosegado y grave,

25

églogas pastorales recitaban,

en quien la gala y la agudeza cabe;

otros de sus señoras celebraban,

en dulces versos, de la amada boca

los escrementos que por ella echaban.

30

Tal hubo a quien amor así le toca,

que alabó los riñones de su dama

con gusto grande y no elegancia poca.

Uno cantó que la amorosa llama

en mitad de las aguas le encendía,

35

y como toro agarrochado brama.[217]

De esta manera andaba la Poesía

de en uno en otro, haciendo que hablase

este latín, aquel algarabía.[218]

En esto, sesga la galera, vase

40

rompiendo el mar con tanta ligereza,

que el viento aun no consiente que la pase;[219]

y, en esto, descubriose la grandeza

de la escombrada playa de Valencia,[220]

por arte hermosa y por naturaleza.

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Hizo luego de sí grata presencia

el gran don Luis Ferrer, marcado el pecho

de honor y el alma de divina ciencia;[221]

desembarcose el dios, y fue derecho

a darle cuatro mil y más abrazos,

50

de su vista y su ayuda satisfecho.

Volvió la vista, y reiteró los lazos

en don Guillén de Castro, que venía

deseoso de verse en tales brazos.[222]

Cristóbal de Virués se le seguía,[223]

55

con Pedro de Aguilar, junta famosa[224]

de las que Turia en sus riberas cría.

No le pudo llegar más valerosa

escuadra al gran Mercurio, ni él pudiera

desearla mejor ni más honrosa.

60

Luego se descubrió por la ribera

un tropel de gallardos valencianos,

que a ver venían la sin par galera;

todos con instrumentos en las manos

de estilos y librillos de memoria,[225]

65

por bizarría y por ingenio ufanos,

codiciosos de hallarse en la vitoria,

que ya tenían por segura y cierta,

de las heces del mundo y de la escoria.

Pero Mercurio les cerró la puerta,

70

digo, no consintió que se embarcasen,

y el porqué no lo dijo, aunque se acierta.

Y fue, porque temió que no se alzasen,

siendo tantos y tales, con Parnaso,

y nuevo imperio y mando en él fundasen.

75

En esto, viose con brïoso paso

venir al magno Andrés Rey de Artieda,[226]

no por la edad descaecido o laso;[227]

hicieron todos espaciosa rueda,

y, cogiéndole en medio, le embarcaron,

80

más rico de valor que de moneda.

Al momento las áncoras alzaron,

y las velas, ligadas a la entena,

los grumetes apriesa desataron.

De nuevo por el aire claro suena

85

el son de los clarines, y de nuevo

vuelve a su oficio cada cual sirena.

Miró el bajel por entre nubes Febo,

y dijo en voz que pudo ser oída:

«Aquí mi gusto y mi esperanza llevo».

90

De remos y sirenas impelida,

la galera se deja atrás el viento,

con milagrosa y próspera corrida.

Leíase en los rostros el contento

que llevaban los sabios pasajeros,

95

durable por no ser nada violento.

Unos por el calor iban en cueros;

otros, por no tener godescas galas,[228]

en traje se vistieron de romeros.[229]

Hendía en tanto las neptúneas salas

100

la galera, del modo como hiende

la grulla el aire con tendidas alas.

En fin, llegamos donde el mar se estiende

y ensancha y forma el golfo de Narbona,

que de ningunos vientos se defiende.

105

Del gran Mercurio la cabal persona,

sobre seis resmas de papel sentada,

iba con cetro y con real corona;

cuando una nube, al parecer preñada,

parió cuatro poetas en crujía,

110

o los llovió (razón más concertada).

Fue el uno aquel de quien Apolo fía

su honra: Juan Luis de Casanate,[230]

poeta insigne de mayor cuantía;

el mismo Apolo de su ingenio trate,

115

él le alabe, él le premie y recompense,

que el alabarle yo seria dislate.[231]

Al segundo llovido, el uticense

Catón no le igualó, ni tiene Febo[232]

que tanto por él mire ni en él piense;

120

del contador Gaspar de Barrionuevo,[233]

mal podrá el corto flaco ingenio mío

loar el suyo así como yo debo.

Llenó del gran bajel el gran vacío

el gran Francisco de Rioja, al punto[234]

125

que saltó de la nube en el navío.

A Cristóbal de Mesa vi allí junto[235]

a los pies de Mercurio, dando fama

a Apolo, siendo de él propio trasunto.

A la gavia un grumete se encarama,

130

y dijo a voces: «La ciudad se muestra

que Génova, del dios Jano, se llama».[236]

«Déjese la ciudad a la siniestra

mano», dijo Mercurio; «el bajel vaya,

y siga su derrota por la diestra».

135

Hacer al Tíber vimos blanca raya

dentro del mar, habiendo ya pasado

la ancha, romana y peligrosa playa.[237]

De lejos viose el aire condensado

del humo que el Estrómbalo vomita,[238]

140

de azufre y llamas y de horror formado.

Huyen la isla infame, y solicita[239]

el süave poniente así el vïaje,

que lo acorta, lo allana y facilita.

Vímonos en un punto en el paraje

145

do la nutriz de Eneas pïadoso

hizo el forzoso y último pasaje.[240]

Vimos desde allí a poco el más famoso

monte que encierra en sí nuestro hemisfero,[241]

más gallardo a la vista y más hermoso;

150

las cenizas de Títiro y Sincero

están en él, y puede ser por esto

nombrado entre los montes por primero.[242]

Luego se descubrió donde echó el resto

de su poder Naturaleza, amiga

155

de formar de otros muchos un compuesto.

Viose la pesadumbre sin fatiga

de la bella Parténope, sentada

a la orilla del mar, que sus pies liga,

de castillos y torres coronada,

160

por fuerte y por hermosa en igual grado

tenida, conocida y estimada.[243]

Mandome el del alígero calzado

que me aprestase y fuese luego a tierra

a dar a los Lupercios un recado,[244]

165

en que les diese cuenta de la guerra

temida, y que a venir les persuadiese

al duro y fiero asalto, al ¡cierra, cierra![245]

«Señor», le respondí, «si acaso hubiese

otro que la embajada les llevase,

170

que más grato a los dos hermanos fuese

que yo no soy, sé bien que negociase

mejor». Dijo Mercurio: «No te entiendo,

y has de ir antes que el tiempo más se pase».

«Que no me han de escuchar estoy temiendo»,

175

le repliqué; «y así, el ir yo no importa,[246]

puesto que en todo obedecer pretendo.

Que no sé quién me dice y quién me exhorta

que tienen para mí, a lo que imagino,

la voluntad, como la vista, corta.

180

Que si esto así no fuera, este camino

con tan pobre recámara no hiciera,

ni diera en un tan hondo desatino.

Pues si alguna promesa se cumpliera

de aquellas muchas que al partir me hicieron,

185

lléveme Dios si entrara en tu galera.

Mucho esperé, si mucho prometieron,

mas podía ser que ocupaciones nuevas[247]

les obligue a olvidar lo que dijeron.[248]

Muchos, señor, en la galera llevas

190

que te podrán sacar el pie del lodo:

parte, y escusa de hacer más pruebas».

«Ninguno», dijo, «me hable de ese modo,

que si me desembarco y los embisto,

voto a Dios, que me traiga al Conde y todo.

195

Con estos dos famosos me enemisto,

que, habiendo levantado a la Poesía

al buen punto en que está, como se ha visto,

quieren con perezosa tiranía

alzarse, como dicen, a su mano[249]

200

con la ciencia que a ser divinos guía.

¡Por el solio de Apolo soberano[250]

juro...! Y no digo más». Y, ardiendo en ira,

se echó a las barbas una y otra mano,

y prosiguió diciendo: «El dotor Mira,

205

apostaré, si no lo manda el Conde,

que también en sus puntos se retira.[251]

Señor galán, parezca: ¿a qué se asconde?

Pues a fe, por llevarle, si él no gusta,

que ni le busque, aseche ni le ronde.

210

¿Es esta empresa acaso tan injusta

que se esquiven de hallar en ella cuantos

tienen conciencia limitada y justa?

¿Carece el cielo de poetas santos,

puesto que brote a cada paso el suelo

215

poetas, que lo son tantos y tantos?

¿No se oyen sacros himnos en el cielo?

¿La arpa de David allá no suena,

causando nuevo acidental consuelo?

¡Fuera melindres! ¡Ícese la entena,[252]

220

que llegue al tope!». Y luego obedecido

fue de la chusma, sobre buenas buena.

Poco tiempo pasó, cuando un rüido

se oyó, que los oídos atronaba:

era de perros áspero ladrido.

225

Mercurio se turbó, la gente estaba

suspensa al triste son, y en cada pecho

el corazón más válido temblaba.

En esto descubriose el corto estrecho

que Escila y que Caribdis espantosas

230

tan temeroso con su furia han hecho.[253]

«Estas olas que veis presuntüosas[254]

en visitar las nubes de contino,

y aun de tocar el cielo codiciosas,

venciolas el prudente peregrino

235

amante de Calipso, al tiempo cuando

hizo», dijo Mercurio, «este camino.[255]

Su prudencia nosotros imitando,

echaremos al mar en qué se ocupen,

en tanto que el bajel pasa volando,

240

que en tanto que ellas tasquen, roan, chupen[256]

el mísero que al mar ha de entregarse,

seguro estoy que el paso desocupen.

Miren si puede en la galera hallarse

algún poeta desdichado, acaso,

245

que a las fieras gargantas pueda darse».[257]

Buscáronle y hallaron a Lofraso,

poeta militar, sardo, que estaba

desmayado a un rincón, marchito y laso;

que a sus Diez libros de Fortuna andaba

250

añadiendo otros diez, y el tiempo escoge

que más desocupado se mostraba.[258]

Gritó la chusma toda: «¡Al mar se arroje;

vaya Lofraso al mar sin resistencia!».

«Por Dios», dijo Mercurio, «que me enoje.

255

¿Cómo, y no será cargo de conciencia,

y grande, echar al mar tanta poesía,

puesto que aquí nos hunda su inclemencia?

Viva Lofraso, en tanto que dé al día

Apolo luz, y en tanto que los hombres

260

tengan discreta alegre fantasía.

Tócante a ti, ¡oh Lofraso!, los renombres

y epítetos de agudo y de sincero,

y gusto que mi cómitre te nombres».[259]

Esto dijo Mercurio al caballero,

265

el cual en la crujía en pie se puso

con un rebenque despiadado y fiero.[260]

Creo que de sus versos le compuso,

y no sé cómo fue, que, en un momento

(o ya el cielo, o Lofraso lo dispuso),

270

salimos del estrecho a salvamento,

sin arrojar al mar poeta alguno:

¡tanto del sardo fue el merecimiento!

Mas luego otro peligro, otro importuno

temor amenazó, si no gritara

275

Mercurio cual jamás gritó ninguno,

diciendo al timonero: «¡A orza, para,[261]

amáinese de golpe!». Y todo a un punto

se hizo, y el peligro se repara.

«Estos montes que veis, que están tan junto,

280

son los que Acroceraunos son llamados,

de infame nombre, como yo barrunto».[262]

Asieron de los remos los honrados,

los tiernos, los melifluos, los godescos,

y los de a cantimplora acostumbrados;[263]

285

los fríos los asieron y los frescos;

asiéronlos también los calurosos,

y los de calzas largas y greguescos;[264]

del sopraestante daño temerosos,[265]

todos a una la galera empujan

290

con flacos y con brazos poderosos.

Debajo del bajel se somurmujan[266]

las sirenas, que de él no se apartaron,

y a sí mismas en fuerzas sobrepujan;[267]

y en un pequeño espacio le llevaron[268]

295

a vista de Corfú, y a mano diestra

la isla inexpugnable se dejaron;[269]

y, dando la galera a la siniestra,

discurría de Grecia las riberas,

adonde el cielo su hermosura muestra.

300

Mostrábanse las olas lisonjeras,

impeliendo el bajel süavemente,

como burlando con alegres veras.

Y luego, al parecer por el Oriente

rayando el rubio sol nuestro horizonte

305

con rayas rojas, hebras de su frente,

gritó un grumete y dijo: «El monte, el monte;

el monte se descubre donde tiene

su buen rocín el gran Belorofonte».[270]

Por el monte se arroja, y a pie viene

310

Apolo a recebirnos. «Yo lo creo»,

dijo Lofraso, «y llega a la Hipocrene.[271]

Yo desde aquí columbro, miro y veo

que se andan solazando entre unas matas

las Musas con dulcísimo recreo:

315

unas antiguas son, otras novatas,

y todas con ligero paso y tardo

andan las cinco en pie, las cuatro a gatas».

«Si tú tal ves», dijo Mercurio, «¡oh sardo

poeta!, que me corten las orejas,

320

o me tengan los hombres por bastardo.

Dime: ¿por qué algún tanto no te alejas

de la ignorancia, pobretón, y adviertes

lo que cantan tus rimas en tus quejas?

¿Por qué con tus mentiras nos diviertes[272]

325

de recebir a Apolo cual se debe,

por haber mejorado vuestras suertes?».

En esto, mucho más que el viento leve,

bajó el lucido Apolo a la marina,

a pie, porque en su carro no se atreve.

330

Quitó los rayos de la faz divina,[273]

mostrose en calzas y en jubón vistoso,[274]

porque dar gusto a todos determina.

Seguíale detrás un numeroso

escuadrón de doncellas bailadoras,

335

aunque pequeñas, de ademán brïoso.

Supe poco después que estas señoras,

sanas las más, las menos malparadas,

las del tiempo y del sol eran las Horas:[275]

las medio rotas eran las menguadas;[276]

340

las sanas, las felices, y con esto

eran todas en todo apresuradas.

Apolo luego con alegre gesto

abrazó a los soldados que esperaba

para la alta ocasión que se ha propuesto;

345

y no de un mismo modo acariciaba

a todos, porque alguna diferencia

hacía con los que él más se alegraba;

que a los de señoría y excelencia

nuevos abrazos dio, razones dijo,

350

en que guardó decoro y preeminencia.

Entre ellos abrazó a don Juan de Arguijo,[277]

que no sé en qué, o cómo, o cuándo hizo

tan áspero vïaje y tan prolijo;

con él a su deseo satisfizo

355

Apolo, y confirmó su pensamiento:

mandó, vedó, quitó, hizo y deshizo.

Hecho, pues, el sin par recebimiento,

do se halló don Luis de Barahona,[278]

llevado allí por su merecimiento,

360

del siempre verde lauro una corona

le ofrece Apolo en su intención, y un vaso

del agua de Castalia y de Helicona;[279]

y luego vuelve el majestoso paso,[280]

y el escuadrón pensado y de repente[281]

365

le sigue por las faldas del Parnaso.

Llegose, en fin, a la Castalia fuente,

y, en viéndola, infinitos se arrojaron,

sedientos, al cristal de su corriente:

unos no solamente se hartaron,

370

sino que pies y manos y otras cosas

algo más indecentes se lavaron;

otros, más advertidos, las sabrosas

aguas gustaron poco a poco, dando

espacio al gusto, a pausas melindrosas.

375

El bríndez y el caraos se puso en bando,[282]

porque los más de bruces, y no a sorbos,

el süave licor fueron gustando;

de ambas manos hacían vasos corvos

otros, y algunos de la boca al agua

380

temían de hallar cien mil estorbos.

Poco a poco la fuente se desagua,

y pasa en los estómagos bebientes,

y aún no se apaga de su sed la fragua.

Mas díjoles Apolo: «Otras dos fuentes

385

aún quedan, Aganipe e Hipocrene,

ambas sabrosas, ambas excelentes;

cada cual de licor dulce y perene,

todas de calidad aumentativa

del alto ingenio que a gustarlas viene».

390

Beben, y suben por el monte arriba,

por entre palmas y entre cedros altos

y entre árboles pacíficos de oliva;

de gusto llenos y de angustia faltos,

siguiendo a Apolo el escuadrón camina,

395

unos a pedicoj, otros a saltos.[283]

Al pie sentado de una antigua encina,

vi a Alonso de Ledesma, componiendo

una canción angélica y divina;[284]

conocile, y a él me fui corriendo

400

con los brazos abiertos como amigo,

pero no se movió con el estruendo.

«¿No ves», me dijo Apolo, «que consigo

no está Ledesma agora? ¿No ves claro

que está fuera de sí y está conmigo?»

405

A la sombra de un mirto, al verde amparo,

Jerónimo de Castro sesteaba,

varón de ingenio peregrino y raro;

un motete imagino que cantaba

con voz süave; yo quedé admirado

410

de verle allí, porque en Madrid quedaba.[285]

Apolo me entendió y dijo: «Un soldado

como este no era bien que se quedara

entre el ocio y el sueño sepultado.[286]

Yo le truje, y sé cómo, que a mi rara

415

potencia no la impide otra ninguna,

ni inconviniente alguno la repara».

En esto, se llegaba la oportuna

hora, a mi parecer, de dar sustento

al estómago pobre, y más si ayuna.

420

Pero no le pasó por pensamiento

a Delio, que el ejército conduce,[287]

satisfacer al mísero hambriento.

Primero a un jardín rico nos reduce,

donde el poder de la Naturaleza

425

y el de la industria más campea y luce.[288]

Tuvieron los Hespérides belleza

menor; no le igualaron los Pensiles

en sitio, en hermosura y en grandeza;

en su comparación, se muestran viles

430

los de Alcinoo, en cuyas alabanzas[289]

se han ocupado ingenios bien sotiles.[290]

No sujeto del tiempo a las mudanzas,

que todo el año primavera ofrece

frutos en posesión, no en esperanzas,

435

Naturaleza y arte allí parece

andar en competencia, y está en duda

cuál vence de las dos, cuál más merece.

Muéstrase balbuciente y casi muda,

si le alaba, la lengua más experta,

440

de adulación y de mentir desnuda.[291]

Junto con ser jardín, era una huerta,

un soto, un bosque, un prado, un valle ameno,

que en todos estos títulos concierta,

de tanta gracia y hermosura lleno,

445

que una parte del cielo parecía

el todo del bellísimo terreno.

Alto en el sitio alegre Apolo hacía,

y allí mandó que todos se sentasen

a tres horas después de mediodía;

450

y, porque los asientos señalasen

el ingenio y valor de cada uno,

y unos con otros no se embarazasen,

a despecho y pesar del importuno

ambicioso deseo, les dio asiento

455

en el sitio y lugar más oportuno.

Llegaban los laureles casi a ciento,

a cuya sombra y troncos se sentaron

algunos de aquel número contento;

otros los de las palmas ocuparon;

460

de los mirtos y hiedras y los robles

también varios poetas albergaron.

Puesto que humildes, eran de los nobles

los asientos cual tronos levantados,

porque tú, ¡oh Envidia!, aquí tu rabia dobles.[292]

465

En fin, primero fueron ocupados

los troncos de aquel ancho circüito,

para honrar a poetas dedicados,

antes que yo en el número infinito

hallase asiento; y así en pie quedeme,

despechado, colérico y marchito.

470

Dije entre mí: «¿Es posible que se estreme

en perseguirme la Fortuna airada,

que ofende a muchos y a ninguno teme?».

Y, volviéndome a Apolo, con turbada

475

lengua le dije lo que oirá el que gusta

saber, pues la tercera es acabada,

la cuarta parte de esta empresa justa.