DEL VIAJE DEL PARNASO
CAPÍTULO CUARTO

 

Suele la indignación componer versos;[293]

pero si el indignado es algún tonto,

ellos tendrán su todo de perversos.[294]

De mí yo no sé más sino que pronto

me hallé para decir en tercia rima

5

lo que no dijo el desterrado a Ponto;[295]

y así le dije a Delio: «No se estima,

señor, del vulgo vano el que te sigue

y al árbol sacro del laurel se arrima;

la envidia y la ignorancia le persigue,

10

y así, envidiado siempre y perseguido,

el bien que espera por jamás consigue.

Yo corté con mi ingenio aquel vestido

con que al mundo la hermosa Galatea

salió para librarse del olvido.

15

Soy por quien La Confusa, nada fea,[296]

pareció en los teatros admirable,

si esto a su fama es justo se le crea.

Yo, con estilo en parte razonable,

he compuesto comedias que en su tiempo

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tuvieron de lo grave y de lo afable.

Yo he dado en Don Quijote pasatiempo

al pecho melancólico y mohíno,

en cualquiera sazón, en todo tiempo.

Yo he abierto en mis Novelas un camino

25

por do la lengua castellana puede

mostrar con propiedad un desatino.

Yo soy aquel que en la invención excede

a muchos; y al que falta en esta parte,

es fuerza que su fama falta quede.

30

Desde mis tiernos años amé el arte

dulce de la agradable poesía,

y en ella procuré siempre agradarte.

Nunca voló la pluma humilde mía

por la región satírica: bajeza

35

que a infames premios y desgracias guía.

Yo el soneto compuse que así empieza,

por honra principal de mis escritos:

Voto a Dios, que me espanta esta grandeza.[297]

Yo he compuesto romances infinitos,

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y el de Los celos es aquel que estimo,[298]

entre otros que los tengo por malditos.

Por esto me congojo y me lastimo

de verme solo en pie, sin que se aplique

árbol que me conceda algún arrimo.

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Yo estoy, cual decir suelen, puesto a pique[299]

para dar a la estampa al gran Pirsiles,

con que mi nombre y obras multiplique.

Yo, en pensamientos castos y sotiles,

dispuestos en sonetos de a docena,[300]

50

he honrado tres sujetos fregoniles.[301]

También, al par de Filis, mi Silena[302]

resonó por las selvas, que escucharon

más de una y otra alegre cantilena,

y en dulces varias rimas se llevaron

55

mis esperanzas los ligeros vientos,

que en ellos y en la arena se sembraron.

Tuve, tengo y tendré los pensamientos,

merced al cielo que a tal bien me inclina,

de toda adulación libres y esentos.

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Nunca pongo los pies por do camina

la mentira, la fraude y el engaño,[303]

de la santa virtud total rüina.

Con mi corta fortuna no me ensaño,

aunque por verme en pie como me veo,

65

y en tal lugar, pondero así mi daño.

Con poco me contento, aunque deseo

mucho». A cuyas razones enojadas,

con estas blandas respondió Timbreo:[304]

«Vienen las malas suertes atrasadas,

70

y toman tan de lejos la corriente,

que son temidas, pero no escusadas.

El bien les viene a algunos de repente,

a otros poco a poco y sin pensallo,

y el mal no guarda estilo diferente.

75

El bien que está adquerido, conservallo

con maña, diligencia y con cordura,

es no menor virtud que el granjeallo.[305]

Tú mismo te has forjado tu ventura,

y yo te he visto alguna vez con ella,

80

pero en el imprudente poco dura.

Mas, si quieres salir de tu querella,

alegre y no confuso, y consolado,

dobla tu capa y siéntate sobre ella;

que tal vez suele un venturoso estado,

85

cuando le niega sin razón la suerte,

honrar más merecido que alcanzado».

«Bien parece, señor, que no se advierte»,

le respondí, «que yo no tengo capa».

Él dijo: «Aunque sea así, gusto de verte.

90

La virtud es un manto con que tapa

y cubre su indecencia la estrecheza,[306]

que esenta y libre de la envidia escapa».

Incliné al gran consejo la cabeza;

quedeme en pie, que no hay asiento bueno

95

si el favor no le labra o la riqueza.

Alguno murmuró, viéndome ajeno

del honor que pensó se me debía,

del planeta de luz y virtud lleno.

En esto pareció que cobró el día

100

un nuevo resplandor, y el aire oyose

herir de una dulcísima armonía.

Y, en esto, por un lado descubriose

del sitio un escuadrón de ninfas bellas,

con que infinito el rubio dios holgose.

105

Venía en fin y por remate de ellas

una resplandeciendo, como hace

el sol ante la luz de las estrellas;

la mayor hermosura se deshace

ante ella, y ella sola resplandece

110

sobre todas, y alegra y satisface.

Bien así semejaba cual se ofrece

entre líquidas perlas y entre rosas

la Aurora que despunta y amanece;

la rica vestidura, las preciosas

115

joyas que la adornaban, competían

con las que suelen ser maravillosas.

Las ninfas que al querer suyo asistían,

en el gallardo brío y bello aspecto,

las artes liberales parecían;

120

todas con amoroso y tierno afecto,

con las ciencias más claras y escondidas,

le guardaban santísimo respecto;

mostraban que en servirla eran servidas,

y que por su ocasión de todas gentes

125

en más veneración eran tenidas.

Su influjo y su reflujo las corrientes

del mar y su profundo le mostraban,

y el ser padre de ríos y de fuentes.

Las hierbas su virtud la presentaban;

130

los árboles, sus frutos y sus flores;

las piedras, el valor que en sí encerraban.

El santo amor, castísimos amores;

la dulce paz, su quïetud sabrosa;

la guerra amarga, todos sus rigores.

135

Mostrábasele clara la espaciosa

vía por donde el sol hace contino

su natural carrera y la forzosa.

La inclinación o fuerza del destino,

y de qué estrellas consta y se compone,

140

y cómo influye este planeta o signo,

todo lo sabe, todo lo dispone

la santa y hermosísima doncella,

que admiración como alegría pone.

Preguntele al parlero si en la bella

145

ninfa alguna deidad se disfrazaba

que fuese justo el adorar en ella;

porque en el rico adorno que mostraba,

y en el gallardo ser que descubría,

del cielo y no del suelo semejaba.

150

«Descubres», respondió, «tu bobería;

que ha que la tratas infinitos años,

y no conoces que es la Poesía».

«Siempre la he visto envuelta en pobres paños»,

le repliqué; «jamás la vi compuesta

155

con adornos tan ricos y tamaños;

parece que la he visto descompuesta,

vestida de color de primavera

en los días de cutio y los de fiesta».[307]

«Esta, que es la Poesía verdadera,

160

la grave, la discreta, la elegante»,

dijo Mercurio, «la alta y la sincera,

siempre con vestidura rozagante[308]

se muestra en cualquier acto que se halla,

cuando a su profesión es importante.

165

Nunca se inclina o sirve a la canalla

trovadora, maligna y trafalmeja,[309]

que en lo que más ignora menos calla.

Hay otra falsa, ansiosa, torpe y vieja,

amiga de sonaja y morteruelo,[310]

170

que ni tabanco ni taberna deja;[311]

no se alza dos ni aun un coto del suelo,[312]

grande amiga de bodas y bautismos,

larga de manos, corta de cerbelo.

Tómanla por momentos parasismos;

no acierta a pronunciar, y, si pronuncia,

175

absurdos hace y forma solecismos.[313]

Baco, donde ella está, su gusto anuncia,[314]

y ella derrama en coplas el poleo,[315]

con pa y vereda, y el mastranzo y juncia.[316]

180

Pero aquesta que ves es el aseo,

la gala de los cielos y la tierra,[317]

con quien tienen las Musas su bureo;[318]

ella abre los secretos y los cierra,

toca y apunta de cualquiera ciencia

185

la superficie y lo mejor que encierra.

Mira con más ahínco su presencia:

verás cifrada en ella la abundancia

de lo que en bueno tiene la excelencia;

moran con ella en una misma estancia

190

la divina y moral filosofía,

el estilo más puro y la elegancia;

puede pintar en la mitad del día[319]

la noche, y en la noche más escura

el alba bella que las perlas cría;

195

el curso de los ríos apresura,

y le detiene; el pecho a furia incita,

y le reduce luego a más blandura;

por mitad del rigor se precipita

de las lucientes armas contrapuestas,

200

y da vitorias y vitorias quita.

Verás cómo le prestan las florestas

sus sombras, y sus cantos los pastores,

el mal sus lutos y el placer sus fiestas,

perlas el Sur, Sabea sus olores,[320]

205

el oro Tíbar, Hibla su dulzura,[321]

galas Milán y Lusitania amores.

En fin, ella es la cifra do se apura

lo provechoso, honesto y deleitable,

partes con quien se aumenta la ventura.

210

Es de ingenio tan vivo y admirable,

que a veces toca en puntos que suspenden,

por tener no sé qué de inescrutable.

Alábanse los buenos, y se ofenden

los malos con su voz, y de estos tales

215

unos la adoran, otros no la entienden.

Son sus obras heroicas inmortales;

las líricas, süaves de manera

que vuelven en divinas las mortales.

Si alguna vez se muestra lisonjera,

220

es con tanta elegancia y artificio,

que no castigo sino premio espera.

Gloria de la virtud, pena del vicio

son sus acciones, dando al mundo en ellas

de su alto ingenio y su bondad indicio».

225

En esto estaba, cuando por las bellas

ventanas de jazmines y de rosas

(que Amor estaba, a lo que entiendo, en ellas),

divisé seis personas religiosas,

al parecer de honroso y grave aspecto,

230

de luengas togas, limpias y pomposas.

Preguntele a Mercurio: «¿Por qué efecto

aquellos no parecen y se encubren,

y muestran ser personas de respecto?».

A lo que él respondió: «No se descubren,

235

por guardar el decoro al alto estado

que tienen, y así el rostro todos cubren».

«¿Quién son», le repliqué, «si es que te es dado

dicirlo?». Respondiome: «No, por cierto,

porque Apolo lo tiene así mandado».

240

«¿No son poetas?» «Sí.» «Pues yo no acierto

a pensar por qué causa se desprecian

de salir con su ingenio a campo abierto.

¿Para qué se embobecen y se anecian,

escondiendo el talento que da el cielo

245

a los que más de ser suyos se precian?

¡Aquí del rey! ¿Qué es esto? ¿Qué recelo[322]

o celo les impele a no mostrarse

sin miedo ante la turba vil del suelo?

¿Puede ninguna ciencia compararse

250

con esta universal de la Poesía,

que límites no tiene do encerrarse?

Pues, siendo esto verdad, saber querría,

entre los de la carda, cómo se usa[323]

este miedo, o melindre, o hipocresía.

255

Hace monseñor versos y rehúsa

que no se sepan, y él los comunica

con muchos, y a la lengua ajena acusa;

y más que, siendo buenos, multiplica

la fama su valor, y al dueño canta

260

con voz de gloria y de alabanza rica.

¿Qué mucho, pues, si no se le levanta

testimonio a un pontífice poeta,

que digan que lo es? Por Dios, que espanta.

Por vida de Lanfusa la discreta,[324]

265

que si no se me dice quién son estos

togados de bonete y de muceta,[325]

que con trazas y modos descompuestos

tengo de reducir a behetría[326]

estos tan sosegados y compuestos.»

270

«Por Dios», dijo Mercurio, «y a fe mía,

que no puedo decirlo, y si lo digo,

tengo de dar la culpa a tu porfía».[327]

«Dilo, señor, que desde aquí me obligo

de no decir que tú me lo dijiste»,

275

le dije, «por la fe de buen amigo».

Él dijo: «No nos cayan en el chiste,[328]

llégate a mí, dirételo al oído,

pero creo que hay más de los que viste:

aquel que has visto allí del cuello erguido,

280

lozano, rozagante y de buen talle,

de honestidad y de valor vestido,

es el doctor Francisco Sánchez; dalle[329]

puede, cual debe, Apolo la alabanza,

que pueda sobre el cielo levantalle;

285

y aun a más su famoso ingenio alcanza,

pues en las verdes hojas de sus días

nos da de santos frutos esperanza.

Aquel que en elevadas fantasías

y en éstasis sabrosos se regala,

290

y tanto imita las acciones mías,

es el maestro Hortensio, que la gala[330]

se lleva de la más rara elocuencia

que en las aulas de Atenas se señala;

su natural ingenio con la ciencia

295

y ciencias aprendidas le levanta

al grado que le nombra la excelencia.

Aquel de amarillez marchita y santa,

que le encubre de lauro aquella rama

y aquella hojosa y acopada planta,

300

fray Juan Baptista Capataz se llama:[331]

descalzo y pobre, pero bien vestido

con el adorno que le da la fama.

Aquel que del rigor fiero de olvido

libra su nombre con eterno gozo,

305

y es de Apolo y las Musas bien querido,

anciano en el ingenio y nunca mozo,

humanista divino, es, según pienso,

el insigne doctor Andrés del Pozo.[332]

Un licenciado de un ingenio inmenso

310

es aquel, y, aunque en traje mercenario,

como a señor le dan las Musas censo;

Ramón se llama, auxilio necesario[333]

con que Delio se esfuerza y ve rendidas

las obstinadas fuerzas del contrario.

315

El otro, cuyas sienes ves ceñidas

con los brazos de Dafne en triunfo honroso,[334]

sus glorias tiene en Alcalá esculpidas;

en su ilustre teatro vitorioso

le nombra el cisne, en canto no funesto,

320

siempre el primero, como a más famoso;

a los donaires suyos echó el resto

con propriedades al gorrón debidas,

por haberlos compuesto o descompuesto.[335]

Aquestas seis personas referidas,

325

como están en divinos puestos puestas,

y en sacra religión constitüidas,

tienen las alabanzas por molestas

que les dan por poetas, y holgarían

llevar la loa sin el nombre a cuestas».

330

«¿Por qué», le pregunté, «señor, porfían

los tales a escribir y dar noticia

de los versos que paren y que crían?

También tiene el ingenio su codicia,

y nunca la alabanza se desprecia

335

que al bueno se le debe de justicia.

Aquel que de poeta no se precia,

¿para qué escribe versos y los dice?

¿Por qué desdeña lo que más aprecia?

Jamás me contenté ni satisfice

340

de hipócritos melindres: llanamente

quise alabanzas de lo que bien hice».

«Con todo, quiere Apolo que esta gente

religiosa se tenga aquí secreta»,

dijo el dios que presume de elocuente.

345

Oyose, en esto, el son de una corneta,

y un «¡trapa, trapa, aparta, afuera, afuera,[336]

que viene un gallardísimo poeta!».

Volví la vista y vi por la ladera

del monte un postillón y un caballero[337]

350

correr, como se dice, a la ligera;[338]

servía el postillón de pregonero,[339]

mucho más que de guía, a cuyas voces

en pie se puso el escuadrón entero.

Preguntome Mercurio: «¿No conoces

355

quién es este gallardo, este brïoso?

Imagino que ya le reconoces».

«Bien sé», le respondí, «que es el famoso

gran don Sancho de Leiva, cuya espada

y pluma harán a Delio venturoso;[340]

360

vencerase sin duda esta jornada

con tal socorro». Y, en el mismo instante,

cosa que parecía imaginada,

otro favor no menos importante

para el caso temido se nos muestra,

365

de ingenio y fuerzas y valor bastante:

una tropa gentil por la siniestra

parte del monte se descubre, ¡oh cielos,

que dais de vuestra providencia muestra!

Aquel discreto Juan de Vasconcelos[341]

370

venía delante en un caballo bayo,[342]

dando a las musas lusitanas celos.

Tras él, el capitán Pedro Tamayo[343]

venía, y, aunque enfermo de la gota,

fue al enemigo asombro, fue desmayo;

375

que por él se vio en fuga y puesto en rota,[344]

que en los dudosos trances de la guerra

su ingenio admira y su valor se nota.

También llegaron a la rica tierra,

puestos debajo de una blanca seña,

380

por la parte derecha de la sierra,

otros, de quien tomó luego reseña[345]

Apolo; y era de ellos el primero

el joven don Fernando de Lodeña,[346]

poeta primerizo, insigne empero,

385

en cuyo ingenio Apolo deposita

sus glorias para el tiempo venidero.

Con majestad real, con inaudita

pompa llegó, y al pie del monte para

quien los bienes del monte solicita:

390

el licenciado fue Juan de Vergara[347]

el que llegó, con quien la turba ilustre

en sus vecinos miedos se repara,

de Esculapio y de Apolo gloria ilustre,[348]

si no, dígalo el santo bien partido,[349]

y su fama la misma envidia ilustre.

395

Con él, fue con aplauso recebido

el docto Juan Antonio de Herrera,[350]

que puso en fil el desigual partido.[351]

¡Oh, quién con lengua en nada lisonjera,

400

sino con puro afecto en grande exceso,

dos que llegaron alabar pudiera!

Pero no es de mis hombros este peso:

fueron los que llegaron los famosos,

los dos maestros Calvo y Valdivieso.[352]

405

Luego se descubrió por los undosos

llanos del mar una pequeña barca

impelida de remos presurosos;

llegó, y al punto de ella desembarca

el gran don Juan de Argote y de Gamboa,[353]

410

en compañía de don Diego Abarca,[354]

sujetos dignos de incesable loa;

y don Diego Jiménez y de Anciso[355]

dio un salto a tierra desde la alta proa.

En estos tres la gala y el aviso

415

cifró cuanto de gusto en sí contienen,

como su ingenio y obras dan aviso.

Con Juan López del Valle otros dos vienen[356]

juntos allí, y es Pamonés el uno,[357]

con quien las Musas ojeriza tienen,

420

porque pone sus pies por do ninguno

los puso, y con sus nuevas fantasías

mucho más que agradable es importuno.

De lejas tierras por incultas vías[358]

llegó el bravo irlandés don Juan Bateo,[359]

425

Jerjes nuevo en memoria en nuestros días.[360]

Vuelvo la vista, a Mantüano veo,[361]

que tiene al gran Velasco por mecenas,

y ha sido acertadísimo su empleo;

dejarán estos dos en las ajenas

430

tierras, como en las proprias, dilatados

sus nombres, que tú, Apolo, así lo ordenas.

Por entre dos fructíferos collados

(¿habrá quien esto crea, aunque lo entienda?)

de palmas y laureles coronados,

435

el grave aspecto del abad Maluenda[362]

pareció, dando al monte luz y gloria

y esperanzas de triunfo en la contienda;

pero, ¿de qué enemigos la vitoria[363]

no alcanzará un ingenio tan florido

440

y una bondad tan digna de memoria?

Don Antonio Gentil de Vargas, pido[364]

espacio para verte, que llegaste

de gala y arte y de valor vestido;

y, aunque de patria ginovés, mostraste

445

ser en las musas castellanas docto,

tanto, que al escuadrón todo admiraste.

Desde el indio apartado del remoto

mundo, llegó mi amigo Montesdoca,[365]

y el que anudó de Arauco el nudo roto;

450

dijo Apolo a los dos: «A entrambos toca

defender esta vuestra rica estancia

de la canalla de vergüenza poca,

la cual, de error armada y de arrogancia,

quiere canonizar y dar renombre

455

inmortal y divino a la ignorancia;

que tanto puede la afición que un hombre

tiene a sí mismo, que, ignorante siendo,[366]

de buen poeta quiere alcanzar nombre».

En esto, otro milagro, otro estupendo

460

prodigio se descubre en la marina,

que en pocos versos declarar pretendo.

Una nave a la tierra tan vecina

llegó, que desde el sitio donde estaba

se ve cuanto hay en ella y determina;

465

de más de cuatro mil salmas pasaba

(que otros suelen llamarlas toneladas),[367]

ancho de vientre y de estatura brava:

así como las naves que cargadas

llegan de la oriental India a Lisboa,

470

que son por las mayores estimadas,

esta llegó desde la popa a proa

cubierta de poetas, mercancía

de quien hay saca en Calicut y en Goa.[368]

Tomole al rojo dios alferecía[369]

475

por ver la muchedumbre impertinente

que en socorro del monte le venía,

y en silencio rogó devotamente

que el vaso naufragase en un momento[370]

al que gobierna el húmido tridente.

480

Uno de los del número hambriento

se puso en esto al borde de la nave,

al parecer mohíno y malcontento;

y, en voz que ni de tierna ni süave

tenía un solo adárame, gritando[371]

485

dijo, tal vez colérico y tal grave,

lo que impaciente estuve yo escuchando,

porque vi sus razones ser saetas

que iban mi alma y corazón clavando.

«¡Oh tú», dijo, «traidor, que los poetas

490

canonizaste de la larga lista,

por causas y por vías indirectas!

¿Dónde tenías, magancés, la vista[372]

aguda de tu ingenio, que, así ciego,

fuiste tan mentiroso coronista?[373]

495

Yo te confieso, ¡oh bárbaro!, y no niego[374]

que algunos de los muchos que escogiste

sin que el respeto te forzase o el ruego,

en el debido punto los pusiste;

pero con los demás, sin duda alguna,

500

pródigo de alabanzas anduviste.

Has alzado a los cielos la fortuna

de muchos que en el centro del olvido,

sin ver la luz del sol ni de la luna,

yacían; ni llamado ni escogido

505

fue el gran Pastor de Iberia, el gran Bernardo

que de la Vega tiene el apellido.[375]

Fuiste envidioso, descuidado y tardo,

y a las Ninfas de Henares y pastores

como a enemigos les tiraste un dardo;[376]

510

y tienes tú poetas tan peores

que estos en tu rebaño, que imagino

que han de sudar si quieren ser mejores;

que si este agravio no me turba el tino,

siete trovistas desde aquí diviso,

515

a quien suelen llamar de torbellino,[377]

con quien la gala, discreción y aviso

tienen poco que ver, y tú los pones

dos leguas más allá del Paraíso.

Estas quimeras, estas invenciones

520

tuyas te han de salir al rostro un día[378]

si más no te mesuras y compones».

Esta amenaza y gran descortesía

mi blando corazón llenó de miedo

y dio al través con la paciencia mía.

525

Y, volviéndome a Apolo con denuedo

mayor del que esperaba de mis años,

con voz turbada y con semblante acedo[379]

le dije: «Con bien claros desengaños

descubro que el servirte me granjea

530

presentes miedos de futuros daños.

Haz, ¡oh señor!, que en público se lea

la lista que Cilenio llevó a España,[380]

porque mi culpa poca aquí se vea.

Si tu deidad en escoger se engaña,

535

y yo solo aprobé lo que él me dijo,

¿por qué este simple contra mí se ensaña?

Con justa causa y con razón me aflijo

de ver cómo estos bárbaros se inclinan

a tenerme en temor duro y prolijo:

540

unos, porque los puse me abominan;

otros, porque he dejado de ponellos

de darme pesadumbre determinan.

Yo no sé cómo me avendré con ellos:

los puestos se lamentan, los no puestos

545

gritan, yo tiemblo de estos y de aquellos.

Tú, señor, que eres dios, dales los puestos

que piden sus ingenios; llama y nombra

los que fueren más hábiles y prestos.

Y, porque el turbio miedo que me asombra

550

no me acabe, acabada esta contienda,

cúbreme con tu mano y con tu sombra,[381]

o ponme una señal por do se entienda

que soy hechura tuya y de tu casa,[382]

y así no habrá ninguno que me ofenda».

555

«Vuelve la vista y mira lo que pasa»,

fue de Apolo enojado la respuesta,

que ardiendo en ira el corazón se abrasa.

Volvila, y vi la más alegre fiesta,

y la más desdichada y compasiva

560

que el mundo vio, ni aun la verá cual esta.

Mas no se espere que yo aquí la escriba,

sino en la parte quinta, en quien espero

cantar con voz tan entonada y viva,

que piensen que soy cisne y que me muero.

565