El que tiene esposa e hijos ha dado rehenes a la fortuna; pues son impedimentos para las grandes empresas, tanto virtuosas como malignas. Cierto es que las mejores obras y los mayores méritos para el público han procedido de los hombres solteros o sin hijos, los cuales, tanto en afecto como en medios de acción se han casado con el público. Sin embargo, hay razones poderosas para que quienes tienen hijos se hayan cuidado más del porvenir, al cual saben que han de transmitir sus prendas más queridas. Algunos hay que aunque hacen vida de soltería, sin embargo, sus pensamientos terminan en ellos mismos y consideran el porvenir como una nimiedad; también hay otros que tienen en cuenta la esposa y los hijos pero como facturas que pagar; aún más, hay algunos hombres insensatos, ricos, codiciosos que tienen a orgullo no tener hijos porque así les creerán más ricos; pues quizá han oído decir algo así: Ése es un hombre muy rico; y otro le ataja, sí, pero tiene una gran carga de hijos; como si eso fuese disminución de sus riquezas. Pero la causa más corriente de la soltería es la libertad, especialmente para ciertas mentalidades placenteras y singulares que son tan sensibles a todas las restricciones, que estarán muy próximas a creer que el cinturón y las ligas se les convertirán en ataduras y grilletes. Los solteros son los mejores amigos, los mejores amos, los mejores sirvientes; pero no siempre los mejores súbditos, porque son propicios a escaparse y casi todos los fugitivos tienen ese estado. La soltería es adecuada para los eclesiásticos porque la caridad difícilmente regará el suelo cuando tiene que llenar primero un estanque. Es indiferente para los jueces y magistrados, pues si son asequibles y corruptibles tendremos más fácilmente un criado cinco veces peor que una esposa. En cuanto a los soldados encuentro que los generales, por lo común, en sus arengas evocan en sus hombres el recuerdo de la esposa y los hijos; y creo que el desprecio de los turcos hacia el matrimonio hace que el soldado raso sea más ruin. En verdad que la esposa y los hijos son una especie de disciplina de la humanidad; y los solteros, aunque muchas veces sean más caritativos, ya que sus medios económicos están menos exhaustos, sin embargo, son por otra parte, más crueles y duros de corazón (buenos para ser inquisidores severos) porque su ternura no se siente excitada con tanta frecuencia. Los caracteres serios, llevados por la costumbre, y por lo tanto constantes, son por lo general amantes esposos, como se dijo de Ulises: Vetulam suam praetulit immortalitati[2]. Las mujeres castas con frecuencia son orgullosas e indómitas, prevaliéndose del mérito de su castidad. Es uno de los mejores lazos en la esposa, tanto el de la castidad como el de la obediencia, si ella cree que su esposo es prudente, lo cual nunca hará si le juzga celoso. Las esposas son amantes para los jóvenes, compañeras para los maduros y enfermeras para los ancianos, así es que un hombre puede tener pretexto para casarse cuando quiera; sin embargo, se reputó como a uno de los hombres más sensatos al que contestó a la pregunta de cuándo debería casarse el hombre: Todavía no cuando es joven, en modo alguno cuando es viejo. Se ve con frecuencia que los malos esposos tienen esposas muy buenas; ya sea porque eso eleva el precio de la amabilidad del marido cuando eso ocurre o que las esposas se enorgullecen de su paciencia; pero eso nunca falla, si los malos esposos fuesen de su propia elección, en contra de la opinión de sus amigos, porque entonces estarían bien seguras de hacer buena su propia tontería.