Los hombres situados en grandes puestos son sirvientes triples: sirvientes del soberano o del Estado, sirvientes de la fama y sirvientes de los asuntos; de ese modo, no disponen libremente ni de su persona, ni de sus acciones, ni del tiempo. Es un extraño deseo buscar el poder y perder la libertad; o buscar poder sobre los demás y perderlo sobre sí mismo. Elevarse a los puestos es trabajoso y esos hombres llegan con penalidades a penalidades mayores; a veces son viles y, mediante indignidades, alcanzan las dignidades. Mantenerse en ellas es cosa escurridiza y retirarse resulta una caída, o al menos un eclipse, lo cual resulta un tanto melancólico: Cum non sis qui fueris, non esse cur velis vivere[7]. Aún más, los que se retiran no pueden hacerlo cuando quieren ni podrán cuando sea razonable; pero están impacientes por el retiro aun en la vejez y en la enfermedad que requieren la sombra; como los viejos de las ciudades que seguirán sentados a la puerta de la calle, aunque con eso expongan al desprecio la vejez. En verdad que las personas importantes necesitan pedir prestada la opinión de otros hombres para creerse felices; pues si juzgan por sus propios sentimientos, no logran conseguirlo; pero si pensaran de sí mismos lo que otras personas piensan de ellos, y que los otros hombres tuvieran su alegre manera de ser, entonces serían felices como lo fueron porque se lo decían, cuando, quizá, encuentran en su interior que no es así; pues ellos son los primeros en encontrar sus propias penas aunque son los últimos en hallar sus faltas. La verdad es que los hombres de fortuna son extraños para sí mismos y mientras están en el embrollo de los asuntos no tienen tiempo de velar por su salud tanto corporal como mental. Illi mors gravis incubat, qui notus nimis omnibus, ignotus moritur sibi[8].
En el puesto hay libertad para hacer el bien y el mal, de lo cual, lo último, es una maldición; pues en el mal, la mejor condición es no desearlo, la segunda no poder. Mas hacer el bien es la finalidad verdadera y legal de las aspiraciones; pues los buenos pensamientos, aunque Dios los acepte, son poco mejor en los hombres que los buenos sueños, salvo que los ponga en obra; y esto no puede ser sin tener posibilidad y ocasión como son la ventaja y dominio de la situación.
El mérito y las buenas obras son la finalidad de la actividad del hombre, y el tener conciencia de ello es alcanzar descanso; si un hombre puede compartir el teatro de Dios, del mismo modo podrá compartir el descanso de Dios. Et conversus Deus, ut aspiceret opera, quae fecerunt manus suae, vidit quod omnia essent bona nimis[9]; luego vino el sábado.
Al desempeñar tu puesto pon ante ti los mejores ejemplos; pues la imitación es como un globo lleno de preceptos, y después pon ante ti tu propio ejemplo; y examínate severamente para ver si no lo hiciste mejor al principio. No desdeñes además los ejemplos de los que se comportaron mal en ese mismo puesto; no para apartarlos reprochando su recuerdo sino para que ellos mismos te indiquen lo que se ha de evitar. Por tanto, haz reformas sin jactancia o escándalo de los tiempos y personas anteriores; pero impóntelas, tanto para sentar buenos precedentes como para seguirlos. Reduce las cosas a su primitiva institución y observa dónde y cómo degeneraron; pero pide consejo a las dos épocas; la época antigua que es la mejor y la última época que es la más apropiada. Trata de dar regularidad a tu actuación, que los hombres puedan saber de antemano qué pueden esperar, pero no seas demasiado positivista y perentorio, y exprésate en buena forma cuando discrepes de tus normas. Preserva el derecho de tu puesto, pero no promuevas cuestiones de jurisdicción; y acepta, más bien en silencio, tus derechos como de facto, que voceándolo con reclamaciones y retos. Preserva asimismo los derechos de los puestos inferiores; y piensa que es más honroso dirigir lo principal que ocuparse de todo. Acepta y pide ayuda y consejos referentes al desempeño de tu puesto; y no te desvíes debido a ellos, como los metomentodo, sino aceptándolos sólo en buena parte. Los vicios de la autoridad son principalmente cuatro: tardanza, corrupción, rudeza y accesibilidad. Para la tardanza: facilita los contactos, cumple los plazos señalados, concluye lo que traes entre manos, y entremezcla no los asuntos, sino la necesidad. La corrupción, no sólo te ata las manos y las de tus sirvientes al aceptar, sino que ata también las manos de los solicitantes al ofrecer; porque la integridad al uso hace lo uno, pero la integridad sincera y con manifiesta aversión al soborno, hace lo otro; y evita no sólo la falta, sino la sospecha. Todo el que sea variable y cambie ostensiblemente sin causa manifiesta, da sospechas de corrupción; por tanto, siempre que cambies tu opinión o tu actuación, hazlo sencillamente y decláralo junto con las razones que te han movido al cambio, y no lo hagas subrepticiamente. Un sirviente o un favorito, si es íntimo sin ninguna otra causa aparente de estima, se piensa de él generalmente que es un escondido camino para la corrupción. Por lo cual, la corrupción es una causa innecesaria de descontento: la severidad alimenta al miedo; la rudeza al odio. Incluso los reproches procedentes de la autoridad deben ser serios, no insultantes. La accesibilidad es peor que el soborno, pues el soborno sólo se produce de tiempo en tiempo; si la importunidad o la falta de respeto guían a un hombre nunca carecerá de ellos; como dijo Salomón: No es bueno respetar a las personas; pues tal hombre pecará por un pedazo de pan.
Más verdad es lo que se dijo antiguamente: El puesto nos muestra al hombre; y nos muestra algo de lo mejor y algo de lo peor. Omnium consensu capax imperii, nisi imperasset[10], dijo Tácito de Galba; pero de Vespasiano dijo: Solus imperantium, Vespasianus mutatus in melius[11], aunque en uno se refería a su capacidad y en otro a sus costumbres y aficiones.
Es señal segura de un espíritu digno y generoso el enmendar el honor; porque el honor es, o debiera ser, asiento de la virtud; y como en la naturaleza las cosas se mueven violentamente hacia su sitio, y tranquilamente en su sitio, así la virtud es violenta en la ambición y aposentada y tranquila en la autoridad. Toda elevación hacia un punto importante es por una escalera de caracol; y si hay facciones, es conveniente apoyar al hombre mientras se eleva y contrapesarlo cuando haya alcanzado el puesto. Utiliza el recuerdo de los predecesores con justicia y tacto; porque si no lo haces, es deuda que tendrás que pagar cuando te hayas ido. Si tienes colegas, respétalos; y más bien llámalos cuando no lo pretendían que excluirlos cuando tienen razón para pretender que los llamen. No seas demasiado sensible ni tengas demasiado presente tu puesto durante las conversaciones y respuestas privadas con los peticionarios; es mejor que digan: Cuando está en su puesto, es otro hombre.