Tomo la bondad en este sentido, el que afecta al bienestar de los hombres, que es lo que los griegos llamaban filantropía; y la palabra humanidad, tal como se usa, resulta demasiado leve para expresarla. Bondad llamo yo al hábito, y bondad de la naturaleza, a la inclinación. Siendo ésta, de todas las virtudes y dignidades del espíritu, la característica de la Deidad; y sin ella, el hombre resulta un ser atareado, despreciable y miserable no mejor que cualquier clase de gusano. La bondad responde a la virtud teologal de la caridad y no admite exceso, sino error. El deseo de poder excesivo produjo la caída de los ángeles; el deseo de saber excesivamente hizo caer al hombre; pero en la caridad no hay exceso ni puede el ángel o el hombre correr peligro por ella. La inclinación hacia la bondad está profundamente impresa en la naturaleza del hombre hasta tal punto que si no se orienta hacia los hombres, se dirigirá hacia otras criaturas vivientes; como se ve entre los turcos, pueblo cruel, que, sin embargo, son bondadosos con los animales, y dan alma a los perros y las aves; hasta tal extremo, como cuenta Busbechius, que un muchacho cristiano estuvo a punto de ser lapidado por atar el pico, en son de chacota, a una cigüeña. Cierto que pueden cometerse errores en esta virtud de la bondad o caridad. Los italianos tienen un proverbio chocante: Tanto buon che val niente[12]; y una de las eminencias de Italia, Nicolás Maquiavelo, tuvo el atrevimiento de escribir, casi en términos vulgares, que la fe cristiana había convertido a hombres buenos en presa de los tiránicos e injustos; lo cual era, según decía, porque, en verdad, nunca había habido un derecho, una secta o un pensamiento que hubiera exaltado tanto la bondad como lo había hecho la religión cristiana; por lo cual para evitar tanto el escándalo como el peligro, es conveniente conocer los errores de tan excelente hábito. Buscad el bien de los demás hombres, pero no os esclavicéis a sus apariencias o ficciones; pues eso no es más que facilidad o debilidad para apresar una mente honrada. Ni deis una gema al gallo de Esopo, que se sentiría más feliz si le dierais un grano de cebada. El ejemplo de Dios enseña la verdadera lección: Él os envía su lluvia y hace que su sol brille sobre justos e injustos; pero no hace llover riquezas ni brillar honores y virtudes por igual sobre los hombres; los beneficios comunes tienen que compartirse con todos, pero los beneficios especiales, con los elegidos. Y daos cuenta de cómo, al hacer el retrato, rompéis el modelo; pues la divinidad hace el modelo del amor a nosotros mismos, y el retrato, del amor a nuestro prójimo: vende todo lo que tienes, y dáselo a los pobres y sígueme, pero no vendas todo lo que tienes salvo que vengas y me sigas; es decir, salvo que tengas vocación de que puedes hacer tanto bien con pocos medios como con muchos; pues si no, al alimentar el cauce, secas la fuente. Ni hay tampoco un hábito de bondad dirigido por la recta razón, sino que hay en algunos hombres incluso en la naturaleza, cierta disposición hacia ella; como, por otra parte, hay una malignidad natural, que hace no desear el bien de los demás. La especie de malignidad más leve se torna colérica por anticipación, o aptitud para oponerse, u obstinación, o cosa análoga; pero la especie más profunda, por envidia o simple desprecio. Tales personas, ante las calamidades de los demás, se encuentran a punto y siempre se hallan en la parte más abrumadora; no es tan buena como los perros de Lázaro que le lamían las llagas, sino como moscas que están siempre zumbando alrededor de todo lo que está ulcerado; los misántropos, que acaban llevando al hombre a colgarse de un árbol y, sin embargo, nunca tienen un árbol para tal fin en sus jardines, como lo tenía Timón. Tales cualidades son los verdaderos errores de la naturaleza humana, y, no obstante, son la madera más apropiada para hacer grandes políticos; como la madera curvada que sirve para los barcos que la requieren así, pero no para construir casas que se han de mantener derechas. Las partes y señales de la bondad son muchas. Si un hombre es generoso y cortés con los extranjeros, eso demuestra que es ciudadano del mundo y que su corazón no está aislado de otras tierras sino que forma con ellas un continente; si es comprensivo para las aflicciones de los demás, eso demuestra que su corazón es como el árbol noble que se hiende cuando da su bálsamo; si perdona y condona fácilmente las ofensas, eso demuestra que su mente está por encima de las injurias, de tal modo que no puede ser alcanzado por el disparo; si es agradecido a los pequeños beneficios, eso demuestra que sopesa el pensamiento de los hombres y no su basura; pero, sobre todo, si tiene la perfección de san Pablo, que hubiera querido el anatema de Cristo por la salvación de sus hermanos, eso demuestra mucho de la naturaleza divina, y cierta clase de conformidad con Cristo mismo.