De la sabiduría egoísta

 

 

 

Una hormiga es sabia para sí, pero resulta maligna en una huerta o en un jardín; y, en verdad, los hombres que se aman a sí mismos demasiado arruinan la cosa pública. Divide con razón entre el amor propio y la sociedad; sé tan veraz contigo como no eres falso con los otros, especialmente con tu rey y país. Resulta un objetivo muy pobre para la actividad de un hombre el dedicarse a sí mismo. Es como la tierra que sólo gira en torno de su centro; ya que todas las cosas que tienen afinidad con el firmamento se mueven en torno del centro de otro del que se benefician. Referir todo a sí mismo es más tolerable en un príncipe soberano porque ellos no son sólo ellos mismos sino que su bien y su mal corren el peligro de la fortuna pública; pero es un mal sin esperanza en un sirviente de un príncipe o en un ciudadano de una república; pues cualesquiera negocios que pasen por manos de tales hombres los inclinarán en su provecho, y sus necesidades con frecuencia serán ajenas a las de su señor o Estado. Por tanto, que los príncipes o Estados escojan tales sirvientes que no tengan esa señal; excepto que su servicio sólo sea accesorio. Lo que produce un efecto más pernicioso es que se pierde toda proporción. Habrá sobrada desproporción en que el bien del sirviente sea preferido al de su amo; pero aún es más extremado cuando un pequeño bien del sirviente acarrea las cosas en contra de un gran bien del amo. Y, sin embargo, ése es el caso de los malos funcionarios, tesoreros, embajadores, generales y otros servidores falsos y corrompidos; lo cual desvía la bola de sus pequeños fines y deseos, en contra de los grandes e importantes negocios de su soberano; y, en la mayoría de los casos, el bien que reciben tales servidores está modelado en su propia fortuna. Y, en verdad, es propio de los que se aman a sí mismos demasiado ser capaces de prenderle fuego a una casa sólo para asar unos huevos; y, sin embargo, esos hombres, muchas veces, tienen crédito ante sus amos porque su habilidad es complacerles y sacar provecho para sí; y en su beneficio abandonarán el bien de los asuntos.

La sabiduría egoísta es en muchas de sus ramas una cosa depravada. Es la sabiduría de las ratas, que estarán seguras de abandonar una casa antes de que se hunda; es la sabiduría de la zorra, que expulsa al tejón que ha cavado su cueva y ella es la que se aloja; es la sabiduría de los cocodrilos, que derraman lágrimas cuando van a devorar. Pero lo que se debe notar especialmente es que (como dijo Cicerón a Pompeyo) los que son sui amantes, sine rivali[18], son muchas veces desgraciados; y como quiera que tienen todo el tiempo sacrificado a ellos mismos, se convierten, al final, en sacrificados a la inconstancia de la fortuna, cuyas alas creen, con su sabiduría egoísta, haber atado.