La virtud es como una piedra preciosa, mejor cuanto más sencilla sea la montura; y seguro que la virtud está mejor en un cuerpo hermoso, aunque no de facciones delicadas, y que tenga más bien dignidad de presencia que belleza aparente; ni tampoco siempre se ve más que las personas verdaderamente bellas sean, por otra parte, de gran virtud; como si la naturaleza se ocupara más en no equivocarse que en trabajar para producir lo excelente; y, por tanto, demuestran que están completas, aunque no con un gran espíritu, y se preocupan más del comportamiento que de la virtud. Pero no siempre se puede sostener eso; pues César Augusto, Tito, hijo de Vespasiano, Felipe el Hermoso de Francia, Eduardo IV de Inglaterra, Alcibíades de Atenas, Ismael el Sofí de Persia, fueron todos de elevado espíritu y, no obstante, los hombres más bellos de su tiempo. En la belleza, el rostro es más que el color; y el movimiento adecuado y gracioso más que el rostro. Ésa es la parte mejor de la belleza que la pintura no puede expresar; tampoco la primera visión de la vida. No hay belleza, por excelente que sea, que no tenga alguna singularidad en la proporción. Nadie podría decir quién era más bromista, si Apeles o Alberto Durero; de los cuales el primero pintara un personaje con proporciones geométricas y el otro tomara los rasgos mejores de diversos rostros y compusiera uno excelente. Creo que tales personajes no complacerían a nadie sino al pintor que los hiciera; y no es que yo piense que un pintor no pueda hacer la mejor cara que jamás haya existido, sino que tiene que hacerla por una especie de felicidad propia (como un músico que compone una excelente pieza musical) y no por norma. Se verán rostros que, si se examinan parte por parte, no se encontrará ninguna que esté bien y, sin embargo, en conjunto lo están. Si es cierto que la parte principal de la belleza es un movimiento adecuado, entonces no es de maravillarse, aunque las personas, con los años, parecen muchas veces más amables, Pulchrorum autumnus pulcher[26]; porque ninguna juventud puede ser bella si no es por condescendencia y considerando la juventud como un avance hacia la belleza. La hermosura es como las frutas de verano que se corrompen fácilmente y no duran; y, la mayoría de las veces, hace disoluta a la juventud y a la vejez un tanto fuera de adecuación; sin embargo, insistimos, si tiene luminosidad hace que brillen las virtudes y que los vicios se avergüencen.