De los litigantes

 

 

 

Muchos asuntos y proyectos malos pasan a manos de los intermediarios; y los litigios privados corrompen el bien público. Muchos asuntos buenos van a parar a espíritus malévolos; no quiero decir sólo espíritus corruptos, sino habilidosos, que no procuran su ejecución. Muchos se encargan de litigios de los que nunca se ocuparán eficazmente; pero si ven que puede haber provecho en el asunto, buscarán algún medio para que se les quede agradecidos u obtener una recompensa inferior o, por lo menos, aprovecharse mientras tanto de las esperanzas del litigante. Algunos se encargan de pleitos sólo como oportunidad de frustrar a otros, o de hacer una información para la cual no podrían tener pretexto adecuado, sin preocuparse de lo que sea del litigio cuando ellos hayan averiguado lo que les interesa; o, por lo general, para realizar una especie de intromisión en los asuntos de otro en provecho propio; es más, algunos se encargan de pleitos con el total designio de hacerlos fracasar, y que la parte contraria u oponentes les recompensen. Con seguridad que, en cierto modo, hay un derecho en todo litigio; tanto un derecho de equidad, si es un litigio de controversia, como un derecho de mérito, si es un pleito de petición. Si el afecto lleva a un hombre a favorecer la parte equivocada en la justicia, que más bien utilice su patrocinio en llegar a una composición del asunto que en llevarlo adelante. Si el afecto le lleva a favorecer al que menos mérito tiene, que lo haga sin humillar ni incapacitar al que tiene más mérito. Los pleitos que no se comprenden bien es conveniente confiarlos a algunos amigos de confianza y buen juicio que puedan advertir si se pueden llevar adelante con honor; pero que elija bien sus asesores porque, si no, pueden jugar con él a su gusto. Los litigantes se sienten tan disgustados con las dilaciones y los engaños que es conveniente decirles clara y sencillamente, al principio, si se renuncia a encargarse del pleito, o informarle del éxito escuetamente y no exigir más recompensa que la que se merece; eso es no sólo más honroso sino más benévolo. En las solicitudes de favor, la primera visita debe tener poco efecto, hasta tanto se haya apreciado la confianza que merece, y si el solicitante no ha comprendido el asunto, no se saque provecho de la información sino dejar que la parte oponente utilice sus medios y, en cierto modo, sea recompensada por su descubrimiento. Ignorar el valor de un pleito es necedad; así como ignorar al derecho que le asiste es falta de conciencia. El secreto en los pleitos es un gran medio para ganarlos; porque el vocearlos de antemano puede desalentar a cierto tipo de litigantes, pero puede acelerar y espabilar a otros. Pero lo principal en los pleitos es la oportunidad; quiero decir oportunidad no sólo respecto a la persona que ha de autorizarlo, sino respecto a quienes puedan frustrarlo. Que al elegir los medios, más bien se escojan los más aptos que los más grandes; y de entre ésos, mejor los especializados que los generales. La reparación de una negativa es, a veces, igual a la primera concesión si una persona no se muestra ni abatida ni descontenta. Iniquum petas, ut aequum feras[28], es una buena norma cuando se tiene la fuerza del favor; pero, de otro modo, un hombre podría elevarse más en su pleito; porque quien se haya aventurado al principio a perder al litigante, no querrá, al final, perder a la vez al litigante y su primitivo favor. Se piensa que nada es más fácil en una solicitud a un gran personaje que una carta de él; sin embargo, si no es para una buena causa, va en contra de su reputación. No hay peores medios que esos planeadores generales de pleitos porque son una especie de ponzoña e infección de los procesos públicos.