De la ira

 

 

 

Tratar de eliminar completamente la ira es una jactancia de los estoicos. Tenemos oráculos mejores. Si os enojáis no pequéis; ni se ponga el sol sobre vuestra iracundia. La ira debe limitarse y confinarse tanto en su momento de iniciación como a lo largo del tiempo. Hablaremos primero cómo se puede atemperar y calmar la inclinación natural y el hábito de la ira; en segundo lugar, cómo pueden reprimirse determinados raptos de ira, o, por lo menos, refrenarse para no producir daño; tercero, cómo provocar y aplacar la ira en otro.

En cuanto a lo primero, no hay otro camino que meditar y recapacitar sobre los efectos de la ira y cómo alteran la vida del hombre; el mejor momento para hacer eso es cuando el acceso de ira ya ha pasado completamente. Séneca dice con razón que la ira es como las ruinas que se rompen contra aquéllos en que caen. Las Escrituras nos exhortan a salvar nuestras almas por la paciencia; porque quienquiera que pierda la paciencia pierde la posesión de su alma. Los hombres no deben convertirse en abejas, animasque in vulnere ponunt[33]. En verdad la ira es una clase de vileza; como se ve bien en la debilidad de los súbditos en los que ella reina: niños, mujeres, viejos y enfermos. Sólo los hombres deben darse cuenta de que cargan con su ira más con desdén que con miedo; así que pueden parecer que están más por encima de la injuria que bajo ella; lo que es una cosa fácil de hacer si el hombre sabe darse una norma a ese respecto.

En cuanto al segundo punto, las causas y motivos de la ira son tres principalmente: primero, ser demasiado sensible al daño, pues nadie tiene ira si no se siente dañado y, por tanto, las personas tiernas y delicadas tienen que sentirse iracundas con frecuencia ya que tienen tantas cosas que puedan molestarlas y que las personas más robustas son menos sensibles a ellas; la siguiente es la comprensión y elaboración de la injuria recibida si, en determinadas circunstancias, está llena de desprecio; porque el desprecio es lo que pone a punto de estallar la ira, tanto o más que la ofensa en sí; y por tanto, cuando las personas son ingeniosas, desechan las circunstancias de desprecio y suavizan mucho su ira; por último, el criterio de que se toca a la reputación de una persona hace que su ira se multiplique y agudice; el remedio para eso es que la persona tuviera lo que decía Gonzalvo[34]. Telam honoris crassioram[35]. Pero en todos los refrenamientos de la ira, es el mejor remedio ganar tiempo y hacerse creer que la oportunidad de la venganza todavía no ha llegado; pero que prevé el momento de ella con lo cual se tranquiliza durante la espera y logra revocarla.

Contener la ira ante el desprecio, aunque se apodere de uno, tiene dos cosas de las que se debe tener especial precaución: una es la extrema acritud de las palabras, especialmente si son exactas y apropiadas, porque communia maledicta[36] no quieren decir nada; y además las personas revelan en la ira sus secretos y eso las hace inadecuadas para vivir en sociedad; la otra es que no se puede romper perentoriamente un asunto en un rapto de ira; pero, sea cual fuere el comportamiento en un momento de enfado, no se haga nada que no sea revocable.

En cuanto a provocar o aplacar la ira en otros se efectúa principalmente eligiendo los momentos en que las personas están más indómitas o menos dispuestas a irritarse; además recogiendo (como ya se indicó antes) todo lo que se pueda encontrar que agrave el desprecio; y los dos remedios son valiéndose de contrarios; el primero, eligiendo el buen momento, relatando en primer lugar un asunto iracundo, porque la primera impresión es decisiva; el otro remedio es separar, cuanto se pueda, la propia injuria de los matices de desprecio imputándolas a incomprensión, miedo, pasión o lo que se quiera.