Cuando se observan las reproducciones de las huellas publicadas por Gilles de la Tourette, no es posible dejar de pensar en la serie de instantáneas que en esos mismos años realizó Muybridge en la Universidad de Pensilvania sirviéndose de una batería de veinticuatro objetivos fotográficos. El “hombre que camina a velocidad normal”, el “hombre que corre llevando un fusil”, la “mujer que camina y recoge una jarra”, la “mujer que camina y manda un beso”, son los gemelos dichosos y visibles de las criaturas desconocidas y sufrientes que han dejado esas huellas.
GIORGIO AGAMBEN
“Notas sobre el gesto”, en Medios sin fin
L’air (…) est comme le supplément
intraitable de l’identité.
ROLAND BARTHES,
La chambre claire
“Los de acá son más auténticos”. La voz se refería a los paisanos o gauchos de la Argentina, comparados con los cowboys (tipo social que desaparece cuando comienza el proceso de alambrado de los campos en los Estados Unidos, hacia 1886). “No sé si es eso”, contesté.
Después de una larga jornada de trabajo, era la televisión o tirar la computadora por la ventana. Soy prolijo con el zapping: empiezo siempre por el número 3. Y cuando llegué a ATC[239] me quedé, naturalmente, mirando el festival de doma y folclore de Jesús María. La parte folclórica era medio bochornosa, pero la doma me dejó con un estado de agradable ensoñación. En las propagandas seguí con el zapping y encontré en espn un rodeo yanqui, de donde la comparación.
No es una cuestión de autenticidad, pensé, sino de lógica cultural. Lo de Jesús María se veía desleído, como si fuera un “directo” grabado por cualquiera. Lo de los yanquis era un espectáculo televisivo completo, con marcadores, cronómetros, narradores, montaje y comentaristas, lo que lo hacía más entretenido. Por supuesto, tenía premios millonarios e innumerables auspicios: Wrangler, Jack Daniels, etc. Como si se tratara de la Fórmula 1. Incluso, había un cowboy (que hizo una actuación lamentable) llamado Schumacher (no sé si la grafía es correcta). Entre una cosa y la otra, las fantasmagorías habían sido transformadas en un dispositivo de entretenimiento y rentabilidad, y en nada más que eso. Algunos cowboys se subían a sus caballos; otros, montaban toros. Algunos, con casco y chaleco protector. “Deben ser las reglas”, dije. Pero no, porque no todos iban igual. “Habrán tenido accidentes previos”, pensé. Decididamente, la montonera de Jesús María carecía de contaminación. El espectáculo que daban nuestros paisanos (todos ellos hermosos, no hace falta decirlo) era más rústico y funcionaba con un fondo permanente de payador al borde del colapso. Y nada de jeans, puras bombachas, de esas que compramos a los turcos en el siglo XIX.
No es la autenticidad lo que arruina el estereotipo, porque eso supondría que detrás de la imagen o figura hay algo con qué compararla. Una figura no puede ser más o menos “auténtica” que otra, pero sí puede ser más o menos pura (más o menos despojada de otro sentido que su propia celebración y su propio duelo). A mayor pureza de la figura, más inestabilidad y más disponible está para ponerla a jugar en una serie.
El ganador, en el show yanqui, fue Dustin Eliot, a quien cualquiera con un mínimo de sensibilidad estética ya habría estado contratando para una campaña de ropa interior masculina. No importa si el show estaba armado para eso, pero eso iba a ser uno de sus resultados, tal era el grado de conciencia, y por lo tanto de desapego en relación con lo real, que se deducía de esas imágenes. Gran parte del hastío que provocan las imágenes del mundo contemporáneo (en su costado más trash, como en este caso, pero también en su costado más “artístico”, como se verá más adelante) desnudan el grado de conciencia con el que han sido sometidas a una torsión propiamente cultural que las aleja no de la autenticidad (porque es más “inauténtico” Proust que cualquier show televisivo) sino de la pureza.
No es solo que un imaginario sea solidario de un régimen de explotación (lo que puede suceder perfectamente) sino, incluso, que la cultura industrial (en su costado televisivo) es cazafantasmas: captura unidades de fantasmagoría para ponerlas a trabajar en una empresa. Tal vez eso explique la diferencia entre ESPN y ATC.
En Jesús María, yo habría apostado al triunfo del santiagueño Luis Prestofelipo, que lucía una larga melena y parecía haber nacido para centauro. Por supuesto, en menos de dos segundos estuvo en el suelo y me di cuenta de que el caballo lo había hecho a propósito: tanta belleza merecía morder el polvo de la derrota. Indiferente a la belleza de la “composición”, el caballo introducía el efecto de real que la figura necesitaba para volverse inquietante.
El espectáculo norteamericano había pegoteado tanta negociación semántica a la figura “centauro”, que la silueta se había vuelto irreconocible, y mucho más la lógica a la que podía responder. La precariedad de Jesús María revelaba una de las propiedades de las unidades de las fantasmagorías: su inestabilidad, su fragilidad, su carácter titilante. Un poco más acá y el espejismo se rasgaba mediante la intromisión de un casco de caballo incrustado en el cráneo. Un poco más allá y el centauro santiagueño de apellido italiano se transformaba en protagonista de una carrera mediática. ¿La diversión (lo diverso), en ese caso, adónde quedaría?