La primera impresión global que tiene cualquier observador honesto ante las obras y realizaciones de los pensadores, artistas, arquitectos, retóricos y políticos del Renacimiento italiano es de deslumbramiento ante el espléndido despliegue de una nueva actitud humana frente al mundo secular (mundus) y la vida terrenal. Comprueba en sus protagonistas un asombro compartido ante la inmensidad de la naturaleza (muchos la ven como eterna) y una convicción de que todo es posible de cambiar y de reconstruir mediante el esfuerzo creativo humano, así como un sentimiento común de apertura y de liberación de trabas de todo tipo. Todo es posible y nada parece tener límites.
Junto con el denominado Siglo de Pericles, cuando se estableció la democracia ateniense, nació el teatro y floreció espléndidamente la cultura griega clásica, pienso que se puede decir válidamente que el Renacimiento italiano es otro de los pocos grandes momentos históricos de apertura de horizontes, de liberación de trabas y de expansión de la humanidad. Esto nadie lo pone en duda.
Pero para los que hacemos sociología política e historia de los conceptos políticos, Begriffsgeschichte como la define Reinhart Koselleck, aparecen entre estas dos épocas culturales fundamentales diferencias sociopolíticas y conceptuales por debajo de las aparentes similitudes, de las ideologías complacientes que pretenden asimilarlas, y del lugar común de que el Renacimiento significó un retorno a la Grecia clásica en su periodo de esplendor.
Precisamente, el vuelco dado a los estudios sobre el Renacimiento a partir de la década de 1960 comenzó por la renovación de los estudios filosófico-morales que incluyen también el tratamiento del Estado y de la política55.
Un aspecto que suele dejarse de lado en un acontecimiento de tal magnitud es que el Renacimiento nace junto con la expansión del capitalismo ante los descubrimientos geográficos que abren el mundo a la expansión colonialista europea. Esta circunstancia, aunada con la mentalidad helenística nacida al calor de los imperialismos macedónico y romano, contribuye en gran parte, a mi parecer, a explicar la nueva configuración que adopta la política, que la hace radicalmente diferente de la política tal como se practicaba en la democracia ateniense.
Los románticos alemanes como Goethe y Hölderlin presentaban el Renacimiento como una vuelta a Grecia, al ideal pagano del hombre y de su libertad, que había sido ahogado por el cristianismo. A mediados del siglo xix aparece el clásico de Jacob Burckhardt La civilización del Renacimiento en Italia, que inspiró a generaciones de intelectuales, continuado por C. Voigt y posteriormente por el filósofo Wilhelm Windelband, entre muchos otros, e inauguró una especie de beatería o de culto a la política del Renacimiento. Es ilustrativa de esta corriente la famosa conferencia de 1904 de Windelband sobre la filosofía del Renacimiento56. Aunque ya hace algunas salvedades, dice todavía frases como estas: «Es la gran época de la historia del mundo […] que llegará ahora a todo el planeta», vinculándola con el «encanto de las aspiraciones coloniales de estas últimas décadas»; aspiraciones coloniales que, para mí, llevarían al mundo a la Primera Guerra Mundial, que sería el principio del fin de estas ilusiones universalistas de la Época Moderna europea que despertó el Renacimiento. El objetivo de la filosofía del Renacimiento, para él, es la Restauratio magna (la gran restauración del mundo) y la implantación del Regnum hominis (el reinado del hombre) «mediante una ordenación de las relaciones sociales dirigida por la ciencia». «Por eso (resume) el Renacimiento es para nosotros el prototipo del progreso en la historia humana57». Progreso que se sienten llamados a imponer a los otros países que califican como «atrasados».
Sobre esta posición continúan acumulándose dogmáticamente más afirmaciones ideológicas y prejuiciosas de tipo individualista, laicista, anticatólico y liberal, tales como que el Renacimiento es la lucha contra la barbarie medieval, contra el ahogo escolástico, contra el oscurantismo y la tiranía clerical, y que es la apertura del hombre a la libertad y a la autonomía al desaparecer los dogmas religiosos, así como otros lugares comunes similares. Algunos llegan hasta sostener que Giordano Bruno «fue un mártir de la democracia», cuando para Guido De Ruggiero era «probablemente, el más antidemocrático de todos los filósofos».
Ríos de tinta corrieron para discutir si la cultura del Renacimiento significaba un corte antitético con la cultura de la Edad Media, un abismo entre ambas, o era su continuación filosófica, mostrando ambas partes contradictorias un desconocimiento de cómo se forman y se transforman las culturas, propio de épocas previas a la ciencia de la antropología cultural. Hay más interinfluencias y continuidades entre las culturas de lo que se suele creer.
El erudito renacentista Raymond Klibansky afrontó científicamente esta cuestión. En sus conversaciones con G. Leroux dice: «En la época de mis estudios se veía una ruptura total entre la Edad Media y el Renacimiento»58. Fue así como en 1940 inició la publicación de una serie documental titulada Corpus Platonicum Medii Aevi donde transcribe las obras de Platón y sus numerosos comentarios aparecidos durante la Edad Media, especialmente en el siglo xii, cuando se produce el renacimiento platónico con obras como el Menón, el Fedro y gran parte del Timeo, que circularon ampliamente avaladas por la Escuela de Chartres.
También en la anterior discusión se dejó de lado el importante aporte de la escuela nominalista medieval de Guillermo de Ockham y Duns Scoto, que tuvo muchos seguidores renacentistas en las universidades de Padua, Bolonia, París y Oxford, y que abrió caminos a la ciencia moderna y también a filósofos de nuevas orientaciones como el llamado «cabalismo cristiano» que de la Edad Media se propagó en el Renacimiento. Asimismo, se dejó de lado al aristotelismo decadente de signo averroísta posterior a la condena del averroísmo latino en París (1277), que en el Renacimiento tuvo su centro fanatizado en la Universidad de Padua, y que se opuso violentamente a la Academia Platónica de Florencia de signo neoplatónico, hermetista y cabalista heredado de Bizancio, cuya orientación fue la que finalmente dio su marca distintiva al Renacimiento italiano y la que se impuso en la política de la Edad Moderna.
Dentro de esta corriente principal que fue la que dio su «ethos cultural» al Renacimiento, había diferentes posiciones con respecto a la religión católica: desde las posiciones personales de hostilidad, aunque disimuladas por temor a las sanciones, hasta las favorables al catolicismo o las de los confundidos por desconocimiento teológico que no dejaron sin embargo de ser católicos. Son aleccionadores en esto los casos de Pico della Mirandola, que ya en su madurez quiso entrar en la orden dominicana y que fue enterrado con ese hábito en la iglesia de Santa María Novella, y de Marsilio Ficino, que a los cuarenta años recibió las órdenes sagradas y fue un sacerdote ejemplar hasta su muerte.
También en el lado indiscutiblemente católico tenemos a otras figuras máximas del movimiento renacentista que optaron por adoptarlo con importantes correcciones, como los cardenales de la Iglesia católica Nicolás de Cusa, el bizantino Besarión, Pietro Bembo, y hasta el eminente humanista Enea Silvio Piccolomini, que fue consagrado papa.
Pero, en general, la reacción del pensamiento católico de la época fue bastante confusa, desenfocada y a veces exagerada en la represión. Al coincidir con un periodo histórico de desprestigio y corrupción dentro de la Iglesia, las principales energías debieron orientarse prioritariamente a la justa crítica de esta situación, como lo hicieron san Bernardino de Siena, san Antonino de Florencia, san Carlos Borromeo y Gil de Viterbo, entre muchos otros más. El filósofo marxista Ernst Bloch sostiene que, en esa época, las universidades católicas «aunque fueran infinitamente más creíbles e interesantes que las universidades protestantes» no supieron adaptarse a la nueva situación. Aunque con excepciones como las de Francisco Suárez y la Escuela de Salamanca, «en su conjunto, no se encuentra en ellas más que una acumulación de temas enmohecidos y de mediocridades»59.
Sin embargo, autores prestigiosos como Richard Henry Tawney en Inglaterra y Ernst Troeltsch en Alemania coinciden en la importancia que tuvieron los filósofos morales y los economistas católicos de esa época, cuyos argumentos contra el capitalismo en expansión utilizaron inclusive Lutero y Calvino en un primer momento.
Son pocos los que señalan como impulsor de la cultura renacentista al exponencial crecimiento del capitalismo en Europa, que necesitaba romper con toda traba moral, y al correspondiente crecimiento del dominio que ejerció la burguesía capitalista, imponiendo sus modos de actuación, sobre la política y la cultura. Tampoco se suele insistir sobre las considerables diferencias culturales y políticas que existieron entre la Grecia clásica del periodo democrático y la cultura helenística construida sobre los imperialismos de su época. Esto es lo que vamos a tratar a continuación.