Cuando se convive dentro de una cultura, resulta difícil escapar de la impregnación con los sistemas de creencias y los sistemas de valores predominantes en tal cultura.
En su periodo de antropólogo cultural, Gregory Bateson forjó el término eidos para designar los principios y definiciones generales que dan coherencia a un sistema de creencias en acción, así como otros denominaron ethos a las pautas generales que integran los sistemas de valores que siguen las personas en una sociedad. Ambos, eidos y ethos, son respuestas a una manera específica de ver el mundo (cosmovisión), o a un encaramiento ante el mundo (weltanschauung) como la definió Wilhelm Dilthey, que predomina en cada cultura y que es una síntesis de expresiones cognitivas, afectivas y conativas vinculadas entre sí, que la caracterizan como una época de la historia. (En el caso de la cultura de la modernidad o modernismo, que aquí estamos estudiando, Dilthey la trata bajo el rubro de «naturalismo» o de «materialismo», así como mi maestro en la Universidad de Harvard, Pitirim Sorokin, la clasifica como «cultura sensista», o sea, basada en los sentidos).
La gente, en general, usualmente orienta sus acciones según estos encuadres culturales, sin darse cuenta y sin conocerlos racionalmente, aceptando de manera implícita estos principios y definiciones como algo natural, como algo que se da por sentado y que no se discute, y actuando en consecuencia. Algunos antropólogos culturales, para hacernos captar este fenómeno, equiparan la cultura con el aire que respiramos y en el que vivimos sin darnos cuenta o, mejor aún, con el agua para los peces, diciéndonos que de lo último que se apercibe un pez de aguas profundas es del agua en la que se mueve.
Por todo esto, podemos decir que se requiere un enorme esfuerzo intelectual y emocional para darse cuenta de los fundamentos de estos condicionamientos culturales y, si no se está de acuerdo con ellos, para emerger de tales condicionamientos, actuar de forma distinta y realizarse como persona según otros paradigmas culturales.
Esta fue la ímproba realización en el inicio de las grandes religiones universales, o «religiones históricas», en la clasificación de Robert Bellah74. Todas estas religiones emergieron rompiendo con el eidos y el ethos de su cultura para instituir otros principios integradores; aunque tal como ocurre en toda transformación cultural, mantuvieran muchas pautas de la cultura anterior.
En el caso de las religiones históricas que aparecieron con las transformaciones de la llamada Era Axial, o sea, en el primer milenio anterior a la era cristiana, y de las posteriores, como el cristianismo y el islamismo, todas tienen una característica similar: «Común a todas estas civilizaciones fue la evolución e institucionalización de una tensión básica entre los órdenes trascendental y mundanal»75.
A partir de esta separación que hacen las religiones históricas entre trascendencia y siglo o mundo y la tensión consiguiente, la investigación sociológica de las culturas nos enseña dos cosas: 1) Que en la base de casi todas las creencias religiosas está implícitamente admitido que la certeza de sus enunciados es mucho mayor y pertenece a un orden diferente que la certeza de cualquier enunciado de carácter profano, y que los objetos a los que se refieren estos enunciados tienen un “aura de factualidad” o un nivel de realidad mucho mayor que todos los demás objetos»76; 2) En todas las grandes culturas, con la excepción de la de tipo «sensista», y salvo anomalías, el dogma básico de cada religión histórica es considerado superior y condicionante de las manifestaciones culturales, y por este y a través de este se integran, aunque nunca completamente, los sistemas culturales. Esto fue establecido científicamente a partir de 1937 en la impresionante recopilación realizada por Pitirim Sorokin en su clásico Dinámica social y cultural 77. Amplía esta afirmación Eisenstadt: «Ciertamente, en todas las sociedades humanas, el orden ultramundanal ha sido considerado como algo diferente, por lo general superior y más poderoso, del mundanal»78.
Ahora bien, la primera vez en la historia de la humanidad occidental en que se subvirtió este ordenamiento ocurrió con el asentamiento y expansión de la cultura de la modernidad. Precisamente, este principio fundamental constituye la base del eidos y del ethos de la modernidad. Las continuas tentativas de negar lo trascendental o de subordinarlo a lo mundanal o secular caracterizan esta curiosa cultura en la que vivimos.
La tensión y el conflicto entre los órdenes trascendental y mundanal de los que hablan los autores apareció espectacularmente en Occidente con la convivencia de sus religiones universales o históricas (catolicismo, anglicanismo y protestantismo) con la cultura de la modernidad y con su poderosa influencia sobre ellas. Todas debieron afrontar los típicos problemas de adaptación, de rechazo y de aculturación, que resolvieron de manera distinta. Todas ellas incorporaron aspectos que apreciaban como positivos y enriquecedores, rechazaron otros que consideraban como negativos y deformantes de sus principios y se adaptaron a muchas otras pautas culturales vigentes más intrascendentes. Pero lo importante e ilustrativo es ver cómo resolvieron el conflicto básico de la negación de lo trascendental.
Esto es lo que vamos a apuntar someramente a continuación.