Como era de suponer, la recepción del modernismo, inclusive en sus aspectos teológicos, en los países protestantes de habla alemana y los sometidos a su influencia cultural, se hace más a través de los filósofos que de los teólogos. A diferencia de Gran Bretaña, donde la tarea de digestión intelectual del modernismo la realizan filósofos empiristas como Locke y Hume y utilitaristas morales, todos de menor envergadura que los teólogos deístas británicos y los teólogos reformistas como Newman, en los países germánicos la realizan verdaderos gigantes filosóficos de religión protestante, que dieron estructuración y solidez a la cultura del modernismo en sus aspectos intelectuales y teológicos, los cuales supieron imponer al mundo occidental.
Resulta muy difícil tratar de separar ambos aspectos en ese momento cultural. Schelling había afirmado que la filosofía alemana de su época estaba impregnada por razones de teólogos. Como dijera Nietzsche en El Anticristo: «Los alemanes me entenderían enseguida si dijese que la filosofía está corrompida por sangre de teólogos. El pastor protestante es el abuelo de la filosofía alemana, el propio protestantismo es su peccatum originale […]. En el fondo, la filosofía alemana es una pérfida y alevosa teología»91.
Nos centraremos en el asunto fundamental que nos interesa, que es la pretensión modernista de suprimir lo trascendental o de someterlo a lo mundanal, a la racionalidad humana, o sea, a lo que denominaba san Buenaventura siguiendo en esto a san Pablo, «el ojo de la carne». Dejaremos pues de lado las diferencias doctrinales y las controversias internas en el protestantismo alemán sobre asuntos tan importantes como la justificación, la interpretación de las Escrituras, la predestinación, el pietismo y la importancia mayor que daba a la experiencia religiosa que tiene repercusiones hasta hoy y otros temas internos del protestantismo por los que tengo el mayor respeto y en los que no debemos entrometernos los que pertenecemos a otras denominaciones.
En cuanto al problema de afrontar el racionalismo modernista y de compatibilizarlo con la Revelación, de asimilarlo o de rechazarlo que es lo que nos interesa aquí, lo tuvieron varios grandes filósofos de origen protestante que podemos insertar en la tendencia general de la cultura modernista de afirmar la autonomía del hombre en desmedro de la Divinidad.
Es fundamental, para aclarar en algo esta compleja encrucijada histórico-cultural, la decisiva precisión que hace nada menos que Erich Kahler de que «una vez establecida firmemente la posición de la razón humana como dueña y señora de la naturaleza […]; después del reconocimiento de las teorías y los logros de Galileo, Newton, Bacon y Descartes, comenzaron los ataques decisivos contra la religión. Y, sin embargo, no fueron realizados por ateos, sino por hombres que se consideraban fieles creyentes, que querían simplemente conciliar el cristianismo con el nuevo principio de la razón y con la naturaleza que sigue su propio orden mecánico inherente». «Tras una compleja evolución, este orden mecánico de la naturaleza ocupó el lugar y sucedió a Dios en el espíritu de los hombres92».
En un primer periodo, que se inicia a mediados del siglo xvii y se extiende hasta los primeros decenios del siglo xviii, se trata de conciliar la fe cristiana con el pensamiento racional de la época. Tenemos allí figuras como Samuel Pufendorf y Christian Thomasius que además de filósofos eran teólogos y juristas iusnaturalistas y las figuras estelares de Leibniz, de enorme influencia al igual que C. Wulff, que además influyó sobre Kant a través del maestro de este, F. A. Schultz. Leibniz, que en su obsesión por armonizar todo llegó hasta redactar un padrenuestro nuevo que podría ser rezado por todos los hombres, así como Wulff fueron seguidos por los teólogos de la Escuela de Gotinga «en su intento de establecer un equilibrio entre la fe revelada y el creciente racionalismo, haciendo concesiones en cuestiones secundarias […]. Mas esta defensa de la fe con las armas de la razón dio por resultado, sin que se hubiese intentado de momento, la irrupción del racionalismo en la teología […]. La progresiva demolición de la dogmática, con la consiguiente renuncia a las verdades reveladas fundamentales, aparecerá en los autores posteriores»93.
Siguiendo la lógica del proceso de deterioro, les suceden desde mediados del siglo xviii, los llamados «neólogos», que en lugar de pretender compatibilizar la Revelación divina con la razón humana como los anteriores, tratan de reducir la Sagrada Escritura «al lenguaje y a la mentalidad de nuestro tiempo», por lo que ya no hablan de artículos de fe sino de «valores directrices que contribuyen a la perfección moral de los hombres». En general, pretendían hacer un cristianismo «adogmático», lo que en el lenguaje de la época significa una religión sin fundamentación divina, que pusiera en primera línea los deberes éticos y los valores morales, en una posición muy semejante a la de los deístas británicos. Por lógica, ambas posiciones van a llevar a una llamada religión natural que venera la naturaleza y a una moral natural inventada por los hombres aduciendo que surge de la naturaleza física, para terminar eliminando lo sobrenatural.
Como bien dice el agudo historiador Paul Hazard, en un libro clásico: «Lo que ni los católicos ni los protestantes podían admitir en primer lugar, es que esa naturaleza sustituyera paso a paso al Creador; que fuera su intermediaria, e incluso que actuara en lugar suyo; que se convirtiera en el orden, el orden supremo al que Dios tiene que sujetarse…»94.
A finales del siglo xviii una gran parte de los pensadores protestantes conciben la Revelación como un estadio en la evolución de la religión racional, y ven el contenido de la religión cristiana en las verdades religioso-morales que la razón humana de todos los tiempos puede conocer, o sea que conciben al cristianismo como una religiosidad ética. El grado de negación de los Evangelios llega a extremos increíbles. Para el teólogo protestante Carlos Federico Bahrdt (1741-1792), la multiplicación de los panes por la que Jesús con cinco panes alimentó a cinco mil hombres y sus familias era una astuta maniobra de una orden secreta que había acumulado con anterioridad grandes cantidades de panes para el día siguiente; el caminar sobre las aguas era porque utilizaba una larga tabla flotante; y Jesucristo no murió en la cruz, sino que solamente se desmayó y fue llevado a su casa para reanimarlo95.
El entusiasmo de los racionalistas germánicos por la Revolución francesa, que contagió inclusive a Kant y al joven Hegel, trajo la posterior desilusión de muchos debido al Terror y al imperialismo napoleónico. No así a Kant, que la siguió defendiendo a pesar de sus horrores en su libro El conflicto de las facultades de 1798; ni a Hegel, que se consideraba el heredero de la Revolución francesa y del Imperio napoleónico, pues para él son la última etapa del Espíritu del Mundo que culminará en Alemania con su filosofía. Pero, en general, la desilusión abre la puerta en la cultura alemana al romanticismo político y religioso que va a cambiar su panorama cultural.