Con su visión de águila, Jorge Guillermo Federico Hegel, el más grande filósofo del modernismo, captó admirablemente y expone con toda claridad la situación cultural que había dejado el proceso del racionalismo iluminista en su tarea demoledora de eliminar de la cultura a Dios y a su Revelación.
Como profesor de la Universidad de Jena, comienza a desprenderse de la influencia de Kant que mantuvo hasta su periodo de Berna, comentando en una carta a su amigo Schelling, fechada en abril de 1795, que en materia de religión hay que superarlo para «echar un cerrojo definitivo a las últimas puertas de la superstición»172.
En las frases finales de una de sus primeras obras de ese periodo de Jena, Fe y Saber de 1802, escribe: «El sentimiento sobre el cual reposa la cultura moderna (es) el sentimiento de que el mismo Dios ha muerto». Pero esto es solo un momento de la idea suprema, «el concepto puro debe darle una existencia filosófica y, seguidamente, dar a la Filosofía la idea de libertad absoluta y al mismo tiempo la Pasión absoluta, o sea, el Viernes Santo especulativo que antes fue histórico; debe restablecer a este en toda la verdad y la dureza de su impiedad». Para Hegel es la «suprema totalidad con toda su seriedad, abrazando todo a la vez […] (la) que debe resucitar»173. En su periodo de Jena, el gran destrimano, con sus trucos, hará morir intelectualmente al Dios Hijo, y hará resucitar a un dios en su beneficio, en una nueva Pascua filosófica.
En una obra de madurez de ese periodo, la Fenomenología del espíritu, uno de los escritos más difíciles de comprender de la filosofía occidental (más adelante veremos por qué), dedica un capítulo entero a la obra de demolición de la fe religiosa que realizó el iluminismo como momento de la marcha del Espíritu en la historia. Inicia el capítulo certeramente: «El objeto característico contra el cual se dirige la fuerza del concepto es la fe»174.
El hábil accionar del iluminismo, dice, «hace pensar en la expansión calma de un gas en una atmósfera sin resistencias. Es una infección penetrante que no se deja desenmascarar […] y por consecuencia, no puede ser combatida»175. «Espíritu invisible e imperceptible, se insinúa en todas las partes nobles y las penetra, muy pronto se hará dueña de todas las vísceras y de todos los miembros del ídolo inconsciente y en una bella mañana le da un codazo al camarada y patatrás, el ídolo cae en tierra, una bella mañana cuyo mediodía no está rojo en sangre, si la infección ha penetrado todos los órganos de la vida espiritual […] y la nueva serpiente de la sabiduría elevada para la adoración del pueblo, es así despojada sin dolor de una piel reseca»176. La piel reseca de la que se desprende la Serpiente de la sabiduría es el Viejo Dios. «Es el símbolo tradicional de un Viejo Dios natural destronado por el Espíritu […]. La Serpiente, encarnación del amo de los infiernos, es la prefigura del Satán bíblico»177. Aparece en el Libro del Apocalipsis donde se dice: «la antigua Serpiente, llamada Diablo o Satanás» (Ap 12, 4-9).
En la tradición esotérica que comparte Hegel con Goethe y muchos románticos alemanes, la Serpiente Verde era el puente (pontifex) entre el Cielo (el «más allá» como lo llaman) y la Tierra; es la que permite emerger de la Tierra al Templo que es el símbolo de la nueva religión secular, que guía la construcción del Cielo en la Tierra prescindiendo de Dios, aquello que se llama la «Gran Obra», la Ciudad del Hombre Deificado, que vendrá cuando «los tiempos estén cumplidos»178. En la misma línea de pensamiento esotérico, Hegel reitera esta figura, que anticipó en la Fenomenología, en su obra de madurez La filosofía de la religión. La muerte de Cristo en la Cruz —ya el Viejo Dios Padre ha sido eliminado— trae, para este autor, la reconciliación y la curación de todos, pero ahora el crucifijo está sustituido por «la contemplación de la serpiente de acero» elevada a la adoración del pueblo, en una increíble interpretación anagógica del episodio bíblico de la Serpiente de bronce del pueblo de Israel en el desierto, que elevada libraba de la muerte con solo contemplarla (Números 21, 4-9). Se trata nada menos que de la inversión satánica de la afirmación de Jesús en Juan (8, 27 y 12, 31), cuando dice «ahora el Príncipe de este Mundo será arrojado fuera y cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí». La crucifixión de Cristo, según Hegel, significó no solamente el triunfo del Demonio, que lo fue históricamente hasta la Resurrección (Lc 22, 53), sino su sustitución por este en la redención del mundo como nuevo Espíritu Santo «que existe y se realiza en la comunidad»179.
La ímproba tarea de nuevo demiurgo que se impone Hegel es la de crear una nueva religión sobre estos lineamientos, que traiga la redención a la humanidad operando desde una nueva revelación divina, ahora a su cargo.
Había reconocido explícitamente el valor de esta indagación de nuevas religiones el filósofo Schelling, el íntimo amigo de Hegel hasta entonces. En su discurso de octubre de 1815 en la Academia Bávara de Ciencias sobre los dioses de Samotracia afirma: «Nada más digno (de indagar) que aquello que había asegurado anteriormente la unión íntima entre los humanos y aquello que millares de seres, en gran parte, los mejores de su época, han reconocido como la más alta consagración de la vida», o sea la adoración a sus dioses y la consecuente unidad en la totalidad180. Siguiendo esta línea fundamental del pensamiento romántico de recuperación de la unidad nacional, el poeta Novalis (barón de Hardenberg) le escribe a Federico Schlegel en 1798: «Pienso fundar una religión»181. En esa misma línea, da un paso decisivo Hegel pretendiendo fundar «una religión popular que reemplace al cristianismo […] religión creadora de una civilización más armoniosa y más rica»182.
El poeta Hölderlin, el amigo y confidente de Hegel antes de perderse en la locura, escribe poemas al «Espíritu del Tiempo», «A la noche», a las «Erinias», y tres poemas dedicados a «Diótima», la maga consejera del daimon de Sócrates. Hegel le había dedicado a su amigo un poema, bastante malo pero revelador, titulado «Eleusis», que era el santuario de Deméter-Koré (Perséfone) donde se celebraban los cultos mistéricos y al que ingresó Dionisos (Sabazios), ahora Señor del Hades. A todos ellos aludía, también reverentemente, el tercer miembro del Bund, Schelling, en Las divinidades de Samotracia.
El objetivo de la acción conjunta de los tres amigos (Hegel, Schelling y Hölderlin) se transparenta en una abundante correspondencia. En la carta de enero de 1795 de Hegel a Schelling aparece esta exhortación: «El Reino de Dios viene, y que nuestras manos no estén ociosas en el regazo»183. Se refiere al reino sacralizado del dios mundanal, que ellos quieren construir y que todos deberemos reverenciar. (Cabe hacer notar que claramente desde 1827, Schelling retornó al teísmo cristiano hasta aproximarse al catolicismo y se convirtió en un decidido opositor de la religión de Hegel y de su «dios»).
Se trataba entonces de encontrar o de resucitar nuevas divinidades, nuevas revelaciones, nuevos cultos que lleven a los hombres a unirse en totalidades, pero que, consecuente con la eliminación de Dios y de su Revelación que había realizado el modernismo en su periodo iluminista, serán dioses y religiones seculares, o sea, inventadas por el hombre y originadas en un mundus donde tienen sus raíces. (En el ámbito de lo político, resulta clara la opción que hace aquí Hegel contra el individualismo atomista racionalista liberal del iluminismo, de la cual surgirán los nuevos totalitarismos políticos unificados en las que los autores denominan «religiones seculares» o «religiones sustitutivas»: comunismo, nacionalsocialismo y terrorismos políticos mágicos).184
Con esta posición Hegel completa y culmina genialmente el proceso del modernismo, pero será su último auténtico representante filosófico de envergadura.
La cultura modernista occidental ya había conseguido borrar de su horizonte de comprensión a Dios y a su Revelación divina; en general, dejaba de orientarse en esa dirección, convertida en una cultura centrada en los sentidos, en una «cultura sensista» como la rotula el sociólogo Pitirim Sorokin. Se siente ahora entre los románticos la necesidad de superarla inventando o reinventando nuevas religiones, ahora seculares. Este anhelo culminará en Hegel, que lo llevará a la perfección intelectual en su sistema de la ciencia. Solamente falta negar la Encarnación, el ingreso en el mundo del Hijo de Dios hecho hombre y sustituirla por otra.
Algunos especialistas hegelianos más perceptivos se dieron cuenta de que con este giro de su pensamiento hacia la creación de una nueva religión mundanal, aparece en Hegel una manipulación intelectual, una prestidigitación en la presentación de sus ideas seudotrascendentes, que le da un aspecto de mago ilusionista. Alexandre Koyré, uno de los grandes especialistas franceses, nos alerta ya en la década de los treinta, sobre ese aspecto del periodo de Jena: «Se tiene la impresión de asistir como testigo maravillado e impotente a una acrobacia sorprendente, a una especie de hechicería». Agrega que, a veces, cuesta persuadirse de que Hegel no se esté burlando de nosotros y que probablemente esté disimulando su verdadero pensamiento. «Se palpa un pensamiento que no se muestra. Probablemente se disimule»185. En un sentido similar opinan comentaristas como el gran politólogo Eric Voegelin en su trabajo titulado: «Sobre Hegel: Un estudio de brujería», donde sostiene que la Fenomenología del espíritu es «un grimorio Satánico», y Jacques D’Hondt, en su libro Hegel secreto, que lo incluye como miembro de la masonería, lo que es negado por la mayoría de los especialistas hegelianos. Aunque este último termina su documentado estudio diciendo: «Los esfuerzos de estos masones, al ayudar a Hegel en todo sentido, le permitieron elaborar una obra de la que, a decir verdad, no comprendían casi nada. Sentían obscuramente que ese jeroglífico significaba el alma de su tiempo y que encerraba en su secreto provisorio un prodigio, cuya naturaleza ignoraban pero cuya grandeza presentían»186.
Pienso que hacia allí tenemos que dirigirnos para entender el impacto de Hegel en la cultura de la modernidad. La masonería germánica de la época de Hegel estaba más orientada por el deísmo y más cercana a las ideas kantianas y burguesas en torno al reino de la virtud y al equilibrio social, de ahí sus luchas de poder e influencia contra el movimiento rosacruciano considerado más revolucionario. En ese ámbito cultural, que no les permitía entenderla bien ni precisar sus alcances, la filosofía de Hegel iba a operar como un barril de pólvora, que traería al mundo la revolución y la violencia extremas que harían explotar la cultura del modernismo, al llevarla a su máxima expresión. Veámoslo.