Capítulo 4
Denigración del sentido común y la oposición
del humanismo democrático

Ignorando o combatiendo esta importancia del sentido común y probablemente sin conocer estas fuentes filosóficas, los «progresistas» latinoamericanos, siguiendo al comunista italiano Antonio Gramsci, ironizan sobre lo que ellos llaman «sentido común», que confunden con lo que se llama «lugar común» en los idiomas castellano, italiano y francés, que se refiere a lo que repiten irreflexivamente los patanes.

El «sentido común» no es un amontonamiento de opiniones banales sobre cualquier cosa, esto es, en cualquier idioma, un «lugar común». El sentido común, según cualquier diccionario, es una facultad, una facultad que tiene originariamente toda persona humana si no está deformada por su cultura. Lo define el Diccionario ideológico de Casares: «Facultad que la generalidad de las personas tienen de juzgar razonablemente así las cosas». Otros lo definen: «Capacidad para ver y tratar las cosas correctamente. Juicio sano, sólido, firme». Precisamente, los norteamericanos lo denominan sound judgement.

Aunque parezca intrascendente, esta diferencia terminológica, a mi juicio, establece una quiebra radical entre lo que es la política en el sentido democrático clásico que hemos heredado de Grecia y el sentido que da a la política el modernismo.

He dedicado un libro a precisar la importancia que tiene, para una auténtica democracia, el respeto y la consideración al sentido común de la gente, cuyo título lo dice todo: Democracia práctica: para una ciudadanía con sentido común254. Sostengo allí que «cuando los que se autocalifican de “racionales” trasladaron su pretendida superioridad al campo de la política, hicieron perder a las decisiones políticas su necesario anclaje en la realidad cotidiana y en el sentido común de la gente, lo cual provocó buena parte de los horrores que hemos padecido en los últimos siglos».

El auténtico humanismo defiende el sentido común. El gran humanista que es Vico denunció permanentemente esta «vanidad de los doctos» y calificó a la filosofía de la modernidad como «la filosofía de la soberbia ilimitada». Siempre defendió el sentido común de las personas frente a la prepotencia de los racionales y de aquellos que pretenden altaneramente llevarnos por delante y arrearnos como si fuéramos ganado. Con gente como esta en los comandos de las sociedades no puede haber una auténtica democracia porque desprecian al pueblo y a su sentido común.

Descartes permanentemente zahería lo que denominaba le bon sens, y en mi libro transcribo una cita de Kant que es suficientemente ilustrativa: «El entendimiento común humano tiene por eso el dudoso y humillante honor de llevar el nombre de sentido común (sensus communis), de tal modo que por la palabra común se entiende lo que es vulgar, lo que se encuentra en todos lados, una cualidad que de ninguna manera otorga mérito ni ventaja alguna a los que la poseen» (pág. 21). Parecidas diatribas vomita Hegel en su Prefacio a la Fenomenología del espíritu contra «el sentido común y la inmediata revelación de la divinidad, que no se preocupan de cultivarse con la filosofía» y que son «la grosería sin forma ni gusto», «verdades triviales» que no tienen «ni vida, ni espíritu, ni verdad», un pobre sucedáneo como es la achicoria para el café255. Elegantemente elimina cualquier camino hacia el conocimiento de la verdad (Revelación Divina, sentido común, razonamiento propio, etc.) que no sea el suyo.

Confronto esta posición con las definiciones de este gran opositor del cartesianismo en su época de esplendor, Giambattista Vico (que cada día cobra más relevancia), que en su Ciencia nueva proféticamente anuncia que vamos a dejar atrás a la que denomina «Edad de los Héroes», la de aquellos que quieren dominar a los demás creyéndose superiores, para pasar a la «Edad de los Hombres», con gobiernos igualitarios y «lenguas epistolares» de hablares concertados, o sea, de orientaciones y sentidos establecidos de común acuerdo entre todos. En esta edad —nos dice— «los pueblos gobiernan con sentido común», que es esencial para la acción (t. I, pág. 18). Por algo Vico, anticipándose a los psicólogos actuales de la opresión, denunció que la barbarie reaparece siempre que se pierde el contacto humano con la realidad social cuando los seres humanos escapan hacia consideraciones puramente racionales, con lo que terminan «arrastrando a los hombres por las orejas». La califica adecuadamente como «la barbarie de la reflexión, que hace de ellos fieras inhumanas» (pág. 34).

Hoy en día, algunos sociólogos, siguiendo a Jean-Pierre Le Goff, sostienen que en la actualidad «el modernismo ciego», que como siempre lo ha hecho, tornó «ininteligibles y sin sentido al mundo y a la sociedad», continúa arrasándolos con la misma barbarie, pero que ahora es «barbarie edulcorada» porque le hacen creer al individuo que es soberano.

En el campo filosófico, los autores más recientes están comenzando a señalar que esta defensa del sentido común que hace Vico responde a la tradición del auténtico humanismo enfrentado a la barbarie del racionalismo desaforado. Ernesto Grassi, que fue durante diez años asistente de Heidegger en la Universidad de Friburgo, comienza así su trabajo sobre la prioridad del sentido común: «La Ciencia nueva de Vico opone a la metafísica tradicional y al racionalismo cartesiano el bosquejo de un nuevo método del pensamiento científico que al mismo tiempo toma la forma de un restablecimiento de la tradición humanista». Tras analizar las tendencias de varios humanistas del Renacimiento que reinterpretaban y afirmaban el sensus communis y de repudiar el concepto de unión de hombre y naturaleza negador de la libertad humana, que era el caballito de batalla de Espinosa y de Hegel, concluye su trabajo diciendo: «La suya es una defensa de una tradición a la que no se había prestado atención desde Descartes»256.

Precisamente, remontando esta tradición humanista, en mi libro sobre la filosofía política de Aristóteles, hago esta conexión del humanismo de Vico con el saber práctico de la política en Aristóteles, muestro el fundamental rechazo de este a las filosofías sociales basadas en la unidad racional y en un orden, impuestos a las sociedades políticas, así como a la primacía del todo sobre las partes, que es la base de la política modernista.

Contra la preferencia platónica «de origen órfico-pitagórico, por la unidad sobre la multiplicidad, que persigue eliminar de las sociedades la diversidad y la variedad en aras de la unidad, Aristóteles lo critica diciendo que no puede haber una comunidad propiamente política sin la variedad entre los ciudadanos que la componen. No hay en la polis una necesidad de unidad, sino solamente de concordia entre sus diferentes partes y de consenso (homonoia) dentro del mutuo afecto cívico (homophylia) respetando la “justicia política”. Igualdad no es uniformidad ni homogeneidad»257.

En la parte IX de ese libro titulada «El mensaje revolucionario de Aristóteles al mundo actual» (cuya lectura íntegra recomiendo), trato apropiadamente este asunto y muestro en el capítulo 3, titulado «El derrumbe del paradigma iluminista y la validez actual del paradigma aristotélico», que «para Aristóteles el autarchés es aquel que se dirige a sí mismo hacia el bien propio y el de los demás. Para los modernos, es el que construye racionalmente cosas y sistemas de pensamiento. La tarea de la modernidad será, desde Hobbes en adelante, tratar de matematizar todos los conocimientos, hasta en la ética, la política, la economía y las demás ciencias humanas que de por sí son morales, para construir un sistema unitario que por su cohesión deberán todos aceptar y que será válido independientemente del lugar, tiempo y circunstancias. Por algo la obra fundamental de Baruj Espinosa es la Ethica ordine geometrico demonstrata». Digo allí que con aguda intuición Vico va al meollo del error, cuando lo enunció en 1710 elegantemente en La sabiduría primitiva de los italianos258. «Los antiguos juzgaron que había que situar fuera de la Geometría la esfera de la prudencia, que no es regida por ninguna disciplina y por eso mismo es prudencia. Si uno introduce el método geométrico en la vida práctica, no hace otra cosa que empeñarse en ser loco, razonablemente».