Me froté los ojos mientras la azafata nos avisaba que por fin estábamos iniciando el descenso al aeropuerto de Orly. Mi empresa de marketing me había enviado a Paris para una reunión de trabajo, y aunque el vuelo me dejará completamente somnolienta, estaba encantada de poder visitar un país y una ciudad nueva.
Me estiré, me pasé los dedos por el pelo y me hice una coleta, sonriendo para mí misma mientras pensaba en el sueño que acababa de tener. Hace tan solo un mes, mi mejor amiga Marie me convenció para viajar con ella a un resort de vacaciones todo incluido en las islas Vírgenes. La mayoría del tiempo lo pase disfrutando del sol y de la arena, y follándome a un desconocido de lo más increíble que jamás había conocido. Era la primera vez en mi vida que hacía algo tan descarado, y era justo lo que necesitaba para ayudarme a superar la ruptura con mi ex.
De hecho, el isleño se llamaba Romeo y aunque no soy Julieta, y no había sido amor verdadero, fue genial. En mi sueño reviví algunas de las increíbles noches que pasamos. Si nunca has hecho el amor de noche en una playa tropical bajo las estrellas y la luna, entre copas de ponche de ron, lo siento por ti.
Ahora estaba lista para nuevas experiencias, y Francia parecía el país perfecto. Aquí no había playas tropicales, pero París seguía siendo una de las ciudades más románticas del mundo.
Quiero decir –venga hombre- ¿Francia?
Los besos con lengua[1], los condones con protuberancias[2], «un francés» como eufemismo de sexo oral, las mamadas[3]...
Todo se volvía más sexy aquí, ¡excepto la tortilla francesa, claro!
Mientras esperaba que se disolviera el tumulto del pasillo para poder salir del avión, inspeccioné mi aspecto en el espejito de mano que llevaba, me arreglé el pintalabios, me di unos toques de corrector debajo de los ojos, y decidí que ya no podía hacer más. No era como si fuese a reunirme con nadie hasta mañana, ni tampoco estaba intentando impresionar a nadie. Lo más probable es que fuese a comer algo y acto seguido a la cama nada más llegar al hotel, ya que tenía bastante jet lag a pesar de la siesta que me había echado atravesando el Atlántico.
Pasé el control de pasaportes, recogí mi maleta de la cinta, me dirigí a la aduana, y después tomé un taxi hasta el hotel. Y dos horas después de aterrizar ya estaba haciendo el check-in.
- Beth Johnson, con reserva a nombre de Doug & Draw Associates - le dije al hombre de recepción que hablaba inglés fluido. Y menos mal, porque lo que me quedaba del francés aprendido en el instituto dejaba mucho que desear.
- Ah, oui, aquí está, Mademoiselle -, dijo el hombre tras casi diez minutos tecleando con rapidez. - Está en la habitación tres-zero-uno, en el tercer piso. Puede dejar aquí sus maletas, y nuestro servicio de habitaciones se encargará de todo.
Llegué sin problema a mi habitación, aunque cuando abrí la puerta pensé que había entrado en la habitación de otra persona. En el centro de la habitación había una cama enorme king size.
Eso en sí no era lo extraordinario, pero si los pétalos de rosa esparcidos sobre el edredón. Un carrito del servicio de habitaciones cubierto con un mantel blanco junto a la cama contenía una bandeja de fresas con cobertura de chocolate, una botella de un champan francés caro y dos copas.
La habitación parecía una suite de luna de miel, y desde luego me encontraba aquí sola y por negocios. De hecho, el hombre con el que pensé que al final me casaría me había abandonado por una figura maternal meses atrás.
De no ser por mi Romeo de playa caribeña de las islas Vírgenes, aun seguiría siendo un caso de beneficencia, tomando antidepresivos como si se fuesen a acabar.
Llamé el teléfono de la habitación a la recepción para saber si había sido un error. Resultó que tenían un exceso de reservas para esa semana, y me habían ascendido de categoría, sin cargo alguno (aunque de todas formas la factura corría por parte de la empresa).
La camarera debía de haber tenido un descuido al no darse cuenta que yo no estaba aquí en mi luna de miel, y había preparado el cuarto para recibir a una pareja de recién casados. Si quería, me podían enviar a alguien para limpiar los pétalos de la habitación. También me dijo que podía disfrutar del champán y de las fresas como compensación por la confusión y las molestias.
¿Molestias? La única « molestia» era no tener un garçcon cachondo para compartir la cama.
Me pregunté si llamando a recepción y pidiendo uno accederían a mi petición.
Me metí una fresa en la boca y me desplome agotada sobre la cama. Había sido un viaje largo. ¿Por qué dormir en un avión era tan cansado como mantenerse despierto?
A lo mejor tenía que ver con el ruido constante y el movimiento del aparato que impedían que conciliara completamente el sueño, y me mantuviera en un tranquilo duermevela.
Tuve la tentación de meterme bajo las sábanas y dormirme tal cual, como el maquillaje y todo. Pero me arrepentiría de esa decisión a la mañana siguiente, y mi estomagó rugió protestando por el hecho de tener que sustentarse con una sola fresa. La comida que me dieron a bordo había sido horrible y de eso hacía muchas horas.
Cediendo, tomé el menú del servicio de habitaciones y me puse a buscar algo que pedir. Afortunadamente incluía la traducción al inglés de los platos. No tenía ninguna gana de caracoles ni nada exótico.
Me avisaron que mi cena llegaría aproximadamente en cuarenta y cinco minutos, y decidí que era tiempo más que suficiente para darme una ducha. Después podría irme derecha a la cama tan pronto como hubiera cenado. Rebuscando encontré dos albornoces, una montaña de toallas, y todos los artículos de tocador necesarios. Pensé que podría relajarme con el albornoz puesto hasta que llegara mi equipaje, por lo que me dispuse a preparar una ducha caliente y relajante.
Cuando salí, toda limpia y fresca, limpié el espejo y me tomé mi tiempo para mirarme. Siempre había entrenado mi físico duramente y me sentía orgullosa. Iba al gimnasio por lo menos cuatro veces por semana, evitaba en la medida de lo posible la comida basura, e intentaba sentarme en una pelota de entrenamiento cuando estaba frente al ordenador para fortalecer la base. Mis piernas eran largas y esbeltas por las horas que había pasado corriendo en la cinta y volviéndome una profesional de la elíptica, y aunque no tenia los abdominales marcados, al menos tenía el estomago plano.
Dándome cuenta que me había dejado el albornoz sobre la cama, colgué la toalla sobre la cortina de ducha y salí desnuda a la habitación para envolverme en el cómodo tejido de toalla que me esperaba.
Pero en cambio me detuve como un ciervo al que le alcanzan las luces largas, estupefacta ante la presencia de un hombre joven que me estaba mirando en mitad de la habitación. Claramente estaba tan en shock como yo, y me llevó un momento darme cuenta que me estaba trayendo la cena que había ordenado.
¿Es que el servicio de habitaciones francés no sabía que había que llamar antes de entrar?
- Pardonnez- moi, Madame, errr—Mademoiselle, solo le estaba trayendo la cena-, dijo el pobre tartamudeando, con los ojos fijos en mis pechos desnudos.
Hice lo que pude por taparme las partes importantes, una mano en la maraña rizada de entre las piernas, y la otra presionando contra los pezones. Aunque estaba convencida que el joven del servicio de habitaciones tenía unas vistas mejores que las mías, me encontré admirando un joven que me observaba intensamente.
Yo solo tenía veintidós años, pero el chico no podía tener más de dieciocho. Medía por lo menos 30 cm más que yo, grande para su edad, y con la constitución de un atleta. Supuse que por su figura esbelta los dos compartíamos el amor por salir a correr.
La idea de alguien cuatro años más joven que yo admirando mi cuerpo me emocionó, y mientras me movía lentamente hacia la cama pude ver como la forma bien definida de su polla se marcaba contra los pantalones del uniforme.
- Pas de probleme-, dije sonriendo maliciosamente. – El conserje ha debido de leerme la mente.
- Lo siento, no entiendo.
Me esforcé por recordar las palabras correctas.
- J’ ai faime.
Y lo dije en serio. Y deseé que se preguntara de qué tenía hambre, si de la cena que había encargado o de él.
Me detuve justo antes de agarrar el albornoz, y en un cambio de estado de ánimo, repentino y travieso, me acomodé en el borde de la cama reclinándome ligeramente, y en el proceso destapé la exquisitez de entre mis piernas y mis pechos juguetones. Sólo había estado anteriormente con un desconocido–Romeo, hace poco en las vacaciones de las islas Vírgenes, donde sentí la curiosidad de participar en otros encuentros sexuales casuales.
Oficialmente, había pedido pollo con una sofisticada salsa y champiñones.
¿Pero no era este chico lo que realmente quería, lo que había pedido subconscientemente –un encantador chico francés?
No sabía que esperar, pero desde luego que no iba a ser a que el chico joven de pie junto al carrito con la cena me sonriera y se me acercara.
- Mademoiselle, solo para que lo sepa, es nuestra obligación aquí atender todas las necesidades de nuestros huéspedes-. Sus ojos se toparon con los míos durante un momento antes de bajarlos para mirarme el triangulo de entre los muslos. - ¿Habría algo más que pueda hacer por usted esta noche?
Ladee la cabeza, jugando a ser tímida. En verdad, me ardía el interior con deseo. Podía sentir que de entre las piernas me emanaba un calor húmedo, y que mis pezones estaban tan firmes como dos firmes brotes rosados, apuntando hacia el cielo como si les fuera la vida en ello.
- ¿Cualquier necesidad?- le pregunté, asegurándome que no había ningún malentendido hacia donde me estaba dirigiendo.
- Si, Mademoiselle, todas las necesidades- dijo el chico. -Tous votre besoins.
Romeo era mayor y desde luego más experimentado que yo. Seguro que había estado con más mujeres que yo con hombres – dos, contando con Romeo.
Ahora era mi turno de ser la parte veterana, la parte seductora.
- En ese caso, no me vendría nada mal algo de compañía. Sabes, esta habitación se había dispuesto para una pareja de recién casados, y no tengo a nadie con quién disfrutarlo. ¿Te importaría acompañarme aquí, en la cama? Siéntete como en tu casa.
Aguanté la respiración – ahora venía el momento de la verdad. O estaba loca, cachonda, soltera, o este chico jovencito me deseaba tanto como yo a él.
El joven empleado del hotel, se quitó la chaqueta, se sacó la camisa blanca por fuera del pantalón. También se desabrochó el cinturón y los pantalones, pero no hizo ningún intento de sacarse la polla. Tomó la botella de champán, la descorchó, y nos sirvió una copa a cada uno. Tras darme mi copa, se sentó con cuidado junto a mí en la cama, con cuidado de no tocarme.
- Así es más cómodo, Mademoiselle - me dijo.
- ¿En serio? - pregunté. - ¿Estás seguro que estás del todo cómodo con esos pantalones? Parecen bastante apretados -. Tomé un sorbo de la copa.
Sonrió ampliamente y se levantó, moviéndose para colocarse justo delante de mí.
- Pues sí, el uniforme es algo ceñido. ¿A lo mejor a Mademoiselle no le importa si me desnudo como ella?
No esperó a que contestara, se bajó el pantalón de golpe, y su polla salió como un muelle, hacia arriba y tan rápido que golpeó contra la camisa que llevaba por fuera.
Gemí en silencio, juntando las piernas en un intento sin éxito de calmar parte de la tensión que me crecía por dentro. Le hice una indicación con una palmadita sobre la cama. En vez de venir a sentarse junto a mí, el chico se acercó, aun de pie, y dejando su rabo balancearse justo a la altura de mi cara.
- ¿Esto le gusta a Mademoiselle?-, preguntó, agarrándosela y acariciándose el largo del miembro. Su polla era suficientemente larga como para saber que me llenaría completamente, y ancha de sobra para que justo se la pudiera agarrar. Estaba circuncidado, y la abultada punta morada de su miembro estaba tan cerca de mi cara que no me pude resistir, se la agarré, y le di una chupada rápida.
Mi acto hizo que gimiera con intensidad, y el mozo se empujó hacia mí cuando quise apartarme, para poder metérmela del todo en mi boca. Casi me aparté por completo. A mi ex no se la chupaba de manera habitual, porque no era muy fan de la forma de su pene – la extra piel sobrante me daba mal rollo cuando me la metía en la boca-. Pero este miembro tan bonito estaba completamente limpio y arreglado, y tras un breve titubeo me eché para delante, agarré sus pelotas con una mano, y con la otra, me metí en la boca la punta de la polla.
Con calma chupe toda la parte superior de su pene, asegurándome que estuviera todo bien mojadito antes de empezar a tragarme cada centímetro de su miembro. Y mientras le acariciaba y toqueteaba el escroto, hacía que los testículos se le hincharán de excitación. Mi cabeza se movía arriba y abajo, tan adentro que llegaba a enterrar la nariz en el nido de pelo rizado desde donde le nacía la polla. Cuando empezó a agarrarme la cabeza por el pelo, follándome la boda, lo empujé. Quería que estuviera dentro de mí, y no quería que se corriera antes de lo necesario.
- Ah, Mademoiselle, eso fue maravilloso. Pero por favor, creo que me toca a mí devolverle el favor.
En un movimiento suave, me empujó de espaldas y se arrodillo frente a mí. Yo tenía el culo al borde de la cama, con las piernas abiertas, y él entre ellas. Me empezó a besar los muslos despacio, poco a poco subiendo con el cuerpo por el doblez de mis piernas. Hizo lo mejor que pudo para evitarme el coño, y me soplaba aire caliente encima cuando se disponía a continuar con la otra nalga de manera tierna y meticulosa.
Al final, sin poder contenerme más a su juego, le agarré la cabeza y se la guié hasta el centro. Tras esto, empezó a mordisquearme y chuparme los inflamados labios vaginales antes de meterme finalmente la legua entre ellos, y recorrer su lengua por la raja húmeda de mi coño. Se movió en torno a mi raja varias veces, intermitentemente de un lado a otro. Con cada inspiración, cada movimiento húmedo, podía sentirme cada vez más mojada. Se me estaba hinchando el clítoris y saliendo de su escondite con tanta succión.
Sabia sin lugar a duda, que este chaval ya había probado previamente estas actividades carnales, ya que sabía perfectamente donde tocarme, llevándome al límite del deseo antes de volver a parar. Llegó un momento en que se paró, se apartó de mi, y tomó un sorbo de champán. Antes de darme tiempo a preguntarle lo que estaba haciendo, se volvió hacia mí y me derramó un chorrito del espumoso sobre el coño. Mi respuesta fue apabullante – ahora tenía una sensación de burbujeo increíble haciéndome cosquillas en mis partes, y cuando volvió a lamerme y mordisquearme sentí su lengua agradablemente fresca, llevándome a una nueva sensación. Se dedicó varios minutos simplemente a cerciorarse que había lamido bien el caro champan, antes de encontrar una nueva prioridad.
Finalmente se quedó comiéndome intermitentemente el clítoris con la lengua, y no pude evitar dejar escapar un gritito mientras me estremecía completamente. En segundos me estaba succionando el chocho, lamiendo sin parar hasta que le enterré la cara en el coño y empecé a sentir olas y olas de alivio intenso.
Cuando terminé lo arrastré hacia mí, subiéndolo de nuevo a la cama, pero manteniéndolo entre mis piernas. Busqué su polla, más dura que antes, y sin mediar palabra se la guié hacia la entrada de mi coño. No os engañéis, esto no era un intento de follar. Tan pronto estaba a las puertas de mi coño, como dentro, hasta el fondo, rozándome con las pelotas. De inmediato me empezó a cabalgar, con su boca agarrando automáticamente uno de mis pezones. Al contrario de la suavidad con la que me había tratado el clítoris, me mordió con dureza, haciéndome gemir entre el dolor y el placer que me estaba produciendo. Nunca hasta entonces había entendido porqué a la hay gente que le gusta el sexo duro, y tengo que admitir que esa noche me persuadió.
Me follo sin piedad, forzándome con su polla mientras me atormentaba los pezones. En unos pocos minutos sus embestidas pasaron de largas y profundas, a cortas y frenéticas. No había duda alguna de lo que estaba pasando cuando se puso rígido, arqueando la espalda y bramando un grito animal de placer. Pude sentir como su lefa chorreaba en mi interior con cada espasmo de su polla.
Y tan pronto como empezó, terminó y nos tumbamos en la cama jadeando.
- Madame -, dijo intentando recuperar el aliento. - Confío que habrá quedado satisfecha.
Sonreí, y apreté amorosamente su polla desinflada.
- Si, estoy satisfecha-.
Nos quedamos tumbados un rato más, relajándonos del subidón antes de agarrar el albornoz y ponérmelo, y mientras él recogía su uniforme y se vestía. Cuando estuvimos listos, me dijo que se llamaba Pierre, y que si necesitaba de cualquier otro servicio de habitaciones que podía solicitarselo a él específicamente.
Cuando me quede sola de nuevo, me senté un momento, disfrutando de los momentos que acaba de vivir, y antes de echar un ojo a la ensalada en la bandeja de la cena. El pollo estaba ya frio, y la lechuga blanda, pero todo comestible. Mientras saboreaba la cena tardía me di cuenta que no me habían subido aun la ropa del lobby y con una picara sonrisita pensé en llamar a Pierre para que me arreglara la situación.
El único problema era si debía o no volver a ducharme primero, o esperar a que me acompañara mi servicio de habitaciones.
Me quedé dormida dándole vueltas, pero me desperté al rato justo después de medianoche, completamente despierta, sin ganas de volver a dormirme sin importarme la hora que fuese en Paris.
Eso es una ración de jet lag.
Llame por teléfono al servicio de habitaciones.
- Envíenme a Pierre a la habitación trescientos uno de inmediato. No estoy para nada satisfecha.
- Pero Mademoiselle, Pierre está a punto de terminar su turno.
- Me da igual
La voz al otro lado de la línea suspiró, pero sin sorpresa alguna.
Diez minutos después, llamaron a la puerta de manera vacilante. Ahí estaba Pierre medio dormido, llevaba puesto unos vaqueros de corte fit del color azul de moda y una camiseta sin mangas ceñida que le marcaba los pectorales y los abdominales. El pelo, aunque corto a los lados, lo llevaba de punta en la parte superior con un ligero tinte rojizo.
- Podías haber entrado como hiciste antes - le dije.
- Estoy oficialmente fuera de servicio, Mademoiselle, por lo que no tengo acceso a la llave maestra. ¿Necesita Mademoiselle de algún otro servicio?
- Puedes apostar que Mademoiselle necesita un servicio. ¿Has tenido alguna vez jet lag?
- Mais non, Mademoiselle.
- Te fastidia los ritmos del sueño. Antes cuando te fuiste, estaba tan cansada que casi no puede cenar, y luego me quede dormida. Me acabo de despertar, y me siento como si fuese por la mañana y me tocara ir a trabajar.
- ¿Qué necesita Mademoiselle esta vez?
Hice un movimiento con el brazo hacia la cama.- Mira. Es asqueroso. ¿Pétalos de rosa para una sola persona? Es de locos. Y una botella de champán. Si me la bebo toda yo sola, mañana estaré enferma. ¿Qué clase de hotel de cinco estrellas es este? ¿Es que queréis que los huéspedes vomiten en las alfombras estas tan caras de tenéis?
- ¡Oh no!
Serví dos copas. -Así que bébete tu parte y ayúdame a que estos pétalos de rosa sean de utilidad.
Nos bajamos las copas, por lo que serví dos más. Nos sentamos juntos en la cama.
- Y no apagaste las luces cuando me quede dormida. No me extraña que mi cuerpo piense que no es de noche.
Fue hasta el interruptor y apagó todas las luces excepto una en la esquina del techo, ajustando el reóstato para que estuviéramos en penumbra.
-¿Cuántas parejas de recién casados se han alojado en esta habitación?- pregunté.
Se encogió de hombros.
- No se. Muchas.
- ¿Has tenido alguna vez el caso de un hombre que haya abandonado por la tarde noche a su recién estrenada esposa?
Se detuvo un momento a pensar.
- No, Mademoiselle. Una vez un hombre dejo a su recién estrenada esposa, habiendo consumido alcohol y después de pelearse, pero fue en mitad de la noche.
-¿Cuántas veces te han pedido una pareja de recién casados que les acompañaras en la cama?
- Oh, nunca. Eso ocurre en las otras habitaciones, nunca en la suite nupcial.
- ¿En serio? ¿Te lo montas con los maridos o solo con las mujeres?
Se encogió de hombros.
- Intento satisfacer las necesidades de nuestros huéspedes, Mademoiselle. Algunas veces es la mujer la que quiere conmigo, otras es el hombre. Algunas veces el hombre solo quiere mirar, y otras me lo monto con los dos.
Claro, esto es Francia. Al fin y al cabo, donde vale todo.
Justo lo que necesitaba.
- ¿Sabes qué?- dije.
- ¿Qué?
- Si me despierto en mitad de la noche en mi casa y no me puedo dormir, simplemente saco el vibrador. A los diez minutos me quedo satisfecha y dormida, algunas vez sin ni siquiera apagarlo, hasta que las pilas se agotan.
No dijo nada.
- He traído el vibrador, pero no lo quiero. No estoy en casa, estoy en la ciudad más sexy del mundo.
Sonrió y dijo:
- Mademoiselle es muy sexy.
- Bébete otra copa y luego quítate la ropa-. Le dije. No me sentía seductora en absoluto. Eran casi las doce y media de la noche. No quería seducción. Quería follarme a un hombre, y follármelo con fuerza.
- Túmbate bocarriba. Si no la tienes como una piedra, me quejaré a tu supervisor por no satisfacer a los huéspedes.
En cuanto vi aquella polla dura y recta hacia arriba, el coño me empezó a chorrear. Esta noche Pierre era mi juguete, e iba a ser un premio compensatorio por todas esas noches miserables, tumbada sola en la cama en mi apartamento, sufriendo por mi ex Mike, demasiado deprimida para que el vibrador me animara.
Ni siquiera esperé a quitarme el albornoz. Salté encima de Pierre con las piernas abiertas, y coloqué los labios del coño sobre la punta de ese precioso cipote. Con un gritito de felicidad, bajé las caderas sintiendo la polla entrando y llenándome.
Esto era algo nuevo para mí. Mike se resistía si intentaba ponerme arriba; y con Romeo estando encima, me hizo sentir tan bien que no quise nada más.
Sentí como su miembro erecto presionaba dentro de mí un punto sensible, que me lleno de una deliciosa ola empalagosamente caliente y llena de pasión.
Me llevó un momento poder colocar los pies para que no me dolieran los tobillos, y saboreé la sensación de tener a Pierre dentro de mi mientras estaba arrodillada sobre él. Me masajeaba los pechos que colgaban, con mi pelo cayendo sobre él.
Controlé el movimiento. Pierre estaba ahí tumbado y me dejaba hacer, sujetándome por las manos cuando me reclinaba hacia atrás para poder sentir su polla frotándose contra la pared frontal del coño. Algunas veces moviendo las caderas para poder maximizar la fricción.
Cuando estuve lista, me incliné hacia delante sobre él invadiéndole, sintiendo la plenitud de su polla sobre mi pobre chocho ya inflamado; con la punta de su miembro presionándome el punto sensible hasta el fondo. Empecé a botar, arriba y abajo, un poco al principio, justo lo suficiente para hacerme sentir bien, y poco a poco aumentando el ritmo, con movimientos cortos, cada vez más rápido.
Ya no sabía quién era yo, ni él, solo experimentaba el placer de follar de manera rápida y dura, sintiendo como me acercaba más y más cerca al umbral del éxtasis.
Sentí como se me corría dentro justo antes de estar yo preparada, por lo que moví las caderas más rápido, aprovechando antes de que se le bajara la erección, y me corrí gritando de placer.
- Pierre-, dije.
- Oui Mademoiselle.
- Tengo mañana una importante reunión de trabajo, a las nueve en punto.
- ¿Ah, sí?
- Necesito encontrarme y verme lo mejor posible. Por lo que necesito que muy temprano, me despiertes y me folles sin piedad. ¿Queda claro Pierre?
- Perfectamente Mademoiselle.
- Bien. No te olvides.
Nos terminamos la botella de champán y me quedé de nuevo dormida, con sus brazos cubriéndome, su pecho caliente contras mi pecho, y nuestras bocas tan cerca que nuestros alientos se mezclaban.
Antes de quedarme profundamente dormida, me di cuenta que en alguna realidad alternativa, Mike y yo habríamos estado aquí, como verdaderos recién casados.
Y me alegré de estar sujetando a Pierre y no a Mike. Estaba agradecida que me hubiera dejado, porque de lo contrario, probablemente seguiría con él, comprometidos o casados, y nunca habría conocido a Romeo o Pierre.