Conclusión

¿Por qué los alemanes

lo hacen mejor?

El mundo parece más amenazador ahora que en ningún otro momento desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Cuando los alemanes miran a su alrededor, ven el populismo, la pandemia y la emergencia climática muy cerca. Es probable que las consecuencias del COVID-19 se prolonguen durante años y la crisis medioambiental muchos decenios más. Después de la guerra, Alemania vivió su división, la construcción del Muro de Berlín y la Guerra Fría, pero siempre pudo confiar en otros para salvaguardar su seguridad. Ahora esa sensación de estabilidad apuntalada desde fuera ha desaparecido. De hecho, en todo el mundo, muchos tienen puesta la mirada en ellos.

Buena parte de la solidez alemana aparece condensada en la personalidad de una mujer: Angela Merkel. Poco después de adelantar que no se presentaría como candidata a la cancillería en las siguientes elecciones, previstas para finales de 2021,[241] Merkel declaró que Alemania «necesita escribir un nuevo capítulo».[242] Que no abandonara su puesto de inmediato dio pie a que algunos detractores la acusaran de alargar innecesariamente su mandato. Sin embargo, durante todo ese supuesto hiato, sus índices personales de popularidad han seguido figurando entre los más altos obtenidos por un mandatario en cualquier lugar del mundo y han sido muy superiores a los de su propio partido democratacristiano. Cuando alguien le pregunta por su legado, se limita a responder: «No pienso en el lugar que ocuparé en la historia. Hago mi trabajo».[243] Cuanto más difíciles se han puesto las cosas, más ha destacado ella entre el resto de los dirigentes mundiales por su serenidad. Es posible que a algunos les haya parecido adusta, y entregada a su trabajo a la mayoría, pero ese era su estilo. Y no estaba dispuesta a cambiar.

Las responsabilidades que recaerán sobre la nueva generación de dirigentes serán enormes. ¿Qué Alemania les tocará presidir? Si algo nos han enseñado las turbulencias de los últimos años ha sido a no formular predicciones tajantes. Pero los retos inmediatos son importantes; 2021 es un «año superelectoral» en Alemania, con una serie de elecciones regionales que culminarán con las elecciones generales del mes de septiembre, las primeras sin Merkel desde hace una generación. Su partido comenzó el año sin saber quién tomará el relevo.

Tras varios aplazamientos a causa del COVID, la CDU celebró finalmente las elecciones a la presidencia del partido en enero de 2021. Armin Laschet, ministro presidente de Renania del Norte-Westfalia, el estado federado más poblado, se impuso por un estrecho margen. La diferencia con respecto a Friedrich Merz —más controvertido y conservador— fue muy reducida, síntoma de un partido que duda sobre qué camino seguir y que no quedó demasiado satisfecho con ese resultado. ¿Sus correligionarios estarían dispuestos a presentarlo como candidato para el puesto de canciller? Laschet, que se ajusta al prototipo convencional del político alemán como muñidor de acuerdos, se situó en la línea de salida al anunciar en un astuto movimiento una candidatura conjunta con otro contendiente, Jens Spahn. Entre ambos representan las dos alas de la CDU: Spahn más escorado a la derecha y Laschet inscrito en el ala centrista. Spahn se había enfrentado a Merkel en el momento de mayor afluencia de inmigrantes, cuando criticó su política de puertas abiertas, pero no tardaron en hacer las paces y Merkel lo incluyó en el núcleo decisor del partido. A sus cuarenta años, Spahn puede esperar, si bien su posición al frente del Ministerio de Salud durante la pandemia le permitió adquirir una experiencia envidiable en materia de gestión de crisis.

Como Merkel, Laschet es diestro en la articulación de coaliciones, tanto en el sentido concreto de la formación de Gobierno como en un sentido más amplio, entre diferentes corrientes de la vida política. En los años noventa, siendo diputado, formó parte de la «Pizza-Connection», un grupo de políticos democratacristianos y de Los Verdes que se reunían en la bodega de un restaurante italiano de Bonn —donde entonces tenía su sede el Bundestag— con el fin de identificar espacios de coincidencia entre sus respectivos partidos. En aquel momento, la iniciativa se consideró excéntrica o incluso subversiva. Ahora, cuando ambos partidos se preparan activamente para convivir dentro del Gobierno, parece un acierto. Laschet sigue manteniendo su red de contactos de aquel tiempo, muchos de los cuales entre tanto han pasado a ocupar puestos de responsabilidad política. Tras sendos periodos como diputado en el Bundestag y en el Parlamento Europeo, en 2017 accedió a la presidencia de Renania del Norte-Westfalia, donde gobierna en coalición con el FPD, el pequeño partido liberal. Su estilo fiable le ha cosechado elogios. Ese estado federado, con un PIB superior al de muchos países europeos, habrá sido un útil banco de pruebas para un posterior acceso al Gobierno del país.

Una CDU bajo la dirección de Merz habría tenido un perfil más definido. Habría podido recuperar a algunos votantes de derechas insatisfechos que ahora apoyan a la Alternativa para Alemania (AfD), pero a la vez habría ahuyentado a muchos centristas. Otra personalidad importante con vistas al futuro es Markus Söder, ministro presidente de Baviera y presidente de la Unión Social Cristiana, CSU, el partido hermano de la CDU. Por tradición, ambos partidos forman un bloque unido en la política nacional, con un candidato conjunto a la cancillería. La decisión se tenía que adoptar en abril de 2021 y se había animado a Söder a lanzarse al ruedo si los sondeos eran desfavorables para Laschet.[244]

Durante sus últimos meses al frente de la cancillería continuó siempre latente la sospecha de que Merkel —que estaba obteniendo sus mejores resultados en varios años en los sondeos de opinión gracias a su gestión de la pandemia del COVID-19— podría acabar optando por no retirarse. Era solo una ilusión. Alemania tiene ante sí un periodo de enormes cambios, pero no podrá contar con ella al timón. A muchos les inquieta cómo será la vida después de Mutti. Con razón.

En el Reino Unido, los ministros del Gobierno y gran parte de los medios de comunicación evitaron dar muestras de preocupación en público y apelaron al espíritu del blitz para «derrotar» al COVID-19. Volvió a resonar la retórica de la Segunda Guerra Mundial, la obsesión británica; en esta ocasión de manera bastante ostensible. La reina, en un gesto más emotivo, evocó We’ll Meet Again (Nos veremos de nuevo), la canción de Vera Lynn de los tiempos de la guerra. Pero cuando la pandemia se fue alargando mientras se intensificaba la nostalgia, empezó a quedar cada vez más patente que el periodo de 1939-1945 había sido el último en que el Reino Unido había vivido una experiencia de solidaridad social a escala nacional. ¿Volvería a manifestarse de nuevo ese espíritu? Una generación de dirigentes políticos había exacerbado las divisiones económicas, defraudando las expectativas de una población cuyo anhelo de vínculos comunitarios no se diferencia mucho del que puedan sentir los habitantes de otros países.

Llegado el verano de 2020, algunos periódicos británicos a los que jamás se les habría ocurrido decir nada positivo de Alemania —salvo para comentar su coraje a la hora de atajar penaltis en el fútbol— empezaban a preguntarse acongojados: ¿por qué los alemanes lo están haciendo mucho mejor? La pandemia intensificó en todo el mundo la impresión de que el Reino Unido estaba haciendo agua. La gente veía que algunos de los países más afectados —Estados Unidos y Brasil— estaban gobernados por populistas carismáticos de un talante muy parecido. Todos ellos —Johnson, Trump, Bolsonaro— habían llegado al poder como abanderados de una causa, impulsando guerras culturales internas y allende sus fronteras. Sabían identificar las líneas divisorias; en cambio, eran menos diestros en el arte de unir a la gente. Muchos alemanes habían adquirido el hábito de criticar su propia cultura, más deliberativa, tachándola de aburrida. La pandemia les llevó a valorar de nuevo sus ventajas.

El sentido de identidad nacional que desarrollaron los alemanes después de la guerra está basado en la vergüenza por el legado nazi y la aversión al mismo, junto con las lecciones que hubo que aprender. Esto ha ayudado a sortear las diversas crisis que ha tenido que afrontar el país en los últimos decenios. En Alemania no ha sido necesario recuperar valores que el mundo anglosajón había desdeñado perentoriamente como anticuados, como la familia, la responsabilidad personal y el papel del Estado. Simplemente no se habían perdido.

En el plano económico, una economía ya debilitada sufrirá nuevos embates, pero Alemania dispone de un seguro del que otros carecen. Tras años de schwarze Null, la política de austeridad que obligaba al Gobierno federal y a los estados federados a mantener el equilibrio presupuestario, la hacienda pública se encontró con un enorme excedente en sus manos. Durante años, se había criticado a Merkel por no incrementar el gasto, ni siquiera cuando la economía alemana iba viento en popa. Ella se resistía. La austeridad era su consigna. Igual que todas las personas deberían economizar en la medida de sus posibilidades, lo mismo debían hacer los estados, para poder disponer así de una reserva cuando llegara una crisis. Como ocurrió durante la pandemia del COVID-19, cuando el Gobierno pudo aportar ya muy pronto una primera inyección de 750.000 millones de euros a la economía; un esfuerzo asombroso, pero que pudo asumir con mayor facilidad que otros países anteriormente más despilfarradores. Aunque la política de austeridad se fue al garete, Merkel obtuvo su desquite con creces. Mientras la pandemia se extendía por toda Europa, las miradas del mundo entero estaban posadas en Alemania y todos se preguntaban por qué estaba capeando la situación mejor que otros. Alemania estaba fletando aviones para facilitar el regreso de los visitantes extranjeros a sus países. Estaba atendiendo a enfermos italianos, españoles y franceses. La proporción de pruebas de detección del virus realizadas dejaba en muy mal lugar a otros países. Para los políticos británicos era doloroso tener que enfrentarse a la pregunta de por qué los alemanes estaban haciendo mejor las cosas.

Como sus vecinos, Alemania también se comprometió a salvar el mayor número posible de empresas que la pandemia estaba empujando al borde de la quiebra. La diferencia ha sido que dispone de mucho mayor margen de maniobra y, por consiguiente, probablemente superará las turbulencias globales con menores perjuicios económicos y sociales. La llamada a la solidaridad podría asestar un golpe a las políticas extremistas y causar mella en el ascenso aparentemente inexorable de la Alternativa para Alemania (AfD). Las únicas elecciones regionales celebradas en 2020, en el mes de febrero, en la ciudad de Hamburgo, se saldaron con un retroceso del partido de extrema derecha y la reelección de una coalición entre el Partido Socialdemócrata y Los Verdes. Pocas semanas después se hizo pública una importante medida que las fases iniciales de la crisis del COVID-19 habían dejado en espera. La Oficina Federal de la Constitución decidió incluir en la lista oficial de organizaciones sospechosas de terrorismo a una parte de la AfD llamada Der Flügel (El Ala), que al poco tiempo se disolvió. Por primera vez, el Estado liberal demócrata presentaba batalla. Es sumamente prematuro anunciar el fin de la AfD —y una recesión prolongada podría favorecerla de nuevo—, pero también cabe la posibilidad de que su momento cumbre ya haya quedado atrás.

Los retos a largo plazo siguen estando tan claros como antes. El modelo económico alemán con su estilo metódico de proceder está teniendo dificultades para incorporar la tecnología de última generación. ¿Alemania está en condiciones de poder dar alcance a Estados Unidos y China en el desarrollo de vehículos eléctricos, de la inteligencia artificial y del aprendizaje virtual?

¿Y cuál será su lugar en el mundo? Cuando Merkel ya se acercaba al final de su último mandato, la revista Foreign Policy valoró negativamente su gobierno, haciéndose eco de un lugar común habitual entre los conservadores del cinturón de Washington. El artículo lo describía como una «gran coalición sin afecto» al frente de una política exterior «enigmática».[245] La crítica está en parte justificada, por lo menos en lo que respecta a su cuarto y último gobierno. Ante el caos provocado por Donald Trump y con el Reino Unido concentrado en la separación de Europa y convertido en una potencia más marginal, el camino estaba expedito para que Alemania pudiera imponerse con mayor firmeza, no solo desde el punto de vista del interés nacional sino también como referente ético. Merkel así lo hizo hasta cierto punto, pero se podría haber hecho mucho más y será necesario hacerlo en el futuro. Alemania tiene que ser menos ambigua en su relación con Rusia y con China, que en ambos casos plantean amenazas significativas, aunque distintas. Merkel fue dura con Rusia y más blanda con China. Laschet, y esto es preocupante, parece mostrarse más condescendiente con Moscú, pero podría ser un adversario más duro para Pekín.

Por lo que respecta al brexit, la advertencia de Katarina Barley, la anterior ministra de Economía, se materializó más pronto de lo que nadie había imaginado. Pocas semanas después de consumarse su salida de la Unión Europea, alemanes y franceses comenzaron a limitar sus contactos con el Reino Unido en materia de seguridad pese a la buena relación de cooperación mantenida anteriormente entre ese club de tres. El Reino Unido pasó del tercer al séptimo lugar entre los principales mercados de exportación para los productos alemanes. Gran Bretaña, antaño un modelo para la Alemania de postguerra, quedó relegada como un incordio distante. La política beligerante del Reino Unido solo contribuyó a endurecer la posición de Alemania y los otros veintiséis Estados miembros, que se mantuvieron asombrosamente unidos. El distanciamiento de Europa, un continente que Trump calificó como «rival»,[246] no resucitó la llamada relación especial de la que tan desesperadamente depende el Reino Unido para apuntalar la autopercepción de su peso internacional.

Mientras tanto, la realidad de la gestión de la crisis dejaba en un segundo plano los ataques infantiles lanzados en sus inicios por el Gobierno Johnson contra los expertos y las «elites», como por ejemplo la BBC, el cuerpo de funcionarios y las universidades. ¿Cuándo volverá a aflorar la Gran Bretaña más ilustrada, la sociedad abierta, tolerante, innovadora, compasiva que tanto admiraron varias generaciones de alemanes? Es posible que todavía tarde algún tiempo. En un artículo publicado en Die Zeit el día que el Reino Unido se separó de la Unión Europea, la autora alemana Bettina Schulz describía una experiencia compartida por muchos: «Cuando llegué a Gran Bretaña hace treinta años, Londres significaba la libertad para mí, una utopía viviente, un modelo de cómo podían convivir, trabajar juntas y amarse personas procedentes de todas partes del mundo. No había extranjeros. Todo el mundo estaba integrado».[247] El lamento alemán sobre el caos en que se había convertido el Reino Unido del brexit se refería a sus políticas, pero en modo alguno a su gente.

La política en esta nueva era será, en cualquier caso, más ardua en todos los países, incluida Alemania. Se seguirán cometiendo errores. Langsam aber sicher… Lento pero seguro. Este es el estilo alemán. La entrometida obsesión por las normas puede provocar un rechazo inmediato. La reticencia a innovar, a correr riesgos, a lanzarse a la aventura, puede tener un efecto paralizante. Sin embargo, esta manera puntillosa, reflexiva de proceder ha actuado como un escudo protector frente a los bandazos imprevistos y les ha permitido superar con éxito los cuatro momentos clave de la historia de la postguerra. Facilitó la recuperación del país tras los horrores nazis y lo ayudó a instaurar una nueva democracia con la adopción de la Ley Fundamental de 1949. Ha actuado como un amortiguador desde el movimiento contestatario de 1968 hasta la caída del Muro en 1989, la crisis de los refugiados de 2015 y todos los retos a los que ya ha tenido que responder Alemania en esta década que apenas acaba de comenzar.

En una alocución televisada pocas semanas después de empezar la crisis del COVID-19, Merkel hizo algo que raras veces han hecho los dirigentes alemanes. Invocó la guerra, pero en esa ocasión no para hacer hincapié en la culpa. «Nuestro país no se había enfrentado a un desafío tan grande desde la reunificación, no, desde la Segunda Guerra Mundial —dijo—; un reto que requiere con tanta urgencia la cooperación solidaria de todos nosotros».[248] Y a continuación se refirió en tono sombrío a las restricciones en la calle, a la intervención del Ejército, al control de los movimientos de la gente por parte del Estado. «Les aseguro que para una persona como yo, para quien la libertad de movimiento fue un derecho duramente conquistado, esas restricciones solo pueden estar justificadas si son absolutamente necesarias. Jamás se deberían contemplar a la ligera y en una democracia se deberían imponer solo de manera transitoria, pero ahora son vitales para salvar vidas». Las medidas de excepción no fueron un plato del gusto de esa mujer que había vivido los tiempos del comunismo y el Muro.

La inquietud y la deliberación como respuestas por defecto son, sin embargo, una garantía para el futuro muy superior a la arrogante improvisación de quienes en otros países creen ser más sabios, aunque en realidad no lo son. En palabras del arquitecto británico David Chipperfield: «Los alemanes expresan unas preocupaciones que todos deberíamos tener». O como dijo Martin Rennert, antiguo presidente de la Universidad de las Artes de Berlín, un judío de Brooklyn que lleva treinta años en Alemania: «Con todas sus imperfecciones, admiro cómo se hacen las cosas aquí. La manera inteligente de tomar las decisiones. Eso no garantiza que sean acertadas, pero el procedimiento tranquiliza». O en palabras de Paul Lever, exembajador del Reino Unido en Alemania: «Vivir en la Alemania actual, como yo tuve la suerte de poder hacer durante cinco años, significa experimentar plenamente las virtudes de la civilización europea y occidental».

Los alemanes todavía no pueden consentir que alguien sugiera que, en muchos aspectos, efectivamente hacen mejor las cosas. Les alarma la mera sugerencia de que podrían dar lecciones a otros. Reconozco que cuando empecé a concebir esta idea, la veía más como una hipótesis que verificar que como la constatación de una realidad. Pero a medida que iba examinando cómo han abordado su historia reciente, su manera de hacer política, su manera de hacer negocios, su manera de gestionar las crisis, su trato mutuo y su actitud en relación con el resto del mundo, fue aumentando mi convencimiento de que en efecto lo hacen mejor. Ignorar la madurez y la solidez emocionales de Alemania sería un error para los demás países, sobre todo en estos tiempos difíciles.

En conjunto, la historia de Alemania a lo largo de los últimos setenta y cinco años ha sido un éxito extraordinario. Ha instaurado un nuevo paradigma de estabilidad que, por diferentes motivos, otros países equivalentes, como Estados Unidos, Francia y el mío propio, el Reino Unido, todavía se esfuerzan por alcanzar. En los momentos difíciles, los países suelen buscar consuelo en la nostalgia de glorias pasadas, reales o imaginarias. Alemania, por su historia, no puede hacerlo.

En esta época de nacionalismo, contrailustración y miedo, Alemania es la mejor esperanza de Europa. Gran Bretaña se había considerado siempre como un modelo, Estados Unidos también, pero ambos países se han desentendido de su responsabilidad y la han derivado al resto del mundo. ¿Quién representará los valores europeos en un mundo en rápida transformación? ¿Quién se opondrá a los regímenes autoritarios? ¿Quién argumentará a favor de la democracia liberal? Alemania puede hacerlo, porque sabe qué es lo que ocurre cuando los países no aprenden las lecciones de la historia.

[241] La edición más reciente del libro es anterior a dichas elecciones. (N. de la T.).

[242] «Angela Merkels Erklärung im Wortlaut», Welt, 29 de octubre de 2018, welt.de/politik/deutschland/article182938128/Wurde-nicht-als-Kanzlerin-geboren-Angela-Merkels-Erklaerung-im-Wortlaut.html (consultado el 15 de marzo de 2020).

[243] Véase L. Barber y G. Chazan, «Angela Merkel warns EU: “Brexit is a wake-up call”», Financial Times, 15 de enero de 2020, ft.com/content/a6785028-35f1-11ea-a6d3-9a26f8c3cba4 (consultado el 16 de enero de 2020).

[245] N. Barkin, «You May Miss Merkel More Than You Think», Foreign Policy, 9 de marzo de 2020, foreignpolicy.com/2020/03/09/armin-laschet-merkels-pro-russia-china-friendly-successor (consultado el 9 de marzo de 2020).

[246] Face the Nation, CBS, 15 de julio de 2018. Véase también «Donald Trump calls the EU a foe during interview in Scotland – video», Guardian, 15 de julio de 2018, theguardian.com/us-news/video/2018/jul/15/donald-trump-calls-the-eu-a-foe-video (consultado el 15 de marzo de 2020).

[247] B. Schulz, «British Hypocrisy», Zeit, 31 de enero de 2020, zeit.de/politik/ausland/2020-01/great-britain-brexit-alienation-eu-withdrawal-english (consultado el 1 de febrero de 2020).

[248] «Fernsehansprache von Bundeskanzlerin Angela Merkel», Tagesschau, Das Erste, 18 de marzo de 2020.