En que trata cómo fue parte la buena compañía para tomar
a despertar sus deseos, y por qué manera comenzó el
Señor a darla alguna luz del engaño
que había traído.
1. Pues comenzando a gustar de la buena y santa conversación de esta monja, holgábame de oírla cuán bien hablaba de Dios, porque era muy discreta y santa. Esto a mi parecer en ningún tiempo dejé de holgarme de oírlo. Comenzóme a contar cómo ella había venido a ser monja por sólo leer lo que dice el Evangelio: «¡Muchos son los llamados y pocos los escogidos!».1 Decíame el premio que daba el Señor a los que todo lo dejan por Él. Comenzó esta buena compañía a desterrar las costumbres que había hecho la mala y a tornar a poner en mi pensamiento deseo de las cosas eternas y a quitar algo de la gran enemistad que tenía con ser monja, que se me había puesto grandísima; y si vía alguna tener lágrimas cuando rezaba, u otras virtudes, habíala mucha envidia, porque era tan recio mi corazón en este caso que, si leyera toda la pasión, no llorara una lágrima. Esto me causaba pena.
2. Estuve año y medio en este monesterio harto mijorada;° comencé a rezar muchas oraciones vocales y a procurar con todas me encomendasen a Dios, que me diese el estado en que le había de servir; mas todavía deseaba no fuese monja, que éste no fuese Dios servido de dármele, anque también temía el casarme.
A cabo de este tiempo que estuve aquí, ya tenía más amistad2 de ser monja, anque no en aquella casa, por las cosas más virtuosas que después entendí tenían, que me parecían extremos demasiados; y había algunas de las más mozas que me ayudaban en esto, que si todas fueran de un parecer, mucho me aprovechara. También tenía yo una grande amiga en otro monesterio,3 y esto me era parte para no ser monja, si lo hubiese de ser, sino adonde ella estaba. Miraba más el gusto de mi sensualidad4 y vanidad, que lo bien que me estaba a mi alma. Estos buenos pensamientos de ser monja me venían algunas veces y luego se quitaban, y no podía persuadirme a serlo.
3. En este tiempo, anque yo no andaba descuidada de mi remedio, andaba más ganoso5 el Señor de disponerme para el estado que me estaba mijor. Dióme una gran enfermedad, que hube de tornar en6 casa de mi padre. En estando buena, lleváronme en casa de mi hermana,7 que residía en un aldea, para verla, que era extremo el amor que me tenía y a su querer no saliera yo de con ella,8 y su marido también me amaba mucho, al menos mostrábame todo regalo, que an esto debo más al Señor, que en todas partes siempre le he tenido, y todo se lo servía como la que soy.
4. Estaba en el camino un hermano de mi padre,9 muy avisado y de grandes virtudes, viudo, a quien también andaba el Señor dispuniendo para sí, que en su mayor edad dejó todo lo que tenía y fue fraile, y acabó de suerte que creo goza de Dios. Quiso que me estuviese con él unos días. Su ejercicio eran buenos libros de romance y su hablar era lo más ordinario de Dios y de la vanidad del mundo. Hacíame le leyese, y anque no era amiga de ellos, mostraba que sí; porque en esto de dar contento a otros he tenido extremo, anque a mí me hiciese pesar; tanto que en otras fuera vitud y en mí ha sido gran falta, porque iba muchas veces muy sin discreción.
¡Oh, válame Dios, por qué términos me andaba Su Majestad dispuniendo para el estado en que se quiso servir de mí, que; sin quererlo yo, me forzó a que me hiciese fuerza! Sea bendito por siempre, amén.
5. Anque fueron los días que estuve pocos, con la fuerza que hacían en mi corazón las palabras de Dios, ansí leídas como oídas, y la buena compañía, vine a ir entendiendo la verdad de cuando niña, de que no era todo nada,10 y la vanidad del mundo, y cómo acababa en breve, y a temer, si me hubiera muerto, cómo me iba a el infierno. Y anque no acababa mi voluntad de enclinarse a ser monja, vi era el mijor y más siguro° estado; y ansí poco a poco me determiné a forzarme para tomarle.
6. En esta batalla estuve tres meses, forzándome a mí mesma° con esta razón: que los trabajos y pena de ser monja no podía ser mayor que la del purgatorio, y que yo había bien merecido el infierno; que no era mucho estar lo que viviese como en purgatorio, y que después me iría derecha a el cielo, que éste era mi deseo. Y en este movimiento de tomar estado, más me parece me movía un temor servil que amor.
Poníame11 el demonio que no podría sufrir los trabajos12 de la relisión, por ser tan regalada. A esto me defendía con los trabajos que pasó Cristo, porque no era mucho yo pasase algunos por él; que él me ayudaría a llevarlos debía pensar, que esto postrero no me acuerdo. Pasé hartas tentaciones estos días.
7. Habíanme dado, con unas calenturas, unos grandes desmayos, que siempre tenía bien poca salud. Dióme la vida haber quedado ya amiga de buenos libros: leía en las Epístolas de San Jerónimo,13 que me animaban de suerte que me determiné a decirlo a mi padre, que casi era como a tomar el hábito; porque era tan honrosa,14 que me parece no tornara atrás por ninguna manera habiéndolo dicho una vez. Era tanto lo que me quería, que en ninguna manera lo pude acabar con él, ni bastaron ruegos de personas que procuré le hablasen. Lo que más se pudo acabar15 con él fue que después de sus días haría lo que quisiese. Yo ya me temía a mí y a mi flaqueza no tornase atrás, y ansí no me pareció me convenía esto, y procurélo por otra vía como ahora diré.