Prosigue en las grandes enfermedades que tuvo y la
paciencia que el Señor le dio en ellas, y cómo saca de los
males bienes, sigún° se verá en una cosa que le acaeció
en este lugar que se fue a curar.
1. Olvidé de decir cómo en el año del noviciado pasé grandes desasosiegos con cosas que en sí tenían poco tomo,1 mas culpábanme sin tener culpa hartas veces; yo lo llevaba con harta pena y imperfeción, anque con el gran contento que tenía de ser monja todo lo pasaba. Como me vían procurar soledad y me vían llorar por mis pecados algunas veces, pensaban era descontento, y ansí lo decían.
Era aficionada a todas las cosas de relisión, mas no a sufrir ninguna que pareciese menosprecio. Holgábame de ser estimada. Era curiosa2 en cuanto hacía. Todo me parecía virtud; anque esto no me será disculpa, porque para todo sabía lo que era procurar mi contento, y ansí la inorancia no quita la culpa. Alguna tiene no estar fundado el monesterio en mucha perfeción; yo como ruin íbame a lo que vía falto y dejaba lo bueno.
2. Estaba una monja entonces enferma de grandísima enfermedad y muy penosa, porque eran unas bocas3 en el vientre, que se le habían hecho de opilaciones,4 por donde echaba lo que comía; murió presto de ello. Yo vía a todas temer aquel mal; a mí hacíame gran envidia su paciencia. Pedía a Dios que, dándomela ansí a mí, me diese las enfermedades que fuese servido. Ninguna me parece temía, porque estaba tan puesta en ganar bienes eternos, que por cualquier medio me determinaba a ganarlos. Y espántome, porque an no tenía, a mí parecer, amor a Dios como después que comencé a tener oración me parecía a mí le he tenido, sino una luz5 de parecerme todo de poca estima lo que se acaba y de mucho precio los bienes que se pueden ganar con ello, pues son eternos.
También me oyó en esto Su Majestad, que antes de dos años estaba tal que, anque no el mal de aquella suerte, creo no fue menos penoso y trabajoso el que tres años tuve, como ahora diré.
3. Venido el tiempo que estaba aguardando en el lugar que digo que estaba con mi hermana para curarme,6 lleváronme, con harto cuidado de mi regalo, mi padre y hermana y aquella monja mi amiga, que había salido conmigo, que era muy mucho lo que me quería.
Aquí comenzó el demonio a descomponer mi alma, anque Dios sacó de ello harto bien. Estaba una persona de la Ilesia,° que risidía° en aquel lugar adonde me fui a curar,7 de harto buena calidad y entendimiento: tenía letras, anque no muchas. Yo comencéme a confesar con él, que siempre fui amiga de letras, anque gran daño hicieron a mi alma confesores medio letrados; porque no los tenía de tan buenas letras como quisiera. He visto por espiriencia que es mijor, siendo virtuosos y de santas costumbres, no tener ningunas;8 porque ni ellos se fían de sí sin preguntar a quien las tenga buenas, ni yo me fiara; y buen letrado nunca me engañó. Estotros° tampoco me debían de querer engañar, sino9 no sabían más: yo pensaba que sí, y que no era obligada a más de creerlos,10 como era cosa ancha11 lo que me decían, y de más libertad; que si fuera apretada yo soy tan ruin que buscara otros. Lo que era pecado venial decíanme que no era ninguno. Lo que era gravísimo mortal, que era venial. Esto me hizo tanto daño, que no es mucho lo diga aquí, para aviso de otras de tan gran mal, que para delante de Dios bien veo no me es disculpa, que bastaban ser las cosas de su natural no buenas para que yo me guardara de ellas. Creo permitió Dios por mis pecados ellos se engañasen y me engañasen a mí: yo engañé a otras hartas con decirles lo mesmo que a mí me habían dicho.
Duré en esta ceguedad creo más de diecisiete,12 hasta que un padre dominico, gran letrado,13 me desengañó en cosas, y los de la Compañía de Jesús del todo me hicieron tanto temer, agraviándome tan malos principios, como después diré.
4. Pues comenzándome a confesar con este que digo14 él se aficionó en extremo a mí, porque entonces tenía poco que confesar para lo que después tuve, ni lo había tenido después de monja. No fue la afeción de éste mala, mas de demasiada afeción venía a no ser buena. Tenía entendido de mí que no me determinaría a hacer cosa contra Dios que fuese grave por ninguna cosa, y él también me asiguraba lo mesmo, y ansí era mucha la conversación. Mas mis tratos entonces, con el embebecimiento de Dios que traía, lo que más gusto me daba era tratar cosas de Él; y como era tan niña, hacíale confusión ver esto, y con la gran voluntad que me tenía, comenzó a declararme su perdición; y no era poca, porque había casi siete años que estaba en muy peligroso estado, con afeción y trato con una mujer del mesmo lugar y con esto decía misa. Era cosa tan pública, que tenía perdida la honra y la fama, y nadie le osaba hablar contra esto. A mí hízoseme gran lástima, porque le quería mucho, que esto tenía yo de gran liviandad y ceguedad, que me parecía virtud ser agradecida y tener ley a quien me quería. ¡Maldita sea tal ley que se estiende hasta ser contra la de Dios! Es un desatino que se usa en el mundo, que me desatina; que debemos todo el bien que nos hacen a Dios, y tenemos por virtud, anque sea ir contra Él, no quebrantar esta amistad. ¡Oh ceguedad de mundo! ¡Fuérades Vos servido, Señor, que yo fuera ingratísima contra todo él, y contra Vos no la fuera un punto! Mas ha sido todo al revés por mis pecados.
5. Procuré saber y informarme más de personas de su casa; supe más la perdición, y vi que el pobre no tenía tanta culpa; porque la desventurada de la mujer le tenía puestos hechizos en un idolillo de cobre que le había rogado le trajese por amor a ella a el cuello, y éste nadie había sido poderoso de podérsele quitar.15
Yo no creo es verdad esto de hechizos determinadamente, mas diré esto que yo vi, para aviso de que se guarden los hombres de mujeres que este trato quieren tener y crean que, pues pierden la vergúenza16 a Dios (que ellas más que los hombres son obligadas a tener honestidad), que ninguna cosa de ellas pueden confiar; que, a trueco de llevar adelante su voluntad y aquella afeción que el demonio les pone, no miran nada. Anque yo he sido tan ruin, en ninguna de esta suerte yo no caí, ni jamás pretendí hacer mal ni, anque pudiera, quisiera forzar la voluntad para que me la tuvieran, porque me guardó el Señor de esto; mas si me dejara, hiciera el mal que hacía en lo demás, que de mí ninguna cosa hay que fiar.
6. Pues, como supe esto, comencé a mostrarle más amor: mi intención buena era, la obra mala; pues por hacer bien, por grande que sea, no había de hacer un pequeño mal. Tratábale muy ordinario de Dios: esto debía aprovecharle anque más creo le hizo al caso el quererme mucho; porque, por hacerme placer, me vino a dar el idolillo, el cual le hice echar luego en un río. Quitado éste, comenzó como quien despierta de un gran sueño a irse acordando de todo lo que había hecho aquellos años; y espantándose de sí, doliéndose de su perdición, vino a comenzar a aborrecerla. Nuestra Señora le debía ayudar mucho, que era muy devoto de su Conceción, y en aquel día hacía gran fiesta. En fin, dejó del todo de verla y no se hartaba de dar gracias a Dios por haberle dado luz.
A cabo de un año en punto, desde el primer día que yo le vi, murió; y había estado muy en servicio de Dios, porque aquella afición grande que me tenía, nunca entendí ser mala, anque pudiera ser con más puridad:17 mas también hubo ocasiones para que, si no se tuviera muy delante a Dios, hubiera ofensas suyas más graves. Como he dicho, cosa que yo entendiera era pecado mortal, no la hiciera entonces; y paréceme que le ayudaba a tenerme amor ver esto en mí; que creo todos los hombres deben ser más amigos de mujeres que ven enclinadas a virtud; y an para lo que acá pretenden deben de ganar con ellos más por aquí, sigún después diré. Tengo por cierto está en carrera de salvación. Murió muy bien y muy quitado18 de aquella ocasión; parece quiso el Señor que por estos medios se salvase.
7. Estuve en aquel lugar tres meses con grandísimos trabajos,19 porque la cura fue más recia que pedía mi complexión: a los dos meses, a poder20 de medicinas, me tenía casi acabada la vida, y el rigor del mal de corazón de que me fui a curar era mucho más recio, que algunas veces me parecía con dientes agudos me asían de él, tanto que se temió era rabia. Con la falta grande de virtud (porque ninguna cosa podía comer, si no era bebida, de grande hastío), calentura muy contina, y tan gastada, porque casi un mes me habían dado una purga cada día, estaba tan abrasada, que se me comenzaron a encoger los nervios, con dolores tan incomportables,21 que día ni noche ningún sosiego podía tener; una tristeza muy profunda.
8. Con esta ganancia me tornó a traer mi padre adonde tornaron a verme médicos. Todos me desahuciaron, que decían sobre todo este mal, decían estaba hética.22 De esto se me daba a mí poco; los dolores eran los que me fatigaban, porque eran en un ser23 desde los pies hasta la cabeza: porque de niervos° son intolerables, sigún decían los médicos, y como todos se encogían, cierto —si yo no lo hubiera por mi culpa perdido— era recio tormento.
En esta reciedumbre no estaría más de tres meses, que parecía imposible poderse sufrir tantos males juntos. Ahora me espanto y tengo por gran merced del Señor la paciencia que Su Majestad me dio, que se vía claro venir de Él. Mucho me aprovechó para tenerla haber leído la historia de Job en los Morales de San Gregorio,24 que parece previno el Señor con esto y con haber comenzado a tener oración, para que yo lo pudiese llevar con tanta conformidad. Todas mis pláticas25 eran con Él. Traía muy ordinario estas palabras de Job en el pensamiento y decíalas: Pues recibimos los bienes de la mano del Señor, ¿por qué no sufriremos los males?26 Esto parece me ponía esfuerzo.
9. Vino la fiesta de Nuestra Señora de Agosto, que hasta entonces desde abril había sido el tormento, anque los tres postreros meses mayor. Di priesa a confesarme, que siempre era muy amiga de confesarme a menudo. Pensaron que era miedo de morirme; y por no me dar pena mi padre no me dejó. ¡Oh amor de carne demasiado, que anque sea de tan católico padre y tan avisado (que lo era harto, que no fue inorancia) me pudiera hacer gran daño! Dióme aquella noche un parajismo° que me duró estar sin ningún sentido cuatro días poco menos. En esto me dieron el sacramento de la Unción, y cada hora y memento° pensaban espiraba, y no hacían sino decirme el Credo, como si alguna cosa entendiera. Teníanme a veces por tan muerta, que hasta la cera me hallé después en los ojos.
10. La pena de mi padre era grande de no me haber dejado confesar; clamores y oraciones a Dios, muchas. Bendito sea Él, que quiso oírlas, que tiniendo día y medio abierta la sepoltura en mi monesterio, esperando el cuerpo allá, y hechas las honras en uno de nuestros frailes fuera de aquí, quiso el Señor tornase en mí. Luego me quise confesar. Comulgué con hartas lágrimas, mas a mi parecer que no eran con el sentimiento y pena de sólo haber ofendido a Dios, que bastara para salvarme, si el engaño que traía de los que me habían dicho no eran algunas cosas pecado mortal, que cierto he visto después lo eran, no me aprovechara. Porque los dolores eran incomportables, con que quedé; el sentido poco, anque la confesión entera, a mi parecer, de todo lo que entendí había ofendido a Dios; que esta merced me hizo Su Majestad, entre otras, que nunca después que comencé a comulgar, dejé cosa por confesar que yo pensase era pecado, anque fuese venial, que le dejase de confesar; mas sin duda me parece que lo iba harto mi salvación27 si entonces me muriera, por ser los confesores tan poco letrados por una parte, y por otra ser yo ruin, y por muchas.
11. Es verdad, cierto, que me parece estoy con tan gran espanto llegando aquí y viendo cómo parece me resucitó el Señor, que estoy casi temblando entre mí. Paréceme fuera bien, oh ánima mía, que miraras del peligro que el Señor te había librado, y ya que por amor no le dejabas de ofender, lo dejaras por temor, que pudiera otras mil veces matarte en estado más peligroso. Creo no añado muchas en decir otras mil, anque me riña quien me mandó moderase el contar mis pecados, y harto hermoseados van.
Por amor de Dios le pido de mis culpas no quite nada, pues se ve más aquí la manificencia de Dios y lo que sufre a un alma. Sea bendito para siempre: plega a Su Majestad que antes me consuma que le deje yo más de querer.