Trata por qué términos comenzó el Señor a despertar
su alma y darla luz en tan grandes tinieblas y a fortalecer
sus virtudes para no ofenderle.
1. Pues ya andaba mi alma cansada y, anque quería, no la dejaban descansar las ruines costumbres que tenía. Acaecióme que, entrando un día en el oratorio vi una imagen que habían traído allí a guardar, que se había buscado para cierta fiesta que se hacía en casa. Era de Cristo muy llagado1 y tan devota que, en mirándola, toda me turbó de verle tal, porque representaba bien lo que pasó por nosotros. Fue tanto lo que sentí de lo mal que había agradecido aquellas llagas, que el corazón me parece se me partía: y arrojéme cabe él con grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole me fortaleciese ya de una vez para no ofenderle.
2. Era yo muy devota de la gloriosa Madalena, y muy muchas veces pensaba en su conversión, en especial cuando comulgaba, que como sabía estaba allí cierto2 el Señor dentro de mí, poníame a sus pies, pareciéndome no eran de desechar mis lágrimas; y no sabía lo que decía (que harto hacía quien por sí me las consentía derramar, pues tan presto se me olvinación hacia 1600 representando a la Piedad con un Cristo llagado en el redaba aquel sentimiento) y encomendábame aquesta3 gloriosa santa para que me alcanzase perdón.4
3. Mas esta postrera vez de esta imagen que digo, me parece me aprovechó más, porque estaba ya muy desconfiada de mí y ponía toda mi confianza en Dios. Paréceme le dije entonces que no me había de levantar de allí hasta que hiciese lo que le suplicaba. Creo cierto me aprovechó, porque fui mijorando mucho desde entonces.
4. Tenía este modo de oración: que, como no podía discurrir con el entendimiento, procuraba representar a Cristo dentro de mí, y hallábame mijor, a mi parecer, de las partes5 adonde le vía más solo. Parecíame a mí que, estando solo y afligido, como persona necesitada, me había de admitir a mí. De estas simplicidades tenía muchas; en especial me hallaba muy bien en la oración del huerto: allí era mi acompañarle. Pensaba en aquel sudor y afleción° que allí había tenido, si podía; deseaba limpiarle aquel tan penoso sudor, mas acuérdome que jamás osaba determinarme a hacerlo, como6 se me representaban mis pecados tan graves. Estábame allí lo más que me dejaban mis pensamientos con Él, porque eran muchos los que me atormentaban. Muchos años las más noches, antes que me durmiese, cuando para dormir me encomendaba a Dios, siempre pensaba un poco en este paso de la oración del Huerto, an desde que no era monja,7 porque me dijeron se ganaban muchos perdones,8 y tengo para mí que por aquí ganó muy mucho mi alma, porque comencé a tener oración sin saber qué era; y ya la costumbre tan ordinaria me hacía no dejar esto, como el no dejar de santiguarme para dormir.
5. Pues tornando a lo que decía de el tormento que me daban los pensamientos, éste tiene este modo de proceder sin discurso del entendimiento, que el alma ha de estar muy ganada u perdida, digo perdida la consideración. En aprovechando, aprovecha mucho, porque es en amar. Mas para llegar aquí es muy a su costa, salvo a personas que quiere el Señor muy en breve llegarlas a oración de quietud, que yo conozco algunas: para las que van por aquí, es bueno un libro para presto recogerse. Aprovechábame a mí también ver campo u agua, flores: en estas cosas hallaba yo memoria9 del Criador; digo que me despertaban y recogían y servían de libro; y en mi ingratitud y pecados. En cosas de el cielo ni en cosas subidas, era mi entendimiento tan grosero que jamás por jamás las pude imaginar, hasta que por otro modo el Señor me las representó.
6. Tenía tan poca habilidad para con el entendimiento representar cosas, que si no era lo que vía, no me aprovechaba nada de mi imaginación, como hacen otras personas que pueden hacer representaciones adonde se recogen. Yo sólo podía pensar en Cristo como hombre, mas es ansí que jamás le pude representar en mí, por más que leía su hermosura y vía imágines, sino como quien está ciego u ascuras,° que anque habla con una persona y ve que está con ella, porque sabe cierto que está allí (digo que entiende y cree que está allí, mas no la ve), de esta manera me acaecía a mí cuando pensaba en nuestro Señor. A esta causa era tan amiga de imágenes. ¡Desventurados de los que por su culpa pierden este bien! Bien parece que no aman a el Señor, porque si le amaran holgáranse de ver su retrato, como acá an da contento ver el de quien se quiere bien.
7. En este tiempo me dieron las Confesiones de San Agustín,10 que parece el Señor lo ordenó, porque yo no las procuré ni nunca las había visto. Yo soy muy aficionada a San Agustín, porque el monesterio adonde estuve seglar era de su Orden;11 y también por haber sido pecador, que en los santos que después de serlo el Señor tornó a Sí, hallaba yo mucho consuelo, pareciéndome en ellos había de hallar ayuda y que, como los había el Señor perdonado, podía hacer a mí; salvo que una cosa me desconsolaba, como he dicho: que a ellos sólo una vez los había el Señor llamado, y no tornaban a caer, y a mí eran ya tantas, que esto me fatigaba. Mas considerando en el amor12 que me tenía, tornaba a animarme, que de su misericordia jamás desconfié; de mí muchas veces.
8. ¡Oh, válame Dios, cómo me espanta la reciedumbre que tuvo mi alma con tener tantas ayudas de Dios! Háceme estar temerosa lo poco que podía conmigo, y cuán atada me vía para no me determinar a darme del todo a Dios.
Como comencé a leer las Confesiones, paréceme me vía yo allí: comencé a encomendarme mucho a este glorioso santo. Cuando llegué a su conversión y leí cómo oyó aquella voz en el Huerto, no me parece sino que el Señor me la dio a mí sigún sintió mi corazón: estuve por gran rato que toda me deshacía en lágrimas, y entre mí mesma con gran afleción y fatiga. ¡Oh, qué sufre un alma, válame Dios, por perder la libertad que había de tener de ser señora, y qué de tormentos padece! Yo me admiro ahora, cómo podía vivir en tanto tormento; sea Dios alabado que me dio vida para salir de muerte tan mortal.
9. Paréceme que ganó grandes fuerzas mi alma de la Divina Majestad, y que debía oír mis clamores y haber lástima de tantas lágrimas. Comenzóme a crecer la afeción de estar más tiempo con Él, y a quitarme de los ojos13 las ocasiones, porque quitadas, luego me volvía a amar a Su Majestad; que bien entendía yo, a mi parecer, le amaba, mas no entendía en qué está el amar de veras a Dios, como lo había de entender.
No me parece acababa yo de disponerme a quererle servir, cuando Su Majestad me comenzaba a tornar a regalar. No parece sino que lo que otros procuran con gran trabajo adquirir granjeaba el Señor conmigo que yo lo quisiese recibir, que era ya en estos postreros años darme gustos y regalos.14 Suplicar yo me los diese, ni ternura de devoción, jamás a ello me atreví: sólo le pedía me diese gracia para que no le ofendiese y me perdonase mis grandes pecados. Como los vía tan grandes, an desear regalos ni gusto nunca de advertencia osaba; harto me parece hacía su piadad y con verdad hacia mucha misericordia conmigo en consentirme delante de Sí y traerme a su presencia, que vía yo, si tanto Él no lo procurara, no viniera.
Sólo una vez en mi vida me acuerdo pedirle15 gustos, estando con mucha sequedad; y como advertí lo que hacía, quedé tan confusa, que la mesma fatiga de verme tan poco humilde me dio lo que me había atrevido a pedir. Bien sabía yo era lícito pedirla, mas parecíame a mí que lo es a los que están dispuestos con haber procurado lo que es verdadera devoción con todas sus fuerzas, que es no ofender a Dios y estar dispuestos y determinados para todo bien. Parecíame que aquellas mis lágrimas eran mujeriles y sin fuerza, pues no alcanzaba con ellas lo que deseaba. Pues, con todo, creo me valieron; porque, como digo, en especial después de estas dos veces de tan gran compunción de ellas y fatiga de mi corazón, comencé más a darme a oración y a tratar menos en cosas que me dañasen; anque an no las dejaba del todo, sino —como digo— fueme ayudando Dios a desviarme. Como no estaba Su Majestad esperando sino algún aparejo en mí, fueron creciendo las mercedes espirituales de la manera que diré; cosa no usada darlas el Señor, sino a los que están en más limpieza de conciencia.