En que trata otro modo con que enseña el Señor
al alma y sin hablarla la da a entender su voluntad por
una manera admirable. Trata también de declarar una
visión y gran merced que la hizo el Señor no imaginaria.
Es mucho de notar este capítulo.
1. Pues tornando a el discurso de mi vida1 con esta aflición de penas y con grandes oraciones como he dicho que se hacían, porque el Señor me llevase por otro camino que fuese más siguro, pues éste me decían era tan sospechoso. Verdad es que, anque yo lo suplicaba a Dios por mucho que quería desear otro camino, como vía tan mijorada mi alma, si no era alguna vez cuando estaba muy fatigada de las cosas que me decían y miedos que me ponían, no era en mi mano desearlo, anque siempre lo pedía. Yo me vía otra en todo; no podía, sino poníame en las manos de Dios, que Él sabía lo que me convenía, que cumpliese en mí lo que era su voluntad en todo. Vía que por este camino le llevaba para el cielo, y que antes iba a el infierno; que había de desear esto ni creer que era demonio, no me podía forzar a mí, anque hacía cuanto podía por creerlo y desearlo, mas no era en mi mano. Ofrecía lo que hacía, si era alguna buena obra, por eso. Tomaba santos devotos porque me librasen de el demonio. Andaba novenas, encomendábame a San Hilarión, a San Miguel Ángel, con quien por esto tomé nuevamente devoción, y otros muchos santos importunaba mostrarse el Señor la verdad, digo que lo acabasen con Su Majestad.
2. A cabo de dos años que andaba con toda esta oración mía y de otras personas para lo dicho, u que el Señor me llevase por otro camino, u declarase la verdad, porque eran muy continas las hablas que he dicho me hacía el Señor, me acaeció esto. Estando un día del glorioso San Pedro en oración, vi cabe mí, u sentí, por mijor decir, que con los ojos del cuerpo ni de el alma no vi nada, mas parecíame estaba junto cabe mí Cristo y vía ser Él el que me hablaba, a mi parecer. Yo, como estaba inorantísima de que podía haber semejante visión, diome gran temor a el principio, y no hacía sino llorar, anque, en diciéndome una palabra sola de asigurarme, quedaba como solía, quieta y con regalo y sin ningún temor. Parecíame andar siempre a mi lado Jesucristo; y como no era visión imaginaria, no vía en qué forma; mas estar siempre al lado derecho, sentíalo muy claro, y que era testigo de todo lo que yo hacía, y que ninguna vez que me recogiese un poco u no estuviese muy divertida podía ignorar que estaba cabe mí.2
3. Luego fui a mi confesor harto fatigada a decírselo. Preguntóme que en qué forma le vía. Yo le dije que no le vía. Díjome que cómo sabía yo que era Cristo. Yo le dije que no sabia cómo, mas que no podía dejar de entender estaba cabe mí y lo vía claro y sentía, y que el recogimiento de el alma era muy mayor, en oración de quietud y muy contina, y los efetos que eran muy otros que solía tener, y que era cosa muy clara.
No hacía sino poner comparaciones para darme a entender; y, cierto, para esta manera de visión, a mi parecer, no la hay que mucho cuadre. Ansí como es de las más subidas, sigún después me dijo un santo hombre y de gran espíritu, llamado fray Pedro de Alcántara, de quien después haré más mención,3 y me han dicho otros letrados grandes, y que es adonde menos se puede entremeter el demonio de todas; ansí no hay términos para decirla acá las que poco sabemos, que los letrados mijor la darán a entender. Porque si digo que con los ojos del cuerpo ni del alma no lo veo, porque no es imaginaria visión, ¿cómo entiendo y me afirmo con más claridad que está cabe mí que si lo viese? Porque parecer que es como una persona que está ascuras, que no ve a otra que está cabe ella, u si es ciega, no va bien; alguna semejanza tiene, mas no mucha, porque siente con los sentidos, u la oye hablar u menear, u la toca. Acá no hay nada de esto, ni se ve escuridad, sino que se representa por una noticia a el alma más clara que el sol. No digo que se ve sol ni claridad, sino una luz que, sin ver luz, alumbra el entendimiento para que goce el alma de tan gran bien. Trai consigo grandes bienes.
4. No es como una presencia de Dios que se siente muchas veces, en especial los que tienen oración de unión y quietud; que parece en quiriendo comenzar a tener oración hallamos con quien hablar, y parece entendemos nos oye por los efetos y sentimientos espirituales que sentimos de gran amor y fe y otras determinaciones, con ternura. Esta gran merced es de Dios, y téngalo en mucho a quien lo ha dado, porque es muy subida oración, mas no es visión, que entiéndese que está allí Dios por los efetos que, como digo, hace a el alma, que por aquel modo quiere Su Majestad darse a sentir. Acá vese claro que está aquí Jesucristo, hijo de la Virgen. En estotra oración represéntanse unas influencias de la Divinidad; aquí, junto con éstas, se ve nos acompaña, y quiere hacer mercedes también la Humanidad sacratísima.
5. Pues preguntóme el confesor: ¿quién dijo que era Jesucristo? —Él me lo dice muchas veces, respondí yo; mas antes que me lo dijese se emprimió° en mi entendimiento que era Él, y antes de esto me lo decía y no le vía. Si una persona que yo nunca hubiese visto, sino oído nuevas de ella, me viniese a hablar estando ciega u en gran escuridad, y me dijese quién era, creerlo hía, mas no tan determinadamente lo podría afirmar ser aquella persona como si la hubiera visto. Acá sí, que, sin verse, se imprime con una noticia tan clara que no parece se puede dudar; que quiere el Señor esté tan esculpido en el entendimiento, que no se puede dudar más que lo que se ve, ni tanto, porque en esto algunas veces nos queda sospecha si se nos antojó; acá, anque de presto dé esta sospecha, queda por una parte gran certidumbre que no tiene fuerza la duda.
6. Ansí es también en otra manera que Dios enseña el alma y la habla sin hablar, de la manera que queda dicha. Es un lenguaje tan del cielo, que acá se puede mal dar a entender anque más queramos decir, si el Señor por espiriencia no lo enseña. Pone el Señor lo que quiere que el alma entienda en lo muy interior del alma, y allí lo representa sin imagen ni forma de palabras, sino a manera de esta visión que queda dicha. Y nótese mucho esta manera de hacer Dios que entienda el alma lo que Él quiere, y grandes verdades y misterios; porque muchas veces lo que entiendo cuando el Señor me declara alguna visión que quiere Su Majestad representarme es ansí; y paréceme que es adonde el demonio se puede entremeter menos, por estas razones. Si ellas no son buenas, yo me debo engañar.
7. Es una cosa tan de espíritu esta manera de visión y de lenguaje, que ningún bullicio hay en las potencias ni en los sentidos, a mi parecer, por donde el demonio pueda sacar nada. Esto es alguna vez y con brevedad, que otras bien me parece a mí que no están suspendidas las potencias ni quitados los sentidos, sino muy en sí, que no es siempre esto en contemplación, antes muy pocas veces; mas éstas que son, digo que no obramos nosotros nada ni hacemos nada; todo parece obra de el Señor. Es como cuando ya está puesto el manjar en el estómago sin comerle ni saber nosotros cómo se puso allí, mas entiende bien que está. Anque aquí no se entiende el manjar que es, ni quién le puso, acá sí; mas cómo se puso no lo sé, que ni se vió, ni le entiende, ni jamás se había movido a desearlo, ni había venido a mí noticia a que esto podía ser.
8. En la habla que hemos dicho antes, hace Dios a el entendimiento que advierta, anque le pese, a entender lo que se dice; que allá parece tiene el alma otros oídos con que oye, y que la hace escuchar, y que no se divierta; como a uno que oyese bien y no le consintiesen atapar4 los oídos y le hablasen junto a voces, anque no quisiese lo oiría. Y, en fin, algo hace, pues está atento a entender lo que le hablan. Acá, ninguna cosa; que an este poco que es sólo escuchar, que hacía en lo pasado, se le quita. Todo lo halla guisado y comido; no hay más que hacer de gozar, como uno que sin deprender ni haber trabajado nada para saber leer ni tampoco hubiese estudiado nada, hallase toda la ciencia sabida ya en sí, sin saber cómo ni dónde, pues an nunca había trabajado an para deprender el abecé.
9. Esta comparación postrera me parece declara algo de este don celestial, porque se ve el alma en un punto sabia, y tan declarado el misterio de la Santísima Trinidad y de otras cosas muy subidas, que no hay teólogo con quien no se atreviese a disputar la verdad de estas grandezas. Quédase tan espantada, que basta una merced de éstas para trocar toda un alma y hacerla no amar cosa, sino a quien ve, que, sin trabajo ninguno suyo, la hace capaz de tan grandes bienes, y le comunica secretos, y trata con ella con tanta amistad y amor que no se sufre escribir. Porque hace algunas mercedes que consigo train la sospecha, por ser de tanta admiración y hechas a quien tampoco las ha merecido, que si no hay muy viva fe no se podrán creer; y ansí yo pienso decir pocas de las que el Señor me ha hecho a mí —si no me mandaren otra cosa— si no son algunas visiones que pueden para alguna cosa aprovechar, u para que, a quien el Señor las diere, no se espante pareciéndole imposible, como hacía yo; u para declararle el modo y camino por donde el Señor me ha llevado, que es lo que me mandan escribir.
10. Pues tornando a esta manera de entender, lo que me parece es que quiere el Señor de todas maneras tenga esta alma alguna noticia de lo que pasa en el cielo: y paréceme a mí que ansí como allá sin hablar se entiende (lo que yo nunca supe cierto es ansí hasta que el Señor por su bondad quiso que lo viese y me lo mostró en un arrobamiento), ansí es acá, que se entiende Dios y el alma con sólo querer Su Majestad que lo entienda, sin otro artificio para darse a entender el amor que se tienen estos dos amigos. Como acá si dos personas se quieren mucho y tienen buen entendimiento, an sin señas parece que se entienden con sólo mirarse. Esto debe ser aquí, que sin ver nosotros cómo de en hito en hito se miran estos dos amantes, como lo dice el Esposo a la Esposa en los Cantares, a lo que creo, lo he oído que es aquí.5
11. ¡Oh beninidad admirable de Dios que así os dejáis mirar de unos ojos que tan mal han mirado como los de mi alma! ¡Queden ya, Señor, de esta vista acostumbrados en no mirar cosas bajas ni que les contente ninguna fuera de Vos! ¡Oh ingratitud de los mortales! ¿Hasta cuándo ha de llegar? Que sé yo por espiriencia que es verdad esto que digo, y que es lo menos de lo que Vos hacéis con un alma que traéis a tales términos, lo que se puede decir. ¡Oh almas que habéis comenzado a tener oración y las que tenéis verdadera fe!, ¿qué bienes podéis buscar an en esta vida —dejemos lo que se gana para sin fin— que sea como el menor de éstos?
12. Mirá que es ansí cierto, que se da Dios a sí a los que todo lo dejan por Él. No es acetador° de personas, a todos ama;6 no tiene nadie escusa por ruin que sea, pues ansí lo hace conmigo trayéndome a tal estado. Mirá que nos es cifra7 lo que digo de lo que se puede decir; sólo va dicho lo que es menester para darse a entender esta manera de visión y merced que hace Dios a el alma; mas no puedo decir lo que se siente cuando el Señor la da a entender secretos y grandezas suyas, el deleite tan sobre cuantos acá se pueden entender, que bien con razón hace aborrecer los deleites de la vida, que son basura todos juntos. Es asco traerlos a ninguna comparación aquí, anque sea para gozarlos sin fin. Y de éstos que da el Señor sola una gota de agua del gran río caudaloso que nos está aparejado.
13. ¡Vergüenza es y yo cierto la he de mí, y, si pudiera haber afrenta en el cielo, con razón estuviera yo allá más afrentada que nadie. ¿Por qué hemos de querer tantos bienes y deleites y gloria para sin fin, todos a costa de el buen Jesú? ¿No lloraremos siquiera con las hijas de Jerusalén,8 ya que no le ayudemos a llevar la cruz con el Cirineo? ¿Que con placeres y pasatiempos hemos de gozar lo que él nos ganó a costa de tanta sangre? —Es imposible. ¿Y con honras vanas pensamos remedar un desprecio como Él sufrió para que nosotros reinemos para siempre? —No lleva camino. Errado, errado va el camino; nunca llegaremos allá.
Dé voces vuesa merced9 en decir estas verdades, pues Dios me quitó a mí esta libertad. A mí me las querría dar siempre, y óyome10 tan tarde y entendí a Dios, como se verá por lo escrito, que me es gran confusión hablar en esto, y ansí quiero callar; sólo diré lo que algunas veces considero. Plega al Señor me traya a términos que yo pueda gozar de este bien.
14. ¡Qué gloria acidental será y qué contento de los bienaventurados que ya gozan de ésto, cuando vieren que, anque tarde, no les quedó cosa por hacer por Dios de las que le fue posible, ni dejaron cosa por darle de todas las maneras que pudieron, conforme a sus fuerzas y estado, y el que más, más! ¡Qué rico se hallará el que todas las riquezas dejó por Cristo!11 ¡Qué honrado el que no quiso honra por él, sino que gustaba de verse muy abatido! ¡Qué sabio el que se holgó de que le tuviesen por loco, pues lo llamaron a la mesma sabiduría!12 ¡Qué pocos hay ahora, por nuestros pecados! ¡Ya, ya parece se acabaron los que las gentes tenían por locos, de verlos hacer obras heroicas de verdaderos amadores de Cristo! ¡Oh mundo, mundo, cómo vas ganando honra en haber pocos que te conozcan!
15. Mas ¡si pensamos se sirve ya más Dios de que nos tengan por sabios y por discretos! Eso, eso debe ser, sigún se usa discreción: luego nos parece es poca edificación no andar con mucha compostura y autoridad cada uno en su estado. Hasta el fraile y clérigo y monja nos parecerá que traer cosa vieja y remendada es novedad y dar escándalo a los flacos; y an estar muy recogidos y tener oración, sigún está el mundo y tan olvidadas las cosas de perfeción de grandes ímpetus que tenían los santos, que pienso hace más daño a las desventuras que pasan en estos tiempos que no haría escándalo a nadie dar a entender los relisiosos por obras, como lo dicen por palabras, en lo poco que se ha de tener el mundo, que de estos escándalos el Señor saca de ellos grandes provechos; y si unos se escandalizan, otros se remuerden; siquiera que hubiese un debujo13 de lo que pasó por Cristo y sus Apóstoles, pues ahora más que nunca es menester.
16. ¡Y qué bueno nos le llevó Dios ahora en el bendito fray Pedro de Alcántara!14 No está ya el mundo para sufrir tanta perfeción. Dicen que están las saludes más flacas y que no son los tiempos pasados. Este santo hombre de este tiempo era; estaba grueso el espíritu, como en los otros tiempos, y ansí tenía el mundo debajo de los pies; que, anque no anden desnudos, ni hagan tan áspera penitencia como él, muchas cosas hay —como otras veces he dicho— para repisar el mundo, y el Señor las enseña cuando ve ánimo. ¡Y cuán grande le dio Su Majestad a este santo que digo para hacer cuarenta y siete años tan áspera penitencia, como todos saben! Quiero decir algo de ella, que sé es toda verdad.
17. Díjome a mí y a otra persona,15 de quien se guardaba poco (y a mí el amor que me tenía era la causa, porque quiso el Señor le tuviese para volver por mí y animarme en tiempo de tanta necesidad, como he dicho y diré), paréceme fueron cuarenta años los que me dijo había dormido sola hora y media entre noche y día, y que éste era el mayor trabajo de penitencia que había tenido en los principios, de vencer el sueño, y para esto estaba siempre u de rodillas u en pie. Lo que dormía era sentado, y la cabeza arrimada a un maderillo que tenía hincado en la pared; echado, aunque quisiera, no podía, porque su celda —como se sabe— no era más larga de cuatro pies y medio. En todos estos años jamás se puso la capilla,16 por grandes soles y aguas que hiciese, ni cosa en los pies ni vestida; sino un hábito de sayal, sin ninguna otra sobre las carnes, y éste tan angosto como se podía sufrir, y un mantillo de lo mesmo encima. Decíame que en los grandes fríos se le quitaba, y dejaba la puerta y ventanilla abierta de la celda, para, con ponerse después el manto y cerrar la puerta, contentaba a el cuerpo para que sosegase con mas abrigo. Comer a tercer día era muy ordinario. Y díjome que de qué me espantaba, que muy posible era a quien se acostumbraba a ello. Un su compañero me dijo que le acaecía estar ocho días sin comer. Debía ser estando en oración, porque tenía grandes arrobamientos y ímpetus de amor de Dios, de que una vez yo fui testigo.17
18. Su pobreza era estrema y mortificación en la mocedad, que me dijo que le había acaecido estar tres años en una casa de su Orden y no conocer fraile, si no era por la habla; porque no alzaba los ojos jamás, y ansí a las partes que de necesidad había de ir no sabía, sino íbase tras los frailes. Esto le acaecía por los caminos. A mujeres jamás miraba; esto muchos años. Decíame que ya no se le daba más ver que no ver; mas era muy viejo cuando le vine a conocer, y tan estrema su flaqueza, que no parecía sino hecho de raíces de árboles.18 Con toda esta santidad era muy afable, aunque de pocas palabras, si no era con preguntarle. En éstas era muy sabroso, porque tenía muy lindo entendimiento. Otras cosas muchas quisiera decir, sino que he miedo dirá vuesa merced que para qué me meto en esto; y con él lo he escrito. Y ansí lo dejo con que fue su fin como la vida, predicando y amonestando a sus frailes. Como vio ya se acababa, dijo el salmo de «Laetatus sum in his quae dicta sunt mihi»,19 y, hincado de rodillas, murió.
19. Después ha sido el Señor servido yo tenga más en él que en la vida, aconsejándome en muchas cosas. Helo visto muchas veces con grandísima gloria. Díjome la primera que me apareció que bienaventurada penitencia que tanto premio había merecido y otras muchas cosas. Un año antes que muriese, me apareció estando ausente, y supe se había de morir, y se lo avisé, estando algunas leguas de aquí. Cuando espiró me apareció y dijo cómo se iba a descansar. Yo no lo creí, y díjelo a algunas personas, y desde a ocho días vino la nueva cómo era muerto, o comenzando a vivir para siempre, por mijor decir.
20. Hela aquí acabada esta aspereza de vida con tan gran gloria. Paréceme que mucho más me consuela que cuando acá estaba. Díjome una vez el Señor que no le pedirían cosa en su nombre que no la oyese. Muchas que le he encomendado pida al Señor, las he visto cumplidas. Sea bendito por siempre, amén.
21. Mas ¡qué hablar he hecho para despertar a vuesa merced a no estimar en nada cosa de esta vida!, ¡como si no lo supiese u no estuviera ya determinado a dejarlo todo y puéstolo por obra! Veo tanta perdición en el mundo que, anque no aproveche más decirlo yo de cansarme de escribirlo me es descanso, que todo es contra mí lo que digo. El Señor me perdone lo que en este caso le he ofendido. Y vuesa merced, que le canso sin propósito. Parece que quiero haga penitencia de lo que yo en esto pequé.