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¿Puede la exposición al aluminio causar alzhéimer?
Una de las teorías más persistentes en la literatura médica es que la exposición continua al aluminio es una de las causas primarias del alzhéimer. Lo cierto es que hasta la fecha nadie sabe con seguridad por qué algunas personas van perdiendo gradualmente el contacto mental con la realidad diaria y, con el tiempo, su propia identidad. Una de las creencias más extendidas es que la exposición al aluminio, que puede ser desde prolongada, en el lugar de trabajo, hasta beber de latas hechas de este metal, consumir alimentos en platos o recipientes de aluminio o incluso usar desodorantes que contengan dicha sustancia, causan alzhéimer. Se ha repetido tan a menudo que mucha gente ya lo acepta como un hecho probado. Son numerosos los médicos que recomiendan a sus pacientes limitar al máximo su contacto con aluminio y yo tengo varios amigos y colegas que, a pesar de conocer las pruebas científicas, siguen tomando precauciones.
Esta teoría se propuso por primera vez en la década de 1960, pero antes el aluminio ya había sido citado como riesgo para la salud. Ya en la década de 1920 se culpaba a las baterías de cocina de aluminio de causar variedad de enfermedades, entre ellas cáncer, poliomielitis, úlceras, incluso mala dentadura. Entre las supuestas víctimas de envenenamiento por aluminio estaba el ídolo del cine mudo Rodolfo Valentino, que murió súbitamente a los 31 años. Aunque su autopsia reveló que la causa de la muerte había sido una úlcera perforada, en su momento corrió el rumor que había fallecido por comer alimentos cocinados en recipientes de aluminio.
La teoría de que la exposición al aluminio puede causar alzhéimer surgió después de que varios investigadores de reconocida solvencia encontraran altas concentraciones de este metal en la estructura cerebral de pacientes que habían sufrido esta terrible forma de demencia. La cosa tiene cierta lógica: en el pasado ya se había relacionado científicamente varios metales con disfunciones neurológicas. El aluminio en particular es neurotóxico; ello quiere decir que se ha demostrado en el laboratorio que mata neuronas, o células nerviosas. Al igual que otros metales, puede ser peligroso para el organismo. De ahí a concluir, a partir de una concentración inesperada de aluminio en cerebros de pacientes de alzhéimer, que ésta era la causa de la enfermedad sólo había un paso. Pero lo cierto es que una conclusión así hay que probarla. Desde entonces se han escrito innumerables artículos en los que se defiende la estrecha asociación entre aluminio y alzhéimer. Cuando la Organización Mundial de la Salud informó en 1993 de que «existen sospechas de que puede haber un vínculo entre alzhéimer y la toxicidad del aluminio», muchas personas dieron por hecho que se trataba de algo demostrado científicamente. El problema de pensar así es que, en ciencia, asociación no equivale a causa. La presencia de una sustancia o, en el caso de la vitamina D3, la carencia de la misma, no demuestra de ninguna manera que haya causado un resultado, al menos no sin pruebas sustanciales.
De lo que no hay duda es que esta sospecha ha influido en el comportamiento de los consumidores. Mucha gente ha dejado de beber refrescos de lata, aunque, irónicamente, los han sustituido por botellas de plástico, que se supone desprenden sustancias químicas que también pueden causar variedad de problemas, y otras se niegan a usar desodorantes o antitraspirantes en espray. Aunque no es algo a lo que yo preste demasiada atención en mi vida diaria, mi colaborador en este libro, el doctor Lotvin, admite que le provoca una suerte de preocupación irracional, y explica: «Nunca cocino con recipientes de aluminio. Jamás envuelvo comida en papel de aluminio durante más de algunos minutos. De hecho, soy consciente de que en la mayoría de restaurantes se cocina en recipientes de aluminio —son mucho más baratos— pero si sé de uno que emplea sólo acero inoxidable voy más a menudo. Ya sé que nada de esto tiene sentido, dadas las pruebas de que disponemos, pero hacerlo me hace sentir mejor».
Y aunque hay muchas personas como Alan que están actuando con cautela a la espera de que se descubra la verdadera causa del alzhéimer, el problema es que es casi imposible evitar el contacto diario con el aluminio. El aluminio es el tercer elemento más común en la tierra: un 8,1 por ciento de la corteza terrestre es aluminio, sólo lo superan el oxígeno (46,6 por ciento) y el sílice (27,7 por ciento). Está presente en muchas de las sustancias que ingerimos o que empleamos cada día —desde desodorantes a antiácidos, de la cerveza a la sal de mesa, los esprays en aerosol e incluso el agua potable— de forma que es imposible evitar el contacto. Así que la buena noticia es que, después de numerosos estudios, no hay pruebas concluyentes de que exista un vínculo entre aluminio y alzhéimer. Ni una sola. De hecho, la afirmación más categórica que se puede hacer en términos científicos es que el aluminio como factor desencadenante de alzhéimer no puede descartarse.
Pero como es mucho lo que está en juego, las investigaciones son numerosas. De hecho, cada vez que se desarrolla una nueva técnica para estudiar el cerebro, casi siempre lo primero que hacen los investigadores es examinar el posible vínculo entre aluminio y alzhéimer. Se han realizado estudios de larga duración que han examinado la posibilidad de que la exposición por motivos ocupacionales al aluminio pueda causar una acumulación gradual de dicho metal en el cerebro. Es justo sugerir que si el aluminio va a causar un problema se estudie primero en aquellas personas que están en contacto con él durante muchas, muchas horas. Con esto en mente, el Departamento de Epidemiología y Bioestadística de la Universidad de Florida del Sur analizó los registros de una empresa de mantenimiento en Seattle, Washington, sede de Boeing Aircraft, sobre el supuesto de que dado que el aluminio es un componente esencial de los aviones, muchos de los trabajadores de la ciudad habrían tenido una exposición prolongada al mismo. Aquel estudio, realizado en 1998 con ochenta y nueve sujetos con probable diagnóstico de alzhéimer, y un grupo de control de otros ochenta y nueve sujetos de idéntico sexo y edad, concluyó que «el grado total de exposición no suponía un riesgo». Por tanto «la exposición ocupacional prolongada [...] al aluminio no parece ser un factor de riesgo a considerar en la enfermedad de alzhéimer». La ausencia de una asociación entre tan terrible enfermedad e individuos que por su profesión han estado expuestos al aluminio es particularmente significativa, puesto que habría cabido esperar que su riesgo fuera mayor.
Un estudio británico de mayores proporciones realizado en Inglaterra comparó a pacientes de alzhéimer con un grupo de control de enfermos de otras formas de demencia o sin demencia alguna. De los 1989 pacientes diagnosticados con alzhéimer sólo veintidós habían trabajado con polvo o humos de aluminio, mientras que en el grupo de control, treinta y nueve de los dosciecntos cuarenta individuos habían trabajado en la industria de aluminio, lo que llevó a la conclusión de que «no hay pruebas que sustenten una asociación entre haber trabajado en la industria del aluminio y el riesgo de contraer alzhéimer».
De hecho, hay pruebas estadísticas que indican que los pesticidas pueden estar más relacionados con el alzhéimer que el aluminio. Un informe español de 2007 que examinó numerosos estudios epidemiológicos previos sobre asociaciones entre alzhéimer y lugar de trabajo encontró que la mayoría de ellos presentaba alguna deficiencia metodológica, pero también que, aunque muchos apuntaban a asociaciones estadísticamente significativas y superiores entre alzhéimer y exposición a pesticidas, ninguno sugería que hubiera un vinculo entre esta enfermedad y la exposición al aluminio o al plomo. ¿Pesticidas y alzhéimer? Un estudio realizado por el Duke University Medical Center y hecho público en el Congreso Internacional sobre Alzhéimer de 2009 incluyó a cuatro mil residentes de 65 años o más de una comunidad agrícola de Utah. Alrededor de setecientos cincuenta de ellos afirmaron haber trabajado con pesticidas en algún momento de sus vidas. A todos se les examinaron sus funciones cognitivas durante un periodo de siete años. Al cabo de este tiempo, los investigadores informaron de que aquellas personas que habían estado en contacto directo con pesticidas tenían un 53 por ciento más de probabilidades de contraer alzhéimer más adelante. Los científicos subrayan que esto no demuestra que los pesticidas causen la enfermedad, todo lo más que parece haber una asociación entre ambas cosas. Determinadas sustancias químicas, por ejemplo, pueden desencadenar una respuesta genética. Pero estos estudios apuntan a que el vínculo entre alzhéimer y pesticidas está más fundamentado que el que pueda existir entre alzhéimer y aluminio. Y, sin embargo, seguimos desconfiando del aluminio sobre todo.
Así pues, a partir de las pruebas de que disponemos, ¿deberíamos evitar en la medida de lo posible el contacto con este metal? Aunque no hay evidencia científica que muestre relación entre alzhéimer y exposición al aluminio, me parece oportuno recordar aquí la historia de un hombre que pasó diez años investigando a conciencia si los fantasmas existen con la idea de escribir el libro definitivo sobre el tema. Al final concluyó que los fantasmas no existen. Por desgracia durante la presentación de su libro alguien le preguntó:
—¿Pasaría usted la noche en una casa encantada?
—Por supuesto que no —respondió el hombre con seriedad—. ¿Qué pasaría si resulta que estoy equivocado?
Así pues, aunque sepamos que la asociación no está demostrada, el poder de los mitos en cuestiones de salud es en ocasiones tan fuerte que incluso miembros responsables de la comunidad médica a los que conozco muy bien evitan cocinar en recipientes de aluminio y rara vez envuelven alimentos en papel de este metal. Por si acaso[64].
El consejo del doctor Chopra
No existen pruebas científicas que apoyen la teoría de que el aluminio causa alzhéimer. Se trata de un asunto que ha sido razonablemente estudiado empleando variedad de métodos, y ningún estudio mínimamente fiable apunta a tal teoría. Pero se trata de un mito ya enraizado en nuestra sociedad y muchas personas inteligentes —hablo por ti, Alan— siguen dejando que guíe su comportamiento.