XXXI
¿Se puede limitar el riesgo de infarto sin medicación?
Todos hemos leído alguna vez las advertencias contenidas en los prospectos de medicamentos o escuchado la larga lista que se incluye en los anuncios de televisión. Los efectos secundarios pueden ir desde mareos, visión borrosa, pérdida de equilibrio y números rojos en la cuenta bancaria, peleas con nuestro hijo adolescente o un deseo persistente de ver capítulos de la serie MASH. No conducir ni manejar maquinaria pesada cuando se tome este medicamento; es más, lo mejor que se puede hacer es quedarse en cama las veinticuatro horas del día.
Tal vez estoy exagerando, pero el hecho es que casi todos los fármacos tienen efectos secundarios que pueden ser peligrosos o mermar nuestras facultades, lo que explica la creciente popularidad de los remedios y tratamientos naturales. Si un problema puede tratarse sin medicamentos es claramente preferible, y también más barato. Y entre los problemas más potencialmente peligrosos que a menudo pueden tratarse sin medicación está la hipertensión.
La hipertensión, o tensión arterial alta puede causar graves problemas de salud, incluso un infarto cerebral o un ataque al corazón. Se estima que un 90 por ciento de los infartos son causados por bloqueos en las arterias que llevan al corazón. El principal factor de riesgo en el infarto es la hipertensión, por eso cuando hablo de la posibilidad de minimizar el riesgo de infarto sin medicación estoy hablando de reducir la tensión arterial.
La hipertensión es un problema médico extremadamente común que afecta a cerca de cincuenta millones de estadounidenses, un porcentaje de los cuales son afroamericanos[65]. Las probabilidades de que una persona hipertensa sufra algún día un ictus o un ataque al corazón depende de varios factores, pero una tensión arterial elevada es una indicación de que existe un problema y que hay que tratarlo. Por desgracia se desconocen las causas de la hipertensión y, dado que no presenta síntomas, a menudo se la llama «el asesino silencioso». La única forma de detectarla es midiendo la tensión arterial, un procedimiento sencillo e indoloro. Al tomar la tensión se obtienen dos cifras; por ejemplo, ciento veinte y ochenta. La más elevada indica la tensión sistólica, es decir, la tensión cuando el corazón se contrae; la más baja se refiere a la tensión diastólica, que corresponde a cuando el corazón se relaja. No hay una cifra que equivalga automáticamente a hipertensión —aunque por lo general si son bajas es una buena señal— pero la conclusión general es que cuando está por encima de ciento veinte-ochenta, hay que tratarla. El índice riesgo-beneficio, es decir, el riesgo de tener problemas una vez se ha superado esa máxima, basta para aconsejar el tratamiento. La hipertensión suele ser el diagnóstico cuando nuestra tensión sistólica o máxima está por encima de catorce, y la diastólica o mínima por encima de nueve, o las dos cosas.
Es importante señalar que tomar la tensión de forma aislada puede conducir a conclusiones erróneas. Mucha gente tiene lo que se conoce como «hipertensión de bata blanca», lo que quiere decir que les sube la presión arterial cuando entran en la consulta del médico, una situación a menudo causada por el nerviosismo o la ansiedad. Así que a no ser que tengamos la tensión muy alta, tal vez sea mejor vigilárnosla durante veinticuatro horas antes de iniciar un tratamiento.
Por fortuna aunque existen fármacos que reducen la presión arterial, también hay otras maneras de controlarla. El doctor Gerald Smetana, internista en el Beth Israel Deaconess Medical Center de Boston, lleva varios años dando conferencias sobre hipertensión, y cuando trata a sus pacientes: «Por lo general empiezo recomendando que cambien sus hábitos, incluso a pacientes que más tarde requerirán tratamiento farmacológico. Todos se beneficiarán si hacen caso de mis consejos».
Se ha demostrado que una dieta y unos hábitos de vida saludables influyen de forma significativa en la tensión arterial. Un estudio de 2008 con más de mil participantes realizado por el Departamento de Epidemiología y Salud Pública del University College Cork en Irlanda examinó la capacidad de varios factores, entre ellos practicar ejercicio moderado, limitar la ingesta de alcohol, no fumar, seguir una dieta sana y tener un índice de grasa corporal dentro de los límites recomendados, en la prevención de enfermedades cardiovasculares. El estudio encontró «una tendencia consistente en estos factores a reducir la prevalencia de hipertensión [...] cuanto mayores eran los factores de prevención». En otras palabras, la incorporación de hábitos saludables —ejercicio moderado, ingesta moderada de alcohol, evitar el sobrepeso, no fumar y seguir una dieta sana— reduce la tensión arterial y con ello, el riesgo de sufrir un infarto cerebral o de miocardio.
Es muy importante entender qué información conviene extraer de cada estudio. Los científicos que examinaron los resultados de este en concreto concluyeron que factores relacionados con hábitos de vida están directamente asociados a la tensión arterial, a saber, que las personas que sigan este modo de vida por lo general no padecerán hipertensión. Y esto es completamente cierto. Lo que estos resultados no muestran, y ni siquiera lo pretenden, es que los individuos que ya tienen la tensión arterial alta pueden normalizarla adoptando estos cambios en su estilo de vida. Por fortuna existen muchos otros estudios que sí demuestran el efecto de estos factores en la hipertensión.
Tal y como ha tenido ocasión de comprobar el doctor Smetana, «los cambios en el estilo de vida a menudo tienen un efecto significativo entre un 20 y un 30 por ciento de los pacientes. Si hacen todo lo que les decimos, si siguen nuestros consejos lo mejor que pueden, la reducción media de la tensión arterial es de unos nueve puntos, lo que resulta tan efectivo como la mayoría de medicamentos. De manera que si un paciente tiene lo que llamamos ligera hipertensión, por ejemplo, ciento treinta y cuatro-noventa, sólo un poco por encima de lo normal, y es capaz de rebajarla nueve puntos, entonces no será necesario tratarle con medicación».
Sin duda, una dieta equilibrada y el ejercicio moderado son las armas básicas en la lucha contra la hipertensión, aunque existen relativamente pocos estudios válidos que determinen hasta qué punto son efectivas. Un estudio realizado en la Universidad de Duke y hecho público en 2000 dividió a ciento treinta y tres hombres y mujeres de vida sedentaria y con sobrepeso en tres grupos: uno de control que no cambió sus hábitos, otro que sólo practicó ejercicio, corriendo o montando en bicicleta tres o cuatro horas a la semana durante cuarenta y cinco minutos, y un tercero que hizo ejercicio y participó en sesiones donde recibía instrucciones sobre cómo perder peso. Los resultados fueron los esperados: aunque los individuos de todos los grupos experimentaron una reducción de la tensión arterial, en el grupo de control ésta fue moderada, de 0,9/1.4 mmHg, en el grupo que había hecho ejercicio fue de 4,4/4,3 y en el grupo combinado la tensión bajó 7,4/5,6.
Aunque estos descensos no parecen significativos, el doctor Thomas Pickering del Mount Sinai School of Medicine en Nueva York señala: «Para personas que están en el límite de hipertensión, puede ser suficiente para no requerir medicación». De hecho, es tan importante que la FDA ha aprobado medicamentos para la hipertensión basándose en un reducción de tan pequeña envergadura. De los distintos factores que intervienen en la hipertensión hay uno que este estudio no analizó de forma directa. Se trata de la relación entre peso e hipertensión. Investigadores de la Universidad de Tufts, en Boston, examinaron esta relación en un metaanálisis realizado en 2003. Los datos recogidos cubrían un periodo de nueve años, durante los cuales se había conducido un estudio sobre enfermedades cardiacas. Cuando se inició el estudio, todos los varios miles de participantes tenían entre 45 y 64 años y padecían hipertensión. Cada año se controlaba su peso, su circunferencia de cintura y su presión arterial. Los resultados fueron en extremo interesantes: mientras que la mayoría de los participantes habían ganado peso, cuando concluyó el estudio aquellos menores de 55 que habían perdido al menos tres kilos presentaban el doble de probabilidades de tener una tensión normal. Incluso aquellos que perdieron menos peso vieron moderada su presión arterial. Por el contrario, los sujetos que engordaron seis kilos a lo largo de los nueve años que duró el estudio tenían una mayor tendencia a la hipertensión. Pero, curiosamente, la pérdida de peso en individuos mayores de 55 años no afectaba la tensión arterial como lo hacía en los menores de dicha edad.
Los científicos siguen sin saber con exactitud por qué la pérdida de peso se traduce inmediatamente en un descenso de la tensión arterial, tan sólo que se trata de un método efectivo de mejorar la salud. Tampoco fueron capaces de explicar por qué afecta de forma diferente según los grupos de edad. Pero lo que este estudio y otros similares sí demostraron es que existe un fuerte vínculo entre tensión arterial y peso y circunferencia de cintura, y que las personas pueden controlar su hipertensión perdiendo peso. De manera que aquellos que afirman que la talla de cinturón sirve para predecir si alguien tendrá o no un ataque al corazón o un ictus pueden estar en lo cierto.
Claro que existen otros métodos probados para reducir la tensión arterial, y muchas ideas nuevas que todavía hay que testar. Por ejemplo, otro estudio de la Universidad de Duke se planteó qué relación podía haber entre bienestar emocional e hipertensión. Los investigadores partieron de la hipótesis de que las personas solteras tendrían la tensión más alta porque tenían más dificultades para seguir una dieta sana, tomar su medicación de forma regular y que además fumarían más. Lo sorprendente fue que las personas casadas parecían tener menos problemas a la hora de acordarse de tomar su medicación y menos probabilidades de ser fumadoras, pero el matrimonio no parecía afectar su tensión arterial (que cada lector extraiga las conclusiones que le parezcan).
Aunque varios estudios han demostrado que practicar la meditación de forma regular parece reducir la tensión arterial, otros realizados sobre técnicas de relajación en general han sido menos concluyentes. Una comparación entre técnicas de relajación sin tratamiento clínico o con placebo revelaba un efecto mínimo en la presión arterial. Así que ésta continúa siendo la pregunta sin responder. Tal y como expliqué en el capítulo XXVI, en mi caso la meditación me ayuda a combatir el estrés y por tanto a controlar la tensión arterial.
Al igual que hacer ejercicio o perder peso, lo que comemos también influye en nuestros niveles de tensión arterial, y la hipertensión puede corregirse cambiando de dieta. Existe una relación clara entre sal y tensión arterial, y aunque el impacto varía según los individuos, por lo común los afroamericanos son más sensibles al sodio que los caucásicos. No es importante comprender por qué demasiada sal puede hacer subir la tensión, basta saber que es así. Y hay varios estudios de calidad que han demostrado que incluso una reducción mínima de la ingesta de sal puede ser significativa. Un metaanálisis de 2004 conducido por la Unidad de Tensión Arterial del Servicio de Cardiología de la Universidad de St George, en Londres, examinó los beneficios a largo plazo —más de cuatro semanas— de reducción en la ingesta de sal. El estudio incluyó diecisiete ensayos aleatorios de pacientes con hipertensión y once con pacientes con tensión normal. Los participantes siguieron las recomendaciones de salud que existen en casi todos los países desarrollados, a saber, reducir la ingesta de sal a la mitad, de diez a cinco gramos diarios. Los resultados fueron consistentes con los estudios realizados con anterioridad: «Una reducción modesta en la ingesta de sal durante cuatro o más semanas tiene un efecto importante y significativo tanto en individuos con hipertensión como en aquellos con tensión normal. Estos resultados vienen a reforzar indicios anteriores que sugieren que una reducción modesta y a largo plazo en el consumo de sal en la población podría reducir la incidencia de ataques al corazón, infartos cerebrales y fallo cardiaco».
El estudio concluía que parece haber una correlación directa entre la reducción de sal y la normalización de la tensión arterial y que si todos limitáramos nuestra ingesta de sodio al día, descendería la tasa de ataques al corazón. La mayoría de las personas no se da cuenta de que algunos alimentos procesados tienen un contenido en sodio mayor que las patatas fritas de bolsa, por ejemplo. La razón es que en los platos precocinados el sodio se distribuye por todo el alimento, mientras que en los tentempiés sólo lo recubre. La mejor forma de determinar el contenido en sodio de un producto es leer su etiqueta.
La carencia de potasio también puede ser un factor de hipertensión, aunque aún no se ha demostrado de forma concluyente. El potasio es un mineral común que obtenemos de una variedad de alimentos, incluidos hortalizas como la patata, algunas frutas y productos integrales. La relación entre potasio y tensión arterial se estudió primero con ratas de laboratorio. Después de comprobar que las ratas alimentadas con una dieta rica en potasio presentaban una incidencia menor de infartos cerebrales, los científicos se preguntaron si la causa sería que el potasio reducía la tensión arterial, uno de los factores de riesgo de infarto cerebral. Investigaciones posteriores confirmaron esta teoría en ratas y, con el tiempo, también en seres humanos. En noviembre de 2008 investigadores del Southwestern Medical Center de la Universidad de Texas informaron de que entre tres mil trescientos adultos —la mitad de los cuales eran afroamericanos— los niveles bajos de potasio en orina estaban relacionados con tensión arterial elevada y, lo que es aún más interesante, que la cantidad de sal en la dieta de un individuo y otros factores de riesgo cardiovascular no parecían tener demasiado impacto. De los participantes, algo menos de mil doscientos sufría de hipertensión. La doctora Susan Hedayati resumió así los resultados: «Ha habido mucha publicidad sobre los beneficios de reducir la ingesta de sal para controlar la hipertensión, pero no la suficiente sobre la conveniencia de aumentar el potasio en la dieta. [...] Cuanto menores son los niveles de potasio en la orina, y por tanto en la dieta, más alta es la tensión arterial».
He aquí otro campo en el que los científicos han demostrado que existe una asociación, pero no son capaces de explicar su causa. Recordemos una vez más que asociación no equivale a causación.
También parece que los suplementos de potasio no tienen los mismos beneficios que el potasio natural contenido en frutas, verduras y productos integrales. Aunque aquí los estudios hasta el momento son escasos, parece evidente que la mejor manera de tener niveles equilibrados de potasio es siguiendo una dieta adecuada. De hecho, el exceso de potasio puede causar una enfermedad potencialmente muy peligrosa llamada hiperpotasemia. Además, tal y como señala el doctor Smetana: «Una dieta alta en potasio requiere ingerir alimentos con una ingesta calórica mayor, y puesto que en ocasiones los pacientes tratados necesitan perder peso, es complicado encontrar el equilibrio».
En respuesta a esto, el National Institutes of Health ha creado la llamada dieta DASH o Dietary Approaches to Stop Hypertension, es decir, una dieta encaminada a controlar la hipertensión, que, si se sigue, prácticamente garantiza los resultados. Claro que, como cualquier otra dieta, seguirla en ocasiones puede resultar difícil. Se puede encontrar en Internet[66].
La otra causa confirmada de hipertensión es el consumo excesivo de alcohol. Desde hace más de un siglo sabemos que si bebemos demasiado nuestra presión arterial sube. El problema es determinar cuánto es beber demasiado... o demasiado poco. Investigadores daneses a mediados de la década de 1990 analizaron el consumo de alcohol de trece mil hombres y mujeres durante diez años e informaron de que aquellas personas que bebían de tres a cinco vasos de vino al día tenían aproximadamente la mitad de probabilidades de morirse que aquellas que no bebían ninguno. De hecho, en 1994 el Journal of the American Medical Association estimó que si toda la población de Estados Unidos dejara de beber, hasta ochenta y una mil personas más morirían de una enfermedad coronaria al año.
Para confundir aún más las cosas, el Harvard School of Public Health divulgó una investigación que demostraba que los beneficios del alcohol desaparecían a partir de dos vasos. De modo que el consenso generalizado es que si bebemos con propósitos terapéuticos, esto nos proporcionará protección de infartos e ictus. Pero para algunas personas, dos bebidas alcohólicas bastan para rebasar los límites de alcohol en sangre establecidos por la ley para conducir.
Otro mito muy extendido es que beber demasiado café puede aumentar la tensión arterial hasta niveles peligrosos. Tal y como informaba en el capítulo I, el café puede ser muy beneficioso para la salud. En realidad no es el café, sino la cafeína —que también se encuentra en la mayoría de los refrescos de cola y en las bebidas energéticas, tan populares últimamente— lo que se supone es peligroso. Puesto que se trata de un producto de consumo muy extendido, los efectos de la cafeína en la tensión arterial se han estudiado ampliamente, y sin resultados concluyentes. En líneas muy generales, en las personas que ya tienen la tensión alta, la cafeína puede causar un ligero aumento de la misma, pero las pruebas arrojadas por multitud de estudios confirman que el consumo medio de cafeína, es decir, entre dos y cuatro tazas de café al día, no sube la tensión de forma significativa en individuos que ya la tienen alta. De hecho, un prestigioso estudio de diez años de duración que realizó un seguimiento a ochenta y cinco mil mujeres concluyó que el consumo de cafeína no aumentaba el riesgo de infarto o enfermedades coronarias, ni siquiera en mujeres que tomaban seis o más tazas de café al día.
Existe sin embargo, una anomalía de la que se ha informado en un buen número de estudios. Los individuos que no beben café tienen el riesgo más bajo de hipertensión, pero, por increíble que resulte, los que beben café en cantidad —es decir, seis tazas o más al día— tienen aproximadamente el mismo riesgo. Aquellas personas que beben de una a tres tazas de café al día parecen tener mayor riesgo de hipertensión, pero se trata de algo temporal y que no parece incidir en el riesgo de enfermedades coronarias. La teoría, aún por demostrar, es que los bebedores habituales de café no tienen problemas porque con el tiempo su sistema se vuelve tolerante al efecto estimulante de la cafeína. La American Heart Association ha concluido que beber un par de tazas de café al día no constituye un peligro, y el Joint National Committee on Hypertensión también informa de que no parece haber pruebas que asocien al café o el té con cafeína a la presión arterial alta.
Las bebidas energéticas son algo tan nuevo que todavía hay muy pocos estudios sobre sus efectos en la hipertensión. En uno de ellos, adultos jóvenes y sanos consumían dos bebidas de este tipo al día, y el resultado era que aumentaba su tensión arterial sistólica y, con ello, el ritmo cardiaco.
La hipertensión es peligrosa. Puede matar. Existen varios medicamentos capaces de controlarla pero, como muy bien apunta el doctor Smetana, ése no es el objetivo: «Hay numerosos ensayos que se limitan a demostrar cómo un nuevo y milagroso fármaco controla la tensión mejor que otros existentes, que llevan recetándose durante mucho tiempo. Pero a no ser que demuestren que dicho fármaco reduce también el riesgo cardiovascular, a mí no me interesan. En los ensayos clínicos lo que importa es si se produce una disminución del riesgo cardiovascular, es decir, de ictus, infartos de miocardio y muerte, y ello para realizar un seguimiento prolongado de los pacientes».
El consejo del doctor Chopra
Vigile su tensión arterial de forma regular. Si es alta, antes de empezar a tomar medicación pruebe a introducir algunos cambios en su estilo de vida. Esto incluye perder peso, reducir la ingesta de sal, limitar el consumo de alcohol a dos bebidas al día y seguir una dieta razonable.
Para muchas personas estos cambios de hábitos bastarán. Pero si necesita tomar algún medicamento para controlar su tensión, entonces no lo dude. El objetivo no es evitar tomar medicación, sino prevenir el riesgo de ataque al corazón o ictus. Y si usted ya tiene la tensión alta y está tomando medicación, siguiendo las sugerencias de este capítulo reducirá sus probabilidades de riesgo.