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¿Pueden los rayos X o los teléfonos móviles provocar cáncer?

Aunque se ha investigado mucho para determinar las causas de los numerosos tipos de cáncer que nos atacan, y como resultado de ello hemos obtenido una gran cantidad de información importante, todavía no hemos descubierto muchas de las razones por las que células sanas se vuelven repentinamente malignas. El origen del cáncer continúa siendo el gran misterio de nuestros días. Y también, por desgracia demasiado a menudo, la causa de nuestra muerte.

Muchas personas temen los rayos X a los que todos nos exponemos en algún momento de nuestras vidas en el médico e incluso en el dentista —y a menudo desde edades tempranas— puedan causar cáncer. La lógica detrás de esta convicción no es del todo irracional. No hay duda de que la exposición a radiaciones provoca cáncer y que los rayos X son una forma más de radiación. Estudios realizados en la rama dedicada a la Epidemiología del National Cancer Institute han demostrado que dosis de moderadas a altas de radiación aumentan el riesgo de cáncer en la mayoría de nuestros órganos, y que estas asociaciones se dan con niveles de exposición bajos. De manera que el concepto de que la suma de todas estas pequeñas dosis pueda acumularse a lo largo de un periodo de tiempo prolongado y suponer un riesgo para la salud parece plausible.

El informe del gobierno estadounidense subraya que determinar qué niveles de radiación son seguros se complica por factores genéticos, así como por el hecho de que la radiación a menudo interactúa en el organismo con otros carcinógenos (agentes causantes de cáncer), como el tabaco.

La capacidad de los rayos X de ver el interior de un cuerpo la descubrió en 1895 Wilhelm Röntgen y un año más tarde los médicos empezaron a emplear esta técnica para diagnosticar y tratar pacientes. Pero los peligros se hicieron evidentes en 1903, cuando uno de los sopladores de vidrio de Thomas Edison que a menudo probaba los tubos de rayos X con sus propias manos tuvo cáncer en las dos y hubo que amputarle los brazos.

La dificultad que entraña evaluar cuál es la cantidad apropiada de radiación a que un individuo puede exponerse sin riesgo se complica aún más por el hecho de que la radiación es una herramienta de gran valor para matar células cancerosas. De hecho, se calcula que un 40 por ciento de los pacientes de cáncer hoy son tratados con radioterapia.

Aunque el National Cancer Institute ha informado de que dosis moderadas de radiación pueden resultar en cáncer relacionado con radiaciones y que en mujeres que se hicieron múltiples radiografías por tuberculosis y escoliosis aumentaba el riesgo de cáncer de mama, el potencial de la radiografía diagnostica para contraer cáncer relacionado con la radiación es muy difícil de precisar. Lógicamente, el riesgo de contraer un cáncer de este tipo es mayor en aquellas personas que estuvieron expuestas a rayos X durante la infancia, y estudios han demostrado que este riesgo persiste durante el resto de sus vidas.

Los rayos X que recibimos en un tratamiento preventivo estándar, unidos a años de radiografías dentales, resultan de hecho, en un aumento perceptible de la incidencia de cáncer. Un estudio publicado en The Lancet en 2004 calculaba que de ciento veinticuatro mil casos de cáncer censados anualmente en quince países desarrollados, incluido Estados Unidos, cerca de setecientos podían atribuirse a exposición a rayos X durante pruebas diagnósticas. Eso supone cerca de seis de cada mil casos. Los autores del estudio admiten además que es posible que sus cifras no sean exactas, ya que basaron sus cálculos «en un número de suposiciones, y por tanto están sujetos a un grado considerable de incertidumbre. No podemos descartar que hayamos sobreestimado los riesgos, lo que no parece probable es que los hayamos subestimado».

Los críticos de este informe argumentan que los investigadores no completaron sus conclusiones con una investigación o una discusión de los beneficios del diagnóstico por imagen, y que la detección temprana y la posibilidad de tratamiento precoz de las enfermedades que hace posible ésta se traducirán en un índice de curación de cáncer superior al del cáncer causado. Pero estos mismos críticos admiten que, a la vista de estas pruebas, es probablemente aconsejable evitar toda exposición innecesaria a rayos X, y lo cierto es que hasta un 30 por ciento de las radiografías de pecho que se hacen podrían evitarse.

La tomografía axial computarizada o TAC es un tipo especializado de diagnóstico por imagen en el que varios haces de rayos X recorren el cuerpo y exponen a éste a cien veces la radiación de una radiografía de pecho. Parece por tanto ser considerablemente más peligrosa que una radiografía tradicional. Según un estudio publicado a finales de 2009 en Archives of Internal Medicine, los setenta millones de TAC que se hicieron en Estados Unidos en 2007 causarán veintinueve mil casos de cáncer y quince mil muertes, dos tercios de los cuales serán mujeres.

Además del miedo justificado a los rayos X, existe también la preocupación de que el uso de teléfonos móviles pueda causar cáncer, en especial en gente joven que tiende a estar más tiempo —o al menos eso dicen sus padres— hablando por estos dispositivos. Se estima que doscientos setenta y cinco millones de estadounidenses y cuatro mil millones de personas en todo el mundo usan regularmente teléfonos móviles, así que, de ser esto cierto, en el futuro nos enfrentaremos a una verdadera epidemia de cáncer.

El «factor Frankenstein» sugiere que cada nuevo avance tecnológico viene acompañado de peligros nuevos e inesperados. El uso de los teléfonos móviles se extendió rápidamente por todo el mundo desde principios de la década de 1980. No tardaron en circular rumores afirmando que el uso prolongado de estos aparatos podía causar tumores cerebrales e infertilidad, así como otras dolencias serias, en especial entre gente joven, que tiende a pasar más tiempo hablando.

Como muchos de los correos electrónicos de alarma que recibimos de forma habitual, a primera vista esta teoría parece tener sentido. Supuestamente, la radiación electromagnética extremadamente limitada que emiten los teléfonos podría penetrar con facilidad las delgadas paredes del cráneo y sembrar el caos en el cerebro. El primer intento de vincular teléfonos móviles y cáncer data de 1993, cuando un ciudadano de Florida demandó a una compañía de telefonía móvil aduciendo que el tumor cerebral incurable que padecía su esposa había sido causado por emisiones de su teléfono. Aunque perdió la demanda, la cuestión distó mucho de quedar zanjada. Los niveles mínimos de radiación electromagnética que emiten los móviles son mínimos, pero puesto que los usamos pegados contra el cráneo, es lógico que nos preguntemos si estas radiaciones pueden afectarnos.

Así, en 2008 el neurocirujano australiano Vini Khurana llegó a los titulares de todo el mundo al afirmar que su entonces inédito metaanálisis de más de cien estudios previos demostraba que el uso de teléfonos móviles durante más de una década podía duplicar el riesgo de cáncer cerebral. Tal y como declaró al periódico londinense The Independent: «El peligro tiene más ramificaciones de corte sanitario y público que el tabaco o el asbesto». Aunque su estudio no había sido aún publicado, la historia se extendió rápidamente por Internet y periódicos y revistas se hicieron eco de ella.

A día de hoy, sin embargo, la gran mayoría de los estudios no apoyan las afirmaciones del doctor Khurana. Se han hecho estudios de calidad, y se continúan haciendo. Uno de los más amplios analizó las tasas de incidencia de dos clases de tumores cerebrales en adultos de entre 20 y 79 años en Dinamarca, Finlandia, Noruega y Suecia, un total de casi dieciséis millones de personas, entre 1974 y 2003. Los investigadores partieron de un sencillo supuesto: dado que el uso de teléfonos móviles se extendió entre principios y mediados de la década de 1980, si fueran causantes de tumores cerebrales, se apreciaría un aumento de la incidencia de los mismos en estos años. Y había un ligero aumento de la tasa de una clase de tumor, pero a partir de 1974. El informe concluía que no se apreciaba «un cambio claro en las tendencias a largo plazo de incidencia de tumores cerebrales entre 1998 y 2003 en ningún subgrupo», y suponiendo que un tumor de esta clase tarda entre cinco y diez años en desarrollarse, ya deberían de haber aparecido indicios. Aunque, como todos los científicos responsables, estos investigadores sugerían que debían hacerse nuevos estudios a largo plazo para detectar posibles asociaciones entre tumor cerebral y uso de teléfonos móviles.

Y casi todos los demás estudios —aunque no todos— dieron en general los mismos resultados que el escandinavo. Aunque esto no debe sorprendernos. En contra de la creencia generalizada de que los teléfonos móviles emiten radiaciones ionizantes potencialmente peligrosas, el hecho es que se trata de radiaciones no ionizantes demasiado débiles para causar daños celulares o en el ADN. Dado este hecho, nadie ha sido capaz de explicar cómo pueden los teléfonos móviles causar tumores. Estos estudios advierten, sin embargo, que puesto que el uso extendido de estos aparatos es un fenómeno relativamente reciente, existen pocas pruebas fiables de que su uso a largo plazo cause o no cáncer. Un dato estadístico que merece la pena reseñar es que mientras que el uso de teléfonos móviles se ha multiplicado en la última década, la incidencia de casos de cáncer cerebral ha descendido.

Entre los varios estudios publicados hay uno realizado en Dinamarca en 2006 que siguió a cuatrocientos veinte mil daneses durante dos décadas —incluyendo un periodo de tiempo en que no se usaban teléfonos móviles— y que no mostró un aumento en el riesgo de cáncer. Estudios conducidos en Alemania, Suecia e Inglaterra llegaron a idénticas conclusiones. Tal y como declararon los investigadores británicos: «Nuestro estudio sugiere que no existe riesgo significativo de neuroma acústico durante la primera década inmediatamente posterior al uso de teléfonos móviles. Sin embargo, no podemos descartar un aumento del riesgo a largo plazo». A menudo son necesarias varias décadas a partir de la exposición para que un agente carcinogénico aparezca, y los teléfonos móviles sólo llevan usándose de manera generalizada veinte años.

Hay estudios que parecen mostrar una asociación, un posible vínculo, pero no una relación causal, entre teléfonos móviles y tumores. Por ejemplo, un análisis sueco de 2007 de dieciséis estudios caso-control publicado en Occupational and Environmental Medicine encontró que, transcurrida una década de uso «intensivo» de teléfonos móviles, los individuos duplicaban su riesgo de contraer neuroma acústico, un tumor que se desarrolla entre el oído y el cerebro, y que estos tumores tenían más probabilidades estadísticas de crecer en el lado del cerebro sobre el que se apoya el dispositivo del teléfono. Este estudio fue incluso más allá, asegurando que el uso de teléfonos móviles una hora al día durante diez años aumenta significativamente el riesgo de desarrollar un tumor. Otro estudio, esta vez israelí, de 2008 y publicado en el American Journal of Epidemiology, examinó el riesgo de cáncer en la parótida, una glándula situada cerca del oído. Los investigadores concluyeron que en usuarios normales de teléfonos móviles no se apreciaba un «aumento del riesgo» de tumores parótidos, pero en usuarios empedernidos sí se observaba una asociación entre ambas cosas.

En octubre de 2009 el London Daily Telegraph informaba de un estudio inédito de la Organización Mundial de la Salud, según el cual existe «un riesgo significativamente mayor» de contraer un tumor cerebral después de usar un teléfono durante más de diez años.

También se ha sugerido que los niños que hablan por teléfono móvil durante periodos de tiempo prolongados tienen mayor riesgo que los adultos, porque sus cráneos son relativamente delgados, lo que facilita la penetración de las radiaciones.

Las preocupaciones respecto a este tema fueron hechas públicas por un grupo de activistas llamado Environmental Working Group, que apuntó y con razón, que la cantidad de ondas de radiofrecuencia emitidas por los teléfonos móviles varían —en ocasiones de forma considerable— de un fabricante a otro e incluso de un modelo de aparato a otro, lo que hace difícil establecer comparaciones. En un intento por aplacar los temores de la población, o de identificar el peligro real, en septiembre de 2009 el senador Tom Harkin, presidente del Comité del Senado para Salud, Educación, Trabajo y Pensiones, anunció que pondría en marcha una investigación para «investigar en profundidad los vínculos potenciales entre uso de teléfonos móviles y cáncer».

El mejor juicio que podemos emitir a día de hoy, según el profesor de Neurología del Harvard School of Medicine, el doctor Michael Ronthal, es que «es una posibilidad potencial. En realidad nadie conoce la respuesta y muchos de los estudios que se están conduciendo en este momento dependen de la memoria retrospectiva, lo que quiere decir que los encuestados deben calcular de memoria cuántas horas pasaron hablando por teléfono hace años». Además, los investigadores comparan a usuarios de teléfonos móviles diagnosticados con cáncer con otros que no tienen cáncer. Los datos recogidos de esta manera son cuestionables. Por ejemplo, pacientes diagnosticados con tumores en un lado del cerebro pueden asumir, sin razones para ello, que apoyaban el teléfono en esa parte de la cabeza.

De hecho, tal y como apunta el doctor Ronthal, será muy difícil conducir estudios fiables simplemente porque los teléfonos móviles se han convertido en algo ubicuo. «Sería necesario reclutar a un gran número de individuos dispuestos a llevar un registro de su uso del teléfono móvil durante diez años o más, así como a un grupo de control que rara vez use estos aparatos».

En su consulta de neurología el doctor Ronthal no ha apreciado un aumento de tumores cerebrales desde que se extendió el uso de teléfonos móviles, aunque sí ha observado un aumento de casos de linfoma cerebral, que nunca se ha relacionado con el uso de móviles. En cuanto a él y a su familia, el doctor Ronthal dice: «Nunca he desaconsejado el uso de móviles a miembros de mi familia. Pero si un paciente me pregunta, le diría que si usa el teléfono muchas horas al día, tal vez debería considerar comprar un cable, que mantiene al aparato alejado del oído, no porque existan pruebas concluyentes de que el uso de teléfonos móviles sea peligroso, sino porque se sabe muy poco sobre el tema. ¿Por qué no tomar entonces una precaución extra?».

¿Le asusta la posibilidad de que su teléfono móvil esté haciendo crecer cosas raras en su cerebro? No tenga miedo. Los televisores también emiten dosis mínimas de radiaciones, y cuando hicieron su entrada en las salas de estar surgió la preocupación de que sentarse demasiado cerca de ellos pudiera causar cáncer. Obviamente esto resultó no ser cierto. El progreso a menudo viene acompañado de nuevas preocupaciones de índole sanitaria. En este momento, y basándonos en los estudios realizados, el mejor consejo sería comprar unos auriculares y usarlos cuando hablemos por teléfono. Asegúrese de que su familia hace lo mismo y tal vez incluso quiera usted limitar el tiempo que sus hijos pasan hablando por teléfono[68].

Las pruebas de que disponemos a día de hoy no nos dan demasiados motivos de preocupación, pero hasta que los estudios que se están conduciendo en la actualidad estén completados y los científicos puedan afirmar con seguridad que no existen riesgos, parece razonable tomar algunas sencillas precauciones. El doctor Thomas Dehn, fundador y médico jefe de National Imaging Associates, que ha estudiado los diversos efectos de distintas formas de radiación, señala que «las pruebas no son concluyentes ni en un sentido ni en otro. En un principio me pareció una tontería, pero desde entonces se han realizado estudios interesantes. Y aunque la calidad de estos en ocasiones es dudosa, creo que lo único que podemos afirmar con seguridad a estas alturas es que: no lo sabemos. De forma que hasta que sepamos con certeza que [los teléfonos móviles] son inocuos, aconsejaría a la gente que tomara ciertas precauciones».

Personalmente, el tema no me preocupa. Simplemente no he visto datos suficientemente convincentes como para preocuparme. Cuando sé que no voy a molestar a nadie hablo por mi móvil normalmente, y en público suelo usar el dispositivo Bluetooth, que emite una dosis de radiación mucho menor porque su velocidad de transmisión también es menor. En su calidad de jefe del Instituto de Cáncer de la Universidad de Pittsburgh, el doctor Ronald Herberman sugirió a su equipo: «No deberíamos esperar a que se publique el estudio definitivo. Es mejor tomar precauciones ahora que lamentarse después».

Además de estar expuestos a radiaciones de forma voluntaria, muchas personas lo están, y en cantidades potencialmente peligrosas, por su profesión. Por ejemplo, a ver si lo adivinan: ¿quién está más expuesto a radiaciones peligrosas: los trabajadores de una planta nuclear o los pilotos y auxiliares de vuelo de una compañía aérea?

La respuesta, por raro que parezca, es el auxiliar de vuelo. La atmósfera terrestre crea un escudo protector que elimina gran parte de las radiaciones potencialmente dañinas del sol, pero como la tripulación de un vuelo trabaja a muchos kilómetros sobre la superficie, están más expuestos a las radiaciones cósmicas, y hay datos que apuntan a que tienen un riesgo mayor de contraer clases específicas de cáncer. De hecho, los estadounidenses que vuelan costa a costa pueden absorber el equivalente a diez rayos X. Un metaanálisis realizado en 2006 en Japón examinó registros informáticos correspondientes a cuatro décadas a partir de 1966 y descubrió un aumento significativo del riesgo de melanoma maligno y cáncer de mama en auxiliares de vuelo femeninas. Investigadores italianos realizaron una búsqueda intensiva de estudios sobre salud tanto publicados como inéditos sobre tripulaciones de vuelo entre 1986 y 1998 empleando técnicas de metaanálisis y descubrieron un ligero aumento del riesgo entre pilotos varones de melanoma cerebral y cáncer de próstata y de todos los tipos de cáncer en personal del sexo femenino, pero en especial de melanoma y cáncer de mama.

Estos estudios, sin embargo, no señalaban que había factores de riesgo no relacionados con la profesión y que podían haber intervenido. Por ejemplo, el personal de vuelo a menudo tiene días libres en países cálidos y pasan más tiempo libre al sol, lo que puede explicar la mayor incidencia de cáncer de piel. De hecho, un estudio británico realizado en 2006 concluyó que los estudios epidemiológicos «no han presentado pruebas concluyentes de aumento de ningún tipo de cáncer [...] que sea directamente atribuible a la exposición a radiaciones ionizantes. [...] Las pruebas actuales indican que las probabilidades de que la tripulación o los pasajeros de un avión padezcan efectos adversos como resultado de estar expuestos a radiaciones cósmicas son muy bajas».

Existen muy pocos datos que indiquen que hay peligro para los pasajeros, aunque vuelen con frecuencia. Hay muchas profesiones que tienen tasas más altas de cánceres específicos, directamente relacionados con el entorno de trabajo y las condiciones en que éste se realiza. Así, no es de sorprender que los mineros tengan una tasa más alta de cáncer de pulmón. Tampoco que en países nórdicos donde se permite fumar en cafés y bares, los camareros tengan una mayor incidencia de cáncer. Hay muchos agentes carcinogénicos en el mundo y algunos oficios nos sitúan en contacto directo con ellos. Lo mejor que puede hacer cada uno es averiguar a qué peligros se enfrenta en su lugar de trabajo y tomar medidas activas para contrarrestar el riesgo.

Así que, aunque sabemos que las radiaciones pueden causar cáncer, los aparatos que usamos en nuestra vida diaria emiten radiaciones que no parecen suponer un peligro para nuestra salud.

 

 

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El consejo del doctor Chopra

 

Los rayos X han salvado muchas vidas y han revolucionado la práctica de la medicina, pero pueden ser peligrosos. Deberíamos limitar el número de pruebas diagnósticas por imagen que nos hacemos al mínimo. Hay muchas situaciones en que una radiografía o un TAC pueden evitarse. Antes de hacerse estas pruebas, pregunte a su médico cómo afectarán los resultados a su tratamiento. Si le hacen una radiografía, guárdela en caso de que cambie de médico. Así no tendrá que repetirla.

Los teléfonos móviles no parecen guardar relación con los tumores cerebrales. Sin embargo, se trata de inventos relativamente nuevos y aún deben hacerse más estudios. Recurrir al uso de auriculares que aumentan la distancia entre el dispositivo y nuestro cerebro parece sensato, pero tampoco se ha estudiado lo suficiente. Si le preocupa este asunto, al comprar un teléfono móvil compruebe su tasa de absorción específica (SAR, por sus siglas en inglés), que variará según fabricante y modelos. El SAR es una medida de la cantidad de radiofrecuencia que absorbe nuestro cuerpo procedente del teléfono, y cuanto más baja sea, mejor.

Alan y yo somos conscientes de la falta de pruebas científicas sobre los peligros potenciales de la telefonía móvil, pero ambos usamos el dispositivo Bluetooth siempre que podemos. Estos dispositivos emiten menos radiaciones que los teléfonos móviles, pero no los llevamos puestos todo el día, y de esta forma limitamos nuestra exposición.

No hable por teléfono móvil sin auriculares mientras conduce. Esto sí que es más peligroso que el tumor cerebral o el neuroma acústico.

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