XXXVI
¿Hasta qué punto son peligrosos para los niños los medios de comunicación?
Tengo un amigo cuyo hijo de 12 años ha matado a más de treinta mil personas. Pasa gran parte de su tiempo jugando a videojuegos y él y sus amigos llevan la cuenta de cuántas personas matan. Aunque está orgulloso de la cifra, y continúa aumentándola, eso me lleva a plantearme algunas preguntas serias sobre el efecto que estos juegos violentos pueden tener en su vida más adelante.
Desde luego uno de los grandes debates del último medio siglo es cuál es precisamente el impacto que tiene la violencia en los medios en los niños. ¿Ver continuas escenas de violencia en la televisión les vuelve más agresivos? ¿Matar a treinta mil figuras de cartón en un videojuego les vuelve insensibles a la violencia real?
En los primeros días de la televisión probablemente las acciones más violentas en la programación infantil eran aquellos dibujos animados en blanco y negro en el que el atribulado granjero Gray le cortaba la cola a los ratones y éstos se vengaban dejando caer objetos pesados y punzantes sobre su cabeza. Aquello duró hasta que los programadores descubrieron que a los niños les encantaban las historias de acción y aventura. De la noche a la mañana hizo su aparición todo un ejército de vaqueros y héroes del espacio disparando, dando puñetazos y haciendo papilla a los malos. Rara vez se veía sangre, e incluso después de las batallas más violentas los buenos siempre se las arreglaban para escapar sanos y salvos. La violencia se convirtió en el tema de fondo de los programas infantiles más populares y los investigadores empezaron a preguntarse si asistir a miles de actos de violencia impune podría tener efectos a largo plazo. ¿Serían niños que todavía creían en Papá Noel capaces de discernir entre la violencia actuada que veían diariamente en la televisión de la real?
Se trataba de una pregunta nueva; hasta entonces nunca se había debatido si la radio era violenta. Y de hecho, en las décadas transcurridas desde que se formuló esta pregunta sobre la televisión se ha hecho extensiva a todas las tecnologías con que están en contacto hoy los niños, incluidos videojuegos, Internet y hasta teléfonos móviles. Según algunos cálculos, los niños y los adolescentes pasan más tiempo a la semana con estas herramientas y juguetes... ¡que en el colegio o con sus padres!
Ya en 1956 los investigadores empezaron a realizar experimentos para comprobar si la televisión verdaderamente estimulaba comportamientos violentos o agresivos en niños: veinticinco niños pequeños fueron divididos en dos grupos. Uno de ellos vio una historia animada del Pájaro loco en la que había escenas de violencia, el otro un amable cuento de La gallina sabia. Los investigadores informaron de que aquellos niños expuestos a la violencia del Pájaro loco mostraban un comportamiento más agresivo.
En las décadas siguientes se realizaron numerosos y creativos experimentos para tratar de medir el impacto de la violencia en la televisión en los niños. En 1961 investigadores de la Universidad de Stanford, espoleados por un incidente en el cual un adolescente había apuñalado a otro después de que ambos hubieran visto la película de James Dean, Rebelde sin causa, dividieron a noventa y seis niños entre 4 y 5 años en cuatro grupos. Uno de los grupos fue expuesto a una escena violencia simulada, el otro vio a los mismos actores mostrarse violentos en una película; un tercero vio un «personaje agresivo de dibujos animados» y un cuarto hizo de grupo de control. Después se colocó a cada uno de los niños de forma independiente en una situación frustrante, en la que se les quitaba un juguete que querían. Los tres grupos que habían asistido a escenas de violencia reaccionaron con mayor agresividad que el grupo de control, aunque aquellos que habían visto los dibujos animados fueron los más agresivos. Los investigadores concluyeron que «la exposición a modelos agresivos aumenta las probabilidades de que los sujetos respondan con agresividad cuando se les instiga en ocasiones posteriores».
Desde 1971, cuando el Cirujano General de Estados Unidos hizo público el primer informe que demostraba que la violencia en televisión predisponía a los niños a la violencia y a las conductas agresivas, cientos de estudios y experimentos han confirmado que para muchos jóvenes la televisión puede ser una escuela peligrosa. La American Academy of Pediatrics, la American Academy of Child & Adolescent Psychiatry, la American Academy of Family Physicians y la American Psychiatric Association coinciden en que incluso una exposición breve a la violencia en televisión hace a los niños más agresivos. E incluso una exposición fugaz a una escena violenta en la televisión o en una película aumenta el potencial de comportamiento agresivo. Resulta increíble, pero se calcula que para cuando un estadounidense cumple 18 años habrá visto doscientos mil actos dramatizados de violencia y más de dieciséis mil asesinatos en televisión. Estudios realizados en la década de 1990 revelaron que había más violencia en la programación infantil que en la de adultos. De hecho, se estima que dos terceras partes de toda la programación contienen escenas violentas (aunque la definición de «violenta» es muy amplia»). El peligro es que para los niños más pequeños, de 8 años o menos, la línea entre realidad y fantasía es a menudo difusa y en ocasiones tienen dificultades para comprender la diferencia. Parece ser que la violencia a raudales que ven en la televisión les vuelve insensibles a la violencia en la vida real y que, al menos en algunos casos, les lleva a responder de forma agresiva a situaciones de la vida real.
La teoría de que ver violencia en la televisión de niño provoca conductas violentas más adelante se vio confirmada por un estudio a largo plazo con trescientos veintinueve participantes y publicado en 2008 por la American Psychological Association. Investigadores de la Universidad de Michigan concluyeron que los hombres que habían visto cantidades significativas de violencia en televisión siendo niños tenían bastantes más probabilidades de haber empujado, agarrado con violencia a su pareja o a otra persona, a haber sido multados por no respetar las normas de tráfico, y que tenían tres veces más probabilidades de haber cometido algún delito.
En respuesta a este problema, la American Medical Association ha sugerido unas directrices a los padres que incluyen limitar a dos horas diarias el tiempo que sus hijos ven la televisión, no usar los videojuegos o a la televisión como canguros y estar al tanto de los contenidos a que están expuestos[73].
Con la llegada de los videojuegos violentos a principios de la década de 1990, la pregunta volvió a saltar a primer plano: ¿Vuelven los videojuegos más agresivos a los niños? El hecho de que los dos adolescentes autores de la matanza del instituto de Columbine, Colorado, no sólo jugaran a videojuegos violentos, sino que incluso personalizaran uno para adaptarlo a sus circunstancias, causó gran preocupación. Cuando el presidente de una asociación de comerciantes de videojuegos negó tajantemente la acusación en 2000 afirmando que «no hay absolutamente ninguna prueba de que jugar a videojuegos violentos provoque conductas agresivas», llevaba parte de razón, ya que no se habían hecho estudios al respecto. Y, tal vez sorprendentemente, los estudios realizados en los primeros días de los videojuegos apuntaba a que éstos eran menos perjudiciales para los niños que ver la televisión. Pero conforme se volvían más violentos y sus efectos visuales se asemejaban más a la vida real, los estudios empezaron a demostrar que los videojuegos violentos aumentaban la agresividad y reducían la sensibilidad a la violencia. Un metaanálisis conducido en 2001 por el doctor Graig Anderson y otros en la Universidad Estatal de Iowa, que incluyó cincuenta y cuatro tests independientes y más de cuatro mil participantes, encontró pruebas concluyentes de que jugar a videojuegos violentos aumenta el comportamiento agresivo, intensifica las emociones y percepciones violentas, altera la psicología y merma las actitudes y las conductas sociales. Estos resultados se apreciaron tanto en niños como en adultos, tanto hombres como mujeres.
Pero la cuestión sigue siendo complicada. Para los niños los videojuegos son una fuente de diversión. Parece ser que los adultos se los toman más en serio. También hay pruebas de que los videojuegos tienen más impacto en jóvenes con tendencia a la agresividad y, de hecho, los individuos sin rasgos agresivos en su personalidad parecen no acusar sus efectos. También hay pruebas bastante contundentes de que los videojuegos tienen beneficios reales. El investigador Noah Stupak, del Rochester Institute of Technology, señala que los videojuegos pueden ayudar a los jóvenes a mejorar sus «capacidades de resolución de problemas, su perseverancia, reconocimiento de patrones, prueba de hipótesis, logística, memoria, capacidad de reacción y juicio razonado. [...] Muchas de estas destrezas son abstractas y requieren un pensamiento avanzado que no siempre se enseña en las escuelas». También sugiere que los videojuegos violentos pueden ser una vía de escape para la frustración y agresividad que a menudo sienten los jóvenes, más o menos de la misma manera que jugar al fútbol sirve para liberar agresividad.
Viendo estos juegos, en el que el objetivo de los jugadores es matar a tantos «malos» como sea posible, y hacerlo sin penalización y con grandes dosis de diversión, es fácil llegar a la conclusión de que son peligrosos para mentes en desarrollo. Pero las pruebas no parecen respaldar dicha conclusión. Así que hasta que se realicen más estudios, muchos expertos recomiendan a los padres que limiten el número de horas que pasan sus hijos jugando, que se aseguren de que los juegos son adecuados para su edad y, si es posible, que traten de jugar con ellos alguna vez, para crear lazos afectivos.
Un estudio realizado en 2007 en la Universidad de Washington para examinar el valor de los vídeos destinados a estimular el desarrollo temprano de los niños, incluyendo las populares colecciones de Baby Einstein o Brainy Baby, arrojó resultados todavía más sorprendentes sobre el impacto de los vídeos en niños. Estos populares vídeos y otros de contenidos supuestamente educativos destinados a bebés afirman estimular el desarrollo del lenguaje. Con el tiempo se volvieron tan populares que un estudio de 2003 afirmó que cerca de un tercio de todos los niños de entre 6 meses y 2 años tenían al menos un DVD de Baby Einstein. Era obvio que los padres pensaban que estos vídeos eran capaces de mantener la atención de niños menores de 2 años. Pero el estudio demostró que son perjudiciales. Los niños expuestos a estos vídeos de hecho, aprendían un 10 por ciento menos de palabras que los niños que no los veían. Uno de los directores del estudio, el doctor Dimitri Christakis, afirmó tajante: «Cuantos más vídeos veían, menos palabras sabían decir».
Ya en 1999 la American Academy of Pediatrics había recomendado que los niños menores de 2 años no vieran la televisión, pero eso fue antes de la aparición de estos vídeos. «Cuando los padres ven un producto llamado Baby Einstein lógicamente se sienten intrigados», afirma la doctora Kathleen Nelson de la Facultad de Medicina de la Universidad de Alabama y miembro de la American Academy of Pediatrics que asesora en un comité sobre medios de comunicación. «Estoy convencida de que algunos padres creen que están privando a sus hijos de una estimulación temprana si no compran estos productos. Pero los estudios han demostrado que cuantos más minutos u horas al día pasa un niño pequeño frente al televisor, más lenta será su adquisición del lenguaje. A menudo veo a niños de hogares donde el televisor está constantemente encendido y es un ruido de fondo constante. Les explico a los padres que no deberían gastar su dinero en vídeos y en lugar de ellos dedicar tiempo a hablar con sus hijos, a leer libros con ellos y a enseñarles dibujos. Los niños como mejor aprenden es interactuando. Cuanto más pequeño es el niño, más necesita que su interlocutor sea una persona de carne y hueso, no una imagen en una pantalla, aunque la imagen en cuestión corresponda a la misma persona».
Un estudio realizado en un hospital infantil de Boston y publicado en Pediatrics en 2009 confirmó que la televisión no ofrece ningún beneficio a los niños pequeños, pero también sugería que no les perjudicaba. Casi novecientos niños que veían la televisión desde bebés fueron sometidos a una serie de tests adecuados a su edad a los seis meses y de nuevo a los 3 años. «Al contrario de la percepción de los padres, que piensan que ver la televisión es beneficioso para el desarrollo cognitivo de sus hijos», explica una de las autoras del estudio, Marie Schmidt, «no encontramos pruebas de que ver la televisión durante los dos primeros años de vida aporte ningún beneficio cognitivo». Los investigadores señalan que su estudio estaba limitado a niños muy pequeños y que es posible que los efectos perjudiciales de ver la televisión de los que dan cuenta otros estudios no sean palpables hasta que el niño tiene al menos 3 años.
Pero el doctor Nelson apunta que los vídeos y la televisión pueden ser buenos para niños de más edad. «Recomiendo Barrio Sésamo, por ejemplo. Tiene muchas repeticiones, lo que favorece el aprendizaje, y presenta valores sociales positivos. No estereotipa demasiado a las personas y el reparto incluye a jóvenes y mayores, personajes humanos y no humanos, todos los cuales se relacionan con amabilidad entre sí».
En 2006 la Campaña para una Infancia sin Comercio presentó una queja a la Federal Trade Comision (Comisión de comercio federal) sobre la base de que la corporación Disney, productora de los vídeos de Baby Einstein, hacía «afirmaciones falsas y engañosas» sobre los supuestos beneficios educativos y cognitivos en la publicidad de los vídeos de esta colección. Sin esperar a que la FTC decidiera tomar o no medidas, la compañía revisó voluntariamente su publicidad para asegurarse de que no incluía afirmaciones no demostradas científicamente. De manera que ahora la compañía encargada de la realización de este material admite que sus beneficios educativos son cuestionables. De hecho, en octubre de 2009 Disney se ofreció a reembolsar a los consumidores parte de lo que habían pagado por vídeos de Baby Einstein comprados entre junio de 2004 y septiembre de 2009.
Sorprendentemente, incluso antes de nacer algunos niños son expuestos a la música. Existe la creencia de que si los niños escuchan música, en especial clásica, dentro del útero, su desarrollo y su creatividad se verán estimulados. Aunque existen pocos indicios de que los bebés puedan oír la música desde el interior del útero y de que ésta llegue a su cerebro, algunos estudios parecen apuntar lo contrario. El supuesto «efecto Mozart», salido de un estudio que demostraba que después de escuchar diez minutos de música de Mozart estudiantes universitarios rendían mejor en tests sobre orientación espacial. También se ha afirmado que escuchar a Mozart estimula el desarrollo cerebral en niños menores de 3 años. Y por último que es también cierto —en teoría— en fetos. Ello resultó en el lanzamiento de nuevos productos, incluidos los vídeos de Baby Mozart y otros CD que se reproducen mediante una especie de estetoscopio que se apoya sobre el vientre de la madre. Pero los intentos por repetir estos resultados han sido poco concluyentes, e incluso la investigadora Frances Rauscher, una de las que participaron en el estudio de 1993, ha afirmado: «Es algo arriesgado concluir que si la música tiene efectos a corto plazo en estudiantes universitarios entonces hará nacer a niños más inteligentes. [...] Tenemos que tener cuidado a la hora de extraer conclusiones para las que no tenemos datos fiables Me parece que esa afirmación de que “Mozart te hace más listo” es un tanto arriesgada».
Pero hay pruebas que indican que un feto puede oír y recordar sonidos de su entorno. El feto empieza a oír aproximadamente a los cuatro meses y hay investigadores que han comprobado que responde al sonido de un tambor. Y numerosos ensayos sugieren que los bebés reconocen la voz de su madre y reaccionan a música que han escuchado de forma habitual dentro del útero, aunque en realidad lo que demuestran casi todos estos estudios es que un bebé siempre mira en la dirección de donde proviene un sonido que le es familiar. Pero la doctora Nelson sigue siendo escéptica respecto a los beneficios de escuchar música dentro del útero: «No creo que tenga beneficios reales, pero es agradable. ¿Que si contribuye a desarrollar aptitudes musicales en el niño? Nadie lo sabe».
Hay mucha gente convencida de que conforme los niños crecen se puede influir en sus acciones mediante la música, en particular el heavy metal y el rap, que a menudo se utilizan en películas como música de fondo para las escenas más violentas. El caso es que, teniendo en cuenta toda la preocupación que este tema suscita, aún no se han realizado investigaciones fiables. La mayoría de las investigaciones se parecen a la de aquel que estudió los efectos de diferentes músicas en las plantas. Según dicho estudio, las plantas expuestas a música de rock de Led Zeppelin o Jimi Hendrix crecían pero, sus tallos se inclinaban en dirección contraria a los altavoces y morían jóvenes.
Los estudios realizados han mostrado una asociación entre adolescentes con problemas de conducta, incluido consumo de drogas, actividades delictivas y promiscuidad sexual, y el heavy metal y la música de rap, pero muy pocos han proporcionado pruebas de que dichos comportamientos sean el resultado de escuchar esa clase de música. En lugar de ello, parece que los jóvenes con estos comportamientos usan esta música como leitmotiv para conocer a otras personas de actitudes similares a las suyas. Es relativamente sencillo identificar similitudes en grupos de jóvenes que escuchan un mismo tipo de música, por ejemplo, algunos estudios han demostrado que los estudiantes que prefieren el heavy metal tienen actitudes más negativas hacia las mujeres, pero en justicia debe añadirse que los adolescentes que escuchan música cristiana van a misa con mayor frecuencia que aquellos que no lo hacen. Las pruebas parecen apuntar a que no es la música la que influye en la personalidad, sino que las personas escogen la música que mejor casa con sus actitudes ante la vida. Así que mientras se siguen haciendo estudios, es justo decir que las pruebas de que la música agresiva tenga un efecto real en los adolescentes son escasas. Y, de hecho, un número significativo de las letras de rap tienen un mensaje positivo. El heavy metal o el rap no van a alterar de manera significativa el comportamiento de una persona en mayor medida que el rock and roll en la década de 1950 produjo una generación de delincuentes juveniles, tal y como se temían entonces los padres.
Tal vez no deba sorprendernos que la televisión, los videojuegos e incluso los vídeos musicales puedan ser muy peligrosos para niños y adolescentes, pero no de la manera en que mucha gente cree. No se trata necesariamente del contenido, sino de la cantidad. Los niños y los adolescentes que pasan tiempo sentados frente al televisor o jugando a videojuegos tienen riesgo de ser obesos, y la obesidad puede conducir a varias enfermedades graves, incluida la diabetes tipo II. Aunque lógicamente se daba por hecho que cuanto más vieran los niños la televisión menos ejercicio harían, la verdadera dimensión del problema no se hizo evidente hasta 1985, cuando un análisis de datos proporcionados por una encuesta nacional en Estados Unidos, la National Health and Nutrition Survey, que incluyó a trece mil niños, demostró que en las edades comprendidas entre los 12 y los 17 años la prevalencia de la obesidad aumentaba en un 2 por ciento por cada hora de televisión adicional.
Se trataba de una estadística sorprendente y alarmante. Desde entonces la relación entre el número de horas que se pasan ante el televisor y obesidad ha sido confirmada por numerosas investigaciones. A finales de 2008 un equipo de investigadores de la Facultad de Medicina de Yale, el National Institutes of Health y el California Pacific Medical Center publicó un análisis de ciento setenta y tres estudios que examinaban el efecto de los medios de comunicación en la salud infantil. Según el doctor Ezekiel Emanuel del NIH, «se trató de la primera evaluación exhaustiva de las muchas maneras en que los medios incluyen en la salud física infantil». Informaron de que el 86 por ciento de los estudios habían encontrado una relación estadísticamente significativa entre la cantidad de tiempo que los niños pasaban viendo la televisión y obesidad, y que otros casi tantos estudios informaban de que la situación no había cambiado desde 1985: cuantas más horas pasaban frente al televisor, más engordaban.
Otro análisis confirmó los resultados concretos de numerosos estudios. Uno de ellos, realizado en 2003, fue algo más específico, afirmando que los niños que veían más de tres horas de televisión al día tienen un 50 por ciento más de probabilidades de ser obesos que aquellos que la ven menos de dos horas. Pero también, y esto es más importante, concluyó que ver demasiada televisión y jugar con consolas contribuye a la obesidad en alrededor de un 60 por ciento de casos totales.
No se trata de un problema exclusivamente estadounidense. En 2004 investigadores del Hospital Universitario de Zúrich y del Children’s Hospital de Filadelfia informaron de una relación significativa entre jugar con la consola y obesidad en niños suizos en edad escolar. Estudios realizados en otros países han arrojado resultados similares[74].
Las razones de esto son obvias. Cuanta menos actividad física realice un niño, mayores serán sus probabilidades de engordar, y la dieta básica de muchos niños está formada por cereales, caramelos, refrescos de soda y otros productos de comida rápida. De hecho, según un estudio de 2005, casi tres de cada cuatro anuncios dirigidos a los niños eran de esta clase de productos.
Lo mejor que pueden hacer los padres para evitar que sus hijos se vuelvan obesos es limitar el tiempo que ven la televisión o juegan a la consola, no permitirles tener un televisor o una consola en su habitación e insistir en que hagan ejercicio físico. ¡Y por ejercicio no me refiero a ir caminando al videoclub!
El consejo del doctor Chopra
Tras años de debate hoy aceptamos que ver violencia en la televisión o en el cine no fomenta el comportamiento agresivo en los jóvenes. Tal vez sorprendentemente no existen pruebas hasta la fecha de que los videojuegos de contenido violento, el rap o el heavy metal tengan un impacto negativo en los adolescentes. El problema más potencialmente grave es que los niños y los adolescentes que pasan demasiado tiempo sentados frente a una pantalla terminen siendo obesos. Y la obesidad es causante de enfermedades graves.
También sorprendentemente los llamados vídeos educativos dedicados a bebés no los educan e incluso pueden interferir en su desarrollo. Lo mejor que pueden hacer los padres por sus hijos es dedicarles tiempo de calidad.