VII



¿Son las especias beneficiosas desde el punto de vista médico?

Las especias pueden no ser lo que mueve el mundo, pero desde luego sí ayudaron a demostrar que es redondo. Su historia es larga y rica. Hace más de cinco mil años los egipcios las empleaban para todo, desde aromatizar alimentos hasta embalsamar a los muertos. Las legendarias rutas comerciales del mundo antiguo se establecieron en un primer momento para facilitar el comercio de especias. Muchos de los viajes de los exploradores europeos estuvieron motivados por el interés por la búsqueda de nuevas rutas marítimas que condujeran a las especias orientales. De hecho, Cristóbal Colón descubrió el Nuevo Mundo cuando navegaba hacia el oeste con la esperanza de encontrar una nueva ruta a las islas Molucas o de las Especias.

En aquellos tiempos remotos las especias eran una de las mercancías más preciadas: por el control de su comercio se declararon guerras; por ellas se construyeron y desaparecieron vastos imperios y fortunas familiares y muchas economías nacionales dependían de ellas. Además de su uso básico para añadir sabor a los alimentos, se empleaban para innumerable propósitos medicinales, incluso como afrodisiacos que supuestamente curaban la impotencia o aumentaban la fertilidad. Y a pesar de todos los avances médicos de que disfrutamos hoy día, muchas empresas siguen amasando grandes beneficios comercializando especias por sus supuestas propiedades para la salud.

Se calcula que hay más de trescientas cincuenta especias que se han empleado en la historia de Estados Unidos con fines medicinales así como para aliñar alimentos[19]. Antes del descubrimiento de los modernos medicamentos se consideraban tratamiento esencial para todo, desde dolores de estómago a «molestias propias de la mujer». Aunque con el tiempo fueron siendo reemplazadas por medicamentos testados clínicamente, muchas personas continuaron considerando las especias una medicina popular. Tengo un amigo al que le gusta contar la historia de un muchacho con dolor de oídos a quien un anciano vecino aconsejó ponerse un diente de ajo en la oreja. Unas horas más tarde el dolor de oídos había desaparecido... y por fortuna a los médicos de urgencias no les costó demasiado trabajo extraer el ajo del conducto auditivo del joven.

 

 

CANELA

 

Con la creciente popularidad de la medicina natural se ha renovado el interés por las especias en el tratamiento de dolencias comunes, y los investigadores han empezado a realizar estudios sobre su efectividad. La canela es la capa interna que recubre la corteza de un árbol de hoja perenne que crece sobre todo en Sri Lanka, antes Ceilán. Los chinos apreciaban mucho la canela y escribieron numerosos tratados sobre ella hace más de cuatro mil años. Aparece mencionada en la Biblia, y en el primer siglo después de Cristo el historiador romano Plinio el Viejo señaló que la canela era mucho más valiosa que la plata. Según una leyenda, los árabes, quienes la introdujeron en Occidente, afirmaban obtenerla en pantanos, dentro de nidos ¡custodiados por serpientes y murciélagos! En la actualidad sin embargo, se alaban sus supuestos poderes antiinflamatorios, su condición de agente fungicida que puede ayudar a controlar la diabetes tipo II, bajar el colesterol y los triglicéridos, servir de afrodisiaco e incluso mejorar la memoria.

Aunque no hay duda de que añade chispa a los platos que acompaña, las propiedades medicinales de la canela están aún por confirmarse. Uno de los estudios que más expectación despertó fue el realizado por la NFPW, la Universidad Agrícola de Pakistán en 2003 y que después se publicó en Diabetes Care, una revista de probada solvencia. En dicho estudio sesenta paquistaníes con diabetes tipo II fueron divididos en seis grupos y durante sesenta días se les administró canela en distintas cantidades o placebo. Los investigadores se basaron en la glucosa basal, el colesterol LDL, los triglicéridos y el colesterol total. Aunque no se observaron cambios en los sujetos que habían tomado placebo, en el grupo de la canela la glucosa basal y los triglicéridos se redujeron en un 25 por ciento. El colesterol LDL se redujo entre un 7 y un 27 por ciento y los niveles de colesterol total también disminuyeron de forma significativa. Pero lo más desconcertante de estos resultados —y lo que los hace un tanto sospechosos— fue que los efectos de la canela se prolongaron durante casi tres semanas después de terminado el estudio. «Es algo extraño», comentó el doctor Frank Sacks, profesor de nutrición en la Harvard School of Public Health. «No conozco ningún fármaco cuyos efectos persistan durante veinte días».

La comunidad médica respondió a la publicación de este estudio con gran interés. ¿Acaso se había redescubierto un antiguo secreto? ¿Era la canela un remedio natural para reducir la glucosa y el colesterol y útil, por tanto, en la prevención de la diabetes tipo II y las enfermedades del corazón? Otros investigadores procedieron inmediatamente a testar esta hipótesis con resultados de lo más dispares. Nadie ha sido capaz de reproducir los resultados del estudio paquistaní. Uno similar realizado en Alemania de cuatro meses de duración descubrió que la canela no alteraba en modo alguno los niveles de colesterol, aunque los de glucosa basal sí caían en casi un 7 por ciento. Otro estudio de pequeña envergadura publicado en el Journal of Nutrition en 2006 no encontró cambios significativos en ninguna de las mediciones. Para completar el círculo, en 2008 Diabetes Care informó sobre un metaanálisis de estudios controlados con placebo sobre los efectos de la canela en los marcadores para la diabetes realizado por farmacéuticos y médicos de la Universidad de Connecticut y el Hartford Hospital. Cinco estudios encajaban en los parámetros de este análisis, y ninguno de ellos informó de que la canela reportara beneficios a pacientes con diabetes tipo I o tipo II.

Por último, un modesto estudio escandinavo realizado en 2007 descubrió que altas dosis de canela sí parecían conducir a reducciones a los niveles de insulina en sangre. También demostró que la canela reducía el tiempo que tarda el estómago en vaciarse después de una comida, lo que de hecho, reduciría el aumento de niveles de azúcar en sangre después de comer.

Ha habido otras investigaciones sobre los beneficios potenciales de la canela. Un experimento apuntaba que el aroma a canela estimula el procesamiento cognitivo del cerebro, es decir, que empuja al cerebro a estar más alerta, uno de los argumentos que con mayor frecuencia esgrimen los defensores de la aromaterapia.

Los experimentos realizados en laboratorios indican que la canela causa cambios químicos concretos y que tiene efectos determinados en las células, pero es considerablemente más difícil demostrar esto en ensayos clínicos realizados con humanos. Empleada en dosis normales, la canela realza el aroma y el sabor de numerosos alimentos y no se tiene noticia de que su consumo sea dañino, por lo que no hay razón para no consumirla. Y, tal y como hemos visto con el placebo, para algunas personas que creen en sus propiedades resultará beneficiosa. Pero al igual que con otros suplementos alimenticios y especias, el peligro principal está en que alguien decida usar la canela como sustitutivo de medicaciones efectivas y seguras contra la diabetes. A pesar de las muchas expectativas, está aún por demostrar que pueda reducir los síntomas de la diabetes tipo II.

 

 

AJO

 

El ajo desde luego ha resultado ser tremendamente efectivo para mantener alejados a los vampiros, dado que hace tiempo que no se ve ninguno, salvo en televisión. Pero también se le han atribuido otros poderes extraordinarios. Entre las propiedades médicas que supuestamente tiene figuran prevenir el cáncer y las enfermedades de corazón, reducir la presión arterial, estimular el sistema inmune para hacerlo más resistente a los catarros y la gripe, ser un antibiótico efectivo e incluso mantener alejados a mosquitos y garrapatas.

Al igual que la canela, el ajo es responsable de algunos desconcertantes resultados en laboratorio que luego no se han repetido en ensayos clínicos. Históricamente, el ajo y la efedrina están considerados los medicamentos más antiguos que se conocen. Tratamientos con ajo aparecen grabados en tablillas sumerias de más de tres mil años de antigüedad. Los egipcios lo empleaban para prevenir enfermedades y fortalecer el cuerpo, y también como divisa —en el reinado del rey Tut un esclavo valía quince libras de ajo— y Plinio el Viejo describe su uso en docenas de remedios. Era el ingrediente principal en el llamado «vinagre de los cuatro ladrones», que al parecer se empleó con cierto éxito en una plaga ocurrida en 722 d.C., así como para tratar la lepra e incluso proteger al ganado del ántrax. En épocas más recientes, el ajo se usó en la Primera Guerra Mundial como antiséptico en el que remojar los vendajes y limpiar heridas, y antes del descubrimiento de la penicilina los rusos lo tomaban como antibiótico. Aparentemente sus efectos antisépticos son reales y en Estados Unidos y en otros países en la actualidad se emplea en la fabricación de insecticidas y repelentes de insectos.

Pero los usos médicos del ajo están todavía por demostrar. Un estudio financiado por el gobierno de Estados Unidos y publicado en 2007 en Archives of Internal Medicine, investigadores de la universidad de Stanford administraron a ciento noventa y dos adultos con niveles de colesterol malo ligeramente altos ajo en una variedad de bocadillos o en pastillas a base de ajo pulverizado, o bien placebo. Más de la mitad de los participantes que tomaron ajo declararon haber sufrido efectos secundarios menores: mal aliento y olor corporal, pero no se apreció mejora alguna en sus niveles de colesterol. Sin embargo, uno de los directores del equipo aconsejó no subestimar los beneficios potenciales del ajo basándose sólo en los resultados de este estudio, ya que podían ser necesarias dosis más altas o administrarse a pacientes con niveles de colesterol más elevados.

Varios experimentos de laboratorio y estudios con animales han informado de que el ajo parece reducir el riesgo de contraer cáncer, pero, una vez más, éstos no se han probado con seres humanos. Empleando el sistema de la FDA, que sólo admite las pruebas científicas a la hora de anunciar las propiedades médicas de un producto, la agencia reguladora de alimentos y fármacos de Corea examinó las bases de datos disponibles en busca de estudios que vincularan el ajo con un menor riesgo de cáncer. Los investigadores identificaron diecinueve estudios realizados con seres humanos entre 1955 y 2007 y no encontraron «pruebas creíbles que confirmaran una relación entre la ingesta de ajo y una reducción del riesgo de cáncer gástrico, de mama, de pulmón o de endometrio y muy pocas que sugirieran una asociación entre el consumo de ajo y un riesgo menor de cáncer de colon, próstata, esófago, laringe, boca, ovario o de células renales».

En 2006 un grupo de universidades británicas condujo un análisis más amplio de los datos clínicos relativos a los beneficios potenciales del ajo a la hora de reducir el riesgo de cualquier dolencia, desde las más comunes hasta el cáncer. Los analistas identificaron seis grandes estudios y «basándose en ensayos clínicos rigurosos» determinaron que las pruebas de que el ajo tuviera propiedades médicas no eran «convincentes».

¿Y qué hay de las legendarias propiedades del ajo para ahuyentar a los vampiros? En 1994 investigadores de la Universidad de Bergen, en Noruega, decidieron trasladar este mito al laboratorio. Al no disponer de suficientes vampiros para realizar un estudio fiable, decidieron utilizar sanguijuelas. En este ensayo controlado se permitía a las sanguijuelas adherirse bien a una mano cubierta de ajo, bien a una limpia. En dos tercios de todos los ensayos las sanguijuelas se sintieron atraídas por las manos con ajo. Y lo hacían con rapidez, en quince segundos, mientras que las que escogieron la mano limpia tardaron cuarenta y cinco segundos en decidirse. Esto, claro, llevó a los científicos a cuestionarse el poder del ajo como arma contra vampiros.

Pero aunque no existen pruebas científicas de las propiedades medicinales del ajo, sus defensores continúan convencidos de que ello se debe a que los científicos no han dado aún con la manera adecuada de testarlo. En el laboratorio los investigadores han demostrado que el ajo ayuda a prevenir la formación de coágulos sanguíneos, y que si esta propiedad pudiera replicarse en seres humanos reduciría el riesgo de infarto, un resultado posible que sigue interesando a los científicos. Aquellos que defienden los usos médicos del ajo argumentan que los ensayos realizados hasta el momento no han examinado la capacidad de éste para reducir los niveles de colesterol en personas sanas y que no se ha testado en concentraciones suficientemente altas.

Es posible que tengan razón; desde luego hay muchas cosas que aún ignoramos acerca de la relación entre química alimentaria y enfermedades, pero hasta que ensayos clínicos serios proporcionen pruebas de la eficacia del ajo, todo lo que podemos hacer es informar de lo que sí está demostrado.

 

 

VINAGRE

 

Si hemos de creer lo que nos dicen los anuncios de teletienda, uno de los secretos mejor guardados de la medicina moderna son los asombrosos poderes curativos del vinagre. Según estos teóricos de la conspiración médica, las compañías farmacéuticas llevan cientos de años confabuladas con los médicos para impedir que se descubra que el vinagre es la cura secreta para la diabetes. Y esto lo hacen, como no, para no quedarse sin los enormes beneficios que las compañías obtienen fabricando medicamentos innecesarios.

El vinagre es el perfecto ejemplo de cómo se recurre a la invención para vender productos a consumidores con el argumento de que los médicos y las compañías farmacéuticas les están privando de información valiosa para su salud. Es obvio que se trata de algo absurdo. ¿Puede una persona en su sano juicio creer que setecientos cincuenta mil médicos conspirarían para mantener en secreto la cura de la diabetes? ¿O, ya puestos, para mantener cualquier cosa en secreto? Es correcto afirmar que el vinagre puede tener algunos beneficios potenciales para la salud, pero no lo es decir que entre ellos está el remedio para la diabetes. Por desgracia la falta de pruebas no ha servido para disuadir a los creadores de campañas comerciales. De hecho, un sitio web muy visitado publicó la siguiente información: «[Los médicos] no pueden recetar vinagre (en lugar de un medicamento específico para la diabetes) porque existen mil estudios realizados (con este fármaco) y ninguno con vinagre. Al final los médicos se ven obligados a recetar sólo aquellos fármacos que se han testado más para evitar posibles demandas. ¿Y por qué nadie estudia el vinagre? Porque nadie tiene la patente y, por tanto, no es negocio». De hecho, hay bastantes pruebas que demuestran la eficacia del tratamiento farmacológico de la diabetes, pero por las razones que sea se han hecho muy pocos estudios sobre el vinagre. Y los médicos no se «ven obligados» a nada, sino que se limitan a seguir protocolos clínicos establecidos. La ausencia de estudios no puede considerarse una prueba de la eficacia del vinagre.

Dicho esto, el vinagre posee grandes propiedades. Es un producto natural, resultado de un proceso de fermentación. Además del ácido acético, que le da su sabor y su olor inconfundibles, contiene varios nutrientes y ácidos orgánicos importantes. Hay muchas clases de vinagre, pero el más común se obtiene de la manzana, que las diferentes civilizaciones han empleado durante siglos. Sabemos que los egipcios ya lo usaban 3000 a.C. y los chinos 2000 a.C. En la Biblia aparece mencionado dos veces y se supone que una vez en la cruz, a Jesús le dieron de beber vinagre o vino agrio. De hecho, el nombre de vinagre viene de una palabra que en francés antiguo designaba «vino agrio». El profeta Mahoma lo llamó «aliño bendito» y era uno de sus condimentos preferidos.

A lo largo de la historia el vinagre ha tenido multitud de aplicaciones medicinales. Hipócrates lo recetaba como cura para el catarro común, también como antiséptico para heridas y llagas. Se cuenta que Cleopatra disolvió sus perlas en vinagre y dio a beber la poción resultante a Marco Antonio. También se ha usado para tratar la hidropesía, ciertos envenenamientos y dolores de estómago. Asimismo se cree que ayuda a perder peso y a menudo se emplea en el tratamiento de picaduras de insecto, quemaduras solares, piojos y verrugas. También se ha recomendado su uso en pacientes hepáticos, con osteoporosis e incluso colesterol alto.

Con el vinagre ocurre lo que con otras especias usadas durante siglos. Es posible que los remedios caseros aparecieran porque la gente experimentó con ellos y descubrió que funcionaban. Así que, aun cuando los ensayos clínicos no logran demostrar las creencias populares, sigue cundiendo la sensación de que hay algo que falla, de que tal vez la ciencia moderna no tiene todas las respuestas. Pero la realidad es que los ensayos clínicos siguen siendo a día de hoy la mejor manera de determinar la eficacia de una sustancia. Querer que algo funcione no equivale a probar que lo hace.

En los experimentos en laboratorio el vinagre ha resultado tener interesantes propiedades. Por ejemplo, un estudio japonés realizado en 1988 demostró que el ácido acético administrado a ratas reducía los niveles de glucosa en sangre y en 2001 investigadores japoneses informaron de que cuando se daba a ratas de laboratorio una dieta con vinagre o ácido acético, la tensión arterial bajaba de forma significativa.

También hay datos prometedores procedentes de ensayos clínicos sobre el valor de incluir vinagre en la dieta. Un estudio prospectivo de cohortes hecho por el Departamento de Nutrición del Harvard School of Public Health examinó datos procedentes del Nurses’ Health Study, que hizo un seguimiento de más de setenta y cinco mil profesionales sanitarios. Al cabo de diez años los investigadores informaron de que las mujeres que aliñaban sus ensaladas con aceite y vinagre cinco o seis veces a la semana tenían un riesgo significativamente menor de sufrir enfermedades cardiacas isquémicas que aquellas que no lo hacían.

Años atrás los diabéticos bebían té con vinagre en un intento por controlar los síntomas de su enfermedad. En 2005 la doctora Carol Johnston, profesora de nutrición en la Universidad Estatal de Arizona, se preguntó si esto tendría una base científica y decidió realizar su propio experimento. «Me empecé a interesar por el vinagre en la década de 1990, cuando trataba de diseñar programas nutricionales para ayudar a los diabéticos a controlar mejor sus niveles de glucosa. Empecé trabajando con dietas bajas en hidratos y ricas en proteínas, pero pronto se hizo obvio que sólo funcionaban si las personas cambian sus hábitos alimentarios. Pero cuando estaba escribiendo un artículo me encontré con un oscuro artículo publicado en 1988 en Food Journal sobre los beneficios del vinagre en la dieta japonesa. El artículo terminaba con la frase: “Tal vez esta información sea de utilidad para pacientes con diabetes”. Madre mía, pensé. Si esto es cierto, entonces la gente podría seguir con su dieta habitual, aunque fuera rica en hidratos de carbono, y atenuar la subida de la glucosa en sangre tomando vinagre. Así que me propuse investigarlo».

Fue un estudio a pequeña escala. La doctora Johnston dividió a treinta personas en tres grupos, uno de ellos formado por pacientes con diabetes tipo II, otro por sujetos con síntomas que indicaban que pronto desarrollarían diabetes y un tercero por individuos sanos. A cada grupo se le administraron dos cucharadas de vinagre o de placebo antes de un desayuno rico en hidratos. Una semana después volvieron; aquellos que habían tomado vinagre tomaron ahora placebo y al revés. En todos los grupos el vinagre redujo el nivel de glucosa en sangre, aunque la reducción más marcada se dio en aquellos sujetos con los primeros síntomas de diabetes. Ensayos posteriores también realizados con muestras pequeñas de población revelaron que tomar dos cucharadas de vinagre antes de irse a la cama reducía la glucosa basal dos veces más que el placebo, aunque sólo en un 10 por ciento. La importancia de esto quedó demostrada en un estudio de una década de duración conducido en el National Institute of Diabetes and Digestive and Kidney Diseases (Instituto nacional de diabetes y enfermedades digestivas y renales), que concluyó que mantener los niveles de glucosa en sangre lo más cerca posible de lo normal ralentiza la progresión de varios síntomas de la diabetes.

«Demostramos que si se consume vinagre al principio de las comidas se reduce la subida de glucosa hasta en un 20 por ciento», explica la doctora Johnston. «Me sorprendió la consistencia de los resultados. Cuando uno obtiene lo que esperaba obtener siente ganas de salir corriendo y contárselo a alguien. Es muy emocionante, porque se trata de una idea sencilla y barata. Accesible para todo el mundo. Pero para convencer a la comunidad médica es necesario hacer estudios con grandes muestras de población. La comunidad médica necesita ver un ensayo de grandes dimensiones que arroje resultados positivos. Ése es el siguiente paso».

Así pues, aunque hay indicios de que el vinagre puede rebajar los niveles de glucosa, nadie está sugiriendo que deba reemplazar a los medicamentos contra la diabetes, y menos que nadie la doctora Johnston. Pero sí señala que no existe razón alguna para no consumir vinagre en las comidas y por tanto beneficiarse de las propiedades que pueda tener. «De acuerdo, tal vez tengamos que inventarnos algo para hacer su consumo más atractivo y no limitarnos al vinagre común. Pero se trata de un condimento que no requiere refrigeración».

También hay muchas personas que insisten en que beber una cucharadita o más de vinagre de manzana —o tomar un suplemento alimenticio a base de vinagre— justo antes de comer tiene propiedades saciantes y por tanto permite comer menos. El estudio de la doctora Johnston confirmó que «el vinagre parece tener propiedades saciantes, al menos en las primeras semanas, lo que quiere decir que te hace sentirte lleno antes y por tanto comer menos». Después de llevar a cabo un pequeño estudio aleatorio y de doble ciego y controlado por placebo en el que se administraba a los participantes vinagre o placebo antes del almuerzo, la profesora Johnston comprobó que «el vinagre [...] puede reducir la respuesta glicémica a una comida, un fenómeno que se ha asociado a la saciedad y al consumo menor de comida».

Para los diabéticos es una gran ventaja, ya que menos comida significa menos glucosa. Pero para el resto de la gente menos comida equivale a... ¡menos peso! Cuando comemos, nuestros niveles de glucosa en sangre suben, pero en un interesante experimento realizado en 2006 en la Universidad sueca de Lund y divulgado en la revista European Journal of Clinical Nutrition, doce voluntarios comieron a diario pan seco o empapado en tres medidas distintas de vinagre y a continuación se les hacía un análisis de sangre. Los niveles de glucosa bajaban en proporción inversa a la medida de vinagre y cuanto más vinagre tomaban los sujetos, más saciados se sentían. Obviamente se trata de un experimento demasiado pequeño como para extraer de él conclusiones definitivas. Y aunque otros estudios similares también a pequeña escala han demostrado que el vinagre reduce ligeramente la respuesta glicémica —la cantidad de alimento que ingerimos— son necesarias más pruebas para hacer una afirmación concluyente. La buena noticia es que añadir vinagre a nuestra dieta es sencillo e indoloro pero, y esto es muy importante, no existe razón alguna para que pacientes con diabetes sustituyan su medicación habitual por vinagre.

Al parecer el vinagre también tiene aplicaciones como producto de limpieza. Así, podemos tomarlo como medicina y a continuación usarlo para sacar brillo al suelo de la cocina. La revista Good Housekeeping publicó que el vinagre reduce el moho en un 90 por ciento y que es un 99,9 por ciento efectivo a la hora de matar bacterias. En el laboratorio, sin embargo, el vinagre resultó ser ineficaz a la hora de evitar el crecimiento del E. coli y otras bacterias, y tan sólo frenaba ligeramente el crecimiento de la bacteria del estafilococo. Por último, un campo en el que no existe desacuerdo alguno, el vinagre es muy eficaz para aliviar el escozor de las picaduras de mosquito, avispa y otros insectos.

 

 

CÚRCUMA

 

De todas las especias más populares, la cúrcuma tal vez sea la que encierra mayor potencial para la salud. Durante casi cuatro mil años ha formado parte importante del método de medicina antiguo indio conocido como ayurveda, que significa «larga vida». De su raíz se extrae el polvo del mismo nombre y sus defensores afirman que constituye un remedio eficaz para tratar una gran variedad de dolencias, entre ellas problemas digestivos como síndrome de colon irritable y otros problemas digestivos, colitis ulcerosa, dispepsia, diarrea, úlceras de estómago y cálculos biliares. También se emplea como antiséptico en quemaduras y hematomas, picaduras de insecto e irritaciones cutáneas en general; asma y resfriados, problemas menstruales, epilepsia e infecciones del tracto respiratorio, hemorragias, ictericia, cataratas, caries dentales, algunas alergias y hasta sida. Como agente antiinflamatorio y antioxidante, se ha dicho que puede ser efectivo contra diferentes tipos de cáncer, enfermedades cardiacas, esclerosis múltiple, artritis reumatoide y que incluso puede ralentizar la progresión del alzhéimer. Y además de todas estas aplicaciones, también se emplea como colorante natural en la mostaza, el queso y la mantequilla.

Y no hemos hecho más que empezar.

Así que no debe sorprendernos que en las últimas décadas la cúrcuma se haya convertido en uno de los suplementos nutricionales más vendidos sin receta. Hay docenas de compañías que lo comercializan en diferentes dosis. Desde el punto de vista económico es todo un éxito, aunque sus supuestos beneficios para la salud siguen sin estar demostrados[20]. Como casi todo lo demás en este campo, todo lo que se afirma sobre la cúrcuma parece demasiado bonito para ser cierto.

El revuelo en torno a la cúrcuma empezó en 1970 cuando investigadores indios informaron de que la especia reducía los niveles de colesterol en ratas de laboratorio. En 1989 el profesor Bharat Aggarwal, de la clínica oncológica Anderson, en Houston, se preguntó si las historias que circulaban sobre los supuestos poderes antiinflamatorios de la cúrcuma que había escuchado siendo un niño en la India podrían ser ciertos. Tal y como más tarde confesó a un periodista: «Cogimos un poco de la cocina y se lo echamos a unas cuantas células». Así nació un producto de lo más rentable. «No lo podíamos creer. Bloqueaba por completo el factor de necrosis tumoral (TNF, por sus siglas en inglés), que interviene en muchas enfermedades, aunque hay algunas, como la esclerosis múltiple, en que bloquear los niveles de TNF empeora la situación. También bloqueaba el NF Kappa B, que influye en el sistema inmune». Básicamente, la cúrcuma empleada en el laboratorio bloqueaba algunos de los caminos tradicionales que siguen los patógenos para causar la enfermedad.

Desde entonces se han producido nuevos y emocionantes descubrimientos, aunque casi todos ellos en experimentos de laboratorio. Estudios in vitro —es decir, experimentos preliminares hechos en tubos de ensayo— y con animales han demostrado que la cúrcuma y su raíz pueden prevenir el crecimiento o la diseminación de determinadas células cancerosas y en algunos casos hasta destruirlas, y que puede tener propiedades antiinflamatorias particularmente útiles para ralentizar la progresión del alzhéimer. «En un tubo de ensayo hace muchas cosas», explica el profesor de la UCLA Greg Cole, director asociado del centro de investigación de la enfermedad de alzhéimer de esta universidad, que lleva investigando durante mucho tiempo. «Pero sobre sus efectos en seres humanos los datos son aún muy endebles».

La mayor parte de los ensayos clínicos realizados hasta la fecha bien eran demasiado reducidos o carecían de los controles necesarios. Un estudio epidemiológico conducido en la Universidad Nacional de Singapur y publicado en el International Journal of Epidemiology informó de que asiáticos de edad avanzada que consumían curry elaborado con cúrcuma «ocasionalmente, a menudo o muy a menudo» obtenían resultados significativamente mejores en exámenes de habilidades mentales, lo que les llevó a concluir que la cúrcuma proporcionaba importantes beneficios cognitivos. Sin embargo, un modesto estudio de seis meses de duración y controlado por placebo demostraba que la cúrcuma no tenía efecto alguno en pacientes con alzhéimer. Otro estudio aleatorio de doble ciego hecho en India concluyó que en un pequeño grupo de población con osteoartritis, una mezcla herbal de cúrcuma y otras especias «mejoraba el dolor y la invalidez comparada con el placebo». Un estudio preliminar de sólo dieciocho pacientes con artritis reumatoide, esta vez sin placebo, también demostró que la cúrcuma tenía cierta eficacia contra el dolor. Otros ensayos igualmente modestos han revelado que la cúrcuma parece frenar la progresión del cáncer de colon y mitigar determinados síntomas de pacientes con enfermedad intestinal inflamatoria.

Una vez más, las pruebas científicas de los beneficios reales de la cúrcuma son anecdóticas. Mucha gente que la consume con regularidad presume de cuánto les ha ayudado, algo que ocurre tanto como con los complementos nutricionales como con las especias. Así que puede ser que para algunas personas la cúrcuma haya resultado beneficiosa, pero de momento no existe ningún ensayo clínico a gran escala que lo demuestre.

Y aunque algunos de los pacientes del profesor Cole que han probado la cúrcuma son de los que defienden sus bondades, él mismo sigue sin estar convencido: «¿Hay alguna base científica en todo esto? No lo sé».

 

 

CAPSAICINA

 

La capsaicina es el compuesto químico responsable del sabor picante de los chiles, los jalapeños, el pimentón, el tabasco o la cayena. Cuando lo ingerimos enseguida nos invade una sensación de calor, que nos hace sudar y aumenta nuestra circulación sanguínea bajando nuestra temperatura corporal.

Empleada tradicionalmente como analgésico, la capsaicina también puede prevenir las enfermedades del corazón, reducir la frecuencia e intensidad de las migrañas en racimo, controlar la tensión arterial, mejorar la digestión y prevenir el cáncer. Se emplea en Sudamérica desde hace miles de años; los mayas trataban con ella los dolores de garganta, el asma y la fiebre; los aztecas la empleaban como remedio para el dolor de muelas. En la actualidad, puesto que es un fuerte agente de irritación cutánea y también puede causar dificultades respiratorias, se emplea como espray lacrimógeno en defensa personal y también en control de disturbios.

En Estados Unidos la capsaicina se comercializa como «el remedio natural contra los dolores de cabeza» y supuestamente «hace desaparecer el dolor asociado a artritis, lesiones de espalda y contracturas musculares»; también alivia «el dolor severo de forma temporal». Aunque algunas de estas afirmaciones sean exageradas, existen pruebas sustanciales que apoyan el uso de la capsaicina como analgésico. Básicamente el dolor es una señal de alarma al cerebro, un aviso a nuestro organismo de que debe protegerse de una amenaza. La señal dolorosa se transmite desde el punto del cuerpo en el que se inicia, por ejemplo si nos golpeamos un dedo del pie o nos pinchamos con una aguja, a través de una serie de fibras nerviosas hasta llegar al cerebro, donde se produce la reacción. El encargado de llevar el dolor hasta el cerebro es un neurotransmisor liberado por la células nerviosas llamado sustancia P [por pain, dolor en inglés]. La mayoría de las veces el dolor es pasajero y termina por ceder. No así el dolor crónico, donde la sustancia P se acumula causando a su vez más dolor. Al parecer la capsaicina reduce la cantidad de sustancia P liberada en el emplazamiento inicial de dolor, interfiriendo con las células que lo causan y con las fibras nerviosas que lo transmiten.

Un estudio muy modesto realizado en 1989 que encontró que la capsaicina aliviaba el dolor en la mitad de mujeres de un grupo, todas las cuales habían sufrido mastectomías, fue lo que despertó el nuevo interés en esta sustancia. Dos años después investigadores de la Case Western Reserve University condujeron un estudio aleatorio de doble ciego con setenta pacientes con osteoartritis para determinar la capacidad de una crema a base de capsaicina para reducir el dolor. Sus conclusiones fueron que «los pacientes tratados con capsaicina informaron de un alivio del dolor significativamente mayor que los tratados con placebo». Cundió el entusiasmo. Otro estudio modesto realizado más de una década después en un laboratorio de Park City, en Utah, también concluía: «Un ungüento herbal a base de capsaicina y mentol demostró ser efectivo a la hora de aliviar el dolor y la rigidez en pacientes con osteoartritis y sin que se observaran efectos secundarios».

Otros estudios de usos más específicos de este compuesto han llegado a conclusiones similares. Para testar la hipótesis de que al reducir la sustancia P la capsaicina puede detener o mitigar la intensidad de las migrañas en racimo, investigadores de las unidades clínicas de Inmunología y Alergología del Massachusetts General Hospital llevaron a cabo un pequeño estudio con quince pacientes y de quince días de duración comparando la especia con el placebo. Desde el octavo hasta el decimoquinto día, los sujetos del grupo que recibía capsaicina experimentaron una reducción significativa en el número de migrañas comparados con aquellos que habían tomado placebo, y también informaron de que la intensidad de los dolores de cabeza había sido marcadamente menor, comparada con la de los de la primera semana. Un metaanálisis de 1998 realizado en la Universidad de Chicago analizó treinta y tres estudios previos y concluyó que la capsaicina reduce de alguna manera la frecuencia y la severidad de las migrañas en racimo. Y a día de hoy numerosas compañías comercializan esprays a base de capsaicina para el tratamiento específico de jaquecas.

Un estudio realizado en 1995 por médicos de Mesa, Arizona, comparó la capsaicina con la amitriptilina en doscientos treinta y cinco pacientes con neuropatía diabética con pie doloroso. Al final del estudio la capsaicina y la amitriptilina resultaron ser igualmente efectivas a la hora de reducir el dolor, y la mayoría de los pacientes declaró que caminaba y dormía mejor. Aunque aquellos pacientes a los que se administró capsaicina no experimentaron efectos secundarios, casi todos lo que tomaron amitriptilina sí tuvieron al menos uno. Esto es importante, porque las mismas propiedades que hacen un compuesto beneficioso para la salud pueden tener un lado negativo. Administrada en ciertas dosis, la capsaicina puede causar quemazón, escozor o enrojecimiento cutáneo. Es peligroso que entre en contacto con los ojos, nariz boca u otras membranas mucosas. También puede causar problemas estomacales y quemar en la garganta. Tomar demasiada puede provocar reacciones similares a las de ser rociado con gas lacrimógeno. Pero en concentraciones pequeñas es muy segura, y en dosis mayores también, si se administra con cuidado.

La capsaicina demostró ser igualmente efectiva en el tratamiento del dolor posquirúrgico prolongado en pacientes con cáncer. Alrededor de cien pacientes con dolor persistente después de pasar por quirófano fueron tratados con capsaicina durante ocho semanas y a continuación con placebo durante ocho más. «La pomada a base de capsaicina aplicada en el brazo reducía significativamente más el dolor después de las ocho primeras semanas, con una media de reducción de dolor del 53 por ciento, comparado con un 17 por ciento». Al final del estudio el 60 por ciento de los pacientes opinaban que la capsaicina era más beneficiosa, mientras que menos del 20 por ciento eligieron el placebo.

Uno de los estudios de mayor envergadura, un metaanálisis conducido en Oxford en 2004, incluía a más de seiscientos cincuenta pacientes, y encontró que «en uso tópico (pomada o ungüento), la capsaicina tiene una eficacia pobre o moderada en el tratamiento del dolor músculo esquelético o neuropático, aunque puede ser útil como terapia complementaria o única en un pequeño número de pacientes que no respondan o sean intolerantes a otros tratamientos». El estudio también encontró que aproximadamente un tercio de los pacientes habían experimentado efectos secundarios desagradables con la capsaicina, lo que limitaba su potencial utilidad.

Aunque suele consumirse en forma de crema o ungüento, un médico sintió curiosidad por la capacidad de la capsaicina para mitigar el dolor de neuralgia postherpética, una enfermedad muy dolorosa que sigue al herpes, después de que uno de sus pacientes afirmara haber experimentado mejoría después de tomar salsa picante. El estudio resultante se publicó en enero de 2009 y lo patrocinó una compañía que buscaba comercializar un parche con alta concentración de capsaicina. La conclusión fue que resultaba eficaz en cerca del 40 por ciento de los pacientes, que afirmaban que su dolor se había reducido en un 30 por ciento.

Está claro que la capsaicina es una herramienta útil contra el dolor y que su grado de beneficio depende de la reacción individual del paciente y de la concentración en que se administre. Pero también parece aliviar —al menos parcialmente— una serie de dolencias. Un estudio llevado a cabo en el Hebrew University Medical School de Jerusalén encontró que era «un tratamiento altamente efectivo para el prurito anal idiopático severo», un tipo de dolor en ocasiones muy intenso y difícil de tratar.

Menos pruebas hay en cambio del valor de la capsaicina en el tratamiento de otros problemas médicos. Un experimento de laboratorio que mostraba que la capsaicina podía matar células cancerosas sin afectar a las sanas en ratas suscitó considerable interés. Un interés que no hizo sino aumentar cuando experimentos subsiguientes demostraron que los tumores pancreáticos en ratones también se reducían con la capsaicina. Claro que las dosis administradas a los roedores eran el equivalente a que una persona de noventa kilos de peso se coma ocho pimientos habaneros grandes y muy picantes a la semana. En cuanto a los otros supuestos beneficios de la capsaicina, sigue sin haber pruebas científicas que los demuestren. Por ejemplo, un modesto estudio en Yale destinado a testar la eficacia de los chiles a la hora de reducir los niveles de colesterol encontró que no había diferencia alguna entre los efectos de éstos y el placebo[21].

 

 

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El consejo del doctor Chopra

 

Las especias se usan desde hace mucho tiempo para mejorar el sabor de los alimentos. Pero el hecho de que gentes de muchas partes del mundo lleven miles de años empleándolas también en el tratamiento de diversas dolencias, da fe de que poseen alguna clase de valor terapéutico y que en líneas generales su uso no implica riesgos. La capsaicina mitiga el dolor, por ejemplo. El ajo sirve de antiséptico. En la mayoría de los casos, sin embargo, estos beneficios terapéuticos no han sido aún demostrados científicamente. Hay una fuerte tendencia a creer que algunas de entre los cientos de especias que existen esconden propiedades medicinales aún por descubrir, en especial desde que sabemos que aquéllas como la capsaicina son de hecho, efectivas, pero lo cierto es que es necesario seguir investigando. Y es posible que las investigaciones futuras nos brinden información valiosa y tal vez indicaciones específicas. Hasta entonces, sin embargo, las pruebas de que disponemos indican que las especias pueden animar una comida o estimular la sobremesa, pero todavía no son un medicamento.

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