IX



¿Previene la vitamina D3 el cáncer y otras enfermedades?

La vitamina D3 es lo último en medicina. Se sospecha que la deficiencia de vitamina D3 es al menos parcialmente responsable de una serie de enfermedades, desde la depresión hasta una tasa mayor de nacimientos por cesárea. También puede servir de protección frente a enfermedades cardiacas. Muchos pacientes insisten hoy a sus médicos en que les midan sus niveles de vitamina D3, aunque nadie entiende realmente los resultados de este tipo de pruebas. Se han obtenido resultados algo desconcertantes en estudios sobre la relación entre deficiencia de vitamina D3 y varias enfermedades —básicamente, que las personas que padecen dichas enfermedades tienen también carencia de vitamina D3— aunque a día de hoy disponemos de escasas pruebas causales. Pero sin duda el área de investigación más importante, y que más expectativas levanta, es el posible vínculo entre vitamina D3 y cáncer.

Se trata de una situación del todo inusual, en la que las medidas para prevenir una clase mortal de cáncer pueden resultar en un aumento de otros tipos de cáncer. Es sabido desde hace tiempo que una exposición prolongada al sol puede causar melanoma, el cáncer de piel más mortal. En un esfuerzo por prevenirlo, los dermatólogos han llevado a cabo una eficaz campaña para recordar a la gente que debe limitar su exposición al sol, cubrirse bien cuando están al aire libre y darse filtro solar. El resultado ha sido una reducción significativa en la incidencia de cáncer de piel, pero hay cada vez más pruebas de que como consecuencia de ello está aumentando la tasa de otros tipos de cáncer, en especial el de próstata.

Todo empezó hace casi dos siglos. En 1822 un médico de Varsovia reparó en que el raquitismo era común en áreas urbanas con altos índices de contaminación pero inusual en las comunidades rurales. El raquitismo es una enfermedad terrible que afecta sobre todo a los niños. Causa un reblandecimiento de los huesos y puede resultar en fracturas y deformidad, incluidas piernas arqueadas, curvatura de la columna, agrandamiento de muñeca y de tobillo. Pensando que la falta de luz solar podía ser la causa de la enfermedad, este médico realizó un experimento con dos grupos de niños y demostró que la exposición al sol curaba el raquitismo.

Con el tiempo se descubrió que el agente protector producido por el organismo cuando el sol entra en contacto con la piel era la vitamina D3. Un siglo más tarde investigadores en Estados Unidos e Inglaterra demostraron que consumir alimentos irradiados —es decir, que han sido expuestos a radiaciones que matan las bacterias e insectos con objeto de prolongar su caducidad, pero que también aumentan la potencia de su contenido natural en vitamina D3— prevenía el raquitismo en niños y también una enfermedad similar, la osteomalacia, en adultos. Añadiendo vitamina D3 a la leche y el pan irradiándolos, para finales de la década de 1920 el raquitismo había sido prácticamente erradicado.

La ironía es que la vitamina D3 no es, técnicamente, una vitamina. Por definición una vitamina es una sustancia necesaria para un buen estado de salud —que a menudo evita contraer enfermedades específicas— que el organismo no es capaz de producir de forma natural, pero que puede obtenerse ingiriendo determinados alimentos. Años después de haber sido clasificada como vitamina se descubrió que se produce cuando la piel se expone al sol. Así que en realidad se trata de una hormona, y en 1971 fue reclasificada en la terminología científica como «hormona de vitamina D3».

La vitamina D3 es desde luego uno de los nutrientes más subestimados en el mundo de la salud. Por desgracia uno de los resultados no planeados de la campaña para limitar la exposición solar fue un aumento sustancial en el número de pacientes con deficiencia de vitamina D3. El hecho de que muchos pacientes de cáncer tienen carencia de vitamina D3 ha llevado a los investigadores a formular la hipótesis de que esta vitamina pueda tener un papel causal, en especial en el cáncer de próstata y de colon.

La mejor fuente de vitamina D3 es el sol, que no es propiedad de nadie ni está patentado ni comercializado por ninguna compañía comercial. Por eso en parte la investigación científica en este campo ha sido bastante limitada, ya que no existen razones económicas para que una corporación quiera invertir dinero en ella.

Así que se trata de una cuestión puramente científica. Sabemos desde hace tiempo que la vitamina D3 ayuda a fortalecer los huesos y los dientes, pero cada vez hay más indicios de que puede ayudar a prevenir o al menos mitigar la incidencia de una serie de enfermedades graves. Ya en 1941 un patólogo llamado Frank Apperly proporcionó pruebas estadísticas de que la incidencia de cáncer no de piel era mayor en las latitudes septentrionales. La luz solar, decidió, proporcionaba «inmunidad relativa frente a cánceres no de piel».

Varios estudios realizados a lo largo de la década siguiente confirmaron la teoría de que la vitamina D3 conducía a un aumento en la incidencia de distintos tipos de cáncer, en especial el de próstata. El cáncer de próstata es el más común en varones, y más de treinta y un mil hombres mueren de él cada año. En 1990 los científicos propusieron que la deficiencia en vitamina D3 podía ser una de las causas primarias de esta enfermedad. Entre las pruebas estadísticas que confirmaban esto figuraba el hecho de que los hombres estadounidenses tenían diez veces más probabilidades de padecer cáncer de próstata que los japoneses, cuya dieta es rica en aceites grasos procedentes de pescado, con un alto contenido en vitamina D3. Probablemente el científico que más contribuyó a estos descubrimientos fue el epidemiólogo Gary Schwartz, doctor de la Wake Forest University, quien recopiló pruebas estadísticas que mostraban que los hombres que pasaban más tiempo al sol tenían menos probabilidades de padecer cáncer de próstata. También descubrió una correlación entre muertes por cáncer de próstata y esclerosis múltiple, enfermedad que también se cree asociada a la falta de exposición al sol.

Schwartz no se hizo científico para descubrir una causa probable de cáncer de próstata: «Antes fui biólogo especializado en primates», explica. «Me interesaba la evolución de los monos, incluidos los cambios de pigmentación y de color. Es un área de investigación en la que puedes pasarte toda tu carrera científica tratando de entender por qué este animal evolucionó de esta manera, y cuando terminas resulta que sólo le interesa a cuatro personas. Pero si logras dilucidar por qué una determinada enfermedad es más común en determinados grupos de población y resuelves el problema, que intelectualmente no es distinto de ningún otro, entonces hay setenta mil personas interesadas en los resultados».

Después de realizar su tesis doctoral, Schwartz regresó a la universidad para una segunda licenciatura, esta vez en epidemiología. «Cuando empecé ni siquiera sabía dónde estaba la próstata. Mi tutor me sugirió que trabajara con el cáncer de próstata y me sorprendió lo poco que se sabía con seguridad respecto a él. Yo sabía que el raquitismo era una enfermedad que deforma los huesos causada por falta de exposición al sol y que los individuos de piel más oscura corrían un riesgo mayor de contraerlo porque la melanina que da su color a la piel también impide que ésta absorba los rayos ultravioleta, dificultando la producción de vitamina D3 en cantidades suficientes. Pensé, esto puede ser una perogrullada, pero si las personas de raza negra corren el riesgo de contraer una enfermedad que se considera es causada por la deficiencia de vitamina D3, no veo por qué no tienen el riesgo de contraer otras enfermedades por la misma razón. Me pregunté si sería capaz de desarrollar un modelo basado en el raquitismo para la deficiencia de vitamina D3 en el cáncer de próstata».

Schwartz comparó las tasas de mortalidad por cáncer de próstata en cada uno de los tres mil setenta y tres condados estadounidenses con la cantidad de radiación ultravioleta que recibía cada uno. «Descubrimos unas llamativas tasas de mortalidad inversa en los caucásicos —porque ésos eran los datos que teníamos— en relación con la cantidad de radiación ultravioleta. Resultó que hay una mayor incidencia de cáncer de próstata en Maine que en Boston y conforme descendemos, en Virginia, en Carolina del Norte, en Florida, la tasa sigue bajando».

«Hubo mucha gente que intentó convencerme de que no hiciera esta investigación», recuerda Schwartz. «Pensaban que dañaría mi carrera. En un congreso celebrado a mediados de la década de 1990 recuerdo haber escuchado a un grupo de reputados oncólogos debatiendo las posibles causas del cáncer de próstata. Uno de ellos se dio una palmada en la rodilla y, riendo, dijo: “¡Ya lo tengo. Es la luz solar!”. No me lo tomé a mal. Era comprensible que les indignara que un investigador del que nadie había oído hablar nunca pudiera descubrir este vínculo».

La percepción pública del asunto cambió por completo en 1998 cuando Schwartz y su equipo demostraron que las líneas celulares prostáticas podían de hecho, activar la vitamina D3. «Hicimos bastantes experimentos con vitamina D3 y células prostáticas. Durante un tiempo a mucha gente le costó aceptar esta tesis, hasta que descubrimos que la próstata puede sintetizar la forma activa de la vitamina D3. Si la próstata fabrica su propia hormona de vitamina D3, entonces es evidente que la necesita. Me entusiasmé tanto con este descubrimiento que todo adquirió tintes casi cómicos. Me preguntaba si no había ido demasiado lejos cuando alguien me puso una pegatina amarilla en el coche que decía: “Adelante, pregúntame todo lo que quieras sobre la vitamina D3”».

En 2001 miembros de la Facultad de Medicina del North Staffordshire Hospital publicaron tres estudios diferentes mostrando un vínculo probado entre la exposición ultravioleta, el tipo de piel y el cáncer de próstata. Varones que habían pasado mucho tiempo al sol, ya fuera voluntariamente o por su trabajo, tenían menos probabilidades de contraer cáncer de próstata.

Un año más tarde un estudio publicado en la revista Cancer informaba: «Un examen de quinientas seis regiones (de Estados Unidos) ha encontrado una correlación inversa entre mortalidad por cáncer y niveles de luz ultravioleta B». Según el autor del estudio, el doctor William Grant, director del Sunlight, Nutrition and Health Research Center (Centro de investigación de la luz solar, la nutrición y la salud), «hay trece casos que muestran esta correlación inversa, en su mayoría cánceres del aparato reproductor o digestivo».

En 2006 el Journal of Nacional Cancer informaba sucintamente: «Entre los caucásicos de Estados Unidos la mortalidad por varias clases de cáncer, incluidos los de mama, próstata y colon, muestra un notable gradiente latitudinal, con tasas de mortandad más elevadas entre individuos que residen en los estados del norte comparados con los estados más meridionales. Estos patrones persisten incluso ignorando cuando se toman en consideración otros factores de riesgo, tales como estatus socioeconómico, residencia rural o urbana o herencia hispana».

El mismo número de la revista incluía dos estudios epidemiológicos —que sumaban casi siete mil participantes— que «sugieren que los rayos del sol pueden reducir el riesgo de linfoma no de Hodgkin y pueden estar asociados a tasas de supervivencia más altas en pacientes en los primeros estadios de melanoma».

Los resultados del primer ensayo clínico de intervención con humanos (en el que una conducta particular observada en un grupo de población cambia y los resultados de dicho cambio se miden) se anunciaron en noviembre de 2004 en un simposio del National Institute of Health sobre vitamina D3 y cáncer. Investigadores de la Universidad de Toronto informaron que dos mil unidades de vitamina D3 tomadas diariamente —la D3 se obtiene de los rayos del sol mientras que la D2 procede de plantas— reducían o prevenían aumentos en la PSA de varones con cáncer de próstata. La PSA es un medidor de la proteína de la próstata y niveles elevados del mismo pueden ser indicadores de cáncer. Esto demostró que la vitamina D3 tenía un impacto significativo a la hora de combatir —y posiblemente prevenir— el cáncer prostático.

Otros estudios han demostrado una correlación inversa similar entre carencia de vitamina D3 y otros tipos de cáncer, incluidos los de vejiga, útero, esófago, recto, estómago y, sobre todo, pecho, colon y ovarios, así como otras enfermedades como esclerosis múltiples y artritis reumatoide. El Moores Cancer Center de la Universidad de California en San Diego publicó estudios en 2005 y 2006 en los que empleaban una nueva base de datos compilada por la Organización Mundial de la Salud que rastreaba la incidencia, la mortalidad y la prevalencia del cáncer en ciento setenta y cinco países y demostraba «una asociación clara entre deficiencia de vitamina D en la exposición al sol» y cáncer de ovario y renal.

En 2007 investigadores alemanes de la Johannes-Gutenberg University informaron en el International Journal of Cancer de una «reducción del riesgo total de linfoma en sujetos que habían pasado sus vacaciones en climas soleados o se daban rayos uva con frecuencia». En otras palabras, la exposición a los rayos ultravioleta parece reducir estadísticamente la incidencia de cáncer en el sistema linfático.

Estudios publicados en 2009 sugieren que la vitamina D3 también puede ayudar a reducir la mortalidad en pacientes diagnosticados con cáncer. Un estudio de más de mil pacientes de cáncer de colon tratado en el Dana Farber Institute de Boston demostró que aquellos con niveles altos de vitamina D3 tenían el doble de probabilidades de sobrevivir que aquellos con niveles bajos. Un estudio británico similar encontró que pacientes con cáncer de piel y niveles bajos de vitamina D3 tenían más de un 33 por ciento de posibilidades de tener una recidiva que aquellos con niveles altos.

Pero aunque las pruebas estadísticas parecen sólidas, la capacidad de los rayos solares de prevenir estos tipos de cáncer aún no ha sido demostrada en ensayos clínicos. «No tenemos una sola prueba que demuestre que pueden ser preventivos», explica el doctor Ronald Lieberman, director de programa de investigación Prostate and Urologic Cancer Research Group en el Departamento para la Prevención del Cáncer del National Cancer Institute. Pero también añade que los estudios realizados con pacientes sugieren que la vitamina D3 parece reforzar los efectos de la quimio y la radioterapia.

Aunque la mayoría de los dermatólogos continúan aconsejando a la gente que reduzca su exposición al sol, poca duda cabe de que al menos hay que pasar algo de tiempo al sol sin estar completamente cubierto de protección solar. La vitamina D3 se encuentra en muchos alimentos, incluidos la leche, el salmón, el atún, el arenque, el queso, los cereales vitaminados, el zumo de naranja y la margarina vitaminada, pero parece improbable que nuestro organismo sea capaz de absorberla en cantidades suficientes sólo ingiriéndolos y obtener así la misma protección que tomando el sol. En opinión de Gary Schwartz, «a la hora de elegir un suplemento nutricional es mejor el D3 que cualquiera sólo de vitamina D. Pero la mejor fuente de vitamina D3 continúa siendo el sol, y encima es gratis. Yo tengo la piel tan oscura que me bronceo con sólo pensar en el sol. En los días muy soleados uso filtro solar. Pero también tomo complementos de vitamina D3. Son seguros y eficaces a la hora de corregir la deficiencia de vitamina D3. Y si me equivoco, entonces simplemente reducen el riesgo que tengo de contraer cáncer de próstata. En último extremo tendré un esqueleto más fuerte y por muy poco dinero, y ya obtengo la vitamina D3 que necesito del sol».

¿Cuánto tiempo deberíamos pasar al sol? La respuesta depende de dónde vivamos y de nuestro tipo de piel. Cuanto más clara sea nuestra piel menos tiempo debemos pasar al sol. Las personas de tez oscura necesitan exponerse durante más tiempo para obtener la misma protección. En general sin embargo, los investigadores coinciden en que quince minutos al día al sol —un paseo corto— tres o cuatro días a la semana es suficiente para obtener la protección que garantiza la vitamina D3. Por desgracia durante los meses de invierno el ángulo solar impide a la gente que vive al norte de la latitud 35, en ciudades como Nueva York, Denver o Madrid, recibir la cantidad necesaria de rayos ultravioleta. Para estas personas los complementos y las sesiones esporádicas de rayos uva pueden ofrecer cierto grado de protección.

En cuanto a mí, la vitamina D3 es la única que tomo de forma habitual. Así es como yo lo veo: si las pruebas resultan ser falsas y los suplementos de vitamina D3 no reducen las probabilidades de contraer determinadas enfermedades, tan sólo habría desperdiciado veinte dólares al año. Tendré un esqueleto más fuerte y me habré gastado unos cuantos pavos. Pero ¿y si los indicios resultan ser ciertos y, habiendo podido tomar suplementos de vitamina D3, no lo hice? Mal negocio.

Como en todo, es una cuestión de encontrar el punto justo. Tomar demasiado el sol puede causar cáncer de piel, pero existen indicios de que no tomarlo puede favorecer la aparición de otras enfermedades. El vínculo entre deficiencia de vitamina D3 y otras dolencias no ha sido aún establecido tan firmemente como el que tiene con el cáncer, pero se cree que la vitamina D3 puede reducir el riesgo de diabetes, insuficiencia renal, osteoporosis, enfermedades cardiovasculares, depresión, asma severa e incluso el resfriado común o los partos por cesárea.

Y aunque no existen pruebas que clínicas en que basar la afirmación de que la vitamina D3 puede prevenir estas enfermedades, u otras, hay estudios que demuestran que la falta de esta vitamina puede estar asociada a muchas de ellas. Por ejemplo, investigadores del Harvard School of Public’s Health y del Brigham and Women’s Hospital localizaron a casi quinientos profesionales sanitarios que habían sufrido un ataque el corazón o muerto de enfermedad cardiaca y a otros novecientos hombres con corazón sano durante una década y descubrieron que aquellos con deficiencia de vitamina D3 tenían dos veces y media más probabilidades de tener un infarto que aquellos con niveles normales de dicha vitamina. El autor del estudio, el doctor Edward Giovannucci, subrayó que no se sabe aún por qué la vitamina D3 parece ofrecer protección frente a los ataques al corazón. Entre las posibles causas se sugiere que puede controlar la tensión arterial, reducir la inflamación e incluso la calcificación de las arterias.

Un estudio similar realizado en el Harvard Medical School y publicado en Circulation en 2008 hizo un seguimiento de mil setecientas personas mayores de 59 años durante siete años y concluyó que aquellas con deficiencia de vitamina D3 tenían el doble de probabilidades de sufrir un ataque al corazón, parada cardiaca o ictus que las que no la tenían. Pero, tal y como apuntaba el investigador jefe, el doctor Thomas Wang: «Lo que aún no se ha demostrado es que la deficiencia de vitamina D3 de hecho, aumente el riesgo de enfermedades cardiovasculares».

Recientemente médicos británicos han encontrado un aumento del riesgo de raquitismo y osteoporosis en mujeres musulmanas que llevan habitualmente el hiyab, que les cubre la parte superior del cuerpo, o el burka, que les cubre el cuerpo entero, ya que ambas prendas impiden la exposición solar.

El estudio más interesante, publicado en Archives of Internal Medicine en 2008, informaba de que «individuos con deficiencia de vitamina D3 tienen el doble de probabilidades de morir comparados con aquellos con niveles mayores de esta vitamina en sangre». Se trata de una afirmación muy contundente. Investigadores de la Universidad de Graz, en Austria, realizaron análisis de sangre a tres mil doscientas personas de una media de edad de 62 y candidatas a pacientes cardiacas. Al cabo de ocho años cuatrocientos sesenta y tres de los pacientes habían muerto en una enfermedad del corazón, trescientos siete de los cuales tenían niveles bajos de vitamina D3. Los autores del estudio subrayaron que «no se había podido establecer un vínculo causal para la mortalidad».

Este resultado fue confirmado por un estudio de grandes dimensiones del que se informó en el Intermountain Medical Center, en Salt Lake City (Utah) en 2009. Alrededor de veintiocho mil pacientes fueron divididos en tres grupos y monitorizados durante dos años. Aquellos con niveles más bajos de vitamina D3 tenían un 77 por ciento más de probabilidades de morir o de sufrir un infarto y casi la mitad tenían un riesgo mayor de desarrollar algún tipo de problema coronario que aquellos con niveles normales. Los voluntarios con deficiencia de vitamina D3 también tenían el doble de riesgo de contraer diabetes.

Curiosamente, los investigadores aún no han sido capaces de averiguar la manera de interpretar los niveles de vitamina D3. Puesto que el mapa genético de cada persona ayuda a determinar cómo su organismo fabrica y usa la vitamina D3 que contiene, es difícil saber con precisión cuándo hay deficiencia. No existe una regla general y hasta la fecha nadie ha sido capaz de relacionar niveles uniformes de vitamina D3 con enfermedades específicas. Los análisis de sangre se emplean para medir los niveles de vitamina D3 y los médicos a continuación comparan dichos niveles con los considerados normales para determinar si una persona es deficitaria. Por lo general se considera que hay deficiencia si los niveles son inferiores a quince nanogramos por milímetro de sangre. Cuando están entre quince y veintinueve nanogramos por milímetro, entonces se considera que hay insuficiencia.

Dos estudios publicados en el número de agosto de 2009 de Pediatrics informaban que el 70 por ciento de los niños estadounidenses no reciben la vitamina D3 necesaria y tienden a tener la tensión alta y los niveles de HDL, el colesterol bueno, bajos. El autor de uno de estos estudios, que incluía a seis mil sujetos menores de 21 años, el doctor Michael Melamed, profesor asociado del Albert Einstein College en Nueva York, dijo a los periodistas: «Nos sorprendieron las cifras. [...] Hay muchos datos que sugieren que los adultos con niveles bajos de vitamina D3 tienen riesgo de padecer diabetes, hipertensión, enfermedades cardiovasculares y varias clases de cáncer, y si ya de niños tienen niveles bajos de vitamina D3 y éstos no mejoran, corren el peligro de desarrollar alguna de estas enfermedades a edad temprana»[25].

Como resultado de ello, el doctor Frank Domino, profesor adjunto del Massachusetts Medical School y editor jefe del libro de medicina The 5-Minute Clinical Consult [Consultas clínicas en cinco minutos] afirma rotundamente: «Creo que en este momento hay suficientes razones para administrar a todos los niños mil IU (unidades internacionales) de vitamina D3 y a las adolescentes dos mil IU al día».

 

 

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El consejo del doctor Chopra

 

Se ha demostrado que la deficiencia de vitamina D3 tiene relación directa con ciertos tipos de cáncer y también se sospecha que puede favorecer la aparición de otras enfermedades. La vitamina D se obtiene de los rayos del sol, la D3; de alimentos, la D2, pero son muchas las personas con carencia. ¿Qué se puede hacer al respecto? La mayoría de nosotros deberíamos intentar estar al sol al menos quince minutos varias veces a la semana pero, si eso no es posible, o si se habita en una región fría y donde anochece temprano en invierno, entonces deberíamos tomar vitamina D3. Pregunte a su médico cuál es la dosis adecuada. A modo de guía, el Institute of Medicine recomienda que los adultos menores de 50 años tomen doscientas IU al día, los que tienen entre 50 y 70 años, cuatrocientas IU, y las personas mayores, incluso más[26].

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