El kung-fu es una habilidad especial, un arte, más que un mero ejercicio físico o de autodefensa. Para los chinos, es el arte sutil de equilibrar la esencia de la mente con la de las técnicas con las que esta trabaja. El principio del kung-fu no es una cosa que se pueda aprender como se aprenden las ciencias, documentándose o estudiando datos. Tiene que desarrollarse de manera espontánea —como el crecimiento de una flor—, en una mente libre de deseos y de emociones. El núcleo esencial de este principio del kung-fu es el Tao, la espontaneidad del universo.
La palabra Tao no tiene traducción exacta. Si la traducimos como «el camino», o «el principio» o «la ley», la estamos interpretando de una manera demasiado estrecha. El fundador del taoísmo, Lao Tse, describió así lo que es el Tao:
El Camino que se puede expresar con palabras no es el Camino eterno; el Nombre que se puede pronunciar no es el Nombre eterno. Concebido como inefable, es causa del Cielo y de la Tierra. Concebido como nombrado, es madre de todas las cosas. Solo el que está libre para siempre de pasiones es capaz de contemplar su esencia espiritual. El que está bloqueado por los deseos no puede ver más que su forma exterior. Estas dos cosas, lo espiritual (yin) y lo material (yang), aunque las llamamos por nombres diferentes, tienen un origen igual. Esta igualdad es el misterio de los misterios. Es la puerta de todo lo sutil y maravilloso.1
En Masterpieces of World Philosophy: «El Tao es el principio sin nombre de las cosas, el principio universal que subyace a todo, la pauta suprema y última, y el principio del crecimiento».2 Huston Smith, autor de Las religiones del mundo, explica el Tao diciendo que es «el Camino de la Realidad Última; el Camino o Principio que está detrás de toda la vida, o el Camino que debe seguir el hombre para ordenar su vida en concordancia con el Camino por el que funciona el universo».3
Aunque no es posible expresar su sentido con una sola palabra, lo he sustituido por la palabra Verdad: es «la Verdad» que está detrás del kung-fu; «la Verdad» que debe seguir todo practicante de kung-fu.
El Tao funciona en el yin y el yang, que son un par de fuerzas que se complementan mutuamente y que intervienen en todos los fenómenos y están detrás de ellos. Este principio del yin y el yang, también llamado t’ai chi, es la estructura básica del kung-fu. Hace más de tres mil años, Chou Chun I dibujó por primera vez el t’ai chi, o Término Grande.
El principio del yang (lo blanco) representa lo positivo, la firmeza, lo masculino, la sustancia, la claridad, el día, el calor, etcétera. El principio del yin (lo negro) es su opuesto. Representa lo negativo, la blandura, lo femenino, lo insustancial, la oscuridad, la noche, el frío, etc. La teoría básica del t’ai chi es que no hay nada tan permanente que no cambie nunca. Dicho de otro modo, cuando la actividad (yang) alcanza su punto extremo, se convierte en inactividad, y la inactividad forma el yin. La inactividad extrema vuelve a convertirse en actividad, que es yang. La actividad es la causa de la inactividad, y viceversa. Este sistema de los incrementos y decrementos complementarios del principio es continuo. Vemos, pues, que si bien puede parecer que las dos fuerzas (yin y yang) están en conflicto, en realidad son interdependientes una de otra; en lugar de oposición existe cooperación y alternancia. La aplicación de los principios del yin-yang al kung-fu se expresa como la Ley de la Armonía. Según esta ley debemos estar en armonía con la fuerza y la pujanza del oponente, en vez de estar en rebelión contra ellas. Esto significa que no debemos hacer nada que no sea natural ni espontáneo; lo importante es no hacer nada forzado en ningún sentido. Cuando el adversario A aplica la fuerza (yang) contra B, B no debe resistirse aplicando fuerza a su vez; dicho de otro modo, B no aplica lo positivo (yang) contra lo positivo (yang); antes bien, cede ante A con la blandura (yin) y conduce a A en la dirección de su propia fuerza, lo negativo (yin) ante lo positivo (yang). Cuando la fuerza de A llega a un punto extremo, lo positivo (yang) se convierte en negativo (yin), y entonces B podrá sorprenderle en el momento en que está desprevenido y atacarle con fuerza (yang). El proceso no es antinatural ni forzado en ningún momento. B adapta su movimiento al de A de manera armoniosa y constante, sin resistirse ni esforzarse.
De esta idea surge, a su vez, una ley que guarda una relación estrecha con la anterior: la Ley de la No Interferencia con la Naturaleza, que enseña al practicante de kung-fu a olvidarse de sí mismo y a seguir la fuerza de su rival en vez de la suya propia. El practicante no se mueve por delante del otro, sino que reacciona ante la influencia oportuna. La idea esencial es derrotar al adversario sobre la base de ceder ante él, aprovechando su propia fuerza. Por eso, el practicante de kung-fu no adopta nunca actitudes imponentes ante su adversario, y jamás se pone en oposición frontal contra la dirección de la fuerza de este. Cuando le atacan, no se resiste, sino que controla el ataque oscilando con él. Esta ley ilustra los principios de la no resistencia y de la no violencia, que quedan ilustrados en la imagen de las ramas de un abeto, que se quiebran bajo el peso de la nieve, mientras que los simples juncos pueden soportarla porque son más flexibles. Confucio lo muestra así en el I Ching: «Plantarse en la corriente es principio básico de la naturaleza; debemos seguirla y fluir con ella».4 Lao Tse nos señaló el valor de la delicadeza en el Tao Te Ching, el evangelio del taoísmo. Al contrario de lo que suele creerse, debemos asociar el principio yin, de suavidad y blandura, a la vida y a la supervivencia. El hombre puede sobrevivir porque es capaz de ceder. Por el contrario, el principio yang, que se supone que es riguroso y duro, hace que el hombre se quiebre bajo la presión. Fijémonos en los dos últimos versos, que describen bastante bien las revoluciones, tal como las han conocido muchas generaciones de personas:
El hombre vivo es blando y flexible;
muerto está duro y rígido.
Todas las criaturas, hierbas y árboles,
vivas son maleables y también flexibles,
y muertas son quebradizas y duras.
La rigidez inflexible es compañera de la muerte,
y la suavidad que cede, compañera de la vida:
los soldados inflexibles no alcanzan victorias;
el árbol más rígido es el que más atrae al hacha.
Los fuertes y poderosos caen de su lugar;
los suaves y los que ceden se levantan sobre ellos.5
La dirección del movimiento en el kung-fu depende estrechamente del movimiento de la mente. De hecho, se entrena la mente para que dirija el movimiento del cuerpo. La mente manda y el cuerpo actúa. El modo de controlar la mente es importante, ya que la mente ha de dirigir los movimientos corporales. Pero no es tarea fácil. Glen Clark expone en su libro algunos de los desequilibrios emocionales a los que están sujetos los deportistas:
Todo centro de conflicto, toda emoción extraña que represente una alteración, una descentralización, perturba el ritmo natural de la persona y reduce su eficiencia en el campo de juego de manera mucho más grave que los posibles golpes y encontronazos físicos. Las emociones que destrozan el ritmo interior de la persona son el odio, los celos, la lujuria, la envidia, el orgullo, la vanidad, la codicia y el miedo.6
Para ejecutar la técnica adecuada en el kung-fu, no solo debe soltarse el cuerpo físico sino también la mente y el espíritu, para que la mente no solo sea ágil sino que esté también libre. Para ello, el practicante de kung-fu debe mantener la calma y guardar silencio, y dominar el principio de la no-mente (wu-hsin). La no-mente no es una mente en blanco que excluya todas las emociones, ni es una calma y silencio mental. Aunque el silencio y la calma tienen su importancia, el principio de la no-mente consiste principalmente en la «no-sujeción» de la mente. La mente del practicante de kung-fu funciona como un espejo: no aferra nada ni rechaza nada; recibe pero no se guarda nada. Como dijo Alan Watts, la no-mente es «un estado de plenitud en que la mente funciona con libertad y facilidad, sin tener la sensación de que hay una segunda mente o un ego que la vigila con un palo».7
Lo que quiere decir Alan Watts es que debemos dejar que la mente piense lo que quiera, sin intervención por parte del pensador independiente o del ego que tenemos dentro. Mientras piense lo que quiera, no cuesta el más mínimo esfuerzo soltarla. La desaparición del esfuerzo de soltarla es, precisamente, la desaparición del pensador independiente. No hay que intentar hacer nada. Todo lo que se presenta en cada momento se acepta, incluso la no aceptación. La no-mente no es, por tanto, estar desprovistos de emociones o de sentimientos, sino ser una persona cuyos sentimientos no están sujetos ni bloqueados. Es una mente inmune a las influencias emocionales. «Todo fluye sin cesar como este río, sin interrupción ni detención».8La no-mente es usar toda la mente como usamos los ojos cuando los dirigimos sobre diversos objetos pero sin hacer ningún esfuerzo especial por captar algo concreto. Como dijo Chuang Tzu, discípulo de Lao Tse:
El niño de pecho pasa todo el día mirando las cosas sin pestañear, porque no tiene los ojos enfocados en ningún objeto concreto. Va sin saber adónde se dirige, y se detiene sin saber lo que hace. Se fusiona con el entorno y se mueve con él. Estos son los principios de la higiene mental.9
Por eso, la concentración no tiene en el kung-fu su sentido habitual de limitar la atención a un único objeto de percepción. Se trata, simplemente, de una conciencia tranquila de lo que está en el aquí y el ahora. Esta forma de concentración puede ser ilustrada mediante el comportamiento del público que asiste a un partido de fútbol: en vez de poner la atención en el jugador que tiene la pelota, el público es consciente de todo lo que sucede en el terreno de juego. De modo similar, la mente del practicante de kung-fu se concentra no centrándose en ninguna parte determinada del adversario. Esto ha de ser así, sobre todo, cuando se enfrenta a muchos adversarios. Supongamos, por ejemplo, que lo atacan diez hombres, cada uno de ellos dispuesto sucesivamente a abatirlo. En cuanto se haya quitado de en medio a uno, pasará al siguiente sin consentir que la mente «se detenga» en ninguno. Por rápida que sea la sucesión de golpes entre uno y el siguiente, no deja ningún intervalo de tiempo entre los dos. Así, se ocupará de cada uno de los diez sucesivamente y con éxito. Esto solo es posible cuando la mente se traslada de un objeto a otro sin que nada la «detenga» ni la frene. Si la mente no es capaz de seguir adelante de esta manera, es seguro que perderá el combate en algún momento entre un encuentro y otro. La mente está presente en todas partes porque no está apegada en ninguna parte a ningún objeto determinado. Y si puede mantenerse presente es porque, al relacionarse con tal o cual objeto, no se aferra a él. El flujo del pensamiento es como el agua que llena un estanque, que siempre está dispuesta a volver a salir. Si puede ejercer su poder inagotable es porque está libre, y si puede estar abierto a todo es porque está vacío. Podemos compararlo con lo que Chang Chen Chi llamó «la Reflexión Serena». Según escribió: «“sereno” significa la tranquilidad del no-pensamiento, y “reflexión” significa conciencia vívida y clara. Por eso, la reflexión serena es la conciencia clara del no-pensamiento».10
Como ya hemos dicho, el practicante de kung-fu aspira a la armonía consigo mismo y con su adversario. Y si es posible estar en armonía con el adversario, no lo es mediante el uso la fuerza, que provoca conflictos y reacciones, sino mediante el ceder a la fuerza del adversario. Dicho de otro modo, el practicante de kung-fu promueve el desarrollo espontáneo de su adversario, sin aventurarse a interferir con sus propios actos. Se pierde a sí mismo renunciando a todo sentimiento subjetivo y a toda individualidad, y se vuelve uno con su adversario. Dentro de su mente, las oposiciones se han vuelto mutuamente cooperativas en vez de mutuamente excluyentes. Cuando su ego personal y sus esfuerzos conscientes ceden ante un poder que no es el suyo, entonces consigue la acción suprema, la no-acción (wu wei).
Wu significa «no», y wei significa «acción», «hacer», «afanarse», «esforzarse» u «ocuparse». Wu wei no significa, en realidad, no hacer nada, sino dejar en paz la propia mente, confiando en que trabaje por sí misma. En el kung-fu, wu wei significa acción espontánea o acción del espíritu, en el sentido de que la fuerza rectora es la mente, y no los sentidos. En los combates de práctica, el practicante de kung-fu aprende a olvidarse de sí mismo y a seguir el movimiento de su adversario, dejando libre su mente para que esta ejecute sus propios contramovimientos sin deliberaciones que la obstaculicen. El practicante se libera de toda sugerencia mental de resistencia y adopta una actitud flexible. Realiza todos sus actos sin autoafirmación. Deja que su mente permanezca en un estado de espontaneidad y sin aferrarse a nada. En cuanto se detenga a pensar, se alterará el flujo de sus movimientos y su adversario le golpeará inmediatamente. Por tanto, todos los actos deben realizarse de manera «no intencionada», sin «intentarlo» nunca.
Por medio del wu wei se consigue una «facilidad reposada». Como señaló Chuang Tzu, este logro pasivo libera al practicante de kung-fu del esfuerzo y la tensión:
La voluntad que cede tiene una facilidad reposada, blanda como los plumones. Una quietud, un abstenerse de actuar, una apariencia de incapacidad de obrar. Libres de angustias, con placidez, obramos con el momento oportuno; nos movemos y giramos en línea con la creación. No nos adelantamos, sino que reaccionamos a las influencias adecuadas.
No demos nada por sentado en relación con nosotros mismos. Dejemos que las cosas sean lo que son, movámonos como el agua, reposemos como un espejo, respondamos como un eco, pasemos rápidamente como lo que no existe y estemos callados como la pureza. Los que ganan, pierden. No nos adelantemos a los demás, sigámoslos siempre.11
El fenómeno natural que el practicante de kung-fu considera más semejante al wu wei es el agua:
Nada más débil que el agua,
pero cuando ataca algo duro
o resistente, nada la resiste
y nada se interpone en su camino.12
Estos pasajes del Tao Te Ching ilustran la naturaleza del agua. Es tan sutil que no se puede tomar un puñado. Si se golpea, no sufre daño. Si le damos una puñalada, no la herimos. Si la hendimos, no se separa. No tiene forma propia, sino que toma la del recipiente que la contiene. Cuando se calienta hasta convertirse en vapor, se vuelve invisible, pero tiene tanta fuerza que puede abrir la tierra misma. Cuando se hiela, se cristaliza convirtiéndose en una roca fuerte. Puede ser turbulenta como las cataratas del Niágara, o tranquila como un estanque calmo; temible como un torrente y refrescante como un manantial un día caluroso de verano. Así dice el principio del wu wei:
Los ríos y los mares son señores de cien valles. Esto es porque su fuerza está en rebajarse; son los reyes de todos. Del mismo modo, el maestro perfecto que quiere dirigir a los hombres, los sigue. Así, aunque está por encima de ellos, los sigue. Así, aunque está por encima de los hombres, estos no se sienten injuriados por él. Y, como él no se esfuerza, ninguno se esfuerza con él.13
El mundo está lleno de personas que están dispuestas a ser alguien o a alborotar. Quieren sobresalir, destacar. Tal ambición no sirve de nada al practicante de kung-fu, que rechaza todo tipo de autoafirmación y de competencia:
El que intenta ponerse de puntillas no puede estarse quieto. El que estira demasiado las piernas no puede andar. Al que se anuncia demasiado, no le atienden. El que se empeña demasiado en sus opiniones encuentra pocos que estén de acuerdo. El que se atribuye demasiado mérito no recibe siquiera el que merece. El que es demasiado orgulloso pronto queda humillado. Todos estos se condenan como extremos de codicia y de actividad autodestructiva. Por eso, el que obra con naturalidad evita estos extremos.14
Los que saben no hablan;
los que hablan no saben.
Cesa tus sentidos,
que lo agudo se embote,
que las marañas se resuelvan,
que la luz se temple
y la agitación se acalle;
pues esta es la unidad mística
en la que se mueve el sabio,
ni por el afecto
ni por el desafecto
ni por el beneficio o la pérdida
ni por la honra o la vergüenza.
Por ello, todo el mundo
lo tiene por el más alto.15
El practicante de kung-fu que es verdaderamente bueno no tiene el menor orgullo. Según Eric Hoffer: «El orgullo es un sentimiento de valía que se desprende de algo que no constituye parte orgánica de nosotros mismos».16 El orgullo recalca la superioridad de la categoría de una persona a ojos de las demás. En el orgullo hay miedo e inseguridad, porque cuando la persona aspira a que la estimen y alcanza ese reconocimiento, padece automáticamente el miedo a perderlo. A partir de entonces, parece que su necesidad prioritaria es proteger ese estatus, y eso le produce angustia. Hoffer dice también que «cuanto menos prometedor y potente sea el yo, más apremiante resulta la necesidad de orgullo. La persona es orgullosa cuando se identifica con un yo imaginario; el núcleo del orgullo es el autorrechazo».17
Como ya sabemos, el kung-fu aspira al cultivo del yo, y el yo interior es el yo verdadero de la persona. Así pues, el practicante de kung-fu, para realizar su yo verdadero, debe vivir sin depender de la opinión de los demás. Como es completamente autosuficiente, no puede tener miedo a no recibir reconocimiento. El practicante de kung-fu se dedica a ser autosuficiente, sin que su felicidad dependa nunca de la valoración externa de los demás. El maestro de kung-fu, a diferencia del principiante, se mantiene en reserva, es callado y modesto y no tiene el menor deseo de exhibirse. Gracias a la influencia de la formación en el kung-fu, su maestría se vuelve espiritual, y él mismo se transforma, al haberse ido liberando progresivamente por medio de la lucha espiritual. La fama y la estatus no significan nada para él.
Así pues, el wu wei es el arte del no-arte, es el principio del no-principio. Para expresarlo en términos del kung-fu, el verdadero principiante no sabe nada sobre cómo bloquear y golpear, y mucho menos de su intranquilidad consigo mismo. Cuando un adversario intenta golpearle, él lo bloquea «instintivamente». Es lo único que puede hacer. Pero en cuanto empieza su formación, se le enseña a defender y a atacar, dónde debe poner la mente, y otros trucos técnicos que hacen que su mente «se detenga» en diversas coyunturas. Por este motivo, cuando intenta golpear al adversario se siente entorpecido extrañamente, pues ha perdido su sentido primitivo de la inocencia y de la libertad. Pero con el paso de los meses y de los años, al ir madurando plenamente su formación, su actitud corporal y su modo de llevar la técnica hacia la no-mente llegan a asemejarse al estado mental que tenía al comienzo mismo de la formación, cuando no sabía nada, cuando era completamente ignorante del arte. El principio y el fin se aproximan entonces. En la escala musical podemos empezar por la nota más baja e ir subiendo hasta la más alta. Cuando llegamos a la más alta, descubrimos que está situada junto a la más baja. De modo semejante, cuando el practicante de kung-fu alcanza el grado más elevado en el estudio de las enseñanzas del taoísmo, se convierte en una especie de alma cándida que no sabe nada del Tao ni de sus enseñanzas, y está desprovisto de toda erudición. Ha perdido de vista las reflexiones intelectuales, y prevalece en él un estado de no-mente. Cuando se alcanza la perfección última, el cuerpo y sus extremidades realizan por sí mismos lo que tienen encomendado, sin que intervenga la mente. La habilidad técnica es tan automática que no tiene ninguna relación con el esfuerzo consciente.
Existen grandes diferencias entre la cultura china del trabajo físico y la occidental. Entre las más evidentes podemos citar que el ejercicio chino es rítmico, mientras que el occidental es dinámico y está lleno de tensión; el ejercicio chino aspira a fusionarse con la naturaleza de manera armoniosa, mientras que el occidental la domina. El ejercicio chino es tanto un modo de vida como un cultivo de la mente, mientras que el ejercicio occidental es un deporte o una gimnasia física.
Puede que la diferencia principal se encuentre en el hecho de que la cultura física china es yin (blandura), mientras que la occidental es yang (firmeza). Podríamos comparar la mente occidental con un roble que se levanta firme y rígido ante el viento fuerte. Cuando el viento arrecia, el roble se quiebra. La mente china, por su parte, es como el bambú, que se curva con el viento fuerte. Cuando cesa el viento (es decir, cuando llega a su grado extremo y cambia), el bambú vuelve a levantarse, más fuerte que antes.
La cultura física occidental es un derroche inútil de energía. El ejercicio desmedido y el desarrollo extremo de los órganos corporales puede llegar a ser dañino para la salud. La cultura física china, de modo inverso, hace hincapié en la conservación de la energía. Se basa siempre en el principio de la moderación, sin llegar nunca a grados extremos. El ejercicio, si lo hay, consiste en movimientos armoniosos pensados para normalizar el régimen corporal sin llegar a excitarlo. Se comienza por cimentar un régimen mental cuyo único objeto es producir la paz y la tranquilidad de espíritu. Sobre esta base, se aspira a estimular el funcionamiento normal del proceso interno de la respiración y de la circulación de la sangre.
Fuente: Artículo manuscrito de Bruce Lee titulado «El Tao del kung-fu: un estudio del camino del arte marcial chino», con fecha 16 de mayo de 1962. Papeles de Bruce Lee.