62 . Stalin no deseaba que se conociese públicamente su afición al alcohol y hacía todo lo posible para mantenerla como un secreto de Estado. Esto originó una desconcertante anécdota durante la firma en Moscú del pacto nazi-soviético. La noche del 23 de agosto de 1939, para celebrar aquel acuerdo recién rubricado, Stalin propuso un brindis con un excelente vino espumoso de Crimea. En el momento en el que exhibía su copa llena, el ayudante del fotógrafo alemán Heinrich Hoffmann se atrevió a tomarle una fotografía, pese a no estar autorizado para ello. Hoffmann percibió inmediatamente el gran error cometido y extrajo el carrete rápidamente, y se lo entregó al dictador soviético. No obstante, le solicitó —mediante un traductor— que le permitiese quedarse con ese testimonio gráfico como un recuerdo personal; le dio su palabra de que jamás sería publicado. Inexplicablemente, Stalin confió en la palabra de aquel alemán y le devolvió el carrete sonriendo.
El líder soviético no se equivocó. Más adelante, cuando ambos países se estaban enfrentando en los campos de batalla, el ministro de Propaganda, Joseph Goebbels, reclamó al fotógrafo la instantánea para darla a conocer y minar así la imagen pública de Stalin. Hoffmann se negó, aduciendo la palabra empeñada aquella noche. Ante las protestas de Goebbels, Hitler dio la razón al fotógrafo y no se volvió a discutir sobre la cuestión. La fotografía no salió nunca de los archivos personales de Hoffmann.