CENAS CON MAXIME
Llevas un colorido vestido, largo hasta los tobillos, y botas. En realidad quedaría mejor con sandalias, pero hace un frío que pela. Te pones un fino cinturón alrededor de la cintura, un collar que da tres vueltas y varias pulseras con abalorios. Para completar el disfraz y rematar el toque hippy, te colocas una cinta en la frente que rodea tu cabeza. Te has planchado el pelo y estás segura de que esta noche follas. No podría ser de otra manera.
Escribes a Maxime, que te ha dado su número esta mañana, y quedas con él en el restaurante africano que hay en el centro, un poco escondido al final de una calle sin salida. Le das las gracias a Rachida por la recomendación, porque tu cita no conocía el sitio y estás segura de que le va a encantar. Ella te invita a pasaros por la exposición después si os apetece. Emile te desea buena suerte, sin levantar la vista de la pantalla de su móvil. Y Deborah… nada, porque está insoportable desde que Rachida le dijo que de momento no pensaba decir a sus padres que tenía novia.
Cuando entras en el restaurante, ves que Maxime todavía no ha llegado. Te acompañan a la mesa y te enamoras del sitio al instante. La iluminación es tenue, perfecta para una velada romántica. El suelo es de madera maciza, el comedor está rodeado de grandiosas macetas con plantas y el techo es alto, con astas de madera que se entrecruzan dándole el aspecto de una cabaña. En la mesa han colocado velas y un centro de flores rosas. El mantel es amarillo, con un sobre mantel rojo, las servilletas son verdes y los platos tienen dibujos de elefantes. Es el lugar perfecto, y lo sabes. Es incluso mejor de lo que esperabas.
Al momento llega Maxime. Pide perdón por la tardanza, culpando a su barba y su mantenimiento, y se sienta, maravillado con el sitio.
−Esto es una pasada −dice−. ¿Seguro que no se va de presupuesto?
−Esa es la mejor parte –sonríes, es una de tus sorpresas−. Mira la carta.
Maxime obedece y murmura, con cierta sorpresa, que no hay precios.
−Lee aquí −señalas.
−No hemos puesto precio a nuestros platos porque queremos que tú se lo pongas. Confiamos en tu criterio. Cada aportación superior a su importe real, será cedida a la ONG Salvemos África.
Maxime te mira alucinado y le entra una risita dichosa. Estás encantada de haber acertado, porque eso demuestra que has entendido su forma de ser y de pensar, y esperas obtener por ello una dulce recompensa. Piensas en lo cerca que estás de sentir en tus partes ese pelo castaño que rodea sus labios finos. Tienes tantas ganas de besarlo que podrías gritar.
−Esto es un sueño hecho realidad. ¡Y encima hay un montón de platos vegetarianos! −dice, envolviendo su mano con la tuya, el anillo de su pulgar te transmite el frío del metal.
−Sabía que te iba a gustar.
Y entonces ocurre lo que esperabas desde que lo viste el primer día: Maxime te coge de la barbilla, comenta que estás preciosa, y acerca su barba y sus labios. Te da un beso tan suave y cosquilleante que te tiemblan las piernas. Tus ingles te comunican su gran necesidad de ser masajeadas, pero les pides paciencia. El pulso de tu vagina reclama atención. Demasiado mal se lo hiciste pasar el día que rechazaste a tu jefe, ni siquiera la calmaste después con una sesión de onanismo. ¿Cómo no se te ocurrió? Eso ha hecho que su urgencia sea mayor.
−Ahora probemos la comida −comentas.
−¿No habías venido antes?
−No. Me lo recomendaron y pensé que hoy sería el día ideal.
−Bien pensado −conviene, imbuyéndose, entusiasmado, en los platos de la carta.
−¿Qué te parece si compartimos cuscús?
−Perfecto. Yo pediré ugali de segundo.
−Y yo probaré el maafe.
−Eso ni lo tocaré, que lleva carne.
Puedes calificar la cena de éxito total. La comida, buenísima. La charla, interesantísima, lejos de todos esos rollos iluminados del otro día, aunque habéis intentado arreglar el mundo. Las soluciones que proponéis pueden parecer utópicas desde fuera, pero estáis convencidos de que, como posibles medidas a largo plazo, supondrían un cambio. Solo habría que convencer a los miles de millones de personas que habitan la Tierra para que os sigan. De todos modos, sería algo que ya no veríais. «Por lo menos en esta vida», has añadido con una sonrisa. Algo que te ha reportado otro gran beso, más húmedo esta vez. Igual de húmeda se te ha quedado la entrepierna al ponerte en contacto, por primera vez, con su lengua. Tiene un ligero sabor a tabaco y vino. Una mezcla que no te desagrada. Si además tienes en cuenta el bigote, es como besar a un hombre de la época modernista. Algo, sin duda, histórico.
Os lo habéis pasado bien intentando adivinar el precio real de cada plato, argumentando por qué pondríais un coste y no otro, y bromeando con el camarero, que ha rehusado confesarlo, como si fuera un secreto de estado. Alude a las normas del restaurante como principal causa mientras despliega su risa africana, un sonido fuerte y sincero que sale de la base del estómago con una fuerza atronadora.
No puedes esperar a averiguar cómo será el sexo con Maxime, pero intuyes que será especial.
(No andas equivocada, Irene.)
Hay mucha química entre vosotros. Él despierta todo lo bueno que hay en ti con su tranquilidad y optimismo. No tiene ni una pizca de egoísmo, siempre está dispuesto a ayudar sin pedir nada a cambio, y eso lo valoras muchísimo, porque si hay algo malo en este mundo, son las personas que no tienen empatía, que son avaras y envidiosas. Maxime es la nueva definición de hombre. El hombre con el que Irene desea estar.
(¿No crees que te estás pasando un poco, Irene? ¿No? Bueno, pues ya te lo encontrarás).
**
El momento tan esperado no tarda en llegar. Según tu parte racional, porque según tu parte física, que palpita ahí abajo, hace bastante rato que habría estado bien cobrarse su recompensa.
Subís a su piso, un apartamento antiguo ubicado en la zona más modernilla de Montpellier. Cuando abre la puerta, compruebas que es exactamente como te lo habías imaginado: sencillo, con lo básico, una decoración colorida, casi hindú. No hay mucho más que un saloncito, un horno con dos fuegos y dos puertas que deben de ser las del dormitorio y el cuarto de baño. «Tiene gusto», te dices, encantada. Maxime te invita a sentarte en el sofá, cubierto por una funda de colores, y se ofrece a traerte una copa de vino.
−¿Blanco o tinto?
−Seguiré con el tinto, gracias.
Maxime vuelve al momento con dos copas. Enciende el reproductor para poner música ambiente. Música ambiente a secas, de las de verdad, de las que escuchas cuando vas a que te den un masaje. Crees que va a ser especial, que el sexo no va a ser tal y como lo has vivido hasta ahora, sino que lo más importante se va a centrar en conectar vuestros cuerpos. Y aunque uno esté dentro del otro, todo será pausado y calmado.
−¿Has hecho meditación alguna vez? −pregunta, dándote la copa de vino.
−No. No soy capaz de dejar la mente en blanco.
−Es difícil al principio, pero es cuestión de práctica. Si quieres, puedo enseñarte.
Estás a punto de responder, pero entonces, sorprendida, ves que señala un cojín redondo que hay junto al sofá.
−¿Quieres decir ahora? −balbuceas.
Tu vagina está tan decepcionada que, si pudiera, si tuviera la posibilidad de movilizarse, habría abandonado tu cuerpo alegando falta severa de actividad.
Decides ponerte en marcha. Si no es él, tendrás que ser tú la que eche la leña al fuego. Para empezar, no te parece bien que se haya sentado tan lejos de ti, así que te acercas, mirándolo con toda sensualidad. Le diriges una sonrisa de lo más reveladora y lo besas. Su lengua roza la tuya y las compuertas inferiores se abren, deseando dejar entrar al visitante, calientes e hinchadas. Dejas la copa sobre la mesa para afianzar el abrazo mientras te vas colocando encima. Y cantas victoria cuando coloca sus manos en tu culo. Ya lo tienes.
Pero entonces sucede algo terrible. Maxime utiliza el agarre a tus glúteos para apartarte a un lado, y te quedas sentada, con la falda subida hasta las rodillas y las botas puestas, mirándolo con desconcierto. ¿Qué acaba de pasar?
−Mira, es que a mí no me gusta hacerlo así, de un modo tan… físico.
¿Ha dicho lo que acaba de decir? No te lo puedes creer.
−¿Cómo? ¿A qué te refieres con físico? ¿Hay otra manera? −la última pregunta la formulas un poco-bastante mosqueada.
−¿Has oído hablar del sexo tántrico?
−¿Qué?
Esto no te puede estar pasando.
−Por eso te preguntaba si habías hecho meditación. Es muy importante para practicar el sexo tántrico. Se necesita mucha preparación mental para poder llegar a conectar con la otra persona a nivel espiritual.
−Me gustaría hacerlo de la manera tradicional, si no te importa. Si te digo la verdad, estoy demasiado cachonda para pensar en el nivel espiritual −estás empezando a cabrearte de verdad.
−Hace tiempo que dejé de hacerlo en ese plan. Tienes que probarlo −gesticula, con entusiasmo−. ¡Es lo más! –y, mientras lo dice, te ríes por no llorar−. Lo importante no es el orgasmo. Es conectar con la otra persona hasta convertirse en uno. Es una sensación mucho más placentera porque no se queda solo en la parte genital, sino que recorre todo tu cuerpo. Es un viaje completo.
−Cerrar el círculo –ironizas.
−¡Exacto!
−Mira −te levantas−, creo que paso.
−Espera −te detiene, levantándose también.
Durante unas milésimas de segundo, piensas que le gustas demasiado como para dejar que te largues por una estúpida preferencia sexual. No puedes estar más equivocada, porque lo que hace es abrir un cajón y sacar unas plumas, las más grandes que has visto en tu vida, de lo que debía de ser un pavo real gigantesco. Abres la boca de pura estupefacción.
−Podemos empezar acariciándonos con esto. Confía en mí, te va a encantar.
Te has quedado muda. Coges el bolso y lo aprietas fuerte contra ti, como si fuera un arma contra dementes.
−De verdad, no me va nada este rollo. Ha sido un placer… −no lo ha sido, budista chalado−, cenar contigo.
−Puede que le estés dando la espalda a la mejor experiencia de tu vida, Irene. No hay palabras para describir las sensaciones que despierta el sexo tántrico.
Ahora ya estás furiosa.
−Pues practícalo tú. Pásate la pluma por los cojones y a ver si alcanzas el puto nirvana.
Dicho esto, cierras la puerta con violencia y bajas las escaleras culpándote a ti misma por haber elegido a Maxime en lugar del sexo totalmente físico con tu jefe. Como no te apetece estar sola en casa, decides que lo mejor será ir a la exposición de Rachida.