DEJAS EL TRABAJO

Saliste de las oficinas de Chez Moi desempleada y te preguntaste si no habrías tomado una mala decisión desde el momento en que aceptaste ir a Montpellier. La idea te ronda hasta mucho después de llegar al piso, y permanece en tu mente durante las siguientes dos semanas. Has pasado unos cuantos días deprimida, comiendo sin control, tirada en el sofá. Metida en la cama, te has sentido una treintañera fracasada que no sabe ni sabrá nunca lo que quiere. No se te ocurre nada peor que estar perdida. Todo el mundo tiene un objetivo, aunque sea poco respetable o imposible. El caso es tenerlo. ¿Y el tuyo? ¿Qué objetivo tienes tú?

A veces piensas que estarías encantada con un futuro de lo más clásico: un marido, unos hijos, y la obligación de prepararles el desayuno cada mañana intentado recordar los pequeños detalles, como que a tu hija no le gusta el zumo de naranja con pulpa, o que cada uno se toma las tostadas de un modo distinto. Otras veces te dices que una vida como la de Sofía sería indiscutiblemente más divertida. Y es que, ¿hasta qué punto estás dispuesta a renunciar a tu egoísmo? Egoísmo en el sentido más loable de la palabra, es decir, a no dejar de pensar en ti misma para dedicarle toda tu atención a lo que quieren otros. Sofía solo piensa en lo que a ella le apetece en cada momento, y le trae sin cuidado lo que puedan pensar los demás.

Ahora que ya has mojado media almohada con tus babas y lágrimas, llegas a la conclusión de que quizás sería mucho más saludable volver a Barcelona y empezar de nuevo.

Llamas a Sofía para comentárselo.

−Estoy en la Costa Brava «te responde como quien dice que está en la cafetería de la esquina tomándose un café. Está muy acostumbrada a ir de un lado a otro y comportarse como si perteneciera.

−¿Y qué estás haciendo allí?

−Aparte de trajinarme a un capitán de barco, estoy organizando un evento. ¿Por qué no te vienes y me ayudas? Olvídate de esos gabachos.

**

Así es cómo has acabado hablando con empresas de catering y de alquiler de decorados y sistemas de sonido. Tomas un respiro y piensas en lo que ha crecido Sofía profesionalmente desde que empezó en el negocio.

Fue en aquella fiesta en Londres en la que os colasteis y en la que evitaste a varios tíos de diversas procedencias geográficas, hasta acabar liándote con el menos agraciado de toda la velada. Aquello sucedió poco antes de Año Nuevo del año 2006, cuando Sofía te regaló por tu veintiún cumpleaños dos billetes de avión a una de las ciudades más caras de Europa. Para el resto, tendríais que buscaros la vida. Te pareció una aventura muy emocionante, y lo acabó siendo, ya que al final se tradujo en: perder las maletas y, con lo puesto, dormir en un hostal cuya moqueta era el paraíso de las bacterias; comprar comida preparada en el supermercado para comerla en el parque; conocer a dos malabaristas brasileños y estar todo el día de bares, para acabar abandonándolos cuando os pidieron una recompensa por la compañía; tomar té en casa de una anciana después de mantener una charla en una parada de autobús; visitar el Museo Británico tras haber ingerido dos pintas por cortesía de dos pintas (es decir, dos tíos con muy mala pinta) y ver más la taza del váter que cualquiera de las salas de exposición; conocer a un grupo de turistas polacos que os llevaron al sitio más barato de la ciudad para emborracharse: el maletero de un coche de alquiler.

Y al final, acabasteis en una fiesta del sector editorial en la que tú estabas a lomos de un polaco, que además era agente literario, mientras Sofía descubría su vocación como organizadora de eventos. Se convenció, tras hablar durante una media hora con un editor independiente (con libros para lectores que hablan de los escritores fallecidos como si fueran sus amigos), de que reunía todas las cualidades necesarias para hacer el trabajo. Solo hacía falta ofrecer un buen surtido de bebidas, algunos ejemplares de los libros más valorados de la literatura para que los invitados pudieran batirse en duelos pedantes (y alguno muy desconocido para descubrir al más esnob de la fiesta), y tener labia para aburrir.

Lo de acabar liándote con el menos agraciado sucedió mientras Sofía comenzaba a hacer sus primeros contactos. Te deshiciste del polaco, que solo te convencía como medio de transporte, y tras conocer a, por este orden, un escritor de mirada extraviada, un editor herido por un agente de poca palabra y un alemán que insistía en hablar contigo en su idioma materno cuando claramente no entendías ni papa, no sabes si por hartazgo o por las copas que te metiste entre pecho y espalda, el teutón pelirrojo-lechoso no te pareció una mala elección. Con tu limitado inglés, pudiste comunicarte medianamente bien, aunque lo de verlo, no lo viste muy bien hasta la mañana siguiente, cuando te despertó y te dijo que se lo había pasado de fábula con una sonrisa inquietante en los labios y su polla torcida de largos pelos naranjas apuntándote.

Y ahora estás aquí, organizando un evento editorial.

Te has encargado de que los invitados llegaran bien a su destino y tuvieran a punto sus discursos y premios. Te ha venido muy bien estar entretenida, además Sofía está dispuesta a repartir los ingresos. Y menos mal, porque se ha pasado las horas en un camarote mientras tú te encargabas de todo. Cualquiera diría que se ha aprovechado de ti (y tendría un poco de razón) y que deberías llevarte más de la mitad de los ingresos porque te has responsabilizado de la parte más estresante. Pero eso no quita que sentirte útil no te haya venido bien después de unas semanas de mierda.

Tachas de la lista el nombre de Harlem, el grupo de música que dará la bienvenida con sus notas de pop jazz a los invitados en el barco que habéis alquilado, y al que debías llamar para confirmar su asistencia. Sofía estuvo de acuerdo en contratarlos, aunque le parecía que, por mucho jazz que sonara, la fiesta iba a acabar pareciéndose a una de esas de los barcos para guiris, llena de borrachos con ganas de probar qué otros talentos tenían los escritores de sus catálogos. Tú negaste con la cabeza: una cosa es que a muchos de ellos les guste hablar de literatura con unas copas de más y otra muy diferente que quisieran montar una orgía.

A medida que el momento se acerca, sientes que tu garganta se va estrechando. Sabes de sobra que, si algo sale mal, no será enteramente culpa tuya, que el negocio es de Sofía, pero no puedes evitar exigirte mucho más de lo que sería lo normal para alguien que nunca ha organizado un evento. Pero cuando las luces de los mástiles se encienden y los camareros colocan los montaditos y las cubiteras con las botellas de cava, te sientes tan bien que empiezas a preguntarte si no deberías asociarte con tu amiga. Ella misma te dijo que había tenido que rechazar la organización de algún evento por falta de personal. Podría ser un buen momento para ampliar el negocio.

−¿Eres Irene?

Te giras. Un chico de pelo largo, barba gruesa y camiseta metalera, espera tu respuesta junto a otros seres vestidos con cuero y cadenas.

−Sí, soy yo –balbuceas.

−Somos el grupo que va a tocar. ¿Podemos empezar a instalarlo todo?

Sientes como si hubieran estrujado todos tus órganos al mismo tiempo. Debe de ser un error, y así mismo se lo dices. Se te ocurrió a ti contratar a un grupo de jazz para amenizar la velada, y Sofía aplaudió la iniciativa. ¿Qué dirá ahora?

−Pero… no sois un grupo de pop jazz.

−¿No es este el Book Festival Awards?

−Sí, sí. Pero yo he contratado a un grupo que se llama Harlem.

−Somos HardLEM. Ya me extrañó que me preguntaras si teníamos una versión del My way de Frank Sinatra.

−No podéis tocar música heavy aquí.

−Pues es que somos un grupo de heavy metal.

−No puede ser.

Estás tan nerviosa que podría explotarte la cabeza. Buscas la información en tu libreta, pasando las hojas una a una con manos temblorosas.

−Irene, ¿sabes dónde tengo que poner el libro de dedicatorias? −te pregunta una de las ayudantes de Sofía. Estás a punto de gritar de frustración.

−No, no lo sé. Pregúntale a Sofía.

−No la encuentro.

−Qué novedad −te chirrían los dientes−. Joder, colócalo en el sitio más cómodo.

Por fin das con el nombre de la banda y le enseñas tus anotaciones al líder del grupo.

−Sí, nos confunden muchas veces con ellos.

Ahora mismo estás a punto de retorcerle el pescuezo, pero respiras hondo y contestas entre dientes:

−¿Y no se te ocurrió que un evento editorial en un barco podría pegarle más al otro grupo? Sobre todo si te pregunté si versionabais a Sinatra.

−Bueno. Ahora ya estamos aquí −dice otro de los integrantes.

Te aprietas las sienes. Te duele mucho, pero muchísimo, la cabeza. Y de repente te acuerdas de algo que oíste decir a Sergi una vez: «Las mejores baladas son las de los grupos heavys».

−¿Tocáis alguna balada?

Se miran entre ellos.

−Alguna tenemos.

−Perfecto. Preparadlo todo y tocad baladas. Solo baladas. Por favor.

Minutos después, compruebas complacida que todo marcha tal y como se esperaba, incluso mejor. Sofía te pregunta por las pintas del grupo y tú respondes con una mirada asesina, pero pronto perdonas a tu amiga porque te aporta la calma necesaria para que por fin puedas destensar los músculos. Durante la gala, el micrófono suena bien, nada se acopla. Nada, excepto Sofía: al órgano viril del patrón de barco. Los discursos, algunos más aburridos que otros, se escuchan a la perfección. Tras la entrega de los premios a mejor editor, mejor agente literario, mejor edición y mejor libro ilustrado, solo queda la del premio al mejor escritor revelación. Los tres nominados son unos completos desconocidos.

Sofía te explica que la ópera prima de la primera nominada (histórica, romántica y bastante comercial) está ambientada en la época de mayor apogeo del sector textil. El segundo nominado es argentino y su libro trata sobre dos familias muy diferentes que deben enfrentarse a la dictadura en sus distintos países: una en España en la época franquista y la otra en Chile durante la dictadura de Pinochet.

−No me digas más. Seguro que gana el argentino.

−No estoy tan segura. El tercer nominado ha escrito una joyita de esas que hacen correrse al jurado.

−¿Pero no decías que estas cosas siempre estaban amañadas?

Antes de que Sofía pueda responder, anuncian al ganador. Es Hugo Durán Coletti, o Hugo Coletti, como ha querido figurar en el libro. Es el autor de la joyita.

−¿Coletti? −susurras.

−De madre italiana. El chico tiene un aire roquero muy interesante −Sofía te guiña un ojo.

Cuando lo ves subir al escenario, te preguntas si Grease vuelve a estar de moda: ese pelo engominado, la camisa blanca abierta, los pantalones estrechos y ese estilo italiano con tirantes, te ha puesto mucho. De pronto tienes muchísimas ganas de hablar con él. Bueno, de hablar no…

−Tiene bastante nariz −dices, como si necesitaras disimular, porque pillarte de un tío solo con verle es algo muy de adolescente.

−Eso da mucha personalidad −opina Sofía−. Y lo compensa con ese culo.

Te gusta, sí. La elocuencia con la que habla, con seguridad pero con un tono de nerviosismo humilde, te empuja a lanzarte a sus brazos como haría una adicta que está a punto de recibir su dosis.

−Dicen que se enrolló con su agente.

−¿Por eso ha ganado? −preguntas.

−El libro es bueno.

−¿De qué va?

−Es una especie de Quijote moderno, o como el Ignatius de La conjura de los necios. ¿Te los imaginas con un móvil y una cuenta de Twitter? Pues algo así.

−Si está bien escrito, puede ser un puntazo.

−Ha salido ya en un montón de medios, pero tú estabas en Montpellier pasando de todo. Solo tiene treinta y un años y lo está petando.

Lo miras como si fuera inalcanzable. Sabes que esa no es la mejor actitud para ligártelo. Tienes que mostrarte segura de ti misma, como si diera lo mismo conversar con él o con cualquier otra persona, pero a la vez hacerle notar que te interesa un punto más. Solo un punto más.

−¿A quién se le ha ocurrido poner el libro de dedicatorias en el baño? −pregunta una invitada a Sofía.

−¿En el baño? –Sofía te mira extrañada. O su ayudante es tonta o está riéndose en tu cara.

−Le he dicho que buscara el lugar más cómodo.

−Ah, pues no es tan mala idea. Todo el mundo pasará por el baño en algún momento de la noche −opina la invitada antes de desaparecer con su copazo de gin-tonic hacia un grupo de editores.

−Es agente, ¿verdad? −preguntas.

−¿Cómo lo sabes? −dice Sofía.

−Por cómo se ha lanzado a ese grupo. Seguro que está a punto de venderles algo.

−Puede ser. Y hablando de vender… ¿Te presento a Hugo?

−¿No quedará un poco forzado?

−¡Qué va! Te iré presentando a gente por el camino, aunque tenemos que asegurarnos de que no son de los que se enrollan. No hay tiempo que perder.

−¿Y no habrá venido acompañado?

−Que yo sepa, no tiene novia. Ya me he informado, querida, pero con el patrón del barco tengo bastante.

Soltáis una risita.

**

Si algo podía hacer que Hugo te gustara más, era oírle hablar. Tiene una voz cavernosa que produce algún tipo de reacción en tu cuerpo que por fuerza atribuyes a la química. El mejor símil para describir lo que acaba de pasarle a la temperatura de tu cuerpo es la acción de encender una cerilla. Hasta ahora solo tu ex jefe podía llevarse ese mérito. Pero es que Hugo… Ese aire de éxito que lleva impreso en sus facciones, la gravedad de su voz frotándose contra tus tímpanos a la vez que te repasa con sus ojos oscuros, es demasiado para ti. La presión de tu vagina confirma que ha desbancado a tu ex jefe de un modo tan definitivo que te resulta hasta violento. ¿Cómo puede hacerte sentir así alguien a quien ni siquiera conoces? No lo sabes, porque no te ha pasado desde que te obsesionaste por un joven Bruce Springsteen. Estás sorprendida de hasta qué límite es capaz de llegar el deseo femenino. Y sin drogas. Recuerdas que la única vez que te pusiste así de cachonda tan rápido fue cuando el novio de una amiga te metió un poco de líquido de la felicidad en el cubata. Al minuto siguiente, te lo estabas montando con un tío en el baño. Y cómo te gustaría montártelo con este ahora mismo en el baño y después escribirlo en el libro de dedicatorias.

−¿Te esperabas ganar? −le preguntas.

−Bueno, estar nominado siempre te da alguna esperanza.

Vale, Irene, ahora podrían darte el premio a la pregunta más gilipollas de la noche. Estás nerviosa y, cuando estás así, no hay modo humano de resultarle atractiva a ningún tío.

Sofía levanta la mano fingiendo que ha visto a alguien y os deja solos. «Tranquilízate», te repites el mantra cien veces y te preguntas en qué momento de la noche has vuelto a la pubertad, si ha sido antes o después de hablar con el grupo heavy.

−¿Eres escritora, agente o editora? −pregunta dando después un sorbo a su bebida.

Aún es posible que sea un imbécil, así que cálmate, Irene.

−Ninguna de las tres, soy una de las organizadoras de la fiesta.

−Pues has hecho un gran trabajo −apunta mirando alrededor.

−¿Cuánto crees que falta para que esto se convierta en un despelote total?

Te mira serio y, cuando te estás arrepintiendo de haberte tomado esa confianza, suelta una risa cavernosa y sientes tu pálpito vaginal.

−Más o menos, una hora.

Te ríes para hacer tiempo y así pensar la siguiente pregunta o comentario.

−Entonces, tu novela… −no sabes cómo se llama−, ¿de qué va?

−Todavía no sé contestar a esa pregunta sin resultar pesado –vuelve a sonreír.

−Inténtalo. Si empiezo a bostezar, es que te estás pasando.

Bien, Irene. Vamos bien.

−Va de un escritor loco. Odia todo y a todos los que le rodean y se pasa el día encerrado en un estudio escribiendo. Toma prestados personajes y autores clásicos que adora para relacionarlos entre sí. Por ejemplo, en uno de sus relatos, Sherlock Holmes investiga el suicidio de Virginia Woolf.

−Suena interesante, y muy complicado también.

−Es metaliteratura.

−¿Es qué? Lo siento, no soy del gremio −bromeas.

−Se trata de una historia dentro de otra historia, con varios relatos que se mezclan con la trama principal.

−Me encantaría leerlo.

−Si quieres, puedo dedicarte un ejemplar.

−¡Eso sería estupendo! −¿Y si me firmas en las ingles?−. Debe de ser muy complicado escribir. ¿Cuánto tiempo te ha llevado?

No lo sabes, Irene, pero ahora es cuando descubres que, tras la perfección que se puede apreciar a simple vista, se esconde algo muy imperfecto. ¿Cómo ibas a pensar que podría fallar algo en él?

−Te voy a ser sincero –susurra, y al principio tu vagina vibra de alegría porque se ha acercado mucho para que solo tú sepas lo que está a punto de decirte−. No lo he escrito yo.

−¿Ah, no? −respondes con una sonrisa un tanto incómoda. La admiración se ha descalabrado, poco falta para que las ganas con las que hubieras agarrado su pene sigan el mismo camino.

−Me lo han dictado. Ellos.

−¿Ellos? −arrugas el entrecejo. Quizás está hablando de editores que se la han encargado.

−Los autores. Conan Doyle, Virginia Woolf, John Kennedy Toole… Los oigo.

Vale, este tío está como una puta regadera. ¿No dicen que los genios están locos? Pues aquí tienes la evidencia personificada.

−Es una broma, ¿no?

Te mira muy serio. No, lo está diciendo de verdad.

−Es una manera de hablar, ¿verdad? −tienes muchas ganas de tener razón.

−Suena muy demente, lo sé. Pero lo mío va más allá de la inspiración propiamente dicha. Los oigo en sueños y los oigo cuando estoy despierto. Lo único que hago es apuntar todo lo que me dicen. Incluso tenía una fecha programada para mi suicidio: el 26 de marzo, igual que Kennedy Toole, porque llevaba demasiado tiempo sin recibir respuesta a mi manuscrito.

Ahora te preguntas si Sofía sabía algo sobre el estado mental de este individuo. Si es así, estará mondándose de la risa, la muy furcia. Te extraña que a este hombre le hayan llamado para una entrevista, a no ser que se haya convertido en un bufón del sector.

−Menos mal que te contactó una editorial antes, ¿no? –decides entrar en el juego y aguantar hasta que encuentres una excusa para marcharte. Casi te parece estar hablando con el Sombrerero Loco.

−Sí, estuvo ajustado −suelta una carcajada.

Y entonces lo ves: ese brillo especial en sus ojos que te había llamado tanto la atención es el de la locura. Piensa, piensa rápido para desaparecer de aquí.

−¿Y qué opina tu agente de ese modo tan peculiar de escribir? −has desviado la mirada como si el barco estuviera hundiéndose y necesitaras localizar un bote salvavidas.

−Está muy interesada en mi próximo proyecto −apura su bebida−. ¿Te gustaría que lo habláramos en un lugar un poco más apartado?

¡Y quiere ligar contigo! ¿Un lugar apartado? Si estáis en un puto barco lleno hasta la bandera. El lugar más apartado está directamente en el agua.

−Creo que he visto a alguien que conozco −contestas mirando hacia un grupo de personas que brindan con risas achispadas.

−Herman Melville me habló hace aproximadamente un mes. Me dijo que siempre le habían interesado las orcas pero…

−Genial, Hugo, disculpa, pero tengo que hablar con aquel… señor… editor… Tenemos algo pendiente desde…

−Ah, ¿también escribes? Si quieres, puedo ayudarte para escribir una novela romántica. Yo es que no me veo redactando las cosas que me cuenta Emily Brontë.

Ya ni te molestas en disculparte. Caminas directa al cantante heavy, que está en la barra bebiendo cerveza. No conoces a nadie más.

Te colocas a su lado y pides otra cerveza para ti. Lo saludas y le agradeces que hayan tocado un repertorio de baladas tan acorde con la situación. Él sonríe. Ahora que tiene el pelo recogido en una coleta y puedes verle mejor la cara, te sorprende descubrir unos rasgos exóticos casi indios, como los del olvidado cantante de Extreme, pero con barba. Debían de ser los nervios, porque ahora el heavy te parece cañón.

−Supongo que esta noche os habéis sentido un poco como Extreme –le dices, haciendo notar tu cultura musical.

En realidad no tienes ni idea de grupos heavy en general, y menos de los olvidados de los años noventa. A estos los conoces por casualidad, de cuando tu madre se compró el disco solo por la canción More than words. Recuerdas el horror que se originaba en tu casa cuando pasaba al segundo tema. Todo el mundo corría a apagar ese ruido. Pero tú eso no se lo dices.

−La verdad es que un poco sí, pero en gran parte ha sido culpa nuestra por no asegurarnos. Hacía tanto tiempo que no nos salía un bolo…En este país no hay mucho público de lo nuestro.

−Lo habéis hecho genial. La gente estaba encantada, en serio.

No tienes ni idea de lo que le ha parecido a la gente, porque no tienes ese feedback, pero tú sí que estás encantada ahora mismo. No hay nada como hablar con un tío que está en sus cabales después de la conversación delirante sobre fantasmas.

−Imagino que, al no poder darlo todo, ahora tendrás un montón de energía acumulada.

Irene, en tu cabeza sonaba inocente. Sonaba a que el cantante de un grupo heavy que estaba listo para gritar ha tenido que conformarse con ser un Bryan Adams. Pero tal y como lo has dicho, y el tono en el que lo has dicho, ha dado lugar a otra interpretación. El color miel de su mirada te ha bañado por completo con la fiereza propia del calentón.

¿Cuántos camarotes debe de tener este barco? Es lo que te preguntas cuando la lengua del cantante, que todavía no sabes ni cómo se llama, está explorando tu boca. Si te hubieras fijado un poco, habrías visto que no eres la única buscando desesperadamente un lugar en el que meterse. Sofía lleva un tiempo en el oficio y, cuando te decía que acabaría convirtiéndose en una orgía, no exageraba tanto. El alcohol y tener un trabajo tan sedentario como el de editor o escritor, no es una buena combinación. Le hace a uno querer ser muy activo de golpe. Además, aún estáis lejos de tierra firme, de modo que todo el deseo debe satisfacerse en un espacio limitado. Esperas que el patrón tenga algo de control sobre el rumbo o acabaréis como el Titanic.

Para tu desilusión, resulta que no estás en un crucero vacacional. ¿Cuánto has bebido? ¿Solo dos cervezas y no has llegado a esa conclusión? Irene, en este barco hay un cuarto de baño y dos camarotes a lo sumo. Queda una hora para dar por terminada la fiesta. Tendrás que esperar, si no quieres que todo el sector se acuerde de tu culo.

−¿Hemos probado con esa puerta? −dice el cantante cuando ya habéis rodeado la cubierta.

Sientes tu cuerpo más liviano, y crees que si te acercaran una de las bombillas fundidas que hay en el mástil, podrías llegar a encenderla. La puerta conduce a un cuartito de limpieza. En realidad es un armario. Está vacío porque nadie ha caído tan bajo, pero tú estás tan a punto que te es imposible aplazarlo. Él se quita la camiseta. Es moreno de piel, un poco bajito, pero fibroso. Y ese collar con la pluma… No sabes por qué te pone tanto que sea tan indio como heavy. Un minuto después, estáis riéndoos mientras la estantería de metal traquetea con vuestros embistes. Frente a frente, comiéndoos con la mirada mientras os movéis, sudorosos.

−No suelo hacer estas cosas −dices entre jadeos.

−¿El qué? –te pregunta. El pelo negro de su flequillo, fino y lacio, cae por su cara.

−Montármelo con alguien que no sé ni cómo se llama.

MENTIRA.

−Siempre hay una primera vez.

Seguro que él lo ha hecho en innumerables ocasiones en baretos, con chicas que tienen piercings hasta en el chichi.

Acaricias la rugosidad de su barba con las manos y lo besas mientras se mueve dentro de ti. Algunos productos de limpieza, la fregona, la escoba y el cubo, están por el suelo. Cada vez que algo cae a causa de vuestras sacudidas, soltáis una carcajada. Cuando estás a punto de correrte, él te coge por la nuca para acercarte, de modo que acabáis abrazados. Te quedas así mientras respira con fuerza, porque no quieres que te mire ahora. Esto te ha gustado demasiado y ahora tienes esa mirada que tanto trabajo te cuesta esconder. Sustitúyela por neutralidad, Irene. Te está apartando y te va a ver. Te queda poco tiempo. ¡Irene!

Cuando por fin os miráis, sorpresa, su mirada no es neutral.

**

Le planteaste a Sofía asociarte y ella accedió sin pensárselo dos veces, aunque le advertiste que fuera un trabajo más equilibrado, haciendo referencia a la fiesta del barco. Fuisteis al notario y firmaste aportando el poco capital que tenías gracias a tu vena ahorradora.

Le has dado un toque muy original a todas las presentaciones y cocktails. Detalles que Sofía no solía tener en cuenta pero que os diferencian y os otorgan una elegancia única. Además, os habéis expandido a la rama del periodismo y también organizáis ruedas de prensa, porque el asunto de los libros no daba para tanto. Durante todo este tiempo, has conocido a muchísima gente, has hecho contactos interesantes, incluso te han dado una columna en un periódico digital. Tienes una vida que no te habías imaginado, y te encanta. Te sientes como Carrie en Sexo en Nueva York, aunque el sexo sea en Barcelona y la columna sea política. Tu libertad es parecida a la de Sofía, como siempre habías querido. Sin embargo, hay algo que te diferencia de ella, y es que tienes tendencia a pillarte más por los tíos, y luego vienen las desilusiones, como te ocurrió con el indio heavy que, después de otras pocas tórridas ocasiones, desapareció. Supiste por un conocido que el grupo se había separado porque él intentó conseguir más bolos tocando baladas y los demás lo dejaron tirado cuando se dieron cuenta de que se alejaban demasiado de sus orígenes. A partir de ahí, se perdió su pista.

De vez en cuando rememoras su cuerpo encima del tuyo, su pelo cayendo y acariciándote la piel, su cuerpo convulsionándose, el cigarro que se fumaba después y completamente desnudo en la terraza, su voz rasgada cantándote My way con un vaso de whisky al lado y las conversaciones existenciales. Era inteligente, pero más esquivo de lo que te pareció en un principio. No era el tipo de persona con una cuenta de Facebook, de modo que es ilocalizable. Estás segura de que se habrá mudado a otro país, buscando algún lugar donde su música sea bien recibida.

Sonríes, saboreando el vaso de whisky del que bebió el indio heavy, aunque el líquido sea amaretto, y trasladas toda tu frustración al terreno político, aporreando cada tecla como si fueran cabezas de diputados.

FIN

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