ELIGES A TU JEFE

El piso de Didier es exactamente como te lo imaginabas. Un loft moderno que antiguamente había sido una fábrica, con vigas metálicas y una puerta corredera como entrada. El cuarto de baño está escondido tras una pared de ladrillos de vidrio, y el dormitorio, tras una mampara con detalles hindúes. El resto es diáfano.

Piensas que si te ha traído aquí, es que quiere ir más allá en la relación, que quizás incluso acabes viviendo con él y en el trabajo hagáis el papel de jefe-empleada para luego arrancaros la ropa cuando lleguéis a casa.

¡Irene! Pon el freno. Deja a un lado la imaginación y concéntrate en el presente. Didier te ha traído a su piso, y punto.

La música de fondo viene de una lista que se llama Cena con amigos, pero como la selección está bien, no le das importancia a que haya elegido esa en particular, y no Cena romántica, o Cena en pareja, o algo por el estilo.

−¿Te gusta?

−¿Que si me gusta? ¡Me encanta! Es como si te hubieras metido en mi cabeza para robarme la idea.

Se ríe al mismo tiempo que abre la nevera de dos puertas y saca una botella con una etiqueta negra que reza: Les Cordeliers.

−Tiene muy buena pinta.

−Es un vino espumoso de primera.

Sirve dos copas.

−¿Celebramos algo?

−Tu ascenso.

La copa se queda a medio camino. Lo miras entre incrédula y sorprendida.

−¡Pero si acabo de empezar a trabajar en tu empresa! ¿No crees que sería muy incómodo? Y obvio, en el mal sentido, porque todo el mundo me va a odiar y dirán que Irene es una trepa y una zorra. No pensarán que ha sido por mérito propio ni…

Didier te frena con la mano y te dedica una de esas sonrisas que acciona la mano invisible que roza tus ingles.

−Me refería a tu ascenso a la cima de mi miembro.

No puedes evitar soltar una sonora carcajada.

−Brindo por eso −levantas la copa.

−Tengo una serie de juguetitos que me gustaría enseñarte −te dice lamiendo cada letra.

−¿Ah, sí? No serás un obseso sexual con gustos sadomasoquistas, ¿no?

−Solo lo primero.

Sonreís.

−Todavía no he visto tu habitación −dices desabrochándote la blusa.

No hace falta más. Didier rodea la isla de la cocina como un lobo al acecho, uno con chaleco, y te coge en volandas imitando la risa de un villano mientras camina rápidamente hacia el biombo. Cuando lo cruzáis, te quedas con la boca abierta. La zona es tan espaciosa como el salón y, además de una cama en la que podrían dormir cuatro personas, ¡hay un jacuzzi en el suelo!

−Tienes toda la noche planeada, ¿verdad?

Te responde con un beso húmedo que convierte a tu vagina en un hooligan del sexo. Lo besas haciendo su lengua tuya y le pides que te folle, que no puedes esperar ni un minuto más.

Pero es verdad que Didier tiene toda la noche planeada, no tienes ni idea de lo ordenado que es en ese aspecto.

Te deja en el suelo diciendo que esperes, que antes quiere que veas lo que vais a probar, y te lleva a un vestidor enorme, de esos que tienen varias filas de zapatos que siempre has deseado, solo que en tu imaginación son de mujer. Antes de que empieces a imaginar cómo quedarían tus zapatos junto a los suyos, Didier abre un cajón ancho forrado de terciopelo de color borgoña y saca una bolsita negra (por un momento piensas que te va a regalar un collar de diamantes, pero luego te acuerdas de lo de los juguetitos y sales de tu alucinación), y saca un pequeño aparato negro y dorado.

−¿Qué es eso?

−La gloria, Irene.

Te besa y tu vagina reacciona con violencia. Si pudiera hablar, te diría: «Agarra su pene ya. ¿A qué estás esperando, imbécil? No puedo dar más palmas, ni ensancharme más, ni fabricar más baba de lo que ya he hecho, para que te des cuenta de que es el momento de dejarla entrar».

−Vamos a probarlo −ruges.

Sí, te ha salido como en un rugido.

−Espera, tigresa. Pensaba que primero podríamos ponernos a tono en el jacuzzi.

−Yo ya estoy a tono −dices desnudándote.

Te comes sus labios a la vez que le bajas los pantalones y los calzoncillos, todo a la vez. «A la mierda el jacuzzi, ahora estamos hablando», esa es tu vagina. Ella y tú empujáis al gran jefe a los pies de la cama y, cuando agarras con tus dos manos su miembro erecto para callar a la insistente voz de tu vagina, él te pide que aguardes un segundo para ponerse el aparato.

Se coloca la anilla negra en la base del pene y empieza a explicarte en qué consiste, pero tú le cortas con un beso. No quieres que te den explicaciones ahora. Esto no es ni un sexshop ni un tuppersex.

Cuando parece que lo entiende, te coge de las piernas y te arrastra hacia el cabecero de la cama. Ahora tu cabeza apunta al sur y su polla al cielo. Sueltas un grito de placer cuando la notas entrar, y te fijas que en una mano lleva algo negro y redondo. No sabes lo que es hasta que aprieta el botón. ¡Y joder! ¿Qué está pasando? Notas una vibración en el clítoris. Tus gritos y espasmos son los de una posesa.

−O bajas las revoluciones, o me corro.

Didier presiona otro botón y la vibración se detiene. Tu jefe se mueve encima de ti sonriéndote, muy cachondo.

Está claro que en Barcelona no tenías ni idea de lo que era el sexo. Comparado con esto, solo era una palabra más de tu vocabulario. Como el verbo fascinar: en Montpellier ha adquirido el significado que tiene. Lo de antes era un verbo menor, más parecido a complacer, dicho con la boca pequeña.

Cambiáis de postura. Él clava su rodilla cerca de tu hombro izquierdo y sujeta tu pierna en alto, como si fuera un instructor de gimnasio en plena prueba de flexibilidad, salvo por el detalle de que te está penetrando. Vuelves a soltar un grito que recorre todo el piso y se mezcla con su risa cuando te muestra el mando diciendo: «Velocidad tres».

Tú vagina y tú lo sabéis muy bien: no encontraréis a otro hombre con el que llegar a un orgasmo de estas características. Lo que está ocurriendo ahora mismo ahí abajo es una jodida avalancha.

Y como no podría ser de otra manera, después disfrutáis de una nueva copa de vino espumoso en el jacuzzi. Sí, es la gloria.

**

Supiste que habías acertado quedándote con tu jefe, aunque no todo es un camino de rosas. Ya conocías la naturaleza promiscua de Didier, y elegirlo fue aceptar jugar en el mismo bando, es decir, un camino plagado de turbulencias. Es una persona difícil de contentar, tiene demasiado mundo y le queda poco por descubrir, por eso no es nada impresionable, y se aburre con más facilidad que un niño hiperactivo en una misa de domingo. Por eso no te sorprende tu vida actual: una ingente cantidad de fiestas que se parecen más a ritos sectarios que a encuentros de personas respetables.Tu relación con él se ha convertido en un campo de minas en el que tanto podéis estar en el paraíso, donde la comprensión y el sexo divertido y desenfrenado son los grandes protagonistas, como en el infierno, donde os lanzáis objetos a la cabeza, rompéis toda la vajilla y os decís cosas horribles de las que luego os arrepentís. Una relación donde sacáis los trapos sucios y os permitís sentir celos que no tienen ninguna justificación con la visión liberal de lo vuestro; en la que podéis acabar follando después de una acalorada discusión, con el peligro de cortaros con la vajilla recientemente destrozada; en la que puedes tirarte al editor del libro que acabas de publicar, El sexo siempre empuja, sin sentirte culpable, porque al final la conclusión es siempre la misma: encajáis. Y por mucho que necesitéis calmar vuestro apetito sexual con otras personas, siempre volveréis a casa.

FIN

Empezar de nuevo