NO ACEPTAS EL RETO

Ya está bien de comportarse como alguien que te gustaría ser. Lleva demasiado trabajo, Irene. No eres el tipo de chica que se mueve por impulsos, aunque todo lo que te llevó a Montpellier fue resultado de uno. Y muy gordo. No piensas seguir bailándole el agua a tu jefe porque solo te daría quebraderos de cabeza. Él está buscando otro tipo de chica que no tiene nada que ver contigo, tú no puedes ser esa persona. Lo mejor es cortar por lo sano porque sabes que, si sigues viéndolo, no vas a poder evitar acostarte con él. Te atrae demasiado, y de un modo poco saludable.

No puedes evitar pensar que todo ha sido un error. Tú ya tenías una vida hecha y tiraste por la borda una tediosa rutina que podría haberse arreglado con unas semanas de vacaciones. Estás convencida de que fuiste inmadura y muy injusta con Sergi, pero temes que ahora sea demasiado tarde.

Al día siguiente de responder a la propuesta de tu jefe con un educado «Lo pensaré, pero no creo», te presentas en su despacho y le borras la sonrisa provocadora de la cara entregándole tu carta de dimisión.

−Podemos hablarlo –te dice como si estuvieras privándole de su juguete preferido.

−Quiero volver a Barcelona.

−Allí no hay trabajo.

−Correré el riesgo. No me gusta cómo me ves.

−¿Y cómo crees que te veo?

−Como un mero entretenimiento, y yo no quiero tener ese tipo de relación. Y ahora que ha pasado, no puedo seguir trabajando aquí.

−Entiendo.

En ningún momento te ha dicho que estés equivocada, por lo que has dado en el clavo.

−Si quieres podemos valorar la posibilidad de que hagas una investigación de mercado en Barcelona, trabajando como freelance.

−Prefiero no mantener el contacto.

−De acuerdo. Entonces solo me queda desearte suerte, supongo.

−Muchas gracias.

Después de varias semanas de bajón sin casi salir de la habitación, paseándote en pijama y quejándote como un alma en pena, tus compañeros de piso, que al principio te escucharon e intentaron aconsejarte, han acabado por cansarse y ahora hacen lo posible por evitarte. Esto no es vida, Irene. No sabes qué has hecho mal, pero sientes que la has cagado hasta el fondo. Tener que volver con el rabo entre las piernas hiere tu orgullo, pero parece ser la única salida. Después de darle muchas vueltas, decides llamar a Sergi, arrepentida.

−Hola –saludas a punto de llorar.

−Hola. ¿Qué tal?

−Por aquí. ¿Y tú?

−En casa, viendo la tele.

−He dejado el trabajo.

−¿Y eso? –su tono es monótono, sin rastro de alegría.

−No ha funcionado. Echo de menos Barcelona. Te echo de menos.

−Irene.

−No, ya sé lo que vas a decir. Es todo culpa mía. Puede parecer muy trillado decir que no sabes lo que tienes hasta que lo pierdes, pero es la verdad.

−Estoy con alguien.

Jarrón de agua fría. Te quedaste sin habla.

−Nos vamos a casar.

−¿No es un poco… precipitado? −conseguiste articular, sin aguantar ya las lágrimas.

−Nos queremos.

−Pero, eso no… ¿Hace cuánto que la conoces? ¿La conozco yo?

−Mira, ¿por qué no hablamos más adelante? Cuando haya pasado más tiempo, ¿vale?

Nunca te has sentido peor. Acabas de caer en un pozo sin fondo. ¿Casarse? Pero si ni siquiera te lo propuso a ti. Te sientes como la mierda y lo único que puede hacerte sentir un poco mejor es estar rodeada de tu familia, así que llamas a tus padres para contarles lo ocurrido y anunciarles que volverás a finales de mes, en menos de siete días. Aunque deberías aprovechar los días que te quedan para visitar todo lo que no te ha dado tiempo a ver, no estás de humor. No tienes ganas de arreglarte para salir, y una semana te parece una eternidad. Decides hacer el esfuerzo. Te duchas y te vistes para salir, pero en el último segundo acabas paseándote por el piso comiendo Nutella a cucharadas. Hasta que llega tu último día, en el que tus compañeros de piso te organizan una cena y se sientan a la mesa con una clara expresión en la cara: «Por favor, que no me dé la chapa otra vez».

En el tren de vuelta viajas mucho menos alegre que en el de ida. Se te hace más largo y pesado. Al menos has hecho el esfuerzo de arreglarte y rizarte el pelo para despedirte de Montpellier. Abres el libro cuya lectura dejaste aparcada hace seis meses. Es la típica novela que fue un boom en su día y que leyó todo el mundo, y que tú esperaste a que pasara un poco el fenómeno para no tener que ir en el metro leyendo lo mismo que todo el mundo. Pero tienes demasiadas cosas en la cabeza y no logras concentrarte.

Suspiras cerrando el libro y observas el paisaje pasar velozmente ante tus ojos. Te cuesta tanto sonreír que te preguntas si se te habrá olvidado cómo se hacía. No consigues pensar en nada que te anime un poco. Estás demasiado perdida para encontrarle la gracia a nada. Y las perspectivas de tu futuro tampoco es que pinten muy bien. Después de tantos años, no te apetece nada volver a vivir con tus padres, pero siendo realistas, no puedes pagar un alquiler. No hay manera de verle el punto positivo a tu situación.

Suena tu móvil. Es tu hermana.

−Hola, Pati.

−Hola −la vocecilla que te llega revela que su estado es más lamentable que el tuyo.

−¿Qué te pasa?

−Me ha dicho mamá que estás en el tren ahora.

−Sí. ¿Qué te pasa?

−Prefiero contártelo cuando llegues −solloza.

−No, espera, dímelo. Me estás preocupando.

−Me ha puesto los cuernos.

−¿Cómo dices?

−Que está con otra. Le pillé un mensaje en Facebook. Al muy gilipollas se le olvidó cerrar su sesión.

−¿Quieres que nos veamos en Sants? –te has olvidado de tu mierda instantáneamente.

−Tengo a los niños y ya están durmiendo.

−En cuanto llegue a Barcelona, voy a tu casa.

**

Desde hace dos meses vives con tu hermana y sus dos hijos de cuatro y seis años. Has encontrado un trabajo en una agencia de publicidad que no te deja tiempo para socializar, pero que te encanta, porque has sabido enfocar tu carrera profesional.

Tu rutina diaria comienza preparando dos tazones de cereales Choco Krispis mientras tu hermana se encarga de vestir a tus sobrinos cantando una alegre cancioncilla. Media hora después de que ella se marche para acercarlos al colegio, sales de casa y caminas unos diez minutos hasta la agencia mientras apuntas en una libreta todas las ideas que se te van ocurriendo para todo tipo de anuncios, y te pasas el día defendiendo tus propuestas, porque son muy diferentes e innovadoras. Sales del despacho cuando todo el mundo ha acabado de cenar, justo a tiempo para contarles un cuento a tus sobrinitos, que es tu parte favorita de la jornada. Después, charlas un rato con tu hermana, a la que ahora te unen unos lazos fuertes que no teníais desde que erais unas crías.

Con mucha frecuencia comentáis lo poco que necesitáis a un hombre en vuestras vidas y, cada dos fines de semana, descargas todo el estrés del trabajo siendo desagradable con tu ex cuñado cuando viene a recoger a los niños. Es posible que algún día todo pueda cambiar y dejes de compartir piso con ellos, pero de momento no quieres pensar en lo que pasará. Prefieres disfrutar del presente. A veces, pensar demasiado en el futuro nos puede llevar a tomar decisiones equivocadas.

FIN

Empezar de nuevo