NO PARTICIPAS EN LA ORGÍA

Estás hecha una furia. Ni siquiera sabes cómo expresarlo con palabras, solo podrías verbalizarlo asfixiando a tu superior. Él, por otro lado, feliz como una perdiz, te mira con el ceño un poco fruncido, preguntándose si te pasa algo. Como si la mueca torcida y la mirada asesina no fueran suficientes para darse cuenta. Tus manos son un arma blanca, en serio.

−¿Estás bien? Espero que esto no sea demasiado para ti.

No contestas. Y se coloca frente a ti, tapándote la horrible escena de cópula masiva.

−¿Qué te pasa?

−Nada −gruñes.

No sabes ni por dónde empezar. Te ha llevado allí sin haberte avisado, ha estropeado un viaje de ensueño y ha demostrado tener una imagen de ti totalmente equivocada. Ahora te preguntas si lo que le has proyectado es tu deseo de querer llevar una vida de pornografía sin límites.

−Vale, es que parecía que estabas enfadada.

Joder, qué clásico. ¿Hay que contarlo todo con palabras? ¿Qué hay del lenguaje no verbal? Parece mentira. Esto debe de pasar desde la prehistoria. No te cuesta imaginarte una escena parecida entre neandertales.

−Quiero que me saques de aquí ya −dices entre dientes, a punto de gritarle lo más fuerte que te permitan tus pulmones.

−Pero si acabamos de llegar.

Te acercas a él, enfrentándote con la mirada más amenazadora que jamás hayas adoptado, y enfatizas cada palabra dándole con el dedo índice en el hombro: golpecitos firmes que ejemplifican tu absoluto desprecio por lo que te ha hecho.

−Esto es lo que va a pasar: vas a sacarme de aquí ahora, me vas a comprar un billete de vuelta y me vas a preparar los papeles del paro.

Tu jefe parece haber visto un fantasma.

−No exageres, mujer. Creí que te gustaría.

−¿¡Y por qué!? −ruges−. ¿Por qué cojones se te iba a pasar por esa cabeza de gabacho salido que a mí podría gustarme esta mierda enfermiza?

Didier mira en todas direcciones y te coge del brazo, abochornado, para llevarte a otra parte de la casa, donde en lugar de tres decenas de personas montándoselo, hay un grupo más reducido que no te molestas en contar.

−Ahora mismo llamo al chófer para que te lleve de vuelta al hotel y mañana lo hablamos con calma.

−Ah, ¡que te vas a quedar!

−Por supuesto que me quedo. Yo he pagado los billetes, ¿no?

Podrías matarlo. Ahora mismo podrías retorcerle el cuello. Te ha aplastado el corazón.

−¡Eres un hijo de la gran puta! Dijiste que teníamos una relación.

−Y la tenemos −contesta, igualmente enfadado.

−Que te jodan, Didier.

−A eso he venido.

Le pegas una bofetada. No puedes evitarlo. Se le endurecen las facciones y los orificios de su nariz se dilatan.

−No pienso quedarme aquí ni un minuto más. No quiero volver a verte.

Y te vas, con lágrimas de rabia deslizándose por tus mejillas. Lo siguiente que haces es meter tu ropa en la maleta, coger un taxi en el hotel hacia el aeropuerto y plantarte en el mostrador para comprar el primer billete de vuelta a Montpellier.

Dejas el trabajo